Top secret

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Capítulo IX

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CAPÍTULO IX

Al llegar al parking del autódromo en busca de su «Lancia-Fulvia», se encontró con que ya estaba ocupado.

—Hola, Sony, volvemos a vernos —saludó irónico.

—Sí, ya ves, no es tan fácil echarme de un coche.

—Eres persistente.

—Como buena periodista. Mi maestro me advirtió: «Cuando la noticia es buena, hay que seguirla adonde sea y corriendo los riesgos que haga falta».

Desde el interior, Sony abrió la portezuela del hombre y éste se sentó ante el volante.

—¿Y es un riesgo seguirme?

—Naturalmente, todavía me duele la mandíbula, pudiste partírmela —se lamentó acariciándosela con gesto significativo.

—Tu maestro tenía alma de perro de presa. ¿Cómo entras en mi coche con tanta facilidad?

—Tengo una pequeña ganzúa. Una vez hice una larga entrevista a una pandilla de jóvenes ladrones de coches.

—¿Y te enseñaron el oficio?

—Bueno, no es tan difícil.

—Si sigues por ese camino, acabarás entre rejas.

—Un periodista ha de correr todos los riesgos necesarios y debe de acosar a tipos aunque éstos le repugnen siempre que sean noticia.

Jo Alan puso la llave en el contacto y el motor roncó con fuerza. Avanzó despacio, como una gran y poderosa fiera dispuesta a saltar sobre su presa.

—¿Y yo soy el tipo que te repugna?

—Esa Joyce no está nada mal, ¿eh?

—¿Has vuelto a espiarme?

—El alma de un periodista es como la de un espía.

—Sí, sólo que lo que averigua no se lo cuenta a una persona, sino a todo el mundo.

—Para eso me pagan —repuso irónica—. ¿Adónde vamos ahora?

—Tú, no lo sé, yo voy a mi cottage, tengo ganas de descansar.

—¿Ha sido Joyce la culpable de la mala noche?

—¿Te interesa mucho saberlo o es para tus ávidos lectores?

Ella le vigiló de reojo; se había colocado ya en el centro de la autopista que había de conducirles a las afueras de la población.

—Os he hecho una fotografía mientras os besabais apasionadamente. ¿Crees que será interesante para mi periódico?

—Eso, pregúntalo en tu redacción.

—¿No te importa salir en la Prensa de esa forma?

—Dicen que para ser famoso deben hablar de uno, no importa que sea bien o mal.

—No sé si eres un cínico o un escéptico.

—Piensa lo que quieras.

Jo Alan pisó el acelerador a fondo y comenzó a rebasar a otros automóviles gracias a la gran potencia del «Lancia-Fulvia» y a su evidente pericia en el manejo del mismo.

Se había producido una tensión entre ellos y no hablaron más durante el trayecto.

A Jo Alan le fastidiaba la insistencia periodística de la joven, pero le atraía como mujer. Era arriesgada y tenaz, eso estaba quedando bien patente, pero en cuanto a su belleza física, no cabía discusión alguna; quizá ni ella misma se había dado cuenta de lo hermosa que era.

Llegaron al solitario cottage suspendido sobre los acantilados contra los cuales batían las olas.

Dejó el coche frente a la entrada y se dirigió hacia la puerta con la llave en la mano, sin preocuparse de lo que quisiera hacer Sony.

Ésta dudó unos momentos, pero también terminó por salir del coche dando un portazo. Caminó un tanto molesta hacia la pequeña y acogedora casita, penetrando en ella.

—¿Cierras la puerta? —preguntó Jo Alan dirigiéndose al pequeño bar y preparando dos whiskys con hielo.

Sony miró la puerta con recelo y después se decidió a cerrarla.

—No me has agradecido todavía el que no haya publicado nada sobre ti y el caso Landon.

—¿Ah, tengo que agradecértelo?

—Si lo hubiera publicado, yo me habría llevado la palma del notición y tú estarías ahora acosado a preguntas por la policía.

—Posiblemente. Los periodistas tenéis la habilidad de meter en líos a quien no os ha hecho nada malo.

Sony deseó responder pero se contuvo, quizá pensando que Jo Alan podría tomarlo en otro sentido respecto a lo que ella sentía por los encuentros del piloto de pruebas con Joyce.

—Que yo sepa, no te he metido en ningún lío.

—Pero estás rabiando por meterme en uno y gordo. Si no has entregado el material que has recogido es porque consideras que aún resulta pobre y que muchos lo calificarían de rumor sin fundamento porque, como es lógico, yo desmentiría todo lo que tú dijeras.

—Lo imagino, pero a mí no puedes engañarme.

