Top secret

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Capítulo X

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CAPÍTULO X

El furgón se hallaba estacionado junto a la carretera de Tijuana, sin salir del área urbana de Los Angeles, cerca de una cabina de teléfonos.

El vehículo estaba oxidado en muchas de sus partes y su matrícula era vieja; resultaba fácil adivinar que lo habían sacado de un cementerio de coches y no de un almacén de compra-venta de vehículos usados.

Dentro del furgón hacía calor, pero un ventilador conectado a la batería hacía circular el aire de forma suficiente para poderlo soportar.

Joyce acababa de entrar en el furgón, casi un camión por sus dimensiones, aunque era muy posible que no consiguiera arrastrar más allá de las dos toneladas de peso.

La mujer observaba al hombre sentado en una vieja poltrona recogida en quién sabe qué basurero, pero que allí dentro cumplía la misión de brindar comodidad al extraño Earthman.

Earthman tenía los cabellos muy abundantes y negros. Su barba y la larga melena se unían, dejando solo visibles los ojos de trazos orientales y una nariz tan aguileña que semejaba judía, pero su mandíbula era sajona y su estatura también.

Aquel pseudohippy, Hombre de la Tierra como se hacía llamar, tenía en su sangre la mezcla de varias razas, de varios continentes, y era muy posible que ni él mismo supiera dónde había nacido.

Cuando sonreía, mostraba ligeramente sus colmillos y para andar por la vida, no se podía dejar que lo hubieran dejado sin ellos y además, afilados.

Earthman tenía algo de fiera y un magnetismo de hechicero oriental. Se preocupaba muy poco de su vestimenta y de su aseo, pero llamaba la atención de quienes le rodeaban. Se hacía obedecer, evidentemente era un líder nato y ello resultaba muy peligroso debido a lo retorcido de su mente.

—¿Y bien? —preguntó—. ¿Qué te ha dicho tu amigo, el piloto de coches?

—No parecía muy dispuesto a pagar —casi gruñó Joyce.

—¿No decías que iba a pagar diez mil dólares?

—Eh, recuerda que serán mitad para ti y mitad para mí, yo también estoy arriesgando mucho en esto y me parece imbécil de mi parte. Si te detienen a ti, pueden llegar a acusarme de cómplice tuya.

Earthman se rió de Joyce y los dos hombres que se hallaban en el furgón, con indumentarias tan heterogéneas como sucias y chillonas, también rieron.

—La policía nunca me pondrá las manos encima, sé hacer las cosas y espero que tú también o te costará caro, Joyce. A mí no me aturdes con tu belleza, eres una vieja estúpida que pretende pasar por joven.

Los ojos de Joyce llamearon de odio pero pronto se contuvo; la intensidad de la mirada de Earthman le dio miedo. Aquella mirada era mucho más poderosa que la suya y el asesinato de la familia Landon lo avalaba como un peligroso criminal.

—Sólo quiero mi parte, cinco mil dólares no son de despreciar.

—Si por tu causa doy un tropiezo, te acordarás, Joyce. Ya sabes lo que le ha pasado a Pies Planos por hablar demasiado.

—Ese tipo no quiere nada con la policía, le teme tanto como nosotros.

—¿Cómo lo sabes?

—Con lo que sabe, ya podría haber desplegado a toda la fuerza policial del estado y no lo ha hecho. El solo quiere recuperar lo que al parecer perdió en la casa de los Landon.

—¿Y qué es lo que perdió? Dilo de una vez.

Nerviosa bajo la intensa mirada de aquellos tres hombres, pese a que jamás se había sentido mal bajo los ojos escrutantes y sucios de quienes la habían acosado, Joyce comenzó a pensar que por sólo cinco mil dólares corría demasiado peligro.

Uno de aquellos sujetos, el más alto, se levantó y caminó hacia la puerta posterior, abriéndola ligeramente para mirar a lo lejos mientras les daba la espalda.

—No Sé lo que busca, él no ha querido decirlo. Recela de nosotros.

—Si no sabemos lo que busca, mal podremos dárselo.

—Ha de ser algo muy importante cuando está dispuesto a pagar diez mil dólares por ello.

—Sí, eso es cierto y una cantidad así nunca es despreciable. ¿Sabes una cosa, Joyce? Tengo deseos de comprar una montaña —dijo extasiándose en sus propios pensamientos.

—¿Y para qué quieres una montaña? —preguntó la mujer, perpleja.

—En lo alto construiré mi propio monasterio y vendrá la gente más importante de la Unión. ¿Qué digo? De todo el mundo vendrán a consultarme y me darán oro, tanto oro que forraré las paredes con él. Los impresionaré a todos, sí, a todos. Sabrán cuál es el poder de Earthman. Tendré en mis manos tantos secretos que muchos temblarán sólo al pensar que podré revelarlos. Todas esas estúpidas, las mujeres de la gente importante, se arrodillarán a mis pies. Me darán lo que les pida porque son unas histéricas, las humillaré, las…

—¡Cállate, estás loco!

