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3. Ruta hacia la Casa Blanca » Lo que nunca íbamos a oír en boca de Trump

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LO QUE NUNCA ÍBAMOS A OÍR EN BOCA DE TRUMP

Era la ocasión y Donald se puso serio. No era la primera vez. Pero era una vez especial. Iba a hacer algo que va contra todos sus principios.

Eligió para este momento único de su campaña la ciudad de Charlotte, en Carolina del Norte, uno de los estados en disputa electoral seria. Detrás, como fondo de escenario, banderas de Estados Unidos y de Carolina del Norte, entremezcladas como un tuya mía, tuya mía. Traje oscuro, camisa blanca y corbata roja, color «corporativo» de los republicanos (haciendo patriotismo de partido). Uniforme habitual de campaña. Cabello de color indescriptible, con peinado inverosímil. Y teleprompter: dos pantallas de cristal transparente, una a cada lado del candidato, en las que se reflejarían las palabras del discurso. Eso era noticia. Trump odia el teleprompter. Apenas lo había usado en los meses de campaña. Le gusta soltar su verbo al aire y decir lo primero que se le ocurre. Sin dictados. Sin órdenes desde el banquillo de sus expertos en campañas. No limits. Después de centenares de mítines sin ayuda de un texto escrito, Donald Trump llevaba ya tres discursos con Teleprompter en una sola semana, la tercera del mes de agosto. Y esta vez había un motivo. Quería decir lo que quería decir, de la manera exacta que quería decirlo, y ni una palabra más.

Mano derecha apoyada en el atril, mano izquierda levantada con la palma mirando al auditorio, como si estuviera a punto de jurar decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad en una película americana de juicios. Y lo dijo, fuera o no cierto que sintiera lo que dijo: «Algunas veces, en el calor del debate y hablando sobre una multitud de asuntos, no eliges las palabras correctas, o dices algo equivocado. Yo lo he hecho». ¿Estaba Donald pidiendo perdón? ¡Eso parecía! Pero sus seguidores, aquellos que asistían a su mitin, le miraban entre sorprendidos y apesadumbrados. Ellos habían acudido con entusiasmo a ver en vivo al Trump que conocían hasta el día anterior por televisión. Querían ver y oír al Trump de siempre, no a alguien timorato y pusilánime, que va por esos mundos de Dios pidiendo disculpas por decir las cosas que dice. Si Trump no es Trump, ¿qué hacemos? Aquella gente quería punk y solo les ofrecían baladas pop.

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