Top secret

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Capítulo XII

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CAPÍTULO XII

—¿Cuándo pagarás?

—Cuando lo tenga en mis manos.

—Pues vas a tener que pagar ahora mismo —advirtió Joyce moviéndose de un lado a otro felinamente.

—Joyce dice la verdad —corroboró Earthman.

—Tengo que comprobarlo, no voy a permitir que nadie juegue conmigo.

Del interior de su túnica, Earthman sacó un carrete de videotape que puso frente a los ojos de Jo Alan.

—Aquí está tu secreto, amigo Jo Alan y, francamente, me gustaría saber lo que hay dentro.

Había que ser muy sagaz para captar la perplejidad y la sorpresa de Jo Alan, pues éste trató de disimularla. Aquello no lo esperaba. Su propio ardid estaba funcionando y le sorprendía a él mismo, ya que sólo había dicho que quería recuperar algo para llegar hasta el o los asesinos de la familia Landon y de esta manera averiguar si eran simples criminales o tenía que meterse de lleno en el caso el departamento de contraespionaje.

Pero allí, delante de sus ojos, había un carrete de videotape y en él, una pequeña banda roja advertía: «TOP SECRET».

—¿Cómo lo encontraste?

—Calma, amigo, calma, quien hace las preguntas soy yo —advirtió Earthman jugueteando con el carrete en su mano—. He de decir con sinceridad que he tratado de averiguar lo que hay dentro de esta cinta, pero en la pantalla de un magnetoscopio sólo salían cifras y cifras en clave que no he conseguido descifrar. Estuve a punto de patearlo, pero apareció Joyce y me dijo que alguien iba a pagar diez mil dólares por algo muy interesante que deseaba recuperar.

—Y ése soy yo, claro.

—Sí, pero quiero saber lo que significa —advirtió Earthman.

—Ni yo mismo lo sé —respondió Jo Alan.

—Eso es fácil de decir, pero difícil de probar. Por algo querrías recuperar este carrete, ¿no?

—Sí.

—¿Por qué?

—Me pagan un bonito dinero. Yo viajo mucho con mis coches, por todo el mundo, y tenían que entregarme este carrete.

—No me digas que eres un espía.

—Sólo un enlace.

—¿Para quién?

—Lo ignoro. Yo sólo recibo, llevo y entrego, no pregunto nombres. Cobro y me callo, ésa es mi misión.

—No vas a engañarme con eso. ¿Qué nación te paga por espiar a su favor? ¿Rusia, China, quién? —preguntó, poniéndose de costado junto a Jo Alan para no recibir una patada y tirándole de los cabellos con fuerza hacia atrás, para causarle intenso dolor.

—No lo sé y no me importa, a mí sólo me interesa el dinero.

—¿Cuánto ibas a cobrar?

—No creo que importe eso ahora.

—¡Sí importa, sí importa!

—Yo sólo lo hago por dinero, tengo muchos gastos con mis coches —masculló Jo Alan tratando de aparecer ante los ojos de Earthman como un traidor a su patria. Aquello no era cierto, pero sería difícil que lo averiguase aquel sucio y melenudo sujeto ansioso de grandezas.

—De ésa ya hablaremos más despacio. Ahora, dime quién era tu socio, es decir, el que te entregaba esto. ¿Landon o su esposa?

—¿Qué importa eso ahora?

—Sí importa, te has quedado sin enlace, los dos han muerto y yo también quiero ganar dinero. Habrá que buscar a quien siga ordeñando la vaca.

—Era la señora Landon.

—De modo que era ella… Pues a mí, el carrete me lo entregó Landon.

—¿El?

—Sí, para que no degollase a sus hijos, pero no le sirvió de nada. La fiesta siguió cuando yo tuve el carrete en la mano. Después de todo, tenían que morir.

—De modo que la fiesta fue un pretexto para ocultar los verdaderos motivos que os llevaron a la casa de los Landon.

—La fiesta era asesinarlos a los cinco, pero yo sabía que podía darme algo importante. Por unos momentos, temí que el negocio se me escapara de las manos.

—¿Por qué?

—Pues, Landon podía haberse negado a darme el carrete que ahora tengo en mi poder. Hubiera sido difícil comenzar a buscar por la casa para encontrar lo que alguien escondió y que era importante.

—Es cierto —admitió Jo Alan siguiendo el juego.

—¿Ella te entregaba el carrete en propia mano?

—La entrega tenía que hacerse así, pero ésta era la primera que se realizaba.

—¿Y quién te indicó que debías de recoger el carrete de manos de la señora Landon?

—Una voz por teléfono. Nunca he visto al tipo que me llama, tiene un ligero acento extranjero, pero no sabría decir de qué país.

—Y la señora Landon, ¿dónde podía guardar el carrete en su casa?

—No lo sé. La cinta debía de entregársela su propio marido para no llamar la atención. Ella tenía que guardarla y hacer la entrega cuándo y cómo se le indicara —explicó Jo Alan, inventando sobre la marcha para que Earthman no se percatara de que lo ignoraba todo referente al carrete de videotape.