Con los ojos llameantes, Earthman brincó de la poltrona y extendió su mano, que resultó larga y huesuda, agarró a Joyce por la garganta, ciñéndosela.

—¡Ag, que me ahogas…!

Earthman sonrió, mostrando sus afilados dientes entre tanto vello facial que le daba un aspecto satánico.

—Podría matarte si quisiera, sólo tendría que seguir apretando…

El pecho opulento y poco oculto de la mujer se agitó en busca de aire. Sus manos se agarraron a la huesuda de Earthman, mas no consiguió zafarse de la presa que había hecho en su cuello.

—Por favor… —suplicó.

—Bien, bien, te estás poniendo roja. Si continuara apretando, te pondrías azul y reventarías, nadie te ayudaría. Sólo tendría que arrojarte por un acantilado o mis muchachos te sepultarían en cualquier terreno al margen de la carretera y habrías desaparecido para siempre. Pero no, no voy a matarte, me hace falta dinero para comprar mi montaña desde la que contemplar el mar, sobre la que poder edificar mi templo, el templo de Earthman. Levantaría una torre y, encima de ella, en un triclinio de mármol, me tendería y contemplaría las estrellas. Necesito dinero pero, además, tú podrías servirme como sacerdotisa de mi templo. Tienes carácter, eres medio bruja y no eres de las que tiemblan cuando le aplastan la cara a alguien. Dime, ¿querrás ser mi sacerdotisa?

Apenas sin respiración, Joyce movió la cabeza afirmativamente. Tenía miedo, mucho miedo.

El hombre la soltó y ella recuperó aire con fuerza.

Earthman, extasiado, siguió hablando:

—Tú eres muy lista y podrás traerme doncellas si te las pido. Tendremos un almacén de drogas para nuestras ceremonias y la policía no las descubrirá. Sacaremos sus secretos a los que vengan al templo, los convertiremos en peleles, pero al mismo tiempo se sentirán satisfechos y adorarán el nombre de Earthman.

—¡Earthman, ya viene el coche!

Aquel hombre, cruce de razas y quizá de maldades y locuras, semejó despertar de sus sueños de grandeza y sadismo. Desvió sus ojos hacia la puerta y ordenó:

—Vamos, Joyce, métete en ese baúl.

—¿Yo? ¿Por qué?

—El tipo que viene a visitarme no quiere intrusos. Si averigua que tú sabes lo de la familia Landon, puedes darte por muerta.

—¿Quién es, por qué he de temerle?

—Es un alto ejecutivo de la Mafia, querida sacerdotisa. Este asunto lo estoy tratando para ellos y ya sabes que si te ponen en la lista negra, por muchas millas que corras, por muchas fronteras que atravieses, no vas a escapar, mejor es que vayas encargando tu lápida. Además, yo no quiero líos, de modo que escóndete y si tan sólo se te oye respirar, date por muerta, porque sin abrir la tapa, te acribillarían a balazos.

—¡Earthman, están aquí ya! —apremió uno de sus acólitos.

Al abrirse el baúl, Joyce vio algunas latas, mendrugos de pan, vasos sucios, pero se introdujo en él. El propio Earthman lo cerró, sumergiéndola en la oscuridad, y ordenó a uno de sus secuaces:

—Siéntate encima.

Joyce tenía miedo. Había hablado con Earthman en otras ocasiones, pero no como ahora. El no era un asesino vulgar, sino un psicópata o un extraño ser que había pactado con Satán. Se recordó a sí misma en las misas negras; había tomado parte en ellas como burla y juego, pero Earthman era distinto.

Del lujoso automóvil que se detuvo cerca de ellos, descendieron tres hombres y un cuarto quedó al volante, vigilando desde lejos.

Al llegar al furgón, las portezuelas posteriores de éste se abrieron. Uno de los tres recién llegados se quedó ahora, fumando un cigarrillo y vigilando y los otros dos penetraron en el furgón.

De los dos sujetos que se encararon con Earthman, el uno abultaba doble que el otro, pero el pequeño y ligeramente obeso, de escaso cabello, parecía el jefe.

Su boca era grande como la de un pez, con la comisura izquierda torcida espectacularmente hacia abajo en una mal disimulada cicatriz.

—Bien venido, Benini.

—Me llamo Beny, pero es mejor que no pronuncies mi nombre, Earthman.

Aquel sujeto pequeño, de escasos pero abrillantados cabellos, se impuso a Earthman. Éste sabía que Benini no era él solo, sino que era el representante del Sindicato del Crimen.

—Sí, claro, yo sé callarme cuando hace falta. ¿Has venido a pagar mis servicios?

—¿Pagar tus servicios? —Soltó una corta carcajada preñada de sarcasmo.

—Os he hecho el trabajo que me pedisteis. Toda la policía busca a los asesinos de la familia Landon y nadie piensa en la Maña, sino en tipos como yo, en tipos como Manson.

