Top secret

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Capítulo II

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CAPÍTULO II

En jueves y a las cuatro de la tarde, no había prácticamente nadie en el recinto zoológico del Griffith Park.

Jo Alan, con paso indiferente en apariencia, pero sin vacilaciones, se dirigió al aviario y dentro de éste, cruzó una puerta, internándose en el aviario nocturnal.

Aunque en el exterior luciera un brillante sol, allí dentro la luz y la temperatura eran nocturnas. Grandes jaulas de cristal, con luces azuladas y otras rojas y tenues, encerraban mochuelos, ratas, murciélagos y hasta vampiros de la Pampa que estiraban sus grandes alas al tiempo que mostraban sus agudos colmillos hematófagos. Sus ojillos se clavaron en Jo Alan.

Al fondo del aviario nocturno había una sombra humana. Tenía un cigarrillo encendido en la mano y su punta roja destacaba.

—¿Tiene gusanos? —le preguntó a guisa de saludo, aunque era una contraseña. La luz era escasa y cualquier experto en mimética humana podía pasar por quien no era en realidad.

—No, los gusanos los trae Snoopy —respondió el hombre del pitillo.

Aquel sujeto era de baja estatura comparado con Jo Alan.

Vestía un traje elegante y fresco y cubría su cabeza con un sombrero verdoso que no destacaba en absoluto. Jo Alan le conocía bien, había tenido varios contactos con él, pero nunca podía fiarse del todo.

—Lionel, ¿cuál es el problema?

—La familia Landon.

—¿Landon? —Jo Alan frunció el entrecejo, aunque el llamado Lionel no pudo apreciarlo dada la escasez de luz para la buena visión del ojo humano mientras uno de aquellos vampiros que se hallaban al otro lado del grueso cristal les contemplaba con fijeza.

—¿No ha oído nada acerca de un asesinato ritual de un matrimonio y tres hijos, hecho al estilo de Manson y sus acólitos?

—Me han hablado de la noticia, pero creo que es una investigación que lleva a cabo la policía estatal.

—Y la seguirá llevando, oficialmente. Peter Landon, de origen judío, es un ingeniero electrónico empleado en la Cooper Electronic Corporation, una empresa no muy grande y que fabrica determinadas piezas para computadoras y equipos especializados para emisoras de televisión.

—¿Cuál es el problema, Lionel, por qué quiere que meta yo la cabeza en este asunto con apariencias de crimen, más o menos repugnante, pero crimen, al fin y al cabo?

—La Cooper Electronic Corporation sólo es una tapadera.

—Eso ya empieza a decir algo, continúe.

El hombre del sombrero verde se llevó el cigarrillo a los labios; chupó con fuerza y no habló hasta que hubo expulsado el humo por su nariz. Era como si se hubiera tomado un tiempo para pensar. Era un individuo que hablaba despacio, meditando cuanto decía.

—Determinados empleados de la Cooper Electronic Corporation llegan por la mañana a sus puestos de trabajo y luego, una vez en el vestuario, pasan a una habitación donde existe una escalera descendente que conduce a un garaje subterráneo. Allí, suben al interior de un furgón sin más ventanillas que las de la cabina y un chófer les saca de la pequeña fábrica material eléctrico conduciéndoles a un centro de investigación federal de radiaciones atómicas sobre la agricultura.

Jo Alan parpadeó. Miró al vampiro y éste seguía observándole con fijeza.

—¿Es importante ese centro de tratamiento atómico para la agricultura?

—Eso es otra tapadera.

—Todo está muy complicado, Lionel.

—Así es, por eso le han elegido a usted, Jo Alan.

—Bien, siga, parece que es interesante.

—En los subterráneos de esta planta de tratamiento atómico existe una planta de computadoras muy especializadas. Mediante un sistema secreto de comunicación que parte de Houston, recibe muchos datos que pasan por Houston sin ser descifrados y como material desechable, aunque, en realidad, es muy importante, yo diría que importantísimo y altamente secreto.

—¿Y qué es lo que computan en los subterráneos de esa supuesta planta de experimentación agrícola?

—Son los datos que reciben de los espías en órbita.

—Entiendo, los Agena.

—Sí. Antes, los primeros satélites espías, fotografiaban con distintos tipos de película y había que esperar a recuperar el satélite para conocer los resultados. En cambio, ahora es distinto. El propio satélite transforma la información captada en señales codificadas, pero camufladas y amalgamadas con otras para desorientar a otros posibles escuchas. Estas señales se reciben en Houston, y allí, hombres del Gobierno clasifican las más claras, que en el fondo no sirven para nada. El material que desechan, sobrante en apariencia, pasa a unas determinadas líneas microfónicas que son recibidas en la planta de investigación atómica para la agricultura y allí, con las complejas computadoras, se clarifican, descifran, estudian, etcétera. Pero, no creo que de este asunto nos interese hablar ahora.

—Entiendo, lo que importa es que Peter Landon trabajaba secretamente en el desciframiento y computación de los datos enviados por nuestros satélites de espionaje y control.

—Así es, Jo Alan. Ese hombre trabajaba allí dentro y ni su mujer ni sus hijos lo sabían. Hasta cuando hablaban con él por teléfono llamando a la Cooper Electronic, la línea pasaba directamente al subterráneo camuflado bajo la planta de investigación.

—¿Su esposa jamás había ido a buscarle dentro de la empresa?