Sony tomó el vaso de whisky en su mano y quedó muy cerca del hombre tras dejar caer su bolso en la mesita de centro, frente al sofá.

—¿Es que ya sabes más?

—Sé que buscas algo importante y que ese Earthman es el hombre más importante en el asunto. Con lo que he oído, podría echarte a toda la policía encima.

Jo Alan se apartó de ella. Fue hasta el bolso femenino y lo abrió resuelto.

—Eh, ¿qué haces?

Antes de que pudiera evitarlo, Jo Alan tomó un pequeño aparato electrónico «made in Hong-Kong». Sin darle tiempo a Sony, lo estrelló contra la pared, aplastándolo.

—¿Qué has hecho? ¡Me costó quinientos dólares!

—Si es por eso, no te preocupes, yo te daré el dinero, pero ya estoy harto de que me escuches a distancia con ése espía electrónico. ¿Sabes que podría llevarte a pleito por eso?

—¡Hazlo si te atreves! —replicó desafiante mientras sus ojos llameaban de rabia.

—Eres soberbia, vanidosa, intratable —comenzó a decirle mientras caminaba amenazador hacia ella.

Sony retrocedió siempre en actitud retadora, no quería demostrar flaqueza y así lo hizo hasta que se encontró empujando una puerta con su espalda.

—¡Eh! —exclamó al comprobar que ella misma, sin darse cuenta y al caminar de espaldas, se introducía en el dormitorio donde aparecía la cama, ocupándolo en gran parte, ya que la estancia no era muy amplia.

El piloto de pruebas estiró su mano agarrándola por la cintura y estrechándola contra sí. Pese a que Sony rehuyó sus labios, consiguió atraparlos y besarlos largamente, con profundidad.

—¡Canalla! —acusó sin fuerzas, jadeante y falta de respiración, sin que Jo Alan la soltara.

—Si es lo que estabas deseando.

—¡Cínico, debería arañarte la cara!

Sony se movió cuanto pudo, pero le resultó imposible levantar las manos.

—¡Suéltame los brazos!

—Eres como una linda paloma cazada por un halcón.

—Asesino, ¿qué tenías que ver tú con la señora Landon? ¿Es que le hacías el amor como a Joyce?

—Aun estando en dificultades, sigues haciendo preguntas como un comisario. Estoy seguro de que si no hubieras temido que la policía terminara averiguando que utilizabas el espía electrónico para fisgar en las vidas ajenas, lo que te hubiera costado un disgusto, ya les habrías contado toda la conversación que has oído entre Joyce y yo.

—Podía haber hecho una llamada anónima por teléfono. Ahora ya sé que el asesino es ese Earthman.

—Sí, pero posiblemente no hay pruebas para arrestarlo y, por otra parte, tienes metido demasiado hondo el gusanillo de la profesión y rabias por ser la primera en dar la noticia. Toda una exclusiva para ti sólita. La valiente y arriesgada periodista que siguiendo la pista del famoso Jo Alan, el temerario piloto de pruebas, consiguió descubrir al asesino Earthman, lo fotografió en exclusiva y luego llamó a la policía para que lo detuvieran. Todo un éxito que daría la vuelta al mundo. Después, los mejores periódicos del país te reclamarían pagándote el mejor precio por tus servicios.

—¿Y qué, no es lícito desear todo eso?

—Sí, pero nunca a costa de los demás, encanto.

—¿Los demás? —Se rió en la cara de Jo Alan—. No me digas que la indefensa paloma que estrujas entre tus brazos podría dañar al halcón.

—Se puede hacer daño de muchas maneras. Con unas palabras, una mirada o unas uñas como las tuyas. Ahora, francamente, no me gustaría ir por ahí con la cara arañada.

—¿Temes que esa escandalosa y provocativa Joyce se molestara pensando que no había sido ella quien te arañó?

—Lo que ocurre es que estás celosa.

—¿Celosa yo? Eso es un insulto que ni tú mismo te crees.

Súbitamente, Jo Alan la empujó hacia la cama, haciéndola caer sobre ella.

—¿Qué haces?

—Tienes una oportunidad de defenderte. Ya lo has dicho tú antes: soy un halcón asesino y tú eres la paloma. Hoy no tenía los mejores reflejos para batir récords en el circuito, pero sí estoy a punto para la caza de la altiva paloma.

—¡No, no te acerques!

Jo Alan se acercó. Sony quiso escapar por el lado opuesto del lecho, pero él lo rodeó y la atrapó. Sony gritó y pataleó. Jo Alan la estrechó y no cejó hasta hallar sus labios. Comenzó a besarlos mientras la resistencia femenina disminuía.

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