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No logro dormir. Nada me lo impide; sólo hay oscuridad y silencio. Pero ya es la una de la mañana, dice el reloj, y el sueño no me sumerge en anestesia aunque lo sienta recorrer el borde de mis párpados. Con tanta somnolencia razono poco, mantengo la vista en el vértigo de un punto muerto sin motivo alguno; sólo recuerdo hechos o formas que aluden a otras cosas, pero no sé cuáles exactamente. El silencio tampoco ayuda mucho, me da rabia que mi respiración sea tranquila como la de alguien dormido. Cansado de todo esto decido poner jazz para viajar a ritmo de opio por las calles del alma. 


En esas calles camino entre casas clásicas y gatos. Un hi hat siena en algún lugar, marca el ritmo y (creo que también) la dirección de mis pasos. Cuando la percusión queda en silencio estoy a los pies de un prostíbulo. Sus luces de neón encienden una aurora malva en el cielo nocturno y alumbra de magenta las notas de “Infant Eyes”. De ahí viene la música. Noto que las demás casas son viejas que ésta y que varios gatos me siguen. Al terminar de observar, la pista cambia a “I Fall in Love Too Easily”; el hi hat vuelve a tomar posesión de mí, me dirige a paso lento hacia la vera de un mar en el que se escucha el suave enjambre de las olas. Veo con tristeza un barco privado de su libertad y la llana infinidad (que se conecta con la luna por medio de una vibrante cola plateada). Cuando suena por segunda vez el saxofón estoy en la punta de un muelle, adelante está el cielo y sus nubes de espadas, la luna que tiene tus cabellos, tus cabellos que son la brisa, y las líneas “But still i fall in love so easily // I fall in love to fast” rozan mi cabeza.


Sentado en la aguja de las horas veo cómo los minutos vienen y van. Sólo el paso de un Blue Train  me despierta. Bajo la vista, crece el mar. Comienza a sonar “Tiger Rag”; una ráfaga intempestiva de olas me escupe otra vez a las calles. Vuelvo obligado, con las manos en los bolsillos y mojado hasta los huesos

El torrente dejó de las casas sólo los tejados. En uno de ellos, un tejado verde, suenan notas azules. Reconozco el soplo mágico de Miles Davis. Los techos también lo hacen porque empiezan a maullar. Cuando acaba la pista sigue un corto silencio; sólo se escucha la espuma que sale de mis zapatos y un viento inútil que altera todo y no anima nada. Entonces suena “In A Sentimental Mood”, melodía que persigo por lugares más profundos que el mar. Pienso que sería mejor quitarme la piel para que el ritmo llegue más a mi pecho, y lo hago. Los tejados bajan a las calles a comer la carne que dejé detrás y beber de la sangre sonora de mi cuerpo desfallecido. Los maullidos se hacen tumultos sobre mi cuerpo inerte hasta que el jazz muere. Cuando muere ellos se van. No dejaron nada. Espero que el alma se asenté en el cuerpo y abro los ojos. Me percato de que me he varado en una duermevela oscura y que solo volví porque la batería de mi móvil se acabó


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