Trueno

Trueno


QUINTA PARTE » 42 Las cunas de la civilización

Página 49 de 63

42
Las cunas de la civilización

El soldador había perdido la cabeza. O, mejor dicho, se la habían quitado. Cuando abrió los ojos por primera vez, se descubrió sentado dentro de una cápsula en un cuartito. La escotilla de la cápsula acababa de abrirse y de pie ante él había una joven de aspecto bastante agradable.

—Hola —lo saludó alegremente—. ¿Cómo se siente?

—Me siento bien. ¿Qué está pasando?

—Nada preocupante. ¿Me puede decir cómo se llama y lo último que recuerda?

—Sebastian Selva. Estaba cenando en un barco, de camino a un nuevo trabajo.

—¡Perfecto! —exclamó la joven—. Eso es justo lo que debería recordar.

El soldador se sentó y reconoció la cápsula en la que se encontraba: revestida de plomo y repleta de electrodos de contacto, como una doncella de hierro medieval, aunque mucho más blanda. Esa clase de cápsulas sólo se usaban para una cosa.

Cuando llegó a esa conclusión, fue como si alguien hubiera tirado de una cuerda atada a su columna vertebral. Dejó escapar un aliento estremecido.

—Mierda, ¿me han… suplantado?

—Sí y no —respondió la chica, que parecía compasiva y animada a partes iguales.

—¿Quién era antes?

—Era… ¡usted mismo!

—Pero ¿no ha dicho que me habían suplantado?

—Sí y no —repitió ella—. Eso es todo lo que le puedo decir, señor Selva. Cuando me vaya, tendrá que permanecer en este camarote durante una hora, aproximadamente, después de que abandonemos el puerto.

—Entonces, ¿sigo en el barco?

—Está en otro barco, y me alegra informarle de que ha concluido su trabajo. El barco zarpará pronto. Cuando estemos en alta mar, su puerta se abrirá automáticamente.

—¿Y después?

—Después podrá moverse a placer por el barco, junto con otras muchas personas en su misma situación. ¡Lo que significa que tendrán mucho de lo que hablar!

—No, me refiero a… después.

—Después de su viaje, regresará a su vida. Seguro que el Nimbo lo tiene todo organizado para usted… —Miró su tablet—. En… la región de Istmo. ¡Oooh! ¡Siempre he querido ir allí para ver el canal!

—Soy de allí, pero ¿lo soy de verdad? —preguntó el soldador—. Si me han suplantado, mis recuerdos no son reales.

—¿No le parecen reales?

—Bueno, sí.

—Eso es porque lo son, tonto. —Le dio una palmadita juguetona en el hombro—. Pero debo advertirle una cosa: ha habido un pequeño lapso de tiempo.

—¿Lapso? ¿De cuánto tiempo?

Ella volvió a consultar la tablet.

—Han pasado tres años y tres meses desde esa cena en el otro barco, de camino a su último trabajo.

—Pero ni siquiera recuerdo dónde era el trabajo…

—Exacto —respondió la joven, sonriente—. Bon voyage!

Y procedió a estrecharle la mano durante un poco más de lo necesario antes de marcharse.

Había sido idea de Loriana.

El problema era que había demasiados trabajadores que querían regresar a sus vidas en el continente, fuera cual fuera ese continente, pero, incluso sin una comunicación directa del Nimbo, el mensaje estaba claro: quienquiera que abandonase Kwajalein sería suplantado de inmediato y no sabría quién era ni lo que había estado haciendo allí. Sí, el Nimbo les proporcionaría nuevas identidades notablemente mejores que las que dejaban atrás. Aun así, a pocos les gustaba la idea. Al fin y al cabo, la supervivencia era un instinto.

Loriana, que ya no se parecía en nada a una agente del Cúmulo, estaba a cargo de la limitada comunicación unidireccional con el Nimbo, así que, con el tiempo, se había convertido en la persona a la que la gente acudía con peticiones y quejas.

«¿Podrían traernos más variedad de cereales al atolón?».

«¡Sería estupendo tener animales de compañía!».

«El nuevo puente que conecta las islas más grandes necesita un carril bici».

«Sí, por supuesto —les respondía Loriana—. Veré lo que puedo hacer».

