Top secret

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Capítulo XV

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CAPÍTULO XV

Frente a la casa de los Landon se alzaba una suave colina, y en ella se ubicaban varias calles y casitas con jardín, semejantes a la de los Landon.

Jo Alan se había instalado en un plano más alto para observar a distancia y medio oculto por unos setos, estiró la antena de su telecomunicador a pilas.

—L L L, ¿me escucha?

—Sí, J J J, cambio —respondió la voz del jefe de contraespionaje.

—¿Ha pasado el recado tal como le he pedido?

—Sí, he hecho una llamada anónima avisando a los capitostes de la Maña de que Earthman está a punto de vender el carrete a un mejor postor. Espero que le pasen pronto el chivatazo al mañoso encargado del asunto Landon.

—Eso espero yo también. Estoy vigilando la casa, volveré a llamar para que siga adelante el plan, ahora, cambio y corto.

Jo Alan escondió la antena telescópica del telecomunicador y descendió por entre los jardines como un ladrón furtivo para llegar a la calle donde se ubicaba la casa de los Landon y en la que estaba aparcado el furgón de Earthman algo más lejos.

Se acercó al vehículo con sigilo para no ser descubierto. En su mano portaba una bolsa de deporte de la que no se separaba.

Asió la manecilla de las portezuelas posteriores del furgón deseando que no estuvieran cerradas, y así sucedió. Jo Alan había supuesto que aquél era el furgón de Earthman, pero al verles salir de él, desde su puesto de observación, sus sospechas quedaron confirmadas.

La portezuela cedió, y de un salto pasó al interior del mismo, cerrando tras de sí.

Había muy poca luz allí dentro, pero identificó de inmediato a Joyce. Ésta quedó sorprendida, preguntando:

—Eh, ¿quién es?

—Soy Jo Alan.

Joyce se asustó y quiso escapar, pero el hombre la empujó haciéndola caer sobre el baúl.

—Hay muy poca luz aquí dentro, pero creo que podremos hacer el trato lo mismo.

—¿Qué trato? —preguntó Joyce, desconcertada y deseando tener una pistola en la mano.

—Tu amigo Earthman me ha pedido cien mil dólares por el carrete.

—Eso es.

—Mejor será que enciendas una luz, aunque sea pequeña.

Joyce se levantó. Tanteó en la ventanilla que daba a la cabina del furgón y se encendió una débil bombilla.

—Si la ve Earthman se va a molestar —advirtió.

Jo Alan descubrió a Sony tendida en el suelo. Estaba llena de rojeces, además de atada y amordazada. La joven le suplicaba con la mirada, ya que no podía hacer otra cosa.

—El carrete sigue interesándome y aquí traigo el dinero.

—No me digas…

—Sí te digo, y también traigo esto.

Del interior de la bolsa extrajo un carrete de videotape con una franja roja que ponía «TOP SECRET».

—¿Qué significa esto?

—He estado en la casa de los Landon con anterioridad. Comprendí que Earthman trataba de sonsacarme y me he adelantado arriesgándome.

—¿Y ahora sí lo tienes? —preguntó Joyce, desconcertada.

—Quiero el otro también, por eso te vas a llevar la mitad del dinero adentro de la casa donde está Earthman y le explicas el asunto. Volverás a salir con el otro carrete, tú sola, y lo echarás delante de la papelera que hay frente a la casa. Allí lo recogeré yo.

—¿Y la otra parte del dinero?

—Se quedará aquí en el furgón. Tendréis que confiar en mí, porque ahora soy yo quien manda. El imbécil de Earthman está perdiendo el tiempo dentro de la casa. —Sacó una bolsa más pequeña del interior de la grande y mostró el dinero a Joyce. Le entregó la bolsa grande añadiendo—: Te llevas cincuenta mil, que no está nada mal, arriesgo ya demasiado. ¿Correcto?

—Está bien, tú ganas, pero sería mejor esperar a Earthman.

—Ni lo sueñes. No voy a dejar que me cerquéis estúpidamente.

—De acuerdo, se lo diré, veremos qué le parece. —Miró a Sony y preguntó mordaz—: Has venido a salvar a tu muñeca rubia, ¿verdad, sir Lancelot?

—¡Lárgate! —le ordenó Jo Alan empujándola hacia la puerta.

Joyce se alejó hacia la casa y Jo Alan se apresuró a liberar a Sony de sus ligaduras y mordaza.

—Vamos, hay que marchar aprisa, antes de que sea tarde.

—Me encuentro mal…

—¿Qué te han hecho?

—Esa perversa mujer me ha pegado.

—Maldita hija de perra… Vamos.

La ayudó a levantarse y ambos salieron del furgón, internándose entre los setos de los jardines.

—Desde aquí podremos contemplar la fiesta.

—No entiendo nada, nada. ¿Son ellos los asesinos de la familia Landon?

—Sí, y son más peligrosos de lo que pueda parecer.

Por la calle apareció un coche oscuro, circulando lentamente.

—Ésos deben de ser —gruñó Jo Alan.

—¿Quiénes?

—Los de la Maña que acuden a ajustar cuentas.

El automóvil rebasó el furgón y pasó por delante de la casa de Landon. Se detuvo algo distante y allí quedó estacionado, sin llamar la atención.

Jo Alan sacó de su bolsillo el teletransmisor y estiró su antena.

Aquí J J J, llamando a L L L. ¿Me escucha? Cambio.

Aguardaron unos instantes. Sony no comprendía nada, su mente estaba confusa.

—Aquí L L L, escucho. ¿Todo bien? Cambio.

—Dé la alerta general, creo que los de la Mafia han llegado. Cambio.

—Entendido. Póngase a cubierto, habrá fuegos de artificio. Cambio y corto.

Vieron las luces de las linternas a través de las ventanas de la casa Landon. Al fin, se abrió la puerta y salió Joyce con algo en la mano.

Se acercó a la papelera, y allí, tal como se le había ordenado, dejó caer el carrete. De inmediato, se vio sorprendida por dos hombres que habían saltado del coche recién llegado. Luego, aparecieron dos más, Sam y Benini, y los cinco se internaron en la casa.

Se escucharon varias detonaciones en el momento justo en que cercando la casa y por todas direcciones, aparecían coches policiales. Sus sirenas no ululaban, pero a la orden del oficial que mandaba la operación, se encendieron súbitamente unos focos, iluminando la casa por los cuatro costados, mientras su voz imperativa advertía y ordenaba:

—¡Atención, atención, están rodeados, salgan con las manos en alto!

Por las ventanas comenzaron a vomitar furioso plomo al comprender que habían caído en una trampa.

—¡Fuego! —ordenó el oficial de policía.

El fragor del tiroteo aterrorizó a todo el barrio. Las balas silbaban en todas direcciones mientras unas bombas de gas lacrimógeno penetraban con explosiones sordas a través de las ventanas.

Mas el tiroteo no cesaba, los proyectiles iban de un lado a otro. Focos de la policía estallaron hechos pedazos y también más de un agente cayó alcanzado por las balas.

Mas, en el interior de la casa se fue haciendo el silencio. De pronto, se abrió la puerta y Joyce escapó corriendo con las manos en alto y gritando:

—¡No disparen, no disparen!

Desde la puerta le dispararon por la espalda mientras Benini, el último de los allí escondidos, era abatido por una ráfaga de metralleta.

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