Astutamente, Earthman prosiguió:

—Entonces, he de suponer que quien lo escondía en la casa era la propia señora Landon.

—Es posible.

Joyce miró interrogante a Earthman; éste sonrió satisfecho en parte.

—Es interesante, muy interesante. Tú, Joyce, que eres mujer y forzosamente has de pensar como tal, ¿dónde esconderías un carrete como éste?

—No sé. Si era ama de casa y tenía niños, la cocina debía de estar muy frecuentada por ella.

—¿Qué te parece, Jo Alan, podía haber estado escondido este carrete en la cocina?

El piloto de pruebas frunció ligeramente el ceño; su perspicacia le advertía que Earthman trataba de sonsacarle, no eran necesarias tantas preguntas teniendo ya el carrete en la mano.

—Yo opino que, en el jardín, un ama de casa puede enterrar muchas cosas.

—No es mala idea la de nuestro amigo el arriesgado piloto de carreras.

—Sí, pero la señora Landon no querría que ningún vecino o persona extraña pudiera verla y jamás saldría al jardín con el carrete para ocultarlo y luego tener que desenterrarlo de nuevo para el día de la entrega.

Earthman torció el gesto. Luego, recuperado, forzó la sonrisa.

—Eso también es cierto.

—Nadie mejor que una mujer limpia conoce a fondo todos los recovecos de su hogar.

—La casa parecía bastante arreglada y no había ninguna sirvienta.

—Podría haber ido a ayudarla una asistenta a horas —advirtió Joyce.

—En ese caso, no escondería nada importante donde pudiera hallarlo la mujer de la limpieza cuando fuera a su casa.

—Entonces, la cocina queda descartada a menos que tenga algún compartimiento secreto.

—Una cocina moderna no suele tener compartimientos secretos y menos del tamaño suficiente como para esconder un carrete de videotape. Yo hubiera buscado en el dormitorio —indicó Jo Alan.

—Bien, todo eso ya importa muy poco ahora —gruñó Earthman—. La cinta ya está en mis manos.

—¿Y quién os dijo que los Landon tendrían este carrete?

—La Mafia —contestó instintivamente Joyce. La mirada fulminante que le dirigió Earthman la hizo palidecer y tartamudear ligeramente—. Es un decir…

—A mí me ofrecían cinco mil dólares por este carrete —mintió Earthman, pues el juego era de astuto a astuto.

—Yo sigo con mi oferta de diez mil dólares. Me quedará poco para ganar, pero lo que más me interesa es que quien me paga siga confiando en mí.

—A juzgar por lo de «TOP SECRET» y las claves que lleva, esto debe de ser muy importante, por eso te pondrás en comunicación con el hombre que te paga y le pedirás cien mil dólares si quiere obtenerlo.

—¿Cien mil dólares? Si no sé cómo avisarle, él siempre me llama a mí.

—Busca la forma de ponerte en contracto con él.

—Será imposible.

—En ese caso, perderás el carrete. Te llamaré esta noche a este teléfono y te diré dónde debes acudir con el dinero para comprarlo.

—Podríamos llegar ahora a un arreglo. Puedo ir al Banco a buscar diez mil dólares y te pago.

—No, amigo. Tengo olfato para saber lo que puede valer mucho dinero e intuyo que este carrete de videotape es muy valioso, no sé para quién, pero lo es y quiero cobrar bastante dinero. —Se volvió hacia el hippy que vigilaba a Sony, que seguía quieta en el sofá bajo los efectos del narcótico—. Cárgala y llévala afuera.

—Entendido —aceptó el secuaz tirando del brazo inerte de Sony y cargándosela sobre los hombros como si se tratara de una gacela atrapada, sin preocuparse siquiera de cubrirla con nada, pues la joven sólo vestía el improvisado bikini confeccionado con los foulards de Jo Alan, unidos a base de nudos.

—No es preciso que os la llevéis a ella —objetó Jo Alan.

Earthman sonrió astutamente.

—Si no estás aquí cuando llame por teléfono para recibir el recado que voy a darte para canjear el carrete por los cien mil dólares, piensa en ella. Será una pena que tanta hermosura sea rociada con gasolina, y Joyce, sí, la propia Joyce, le prenderá fuego con un simple fósforo. Cuando encuentren su cadáver, nadie va a reconocerla, será hasta divertido verla retorcerse en medio del fuego —explicó con sádico deleite.

—No es necesario que la asesinéis, ella no sabe nada de todo este asunto.

—Sí, ya sé que sólo es una periodista. Hemos registrado su bolso mientras os bañabais, pero tú serás el culpable de su muerte si no obedeces órdenes, claro que si todo sale bien, tendrás el carrete y a la chica viva. Ella te lo va a agradecer en sobremanera.

—Supongo que él ya tendrá experiencia de la forma en que ella se muestra agradecida —silabeó Joyce destilando celos.

—Adiós, Jo Alan, volveremos a vemos.

Jo Alan les vio alejarse hacia la puerta y gritó:

—¡Por lo menos, desatadme!

—Hazlo tú mismo, tienes tiempo para hacerlo —replicó Earthman cerrando la puerta tras él.

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