Top secret

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Capítulo III

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CAPÍTULO III

Jo Alan se introdujo en el club nocturno Centauro.

Era un local de tercera lila, pero muy concurrido la mayoría de las noches. El público acudía a él no para reunirse socialmente, sino para pasarlo divertido con las picardías del show.

Con un cigarrillo entre los labios y las manos en los bolsillos, Jo Alan pasó junto al mostrador. Varias manos le estiraron del brazo intencionadamente, pero él ni siquiera reparó en aquellas féminas animadoras y algo más si el cliente resultaba propicio.

Se introdujo por una puerta y un vigilante le cortó el paso.

—Lo siento, aquí sólo entran… Ah, es usted, Jo Alan. Mucho gusto en volver a verle. He visto una fotografía suya en el periódico de la tarde apagando las llamas de su bólido. Difícil profesión la suya.

—Sí, algo arriesgada.

—¡Jo Alan, hace tiempo que no te vemos por aquí! —exclamó una de las sensuales bailarinas de strip-tease, estrechándose contra él voluptuosa.

—Hola, encanto. Cualquier día me dejo atrapar por ti.

—¿Cuándo será ese día?

—Por el momento sólo tienes como rival a mis bólidos deportivos.

—¡Tú y tus coches…!

La chica le besó apasionadamente; Jo Alan estaba ya acostumbrado a la efusividad de Leila.

—¡Leila, Leila, a la pista! —gritó alguien desde lejos, mientras comenzaba una musiquilla sensual.

—Querido, si me esperas, será tu gran día.

—Oh, sí, mi gran día —remedó con fingido entusiasmo. Ni siquiera había cerrado los ojos ante el efusivo y casi devorador beso.

—Una chica de cuerpo perfecto —opinó el vigilante mientras ella se alejaba.

—He de admitir que así es —aceptó volviendo a colocar el pitillo en su boca.

—Le pedí que se casara conmigo.

—Mala cosa, no sería el único.

—Me conformaría.

Jo Alan miró con lástima a aquel hombre que suspiraba por una migajas de amor.

—¿Está She-Mouse por ahí?

—Sí, en su camerino. Después de Leila, le toca salir a él.

—Bien. He recibido un telegrama de su mujer y se lo quiero entregar en propia mano.

—¿Cómo? —inquirió estupefacto el vigilante.

Con las manos en los bolsillos, Jo Alan se alejó hacia el camerino de She-Mouse sin responderle.

Golpeó ligeramente con los nudillos sobre la puerta y una voz muy fina, rezumando miel, respondió:

—Adelante quien sea, She-Mouse a su disposición.

Abrió la puerta.

She-Mouse se hallaba sentado en el escabel frente al espejo, maquillándose. Tenía el cabello entrecano, pero en aquel momento se estaba colocando una peluca rubia con bucles. Llevaba los labios pintados y su rostro expresó alegría al reconocer a su visitante.

—¡Jo Alan! —Se levantó—. ¿Tú por aquí? Ya te habías olvidado de She-Mouse.

Ante el impulso de aquel hombre, a todas luces feminoide, Jo Alan puso su gran mano por delante, frenándolo.

—Vamos, no seas empalagoso, no me gusta que me beses.

—Pero, ¿qué mal hay en que te bese como a un hermano? —preguntó She-Mouse brillándole los ojos.

—Ninguno, sólo que no me gusta que me beses.

—Oh, qué triste, pero qué triste me dejas. Y yo que creía que tú eras mi más caro amigo…

—Vamos, deja de hacer comedia, aquí no estás en la pista ante el público.

Con gesto ofendido y mirando hacia otro lado, She-Mouse preguntó:

—¿Qué es lo que quieres? Los hombres como tú siempre pedís algo, sois muy interesados, pero que muy interesados.

Jo Alan sabía que, pese a su desviación sexual, She-Mouse era un buen tipo, aunque metido hasta el cuello en el mundo del hampa.

—¿Qué sabes de los Landon?

—¿Landon? —Se giró con expresión perpleja y luego volvió su rostro hacia el espejo para contemplarse mejor. En voz baja, mientras se acariciaba el rostro, se lamentó—: Cada día peor… Me ha salido una arruguita nueva, tendré que visitar a mi dermatólogo en cuanto me sea posible.

—La esposa de Landon era amiga mía.

—Me lo imagino, me lo imagino. —Movió la cabeza reprobador—. Los hombres como tú sois perversos, destruís los matrimonios. Has nacido para permanecer soltero y no atarte a ninguna mujer. —Se volvió hacia él y casi con desafío preguntó—: ¿Y por qué tengo que decirte algo de los Landon?

Jo Alan sacó unos billetes del bolsillo que puso en forma de abanico; eran cinco y de a veinte dólares cada uno.

—Creo que es motivo suficiente.

—Cien dólares, no está mal. Siempre ha sido generoso cuando haces preguntas, Jo Alan. —Estiró su mano, cogiendo los billetes—. Sin embargo, me gustaría más…

—Cierra el pico y dime lo que sepas de los Landon.

Se guardó el dinero por el interior de la camisa con un gesto femenino y respondió:

—No sé nada, absolutamente nada y a mí, esos crímenes con tanta sangre me repugnan.

—Oye, si no sabes nada, vas a devolverme los cien pavos.

—Aguarda, aguarda, no seas tan impaciente. Verás, este asunto es muy desagradable, pero me gano los cien dólares diciéndote quién, en este caso, puede tener las orejas más largas que yo.

—Veamos si es interesante. Yo pensaba que tú lo sabías todo.

—Desde que se metieron los hippys de por medio, no lo sé todo y hasta la Piensa amarilla dice que este asunto es de hippys. Lo han hecho al estilo de Manson y sus mancebas.

—Sí, eso parece, tiene todo el aspecto de un crimen ritual.

—Joyce sabe mejor que nadie lo que ocurre entre los desgreñados.

—¿Joyce?

—Es una mujer, se hace vieja ya. Si sabes manejarla y ser generoso con ella, puede que te diga algo.

—Si es que lo sabe, ¿no?

—Eso es, claro que si ha intervenido algún melenudo, seguro que Joyce lo sabe, pero ten cuidado con ella.

—¿Cuidado?

—Sí. —Bajó la voz—. Es una bruja.

—¿También es de esas histéricas?

—Ha participado como acólita en varias misas negras y en confianza te diré que hace algún tiempo trabajaba en un night-club de Nueva York haciendo strip-tease barato y está fichada por la policía de varios estados.

—¿Por qué cargos?

—Drogas, sospecha de proxenetismo, abuso de confianza, robo, etcétera, etcétera. Si no crees en las brujas, por lo menos desconfía de ella en otros aspectos, es el consejo de alguien que te estima, tu amigo She-Mouse que soy yo.

—De acuerdo, She-Mouse. ¿Dónde puedo encontrar a esa temible Joyce?

—Joyce vive en un pequeño apartamento de…

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