—Sí, debo admitir que hicisteis un trabajo brutal. Tu sadismo quedaría colmado con tanta salvajada, con tanto derramamiento de sangre. Eres un tipo sin tripas pero, además, estúpido.

El insulto sentó muy mal a Earthman, cuyas pupilas brillaron de forma muy especial, pero no asustó lo más mínimo a Benini, que no había llegado a ser un alto jefe del Sindicato del Crimen por producir pastelillos precisamente.

—¿Es que no estáis contentos? —barbotó—. Me pedisteis un trabajo y lo hice. Utilicé a mi gente, tal como querías fue un crimen ritual, salvaje, satánico, en el que nadie piensa que sólo se deseaba la muerte del ingeniero Landon.

—¿Sabes lo que te entregó cuando le amenazaste con asesinar a sus tres hijos?

—¿Qué?

—¡Sam!

El tipo corpulento, que peinaba su cabello con el techo del furgón, hundió la mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó un carrete de videotape que entregó a su jefe, al que servía como un guardaespaldas.

—Ése es el carrete que me pedisteis —dijo Earthman reconociéndolo—. Lo tenía escondido y me lo entregó por miedo a que asesinara a sus tres hijos, pero no le sirvió de nada, pues fueron degollados los tres en su presencia mientras yo cantaba y cantaba.

—Sí, fue muy espectacular, pero te entregó una cinta con mapas meteorológicos que no sirven para nada. —Y arrojó el carrete al suelo.

De pronto, se escuchó un ruido. Joyce se había movido dentro del baúl y había hecho chocar las latas. Benini miró hacia el tipo sentado sobre el arca y éste sonrió mientras cruzaba las piernas, disimulando.

—¡Yo os traje lo que me pedisteis! —chilló Earthman temiendo que volara el dinero que le habían prometido por su múltiple crimen.

—¡No te pedimos este carrete, sino otro! ¿Lo entiendes? ¡Otro!

—¿Y cómo podía saberlo yo?

—Ése es tu problema, porque te quedan setenta y dos horas de tiempo para traernos el verdadero.

—¿Cómo y dónde voy a encontrarlo?

—Tú sabrás. Tú estuviste en la casa de los Landon, tú asesinaste, tú le cerraste la boca para que no volvieran a hablar jamás. Si en setenta y dos horas no has traído el carrete de videotape que queremos, una llamada anónima comunicará a la policía que el asesino de la familia Landon no es otro que un falso santón hippy apodado Earthman. No te van a dejar ni cobrar aliento antes de cazarte como a una fiera dañina. Ah, y será inútil que les vayas con el cuento de que te lo encargamos nosotros, no iban a creerte. —Le golpeó el pecho con la punta de sus dedos para agregar con aire de superioridad—: No se te ocurra dirigirte hacia la frontera de México, hay hombres del Sindicato trabajando en ella y al otro lado. Puede ser un camarero, el empleado de una gasolinera, un policía incluso… Si cualquiera de ellos te ve a menos de cincuenta millas de la frontera y mucho más si la has conseguido cruzar, despídete de este perro mundo. Ya lo sabes, setenta y dos horas —recalcó volviendo a golpearle. Después, le dio la espalda sin esperar respuesta—. Vamos, Sam.

El hombre corpulento siguió a su jefe y ambos abandonaron el furgón que se había convertido en el habitat de Earthman.

Cuando Benini se hubo alejado, Earthman observó con rabia el carrete de videotape en el que había una franja roja en la que podía leerse: «top secret».

Joyce lo había escuchado todo desde el interior del baúl y al comprender que el peligro se había alejado, golpeó las paredes de su encierro para que la dejaran salir.

—Levántate —ordenó Earthman a su secuaz.

No tardó en aparecer la mujer, congestionada por falta de aire.

—¿No salen las cosas bien, Earthman?

—Ese hijo de perra de Landon, pese a ver que sus hijos eran degollados, me entregó un carrete falso y esos del Sindicato me han dado un ultimátum.

—Te sale el tiro por la culata —se burló Joyce, ansiosa de venganza.

—Estúpida, si no te callas… —Se contuvo y cuando parecía que iba a golpearla con su puño, la mano se abrió y acarició el negro cabello de la mujer.

—¿Qué estás pensando, Earthman? ¡Escúpelo ya!

—Tu amigo el piloto de pruebas busca algo, quiere dar diez mil dólares por algo y ese algo puede ser lo mismo que yo busco, lo mismo que me exigen a mí.

—Sí él lo busca es que no lo tiene.

—Pero nos puede dar una pista que nos sirva a nosotros para encontrarlo.

—Ese tipo no es de los que hablan.

—Hablará, te digo que hablará. El Sindicato me da cincuenta de los grandes por este trabajo y si los pierdo, con ellos pierdo la vida, de modo que tu amiguito hablará, y para ello le tenderemos una trampa.

—¿Cómo?

—Aguarda y te lo contaré. —Se rió ligeramente, saboreando un triunfo de antemano.

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