Top secret

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Capítulo VIII

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CAPÍTULO VIII

Se sentía cansado por la movida noche y madrugada que había pasado. No obstante, se ajustó el casco y se introdujo en el «Porsche 911-S» al tiempo que decía a su mecánico:

—Espero que todo esté bien ahora.

El motor del automóvil roncó con fuerza y las ruedas empezaron a girar. Jo Alan se introdujo en pista y comenzó a devorar el asfalto.

Sabía que debía llevar a cabo su misión de contraespionaje pero sin que nadie advirtiera en él más que a un piloto de pruebas.

Por otra parte, la investigación acerca del brutal asesinato de la familia Landon era llevado a cabo por la policía y no por el departamento federal de contraespionaje. Su misión era sólo descubrir si el crimen tenía algo que ver con la labor secreta que realizaba el ingeniero Landon.

Probó en unas cuantas vueltas. Lo hizo sin ganas y regresó a boxes. Su mecánico le preguntó con inquietud:

—¿No funciona correctamente?

Jo Alan le dio una palmada en el hombro.

—Sí, ya no tiene fugas, lo has hecho muy bien, Bob, pero es que no he dormido bien esta noche, debí tener una mala cena. Para poner este monstruo mecánico a tope hay que tener los reflejos muy despiertos y yo no los tengo esta mañana.

Al decir esto, vio a Joyce no muy lejos, sonriéndole.

Joyce llamaba la atención. Su cabellera negra y suelta tenía un gran atractivo y hacía olvidar la madurez del rostro, pero había algo más y era el vestido sin mangas, con tirantes y ultra mini-shorts que en total parecía un traje de baño de los años cincuenta. Por si faltara poco, era de un amarillo rabioso, casi fosforescente.

Muchas de las miradas de la gente que había en el autódromo se clavaron en la mujer y en su piel, artificialmente dorada en su fantástica buhardilla.

Jo Alan se quitó el casco y anduvo hacia ella. Joyce le sonreía, acomodada en uno de los asientos. Bob, el mecánico, se percató de la dirección que tomaba Jo Alan y comentó por lo bajo:

—Una mala cena, sí, sí… Ya me gustaría a mí haber tenido ese dolor de tripas entre las manos.

—Buenos días, sir Lancelot del caballo de las cuatro ruedas.

Se sentó al lado de la provocativa y turbia mujer que ahora ocultaba su mirada tras unas oscuras y grandes gafas de sol.

—Si me has buscado, es que algo tienes que decirme.

—Me has puesto las cosas difíciles, Jo Alan.

—¿Yo?

—Sí, tenía que entrevistarme con Pies Planos pero ya no ha podido ser.

—¿Pies Planos, de quién hablas?

—No te hagas el listo conmigo, no sé cómo lo averiguaste pero te me adelantaste y por eso han eliminado a Pies Planos.

—Sí quieres saber algo de mí, dime cómo supiste que Pies Planos tenía que ver con el asesinato de los Landon.

—Por el periódico.

—No me digas que lo publicaron —preguntó el hombre con sorna.

—Pies Planos tenía un vicio singular y que yo conocía.

—¿No será el de coleccionar pendientes?

—Eres muy listo, Jo Alan, deberé tener mucho cuidado contigo.

—De modo que la Prensa publicó que a la señora Landon le faltaba un pendiente y tú supiste que había sido Pies Planos.

—Correcto. Serías buen policía y la pesadilla del hampa si te pusieras a las órdenes del comisionado.

—No me interesa la policía. Tengo mi propia vida y me agrada ser libre.

—¿Montado en ese bólido?

—Quizá.

—Ahora, dime cómo has averiguado tú lo de Pies Planos.

A Jo Alan no le interesaba decir la verdad, por ello sacó la bolsita de cuero que contenía los pendientes y se la tendió a Joyce.

—¡Demonios, si son los pendientes!

—Así es, los pendientes de Pies Planos. No se han hundido en el océano con su cadáver.

—Toma. —Joyce le devolvió la bolsita como si estuviera repleta de gérmenes leprosos—. Si te caza la policía con esos pendientes encima, estás listo. Uno de ellos será de la señora Landon y podrían acusarte de asesinato.

—¿Te ha dicho Earthman que vinieras a verme? —le preguntó a boca de jarro.

—¿Cómo lo has adivinado?

—Sólo Earthman, sus dos compinches y yo, sabemos que Píes Planos ha muerto.

—Pues sí, me ha dicho que viniera a verte. He estado hablando con él. Cuando la propia voz de Pies Planos me confirmó que estaba metido en el ajo, empecé a indagar y no tardé en recordar que Pies Planos era un borrego de Earthman, este último es quien le proporcionaba la droga.

