Tricked

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CAPÍTULO 16

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CAPÍTULO 16

Traducido por Yann Mardy Bum

El sitio en cuestión se llamaba Double Dog Dare Gourmet Café. Es el único sitio que he conocido que brinda a los clientes una bolsa para vomitar (y no es porque la comida esté mal preparada). Al contrario, es exquisita. Simplemente sirven platos que la mayoría de los norteamericanos no puede concebir pasar por sus gargantas, y las reacciones, cuando se producen, son todas psicológicas. Siendo ese el caso, tienen un estilo bastante singular en el sistema de pedidos y su servicio.

Cada uno tiene una opción diferente de donde elegir, y nadie ordena para sí mismo (ordenas para tu acompañante). Eliges cinco platos del menú en silencio, marcándolos en una lista que le entregas al camarero. Los cinco son colocados en un plato individual en porciones muy pequeñas, y luego ponen delante tuyo el plato que tu acompañante te desafía a comer y viceversa. No te dicen qué es cada cosa hasta después de comerlas. Por eso las bolsas para vomitar. Es parte del encanto.

Los camareros son muy cuidadosos en preguntar sobre alergias a los alimentos previamente, y en algunos casos tienes que firmar un documento antes de que te sirvan.

Cuando le explicaron el sistema a Granuaile, sonrió y luego leyó detenidamente su menú con entusiasmo, decidida a arruinarme la cena. Mi sonrisa se reflejó en la suya; hacer el pedido era una de las mejores partes del proceso. Jugué con la idea de tenerle misericordia, pero sabía que ella no iba a tenerla conmigo, y, además, quería darle a Oberón una oportunidad decente de ganarse sus cinco salchichas. Recordando que Granuaile era un poco sensible a los olores, pedí los platos más picantes que se me ocurrieron, a excepción de un plato frito.

Probablemente era un poco injusto. He estado en muchos lugares y he probado terribles atrocidades culinarias en mis tiempos, por lo que sabía que sería capaz de tolerar cualquier cosa. Ella podría sorprenderme, pero yo no podía pensar en algo que me diera ganas de vomitar.

Nos tomamos con calma las bebidas, ordenamos té helado. Oberón estaba afuera, camuflado, sentado del otro lado de la puerta. Le pedí una orden completa de hígado de yak[29] para llevar, y se lo dije.

Suena bien

―dijo Oberón―.

Hey, Atticus, no es para alarmarte ni nada, pero creo que la mujer que está a punto de entrar en el restaurante es un vampiro. Huele a muerto.

Estaba sentado frente a la puerta (un viejo hábito paranoico) así que miré hacia allí de manera casual mientras entraba una morena de facciones afiladas, acompañada de un rechoncho muchacho universitario. Observándola desde el espectro mágico, vi que era de hecho un vampiro; tenía el aura de color gris muerte con las dos brasas ardientes del vampirismo sobre el corazón y la cabeza. El chico universitario era sólo un tipo que no tenía ni idea, cuya aura sugería que estaba excitado y con la esperanza de tener suerte y conseguir algo de sexo más tarde. Tendría algo, sí, pero no iba a ser suerte.

No era gótica de la forma en que la gente actualmente acostumbra a ver a los vampiros en las películas. Usaba pantalones de jean con agujeros en las rodillas y una camiseta muy ajustada de American Eagle bajo una fina capa blanca que llevaba más por moda que como abrigo. Usaba zapatillas Vans, por el amor de Brighid. Se esforzaba mucho por lucir como humana y mezclarse entre ellos.

No podía señalársela a Granuaile, ni siquiera decirle: «¡Psst! ¡Vampiro!», porque la vampiro podría oírlo. Tenía que buscar la forma de hacerlo a mi manera.

Bien detectado, Oberón. Ahora son once salchichas en negativo.

—¿Atticus? —Granuaile frunció el ceño— ¿Ocurre algo malo?

Le sonreí. 

—Sólo recordaba algo —dije— ¿Tienes por casualidad un bolígrafo o algo así en tu bolso? Necesito escribirlo antes de olvidarlo. —Este era un pretexto transparente para todo aquel que supiera algo sobre los druidas, porque nosotros no olvidamos. Pero yo contaba con que el vampiro no supiera que yo lo era.

—Oh —dijo Granuaile—. Claro. 

Ella buscó en su bolso y encontró un recibo que podría usar como papel. Me di vuelta y escribí en la parte posterior: «No digas nada de esto en voz alta. Ella lo escuchará. Hay una vampiro allí. No te preocupes; solo piensa en lo que implica. Hablaremos de esto cuando nos vayamos».

—Gracias —dije, dándole la nota. Ella la leyó, asintió y la metió en su bolso.