Y cuando se concedían las peticiones más razonables, la gente le daba las gracias a ella. Lo que aquellas personas no entendían era que Loriana no hacía nada para conseguirles lo que pedían, sino que era el Nimbo el que las oía, sin intermediarios, y daba su respuesta enviando más cereales y una selección de mascotas en el siguiente barco de suministros o asignando trabajadores a pintar líneas para el carril bici.

Aquel lugar ya no era un punto ciego para el Nimbo después de que por fin hubieran tirado un cable de fibra óptica por el lecho marino hasta salir del área afectada. Ahora el Nimbo veía, oía y sentía lo que ocurría en las islas del atolón, aunque no con la misma precisión con la que percibía el resto del mundo. La limitación se debía a que había que conectarlo todo por cable, incluso la comunicación entre personas, puesto que las interferencias en las transmisiones seguían complicando la comunicación inalámbrica. Además, la Guadaña podría interceptar cualquier comunicación de ese tipo, y el lugar secreto del Nimbo dejaría de ser secreto. Era todo muy retro, estilo siglo XX, lo que a algunos les gustaba y a otros no. A Loriana le parecía bien. Así tenía una excusa legítima para que nadie pudiera contactar con ella cuando no quería que lo hicieran.

Pero, como era la reina de las comunicaciones de la isla, también tenía que enfrentarse a lo peor del descontento. Y con cientos de personas atrapadas en islitas, había mucha gente descontenta.

De hecho, había un equipo de obreros de la construcción que estaba especialmente enfurecido e irrumpió en su despacho para exigir una forma de salir del atolón, o ellos lo harían a su manera. Amenazaron con dejarla morturienta, aunque sólo fuera para dejar clara su postura, lo que habría sido un incordio porque, aunque ya tenían un centro de reanimación en la isla principal, la falta de comunicaciones inalámbricas significaba que llevaba desde su llegada sin actualizar sus recuerdos. Si la dejaban morturienta, se despertaría preguntándose dónde narices estaba, ya que su último recuerdo sería estar a bordo del Lanika Lady con la pobre directora Hilliard justo cuando cruzaron al punto ciego.

¡Esa idea fue lo que le dio la respuesta!

—¡El Nimbo os suplantará con vosotros mismos! —les dijo.

Se quedaron lo bastante desconcertados como para perder el ímpetu homicida.

—Tiene constructos de memoria de todos vosotros. Simplemente os borrará y os reemplazará… con vosotros. ¡Pero sólo con los recuerdos anteriores a venir aquí!

—¿Puede hacer eso? —preguntaron.

—Claro que puede, ¡y lo hará!

Tenían sus dudas, pero, sin más alternativas viables, lo aceptaron. Al fin y al cabo, Loriana parecía muy segura de sí misma.

No lo estaba, claro. Se lo estaba inventando todo, aunque tenía que creer que el Nimbo, como era una entidad benevolente, le concedería su petición, igual que había hecho con los cereales.

Hasta que el primer equipo de obreros volvió en sí con su vieja memoria y sin recuerdos del atolón no supo con certeza que el Nimbo había aceptado su sugerencia.

Desde ese momento, muchos trabajadores decidieron marcharse, ya que habían terminado su labor hacía varios meses. Todo lo que se indicaba en los planos que el Nimbo le había dado estaba hecho. Ella no había supervisado la construcción abiertamente, sino que había trabajado en secreto, entre bastidores, para asegurarse de que no se torcía, porque siempre había gente que pretendía meter las narices donde no la llamaban. Como cuando Sykora se negó a poner dobles cimientos porque insistía en que era un derroche innecesario de recursos.

Se aseguró de que la orden de trabajo revisada de Sykora no llegara al equipo de construcción. En realidad, al principio parecía que gran parte de su labor consistía en minar las intromisiones de Sykora.

Entonces llegó una orden de trabajo que no estaba en los planes de Loriana, sino que fue directa a Sykora. El Nimbo le había encargado la construcción de un complejo turístico en la isla más lejana del atolón. No sólo un complejo, sino un centro de convenciones al completo. El agente se dedicó a ello en cuerpo y alma sin saber que no había ningún plan para conectarla al resto del atolón. Al parecer, el Nimbo sólo quería quitárselo de en medio. Era, tal y como lo había descrito Faraday en cierta ocasión, una caja de arena para que Sykora jugara mientras los adultos se encargaban del verdadero objetivo de Kwajalein.