—¿Y te has ido a ver a Earthman?

—Sí.

—¿Cómo has dado con él? Había abandonado su isla.

—No olvides que estoy muy metida entre esos melenudos. Algunas chicas, cuando se mueren de hambre o tienen problemas, acuden a Joyce y Joyce, con una llamadita telefónica, les da un trabajito y salen del…

—Entiendo —dijo Jo Alan a aquella mujer que lo mismo se explotaba a sí misma que a las demás mujeres con su labor de proxenetismo.

—Earthman creía que tú también habías muerto.

—Pues ya ves que no.

—Le he hablado de ti y de tu generosidad.

—¿Y qué te ha contestado él?

—Que no te enojes por lo ocurrido frente a la isla, te había tomado por un polizonte.

Jo Alan sonrió.

—O sea, tengo que olvidar que ha querido cazarme como a un pato y que se ha cargado a Pies Pianos frente a mis narices.

—Supongo que a ti debe de seguir interesándote lo que Earthman sacó de la casa de los Landon, ¿verdad?

Jo Alan comprendió que Joyce quería jugar con él. Trataba de chantajearle con cautela, ya que ella misma ignoraba qué era lo que tanto le interesaba recuperar.

Sólo sabía que el piloto de pruebas estaba dispuesto a pagar diez mil dólares por salirse con la suya. Era un juego de astuto a astuto, en el que vencería el que cogiera en falta a su contrario.

—Sí, sigue interesándome, pero dudo que lo tenga Earthman.

—Si fuiste con Pies Planos hacia la isla con la lancha, es que sí creías que lo tenía.

—La verdad, ese tipo es bastante peligroso. A lo peor doy otro paso en falso y esta vez no falla al dispararme.

—¿Le tienes miedo?

—No es que le tenga miedo, pero me molestaría que alguien pusiera unas cuantas onzas de plomo entre mis omoplatos.

—Earthman no te disparará, sólo te confundió. Todavía podéis hacer negocio.

—¿Y tú qué papel tomas en este juego?

—El de intermediaria.

—A veces, los intermediarios salen mal parados.

—Y en la mayoría de los casos, son los que más ganan.

—Si te refieres al mundo alimentario, seguro que aciertas.

—Bien, ¿estás dispuesto a hacer trato con Earthman?

—Sí, pero si no tiene lo que busco, no hay trato.

—Si no sabe lo que buscas, mal puede dártelo. Earthman se llevó muchas cosas de la casa de los Landon.

—Es posible que una de esas cosas fuera lo que yo busco.

—Será difícil averiguarlo si no dices lo que es, ¿no crees?

—Si me muestra todo lo que se llevó de la casa de los Landon, yo diré si está o no.

—¿Temes un chantaje?

—Encanto, ¿podría ignorarlo tratando con vosotros?

Joyce sonrió con sarcasmo.

—Está bien, se lo diré a Earthman.

—¿Dónde está él ahora?

—No pensarás que voy a decírtelo, ¿verdad? Earthman sabe protegerse muy bien, tanto que ni yo misma sé dónde encontrarlo en este momento. Se ha puesto un poco furioso al darse cuenta de que Pies Planos había hablado y que tanto tú como yo sabemos que él es el hombre al que busca, toda la policía de la nación. Si se enterara de esto algún confidente de la policía, se organizaría de inmediato la caza de Earthman y sus compinches, mientras que ahora la policía anda desconcertada, dando palos a ciegas.

—¿En tu bolso tienes bolígrafo y papel?

—Sí, como no.

—Pues toma nota del teléfono que voy a darte.

Joyce apuntó el número que le proporcionó Jo Alan sobre una cajetilla, de tabaco. Luego, levantó la cara y a través de las oscuras gafas, le miró.

—¿Es tu teléfono? —preguntó.

—Sí. Cuando Earthman quiera verme, que me llame y concretaremos una cita, pero que en esa cita lleve lo que a mí me interesa. Si recupero lo que busco, tendrá los diez mil dólares, ¿entendido?

—Muy bien, me pondré en comunicación con Earthman.

La mujer se adelantó en su asiento. Cogió a Jo Alan por la nuca e inclinándole la cabeza, lo besó espectacularmente. Ambos fueron objeto de las miradas de la gente que había en el autódromo, que no era mucha por ser solo día de pruebas técnicas que nada tenían que ver con próximas carreras.

Unos ojos cargados de ira los vigilaron con más atención mientras unos dientes rechinaban y los labios se apretaban con fuerza, no muy lejos de donde se hallaban.

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