—No se puede pasar al interior de la Cooper Electronic sin un determinado permiso. Hay doble barrera de acero y la segunda está electrificada. Los vigilantes de la puerta son muy estrictos, aunque ni ellos mismos saben que determinados científicos abandonan cada mañana la empresa en el furgón, ya que dicho vehículo tiene paso franco. Después, regresan en él mientras que los automóviles de los científicos quedan aparcados dentro de la empresa, como si sus dueños permanecieran allí durante todo el horario normal de trabajo.

—Una perfecta labor de defensa contra el espionaje de nuestro país.

—Sí, hay muchos agentes expertos que desearían descubrir dónde se computan los datos que se recogen de los satélites espías de control que dan vueltas y vueltas a la Tierra, determinando los puntos exactos donde hay armamento bélico, puertos importantes, movimiento de mercancía o tropas, etcétera. El satélite espía es el elemento más importante que se posee actualmente, tanto de nuestro país como los del otro lado del Telón de Acero y de Bambú para controlar y evitar un posible ataque sorpresa como el que ocurrió en Pearl Harbor. Desde entonces, todo ha cambiado mucho.

—Sí, en especial la electrónica y la astronáutica.

—Así es. El asesinato de Peter Landon y toda su familia puede ser lo que nosotros llamaríamos un simple crimen ritual llevado a cabo por unos fanáticos, drogadictos, paranoicos o tipos ansiosos de llamar la atención mundial aunque a ellos les cueste la cabeza, pero también es posible que en el fondo existan otros motivos y se haya producido una fisura en nuestro sistema de protección contra el espionaje enemigo hacia nuestras computadoras más secretas. Landon era un hombre importante en el manejo de las computadoras. Por sus manos, aunque muy pocos lo supieran, pasaban datos de importancia capital. Sólo tengo que decirle que allá abajo hay un teléfono con línea directa con el presidente.

—De modo que el contraespionaje debe comenzar a engranar.

—Si empleáramos los elementos de contraespionaje normales, hasta el posible enemigo se daría cuenta. Lo mismo que nosotros tenemos controlados y fichados a espías y contraespías suyos, ellos también los tienen nuestros, por eso le hemos escogido a usted, Jo Alan, que actúa como hombre «libero» empleando términos deportivos. No tiene ficha en parte alguna y para el mundo sólo es un piloto de pruebas que cada vez que sube a un bólido arriesga su vida, pero ello le permite viajar por todo el mundo y alternar en los más diversos ambientes. Su labor como contraespía es perfecta hasta el momento.

—Espero que siga diciendo lo mismo el día que me sepulten bajo seis pies de tierra.

—Ya sabe que no tendrá más honores que los que le dispensen sus amigos de las carreras o los muchachos de la Prensa.

—Sí, ya lo sé. Este trabajo de contraespionaje es difícil, pero divertido.

—Y muy arriesgado, claro que para un hombre como usted, que se mete en uno de esos bólidos al máximo de su velocidad y cuando todavía nadie ha probado si la pieza nueva que le han insertado irá bien o mal, el riesgo carece de importancia.

—Es un trabajo apasionante. Creo que hay que tener un sexto sentido para ser piloto de pruebas.

—Y si además se es contraespía, mucho más divertido. Reciba mi más sincera admiración, Jo Alan, claro que quizá a lo máximo que llegue cuando le entierren es a echar una flor sobre su tumba, posiblemente ni eso si hay mucha gente.

—Se lo agradezco de antemano —replicó sarcástico—. Investigaré el caso Landon sin interponerme con la policía estatal y averiguaré si la muerte de Landon y su familia ha tenido algo que ver con su trabajo altamente secreto o bien está totalmente al margen del mundo del espionaje.

—Suerte, Jo Alan. Los capitostes están ansiosos por saber algo.

—Una pregunta.

—¿Sí?

—¿Se ha averiguado si falta algo en ese centro secreto de computadoras?

—Por ahora no se ha notado a faltar nada, aunque se está realizando una investigación minuciosa y profunda al respecto. Es una labor larga, complicada y difícil. Pasó a la historia el tiempo en que el espía conseguía un gran éxito fotografiando documentos. Ahora, las computadoras tienen otro lenguaje más complicado: cintas perforadoras, cartuchos de cassette en ondas especiales, cartuchos de videocassette que equivalen a gran cantidad de mapas tomados por telecámara con distintos tipos de rayos, etcétera. Si falta algo será difícil averiguarlo, incluso puede haberse sacado copia. Mientras se trabaja investigando en el centro secreto de computadoras, usted puede investigar directamente y averiguar lo que sea.

Jo Alan frunció los ojos y a través de la débil luz rojiza que iluminaba el aviario nocturnal escrutó el rostro de su contacto con el departamento federal de contraespionaje.

—¿Vía libre para todo? —preguntó.

—Sí, hay vía libre. Quizá no hayamos perdido nada, quizá sólo sea una falsa alarma, pero a lo peor hemos perdido la seguridad de todo el mundo occidental.

—Entendido.

Los dos hombres se estrecharon la mano. El vampiro más grande de la jaula, un macho de considerables proporciones, abandonó la rama de la que se hallaba colgado saltando contra el cristal. Aleteó rabiosamente como si pretendiera lanzarse sobre los hombres sin poder conseguirlo, ya que el grueso cristal tras el que lo habían encerrado se lo impedía.

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