Texas

Texas


23

Página 26 de 30

23

La oscuridad…

Negra humedad sin luz y…

Puliéndose estrangulándose y viento de respiración de abajo arriba arriba arriba mordiendo rebanando piernas quemando tirón alto bajo…

Aire embalado y ligero ligero movimiento golpe seco de murmullos golpeados y gritos ligera ligera respiración y pecho que tose ardiendo y asfixiándose y…

Voces whisky toses restregada golpear…

Mitch mantuvo la cabeza agachada, los labios presionados contra el apremiante whisky. Mantuvo los ojos cerrados, de mal humor, refunfuñando con simulada incoherencia. Plenamente consciente pero deseoso de ganar tiempo para medir las cosas.

Estaba empapado, goteando el cieno del pozo. Había varias personas a su alrededor, aparentemente vaqueros; refunfuñaban y manoseaban mientras intentaban reanimarle. Estaba desplomado sobre un sofá de cuero. La habitación en la que estaba parecía muy grande, ya que la voz de Gidge Lord le llegaba desde una considerable distancia.

—… ¡Ah, no! Desde luego que no. No hay ninguna equivocación. Él solo dio unos pasos hacia… Un momento, por favor. Creo que está volviendo en sí ahora mismo…

Dejó el teléfono sobre la mesa de despacho, cuando Mitch al fin abría los ojos. Se dirigió hacia él, moviéndose frenéticamente para que los vaqueros desaparecieran.

—¡Lo siento inmensamente, Corley! ¡Juro por Dios que no sabía que ese agujero tenía…!

Mitch se hizo un ovillo… deliberadamente. Aquí había algo que había que descubrir: la razón de la alarma de mistress Lord, su evidente pánico. La clave que condujera a esa posibilidad entre un millón.

—Por favor, Corley… —Le llevaba cogido del brazo, su magnífico torso moviéndose junto al de Mitch, mientras le conducía a la mesa—. ¡No me haga papilla ante él! ¡No me golpee, por lo que más quiera! Dígale que todo está muy bien y le juro que…

Le sonrió con el rostro curtido. Los ojos lechosos imploraban, irradiando buena voluntad.

Mitch cogió el teléfono y habló. Una voz áspera, extrañamente musical, apareció por el auricular. E inmediatamente tuvo la clave del acertijo.

Los bancos estaban repletos de papel de Gidge Lord. No iban a coger más, así que ella había recorrido el estado de Texas buscando capital privado en grandes cantidades. Y uno de los obvios proyectos de préstamo de capital privado en gran cantidad, el hombre que al instante sabría el valor del holding de los Lord y vería la oportunidad ante la falta de dirección era…

—Mister Zearsdale —dijo Mitch—. Me alegro de oírle tan pronto.

—Se agradece que lo diga —murmuró Zearsdale—. Su hermana me dijo que podría encontrarle ahí.

Mitch dijo que la llamada había llegado en el momento preciso. Se hubiera ido al minuto siguiente. Zearsdale dijo que se alegraba de oírlo.

—Ya que ha acabado allí, podría venir a una fiestecita que doy esta noche. Su hermana quiere venir, si a usted le es posible.

—Pues, muchas gracias —dijo Mitch—. ¿A qué hora…, a las ocho? Un momento, por favor, ¿no le importa?

Empezó a girarse hacia mistress Lord, cuando la voz penetrante de Zearsdale le paralizó.

—Mister Corley, ¿tiene ahí algún problema? Sea franco conmigo, por favor. El rancho no tiene reputación de amistoso.

—Bueno… —contestó Mitch vacilante.

—Le sugiero que le diga a mistress Lord que le he invitado a una fiesta en mi casa, esta noche. Dígale que me sentiré muy decepcionado si usted no llega.

—Bueno, el caso es —dijo Mitch— que tenemos un pequeño asunto por resolver. Podría solucionarse en un momento, si pudiéramos ir al grano. Pero…

—Bueno, entonces dígale… No, mejor déjeme hablar con ella.

Mitch le pasó el teléfono. Cuando lo cogió, habló casi de manera rastrera, se sumó a la actitud de Zearsdale y llegó a la única conclusión posible.

Ella ya tenía su crédito, o gran parte de él. Realizado en billetes a la vista, naturalmente, ya que Zearsdale no iba a aceptar billetes sin plazo en una situación que podía agriarse de la noche a la mañana. Así que estaba sobre un polvorín, Gidge Lord. Tenía que portarse bien, muy bien, o recibiría una dolorosa patada pecuniaria en el culo.

Volvió a dejar el teléfono, sonriendo con una expresión que era casi una mueca; arrastrándose, literalmente apaciguada. Mitch le guiñó un ojo y ella fue a un paño de la pared y comenzó a girar la combinación.

—Mister Corley… —dijo Zearsdale otra vez—. Estoy seguro de que mistress Lord entiende ahora la situación.

—Yo también estoy seguro de que es así —opinó Mitch—. Muchas gracias.

—De nada. De paso, tengo un jet en la región central. Le puede traer a casa, si usted quiere.

—Gracias —dijo Mitch—, pero debería utilizar mi billete de vuelta. Le diré lo que voy a hacer, si no tiene inconveniente…

—¿Sí?

—Hay un camino muy malo de vuelta desde Big Spring. ¿Por qué no volvemos a hablar en un par de horas, y así podrá saber que no he tenido ningún accidente, eh?

—Hágalo —dijo Zearsdale captando inmediatamente el significado—. Hágalo, mister Corley.

Colgaron tras un momento de educados formalismos.

Mistress Lord cerró la caja de seguridad y volvió hacia la mesa. Contó treinta y tres mil dólares, y los empujó hacia él.

—¿Le gustaría limpiarse un poco? También puedo darle algo de ropa.

Mitch dijo que le parecía bien, pero que su necesidad inmediata era una copa y un cigarrillo. Ella se los ofreció con rapidez, sirviéndose también una copa para ella. Después le habló de forma nerviosa mientras él se arrellanaba en su asiento.

—¿No sería mejor, quizá, que se apresurara, hum? Tiene que estar de vuelta en la ciudad en escasas horas.

—¿Ah? —dijo Mitch paladeando deliberadamente su bebida—. ¿Cree que puedo encontrarme con algún problema?

—¡Llegará bien! ¡Llegará allí aunque tenga que llevarle a mis espaldas!

Mitch rio entre dientes con mala intención.

No le gustaba cargar las tintas sobre nadie, pero Gidge Lord no era cualquier cosa, era casi una asesina. Se sentía con derecho a presionarla un poco.

—Soy un jugador profesional —señaló—. He llegado aquí solo, y me he enfrentado a todo un ejército de sus gamberros. Ahora debe premiarme, como en las máquinas tragaperras. Creo que la experiencia le vendría bien, mistress Lord.

—¿Y bien? —dijo, dejándolo ahí, sin decir ninguna de las cosas que hubiera dicho. Que posiblemente Zearsdale no sabía que era un jugador profesional, que era Zearsdale y solo él quien estaba haciendo que se portara bien.

En otra situación hubiera recibido una paliza. Ese era el hecho, y los porqués no importaban un pito.

—¿Ni siquiera le pica la curiosidad? —dijo Mitch bromeando—. ¿No se pregunta por qué un hombre como Zearsdale se toma tantas molestias conmigo?

—No —dijo ella llanamente—, no soy curiosa. Pero quizás usted debiera serlo.

Ir a la siguiente página

Report Page