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3. Ruta hacia la Casa Blanca » Y Trump engulló su propia convención

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Y TRUMP ENGULLÓ SU PROPIA CONVENCIÓN

El enorme escenario del pabellón deportivo de Cleveland ya estaba lleno de entusiastas seguidores de Donald Trump. Había llegado el día: 20 de julio de 2016. El viejo partido de Abraham Lincoln iba a ser tomado al asalto por las milicias insurrectas de un millonario faltón, histriónico y muy hábil. Aquel partido que lideró con Lincoln la lucha por abolir la esclavitud, era ya una organización política en la que los negros tienen dificultades serias para encontrarse entre sí. Solo un 3 por ciento de los delegados en la Convención eran de raza negra.

El senador Ted Cruz había sido el último rival de Trump en abandonar la batalla de las primarias. Aguantó lo que pudo el empuje del empresario inmobiliario. Pero los votos mandan. Cruz no tenía opción, salvo que la organización burocrática del Partido Republicano hubiera optado por una asonada para reunir a todos los rivales de Trump con el objetivo de impedir su nominación. Entre el escándalo de cuestionar el voto de los militantes republicanos o evitar el ridículo mundial de nominar a Trump, finalmente optaron por el ridículo mundial. Lo hicieron con éxito.

Cruz pudo haber ignorado la invitación de hablar ante la convención. Así lo hicieron personajes tan importantes para el partido como los hermanos George W. y Jeb Bush. Otros nombres destacados del orbe republicano renunciaron también a viajar hasta Cleveland. Pero Cruz acudió, y todos esperaban su discurso con una mezcla de interés político y de morbo patológico: ¿daría Cruz su apoyo expreso a Trump?

Cruz empezó a hablar para la galería. Populismo dialéctico, se llama la figura: digamos aquello que más se parezca a lo que quieren oír. Y lanzó frases resultonas del estilo de «América es una idea fuerte y simple: la libertad importa (freedom matters)». Cuando pronunció esas últimas palabras se puso muy serio, como advirtiendo al respetable de que aquello que estaba diciendo era la verdad revelada. Y, sobre todo, aguardando un aplauso espontáneo y entusiasta por parte de las cientos de personas megaconservadoras, superreligiosas, y cuasireaccionarias que ocupaban la platea. No hubo tal.

Durante tres segundos eternos, Cruz silenció su discurso esperando a la claque, pero aquello no arrancaba. Al final, algún generoso asistente palmeó sus manos y una tímida ovación llena de desgana, y de pura cortesía, rompió la tensión del momento. No era eso lo que el público esperaba oír: querían que Cruz diera su apoyo inequívoco a Trump. Pero Cruz no quiso quedar en la historia como el perdedor que, además, se humilla. «Votad en conciencia; votad por candidatos en los que confiéis, que defiendan nuestra libertad y que sean leales con nuestra Constitución». Votad en conciencia. Solo le faltó pedir que, por Dios, no votaran a Trump. Pocos aplausos y muchos abucheos llenaron el ambiente, justo en el momento en el que Donald Trump apareció en la sala desde detrás de una cortina negra aplaudiendo altaneramente a Cruz, con más desprecio que aprecio. Quizá se aplaudiera a sí mismo.

En la grada reservada a la familia del candidato, Ivanka Trump, hija del magnate, ataviada con un vestido blanco que podría servir para una boda, mostraba su desdén por Cruz hablando por el móvil y haciendo aspavientos, mientras el senador terminaba su discurso. Ivanka estaba enfadada. Pocas veces había dado esa imagen en público. Siempre modesta, calmada, impoluta, esta vez irradiaba ira, se había irritado sin medida y apuntaba grosera y violentamente a Ted Cruz desde la grada, afeándole que no diera el apoyo a su padre.

El mundo no es de los perdedores y la historia la escriben los ganadores. Nadie recordará a Ted Cruz. De hecho, ¿quién le recuerda ya? Sin embargo, Ivanka tiene la expectativa de ser recordada. Fue ella quien presentó a su padre para el discurso de aceptación de la candidatura. La tradición dicta que sea una figura emergente del partido quien lo haga. Y quienes la conocen creen que algún día será ella la que se lance a la arena para disputar la presidencia de Estados Unidos a quien se atreva a plantear el reto. Ivanka es la preferida.

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