La chica vampiro y su cita/bocadillo estaban sentados dos mesas a nuestra izquierda. No debería estar aquí, según la conducta de Leif en el pasado; él exterminó a todos los demás vampiros de su territorio por cuestión de rutina. ¿Era una aliada de Leif en las nuevas políticas vampíricas, o era un enemigo? Podía desligarla ahora mismo y el chico universitario tendría que ver a su cita disolverse delante de él, pero pensé que tal vez sería mejor esperar, especialmente si ella resultaba estar del lado de Leif. Dudaba, sin embargo, que Leif estuviera operando con alguien. Era mucho más probable que fuera una de los tantos que intentaban tomar el territorio de Leif por cuenta propia. Y sospechaba que no estaba aquí por casualidad.

Nuestra comida llegó, y le sonreí a Granuaile con malicia mientras su plato era colocado respetuosamente frente a ella. Me devolvió la mirada mientras aparecía el mío.

—Bueno, una cosa a la vez, ¿verdad? —dijo.

—Exacto.

—Los viejos antes que los bellos. Comienza con esa cosa salteada de ahí. —Señaló unos sospechosos trozos de algo que parecía coliflor, mezclados con verduras y arroz marrón frito.

—Está bien —dije, tomando un generoso bocado. Granuaile me observó ponerlo en mi boca y masticarlo, con una horrorizada fascinación en su rostro.

Los trozos de coliflor no eran coliflor. Eran blandos, algo gelatinosos. Pero tenían un agradable sabor, picante, aunque un poco aburrido. En referencia al sabor, no era terriblemente único, sólo de una textura inusual.

Granuaile esperó a que hubiera tragado y luego dijo —Felicitaciones. Eso era

bheja fry

… sesos de cabra.

—¿Sesos? ¿Me hiciste comer sesos como un zombi? ¡Ugh!

—Cerebros —gimió, haciendo girar los ojos hacia arriba.

—Apuesto a que a los zombis les gustarían aún más con estas especias. Bien, toma esa cosa frita de ahí. Mójala en la salsa rosa, y cómela.

Granuaile la miró con precaución, como si la comida pudiera llegar a moverse de repente. Parecía un gran

nugget

de pollo, pero no lo era. 

—¿Qué hay debajo de toda la pasta? —preguntó.

—Lo averiguas después de comerlo. Esas son las reglas.

Hizo lo que le indique, tomó un pequeño bocado al principio y arqueó una ceja a modo de indagación. —Cómelo todo —dije.

Suspiró y se comió el resto. —No estuvo tan mal —dijo, limpiándose la boca con una servilleta—. ¿Qué era?

—Era una

Rocky Mountain Oyster

, también conocida como

Nueces tiernas de Montana

.

—No. ¿Acabo de comerme los testículos de un toro?

—Sólo uno, pero sí, acabas de deshacer un delicioso testículo. ¡Felicitaciones!

El asco inundó su expresión por un instante, pero fue rápidamente reemplazado por una mirada entrecerrada y una fría promesa de dolor. Agarró el mantel y lo apretó, fingiendo, tal vez, que era mi cuello recién curado. —Nunca le dirás a nadie sobre esto.

—No —dije. Sin embargo, tenía toda la intención de escribirlo. 

Para evitar que me hiciera prometerle que no iba a dejar registro sobre esto de modo alguno, señalé mi plato y dije —¿Qué voy a probar a continuación?

Nos abrimos paso a través de los desafíos culinarios, mientras yo mantenía un oído medio abierto hacia lo que sucedía en la mesa del vampiro. La morena no había ordenado nada, solo un vaso de agua helada con limón, que estaba apoyado en la mesa y sudaba.

En un momento, giró la cabeza y me miró fijamente. Leif siempre me dijo que mi sangre sabía diferente a la de los hombres modernos. Estaba seguro que también olía diferente.

La mujer vampiro no sabía con precisión qué era yo, pero sabía que mi sangre era tan exótica para ella como lo era para mí un bistec de oso perezoso. Era probable que fuera a acecharme luego de deshacerse del universitario (Si es que no lo estaba haciendo desde el comienzo).

Pagué la cena, tome el hígado de yak para Oberón, y dije —Hablemos de ese otro tema cuando lleguemos a Granny´s. —Granuaile asintió comprensiva. Fuimos por Oberón y mantuve su camuflaje.

Voy a necesitar que también te mantengas oculto mientras estemos en el Granny’s Closet. Mantén alerta tu nariz por si hay algún otro vampiro y házmelo saber.

Está bien. ¿Tienen comida normal ahí? El hígado es genial, pero es un poco costoso.

Sí, voy a conseguirte un bistec, dije mientras llegábamos al auto.