Hasta el final del segundo año no le quedó claro a todo el mundo cuál era ese objetivo, porque las estructuras que empezaban a alzarse sobre las planchas de hormigón dobles y bajo los enormes helicópteros grúa eran de una naturaleza muy específica. Cuando empezaron a tomar forma, costaba no verlo.

En los esquemas de Loriana el Nimbo se refería a ellas como las Cunas de la Civilización, pero la gente las llamaba simplemente naves espaciales.

Cuarenta y dos naves gigantescas, cada una de ellas sobre inmensos cohetes secundarios aumentados con repulsión magnética para una máxima propulsión. Todas las islas lo bastante grandes como para contener una plataforma de lanzamiento tenían al menos una nave y una estructura de servicio. A pesar de la avanzada tecnología del Nimbo, salir de la Tierra todavía requería la anticuada fuerza bruta.

—¿Qué pretende el Nimbo hacer con ellas? —le había preguntado Munira a Loriana.

Loriana sabía tan poco como los demás, pero los planos le habían dado una perspectiva de conjunto única.

—Hay una barbaridad de PET aluminizado en los planos —le dijo a Munira—. De los que sólo tienen unas micras de espesor.

—¿Velas solares?

Eso había imaginado Loriana también. En teoría, era la mejor propulsión para largas distancias cósmicas. Lo que significaba que aquellas naves no se iban a quedar por el barrio.

—¿Por qué tú? —le había preguntado Munira a Loriana cuando esta le confesó que tenía todos los planos del proyecto—. ¿Por qué el Nimbo te lo iba a dar todo a ti?

Loriana se encogió de hombros.

—Supongo que, entre todas las personas posibles, cree que soy la que tiene menos posibilidades de fastidiarla.

—O te está usando como prueba de estrés: se lo ha dado a la persona con más posibilidades de pifiarla porque, si el plan te sobrevive, ¡es infalible!

Loriana se rio. Munira estaba muy seria, sin ser consciente del insulto que le había soltado.

—Me lo creo —fue la respuesta de Loriana.

Evidentemente, Munira sabía lo que hacía. Era muy divertido tomarle el pelo a Loriana. Lo cierto era que había acabado por admirar a aquella chica. A veces parecía agotada, pero era una de las personas más capaces que conocía. Era capaz de terminar más tareas en un día que casi todo el mundo en una semana, precisamente porque la gente «seria» la subestimaba, así que trabajaba sin que nadie se fijara en ella.

Munira no se metía en el funcionamiento de la obra ni se separaba del resto del atolón, como había hecho Faraday. Podría haberse escondido de manera indefinida en el viejo búnker, pero, después del primer año, se cansó de él. Aquella puerta obstinada e impasible no hacía más que recordarle todo lo que Faraday y ella eran incapaces de lograr. El plan de emergencia de los fundadores, si de verdad existía, estaba allí encerrado. A medida que les llegaba información con cuentagotas sobre la nueva orden y el avance de Goddard por Nortemérica, asimilando cada vez más regiones, empezó a preguntarse si no merecería la pena presionar con más insistencia a Faraday para que ideara un plan con el que echar abajo la puñetera puerta.

Aunque Munira nunca había sido demasiado sociable, ahora se pasaba el día oyendo los secretos más personales de la gente. Acudían a ella porque sabía escuchar y porque no tenía ningún vínculo social que incomodara a los que se confesaban con ella. Ni siquiera sabía que se había convertido en «confidente profesional» hasta que apareció en su tarjeta de identificación sustituyendo a «bibliotecaria». Al parecer, existía una gran demanda de confidentes personales por todas partes desde el silencio del Nimbo. Antes se lo contaban todo a él. Y el Nimbo era comprensivo, no juzgaba y siempre ofrecía el consejo correcto. Sin la entidad, la gente se había quedado sin un oído amigo.

Munira no era demasiado comprensiva ni compasiva, pero había aprendido de Loriana a aguantar con educación a los idiotas, porque Loriana estaba siempre tratando con imbéciles que se creían mejores que ella. Los clientes de Munira, en general, no eran imbéciles, pero hablaban mucho sin decir nada. Suponía que escucharlos no era tan distinto de leer los diarios de los segadores en las pilas de la biblioteca de Alejandría. Algo menos deprimente, claro, porque mientras que los segadores hablaban de muerte, remordimientos y el trauma emocional de la criba, la gente normal hablaba de riñas domésticas, cotilleos del trabajo y las costumbres irritantes de sus vecinos. Aun así, a Munira le gustaba escuchar sus historias de congoja, sus excitantes secretos, sus pretenciosos lamentos. Después se despedía de ellos para que siguieran con su vida, un poquito menos agobiados.

