Top secret

Top secret


Capítulo XIII

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CAPÍTULO XIII

No resultó tarea demasiado difícil para Jo Alan desprenderse de las ligaduras que le sujetaban a la silla. Se hizo unas rozaduras que escocían, pero en las que apenas se fijó.

Se vistió rápidamente y, sin peinarse, buscó entre los libros de la estantería uno que estaba hueco interiormente. De él sacó una pistola «Kruger» del calibre veintidós y con veinte balas en la petaca.

Sólo un arma como aquélla podía proporcionarle tal cantidad de disparos, especialmente gracias a su escaso calibre. En otras ocasiones había utilizado pistolas de grueso calibre, pero en aquélla prefería el veintidós por si podía cazar vivo a aquel repugnante tipo y al mismo tiempo tendría más posibilidades para luchar contra ellos cuando les hiciera frente, aunque para ello debía de tomar todas las precauciones, pues Sony corría grave peligro.

Aquellos tipos eran asesinos no sólo sin escrúpulos, sino altamente sádicos.

Se enfrentó con el teléfono, pero pensó que podían haberlo trucado para escuchar sus llamadas y así saber lo que iba a hacer. Abandonó el cottage sin llamar.

El «Lancia-Fulvia» estaba allí, aguardándole. En la tierra había marcas muy claras de un vehículo semipesado.

«Deben de utilizar un furgón grande y no nuevo, porque con sus indumentarias llamarían la atención», pensó Jo Alan.

No perdió más tiempo observando las huellas del vehículo que utilizaba Earthman. Subió al «Lancia» y arrancó, alejándose de allí hacia la carretera principal.

Penetró en la autopista que le condujo al área urbana de Los Angeles y frenó junto a una cabina telefónica tras asegurarse de que no era seguido por ningún automóvil.

Saltó del «Lancia» para introducirse en la cabina. Había dejado las llaves puestas en el contacto y discó aprisa el número que sólo guardaba en su memoria.

—¿Diga?

—Hace falta una niñera de inmediato, urge vender stock —dijo rápido Jo Alan.

La voz conocida al otro lado del hilo, respondió:

—De acuerdo. Ahora mismo en el lugar donde nunca duermen.

—Correcto —aceptó Jo Alan, observando que dos teenagers se habían encaprichado de su automóvil.

Colgó el auricular y saltó al exterior de la cabina cuando los ladrones se habían introducido ya en su coche y ponían el motor en marcha.

En tres zancadas se plató junto a la portezuela, que abrió justo cuando iban a poner el seguro desde el interior, pero al tirar él de la puerta no consiguieron colocarlo.

Hubo un ligero forcejeo mientras uno de los ladrones apremiaba al otro para que arrancara.

De un violento tirón, Jo Alan abrió la portezuela y agarrando por los cabellos al ladrón, le sacó fuera del coche violentamente mientras éste chillaba de dolor.

Su compinche, al ver la difícil situación, abandonó el vehículo por la otra portezuela echando a correr entre medio de los coches, que estuvieron a punto de atropellarle.

—¡Sólo me faltabais vosotros, carne de presidio!

Le propinó una bofetada de revés que le lanzó hacia la cabina. Cuando el joven ladrón se recuperó, echó a correr y Jo Alan no hizo nada por detenerle.

Molesto, se introdujo en su «Lancia», poniéndolo en marcha.

Arribó al aviario nocturno del Griffith Park antes que su enlace Lionel, del contraespionaje norteamericano.

La luz era tenue, rojiza, y a Jo Alan le pareció que aquel vampiro de la Pampa argentina que colgaba cabeza abajo y extendía sus alas casi desperezándose, le había reconocido de la vez anterior, pues volvió a fijarse en su persona.

A Jo Alan no le simpatizaba aquel bicho, que en su lugar de origen se alimentaba del ganado cayendo sobre él durante el sueño. Con suma cautela, abría sus venas para hacer brotar la sangre al tiempo que vertía sobre la incisión una sustancia segregada que impedía que la sangre se coagulara.

De esta forma, se alimentaba chupando la sangre de la res o de un hombre si conseguía herirle en el tobillo sin que lo advirtiera mientras dormía. Al amanecer, el animal atacado había muerto en la mayoría de las ocasiones, no por la cantidad de sangre succionada, sino porque no había podido coagular la herida abierta y se había desangrado lentamente por ella.

Escuchó unos pasos suaves y rápidos y apartó la mirada del vampiro que se hallaba al otro lado del grueso cristal.

El pequeño y anodino Lionel se acercaba, tocado con su habitual sombrero verde oscuro.

Se detuvo frente a él tratando de escrutar su rostro en medio de aquella luz rojiza y escasa en la que los vampiros y búhos semejaban encontrarse a sus anchas, pero donde el ser humano no podía ver con claridad.

No cruzaron contraseñas; Jo Alan fue al grano.

—El caso se ha complicado. Earthman es el asesino de la familia Landon. Utilizó a varios borregos suyos, hipnotizando a unos, drogando a otros y ordenando simplemente a los restantes.