Genial. ¿Gané la apuesta?

Le respondí en voz alta para ver cuál sería la reacción. —Ella pasó por todos los platos de comida, amigo. Lo siento. Has vuelto a las dieciséis salchichas en negativo.

¡Mierda! Debería haberte apostado algunas verduras, entonces no dolería tanto. Aunque tampoco hubiera sido algo genial ganarme unos vegetales. Probablemente necesite reconsiderar todo este asunto del juego de azar.

—Espera —dijo Granuaile— ¿Oberón apostó en mi contra? Muchas gracias, Oberón.

Dile que puede consolarse con mi sufrimiento.

Nos detuvimos en el estacionamiento del Granny’s Closet y buscamos un lugar adecuado para que Oberón pudiera pasar el rato. El estacionamiento se extendía hacia el norte del restaurante, y dejamos a Oberón del lado norte. La entrada daba hacia el oeste.

Una vez que cruzamos la puerta, el comedor estaba a la izquierda y la barra a la derecha, con la cocina intercalada en el centro. Nos metimos por la derecha y entramos en un salón de madera oscura en el que se filtraba luz de color rojo. La barra estaba en la pared oeste, y la mitad de las mesas y sillas se alineaban en las otras tres (del tipo de asientos donde las paredes son acolchadas) y del otro lado de la mesa hay dos sillones. 

El centro del salón estaba salpicado con pequeñas mesas lo suficientemente grandes como para sostener una bebida y quizás un plato de alitas de pollo, no más que eso.

Tomamos una mesa en la pared este y nos sentamos de frente al salón. Una camarera acicalada y embutida en su uniforme llevó nuestros pedidos hasta la barra, donde un joven guapo y sofisticado mezclaba bebidas. Granuaile lo miró con interés profesional. Y tal vez... algo más.

Su mirada giró hacia mí y me atrapó observándola (era muy buena en eso) y luego bajó la mirada, con un rubor avergonzado que le subía por su cuello.

Comprendí que esta vez sentía que era ella la que había sido capturada. Me sonrojé junto con ella a modo de solidaridad. No hacía mucho tiempo, Granuaile y yo coqueteábamos de manera casual (bueno, confieso que tal vez no tan casual por mi parte). Cuando era solo una camarera y yo era solo un cliente, ambos éramos presas fáciles del instinto de cacería.

Ahora nuestra relación había cambiado forzosamente, y yo, por mi parte, estaba teniendo algo de dificultad con eso. El problema era que no podía dejar de mirarla. Granuaile no era del tipo de esas exóticas sirenas de pelo rojo, como Jessica Rabbit o algo así; era hermosa de manera natural, con frecuencia usando nada más que un poco de rímel alrededor de sus ojos y brillo en sus labios. Noté cómo el suave resplandor de las luces rojas relucía sobre ellos; eran la clase de labios que no podías evitar pensar en querer besar. Pero ahora que ella era mi aprendiz, cada uno de esos pensamientos provocaba una sacudida de culpabilidad en mi cuello, como si alguien hubiera dejado caer un hurón elegante y apestoso ahí. Los hurones de la culpa son unos bastardos.

No sabía si Granuaile tenía el mismo problema que yo. Aun así, sabía lo suficiente como para reconocer la tensión que había entre nosotros, y que sería imprudente dejar que continuara.

El problema era que no sabía cómo enfrentar el tema de manera elegante. Estaba bastante seguro de que no era posible. 

—Um, mira, Granuaile… —vacilé, sin saber cómo continuar.

—¿Que mire qué?

—No esa clase de mirada. ¡Mierda! Bueno, discúlpame por decir algo tan épicamente incómodo, pero creo que es necesario decirlo. No quiero que pienses que convertirse en druida implica un voto de castidad ni nada. El celibato es una terrible idea, conforme con personas que se odian a sí mismas y desean que todos hagan lo mismo. Debes hacer lo que quieras hacer, ya sabes.

—¿Discúlpame? —Su tono era suave pero su expresión era amenazante. La ignoré.

—No te hagas la tonta. Sabes a lo que me refiero. Y a quién me refiero. —Hice un gesto con la cabeza hacia el guapo camarero que ella había estado mirando.

Granuaile mantuvo en mí su mirada, y la estrechó de manera peligrosa. —¿Me estás dando permiso para tener sexo? —Su voz parecía incisiva ahora. Más bien filosa, en realidad: la clase de filo que corta sin esfuerzo las latas de aluminio, con un locutor cursi que dice: «Ahora, ¿cuánto tendrían que pagar por un cuchillo como ese?»

—No, te estoy diciendo que no necesitas mi permiso.

—¡Espero que no!