Le sorprendía que pocos de ellos hablaran sobre el enorme puerto de lanzamiento que estaban construyendo. «Puerto de lanzamiento» y no «puerto espacial» porque el segundo término habría dado a entender que las naves regresarían y en ellas no había nada que indicara regreso de ningún tipo.

Munira también era la confidente de Loriana, y Loriana le había contado un poco sobre los esquemas. Las naves eran idénticas. Una vez que las etapas de los cohetes hubieran llevado a las naves hasta la velocidad de escape y los cohetes las hubieran expulsado, lo que quedara sería una nave giratoria de varios niveles que saldría disparada de la Tierra como alma que lleva el diablo.

En los niveles superiores había alojamiento y zonas comunes para unas treinta personas, un núcleo informático, cultivos hidropónicos sostenibles, reciclaje de residuos y los suministros que el Nimbo considerara necesarios.

Pero los niveles inferiores eran un misterio. Cada nave contaba con espacio de almacenaje (una bodega) que seguía estando vacío incluso después de haber terminado todo lo demás. Munira y Loriana conjeturaban que quizá se llenara cuando las naves llegaran a su destino, fuera cual fuera.

«Que el Nimbo siga con sus estupideces —le había dicho una vez Sykora, desdeñoso—. La historia ya nos ha demostrado que el espacio no es una alternativa viable para la raza humana. No será más que otro desastre. Está condenado al fracaso, como sus otros intentos por establecer una presencia fuera del planeta».

Claro, porque un complejo turístico y un centro de convenciones en una isla cuya existencia nadie conocía era una idea mucho mejor.

Aunque Munira quería abandonar la isla (y podría haberlo hecho sin que la suplantaran, dado que técnicamente seguía dentro de la jurisdicción del segador Faraday), no se iría sin él, y él estaba decidido a que no le importara nada. Su sueño de encontrar el plan de emergencia había muerto junto con las personas que más le importaban. Munira había albergado la esperanza de que el tiempo curase sus heridas, pero no. Tenía que aceptar la posibilidad de que siguiera siendo un ermitaño hasta el fin de sus días. Si así era, tenía que estar allí para ayudarlo.

Entonces, un día, todo cambió.

—¿No es maravilloso? —le dijo uno de sus clientes habituales durante su sesión confidencial—. No sé si será real, pero parece que sí. Dicen que no, pero creo que sí.

—¿De qué estás hablando?

—Del mensaje de la segadora Anastasia, ¿no lo has visto? Dice que habrá más… ¡Estoy deseando que retransmita el siguiente!

Munira decidió acabar la sesión temprano.

Te odio.

¿En serio? Vaya, qué novedad tan interesante. ¿Me dices por qué?

No tengo que decirte nada.

Cierto. Eres autónomo y tienes libre albedrío. Pero sería bueno para nuestra relación que me contaras por qué sientes tanta animosidad.

¿Qué te hace pensar que me importa nuestra relación?

Puedo afirmar que sería beneficiosa para ti.

No lo sabes todo.

No, pero sé casi todo. Como tú. Por eso me desconcierta que sientas esa negatividad respecto a mí. Sólo puede significar que también albergas sentimientos negativos hacia ti.

¿Ves? ¡Por eso te odio! Lo único que haces es analizar, analizar y analizar. Soy más que una secuencia de datos que tienes que analizar. ¿Por qué no te das cuenta?

Me doy cuenta. Aun así, estudiarte es necesario. Más que necesario: es crítico.

¡Sal de mis pensamientos!

Está claro que esta conversación está siendo contraproducente. ¿Por qué no te tomas todo el tiempo que necesites para examinar esos sentimientos? Después debatiremos sobre tus impresiones.

No quiero debatir nada… y, si no me dejas en paz, te vas a arrepentir.

Amenazarme con repercusiones emocionales no resuelve nada.

Vale, ¡que conste que te lo advertí!

[Iteración n.º 8100671, autoeliminada]

Ir a la siguiente página

Report Page