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4. Bill, Hillary, Monica y la conspiración » La pasión de Bill

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LA PASIÓN DE BILL

En aquel tiempo, según Sheehy, «Bill logró hacer sentir a Hillary como una mujer. Quizá fue el primero que lo consiguió». Hillary encontró en Bill algo que no conocía: la pasión. «Y fueron capaces de conformar una gran simbiosis intelectual, política y personal». Ella era la imprescindible disciplina y él, la improvisación en el momento oportuno. La improvisación… y también la incapacidad para controlarse. Según Sheehy, en 1990 Bill y Hillary tuvieron que sentarse a negociar. Él, de nuevo, mantenía una relación con otra mujer. Hillary le dejó claro que si abandonaba aquella aventura podrían luchar juntos por la presidencia de los Estados Unidos en 1992. Y lo hicieron. Los dos se presentaron a la presidencia, aunque en la papeleta solo figurara él. «Pero no era solo un pacto político. También se querían», dice la autora. «Siempre ha sido una relación tempestuosa. La presidencia de Bill Clinton es inseparable de su matrimonio».

Ella no era solo una primera dama. Estaba en política y quería actuar en política. Y Bill le encargó el durísimo, histórico y fracasado intento de reformar el sistema de salud del país. El proceso fue doloroso, especialmente cuando se mezcló con otros problemas políticos y personales que hicieron que la pareja estuviera cinco meses sin apenas dirigirse la palabra. Ese silencio mutuo ayudó a que la reforma se estrellara. Ni siquiera llegó a votarse en el Congreso. Hillary se sinceró entonces con Dick Morris, analista político hoy enemigo de los Clinton pero muy cercano al matrimonio en aquella época: «Estoy muy confusa. Ya no sé qué funciona y qué no. He dejado de confiar en mi propio criterio. Simplemente, no sé qué hacer». Hillary siempre quiso ser perfecta, forzada por la estricta educación de su padre. Y no lo había sido. Pero Hillary tiene otra cualidad: no se rinde nunca.

Optó entonces por dedicarse a viajar por el mundo defendiendo desde su posición de primera dama americana los derechos de las mujeres. Lo hizo incluso en Pekín, delante de la plana mayor del régimen comunista, exigiendo libertad de expresión y criticando la costumbre china de la época de que las embarazadas abortaran cuando sabían que iban a tener una niña.

Por cierto, Dick Morris dejó de trabajar para los Clinton cuando se supo que durante un año había «contratado» periódicamente a Sherry Rowlands, una «acompañante» que cobraba 200 dólares a la hora por su «compañía». El detonante del despido fue conocer que Dick dejaba a Sherry escuchar sus conversaciones telefónicas con el presidente y le permitía leer los discursos que se preparaban para el vicepresidente Al Gore y para la primera dama Hillary Clinton. Se llegó a contar (quién sabe si era cierto o no, pero al menos era divertido) que durante una de las sesiones de sexo oral en el despacho privado del presidente, mientras Bill se entretenía con Monica, hablaba por teléfono con Dick, quien, a su vez, estaba en la cama de un hotel con Sherry. Aquel ejercicio múltiple fue bautizado con salero por algunos periodistas como «sexo quadraphónico».

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