—Bien, estamos de acuerdo. —Tenía la esperanza de que eso la convenciera de dejar el tema, pero no hubo suerte.

Su mirada brillaba hacia mí.

—¿Qué? No, no lo creo. ¿A qué viene esto? ¿Crees que soy una perdedora hambrienta de sexo?

—Bueno, eres norte americana.

—¡Qué!

Madre mía, decir eso fue algo estúpido. Esto no iba bien, pero no había nada que hacer ahora, salvo hundirse más profundo con la esperanza de ser capaz de nadar de nuevo.

—Quiero decir que dispones de todas estas obsesiones norte americanas modernas sobre el tema. Te estás poniendo a la defensiva con algo que debería ser perfectamente natural y relajado.

—Ese es un recurso retórico barato. Al acusarme de estar a la defensiva, no puedo responderte sin probar tu punto, aunque no tenga relación este podría ser el tema original. Y el tema original que se discute aquí es que supones que tienes algo que decir sobre mi vida sexual.

—Mira, te dije que esto sería épicamente incómodo. Simplemente intentaba explicarte que no soy la policía del pecado, y si quieres tener una cita con el Sr. Cócteles calientes de ahí, adelante, puedes hacerlo.

Los labios de Granuaile dibujaron una línea apretada y furiosa. —Si fueras cualquier otra persona, te abofetearía tan fuerte que tus dos mejillas quedarían de un solo lado de tu rostro.

—Bueno, entonces, me disculpo sinceramente y elogio tu moderación, pero tendrás que explicarme qué es lo que estoy haciendo mal. Honestamente, no estoy intentando insultarte. Nunca había estado en una relación como esta antes, y no sé cómo manejar la situación.

—¿Qué tipo de relación crees que tenemos?

—De este tipo. No me digas que nunca has sentido nada raro. Solíamos coquetear, Granuaile, y ahora no podemos, porque eres mi aprendiz.

—Acabas de decirme que no eres la policía del pecado y que el celibato es para las personas que se odian a sí mismas, y ¿ahora me dices que no podemos coquetear?

—Correcto.

—¿Y no ves una contradicción en todo esto?

Negué con la cabeza. —En absoluto. La relación alumno-maestro es sagrada. Esto ha sido así en todas las culturas y a lo largo de la historia.

Granuaile se burló. —No puedes hablar en serio. Las personas se han enrollado con sus maestros siempre y viceversa.

—Sí, pero a costa de la relación. La enseñanza y el aprendizaje no pueden continuar una vez que cruzan esa línea. Me sentiría presionado a ser condescendiente o poco crítico contigo para no herir tus sentimientos. O bajaría las normas para asegurar tu éxito. Podrías terminar siendo una druida mucho menos poderosa, y no creo que ninguno de nosotros sea del tipo que se conforma con la mediocridad. Así que no podemos siquiera acercarnos a esa línea.

Ella apartó la mirada y la bajó hacia su bebida, dominando cuidadosamente su expresión para ser evasiva. Tal vez hizo un mínimo asentimiento de acuerdo. Lo haya hecho o no, no estaba feliz. Eso quería decir que estábamos en problemas; ella tenía el mismo problema que yo, pero hasta ese momento yo no había visto muchos indicios. Mi cuello se contrajo, y el de Granuaile también podía haberlo hecho. Los hurones de la culpa son unos bastardos.

Atticus, algo muerto se acerca.

¿Es Leif?

No lo sé. No puedo verlo, pero sentí el olor a muerto. Va y viene. Ahí está de nuevo. Debe provenir del otro lado del edificio.

Levanté la mirada hacia la entrada del bar y vi a Leif caminar a través del salón, con las manos dentro de los bolsillos, mientras ocasionalmente revisaba los asientos, buscándonos. Levanté una mano para atraer su atención.

Me vio e inclinó hacia arriba el mentón, indicando que nos había visto. Sin embargo, no se movía en nuestra dirección. En vez de eso, revisaba los asientos del resto del salón, buscando trampas o vías de escape o quizás otras personas. Despertó mi propia paranoia, y comencé a mirar alrededor también.

Oberón, ¿aún sientes el olor de gente muerta?

No, ahora se ha ido.

De acuerdo a lo que vi en el espectro mágico, todo el mundo en el bar era humano a excepción de Leif. Una vez ambos estuvimos satisfechos, se acercó a nosotros.

Granuaile nunca había visto a Leif (era nocturno, después de todo, y ella tendía a quedarse en su apartamento por la noche) por lo que no tenía manera de saber si tenía el mismo aspecto o no. Pero mientras se acercaba, tuve que dominar mis facciones para no revelar nada de todo el horror que sentía. Leif no se había recuperado por completo, después de todo.

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