—¿Cuántos fueron?

—Concretamente no lo sé. Uno de ellos ha desapareado con un balazo, en las aguas del océano, le apodaban Pies Planos.

—¿Le ha liquidado usted?

—No, fueron ellos mismos al darse cuenta de que había hablado demasiado conmigo.

—Siga.

—Earthman es un sádico y un tipo codicioso. Al parecer, hubo un motivo para el asesinato de la familia Landon.

—¿Asunto espionaje?

—Eso no está claro. Tenía que amenazar a los Landon para que éstos les dieran un carrete de videotape en el que una cinta roja advierte: «TOP SECRET», y cuando Landon se lo entregó, creyendo que todo habría terminado, les asesinaron a los cinco.

—Vaya, ¿un carrete de videotape que pone «TOP SECRET»?

—Sí, eso es, me lo han mostrado.

—¿Y para qué lo querría ese Earthman? ¿Trabaja para alguna potencia extranjera?

—No, creo que el encargo ha surgido de la Maña.

—¿La Mafia relacionada con asuntos de espionaje?

—Yo diría que ha intuido algo importante y ha trabajado a distancia, sin querer ensuciarse las manos directamente. Quizá no pretenda un éxito de cara a los mafiosos en general ni nada que trascienda a la Prensa, pero si consiguieran algo importante, muy importante, podrían chantajear al Gobierno.

—El intento de chantaje siempre es posible, lo que no es seguro es que fueran obedecidos.

—Sí, esa parte está por ver, pero de momento lo cierto es que hay un tipo llamado Earthman, un tipo a lo Manson y que además de sádico y codicioso parece un demente. Tiene el carrete y pide cien mil dólares por él.

—¿Pretende jugar con dos barajas?

—Quizá la Mafia le ofrezca menos.

—Jo Alan, le conozco, usted ya tiene su propia opinión, ¿no es cierto?

—Bueno, intuyo algo.

—Dígalo, porque por la prisa y a juzgar por su cara ensangrentada, está en aprietos.

—Me han dado hasta esta noche de plazo para reunir los cien mil y, además… —Hizo una pausa.

—¿Además, qué?

—Se han llevado a una amiga mía, es periodista.

—¿Le han amenazado con ella?

—Sí, y sabiendo lo que hicieron con la familia Landon, es para temer que si no voy con mucho gusto cumplirán sus amenazas de quemarla viva.

—Un asunto muy desagradable. Tendrá los cien mil para recuperar ese carrete.

—¿Puede ser realmente valioso?

—Sí, ahora ya sabemos lo que utilizó Landon sin que nadie lo advirtiera.

—¿Y qué es?

—No estábamos seguros, pero ahora ya hay un carrete de videotape de por medio y con lo que se ha averiguado en la estación subterránea secreta de control, sabemos que Landon estuvo consultando a la computadora general. El carrete no son ni siquiera datos obtenidos por el satélite espía, sino resultados ofrecidos por la computadora trabajando con datos almacenados.

—¿Y qué datos puede haber ofrecido la computadora?

—Ignoramos lo que Landon preguntó realmente al cerebro electrónico, pero sí sabemos que la computadora es muy eficaz y barajando datos altamente secretos puede dar resultados espeluznantes, resultados que pueden valer millones de dólares o costar millones de vidas humanas.

—Entiendo. Recuperaré el carrete, pero también me importa mucho salvar a la chica periodista.

—Muévase con cuidado, Jo Alan. Si alguien le descubre ya no podrá servir más en el contraespionaje. Es fundamental recuperar ese carrete y me inclino a creer en su hipótesis de que es la Mafia quien lo desea, porque si fuera una potencia extranjera, Earthman estaría rodeado de espías tratando de llevarse el peligrosísimo carrete.

—Es que tengo otra opinión, Lionel.

—¿Cuál?

—Ya se la diré cuando esté seguro de ello.

—Vamos, Jo Alan, no juguemos a las adivinanzas. Este asunto se ha vuelto más peligroso de lo que parecía en un principio. Un carrete de videotape elaborado con la computadora del centro secreto subterráneo en el que trabajaba el ingeniero Landon, es más peligroso que todos los documentos que poseen nuestras embajadas juntas en toda la Tierra. Los hombres de la KGB se sentirían muy felices sólo con la remota posibilidad de obtener esa cinta que el estúpido de Landon robó a la computadora.

—Me encargaré de que ese Earthman no se salga con la suya. Sólo quería contar con los cien mil dólares y ayuda si en un momento dado la pido.

—Cuente con el dinero, pero respecto a la ayuda, tenga cuidado. Si le descubre la policía mezclado en un feo asunto, nadie va a reconocerle. El departamento de contraespionaje jamás revela el nombre de sus miembros ni aun a la propia policía norteamericana, sea del estado que fuera.

—No lo olvidaré.

—Suerte —deseó Lionel, estrechándole la mano.

Los dos hombres se separaron mientras el vampiro seguía observándoles atentamente en medio de aquella luz oscura rojiza que simulaba la noche.

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