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Lunes » Capítulo 6

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El Jardín era el bar donde solían reunirse todos antes, en los «viejos tiempos», un local ubicado en mitad de su círculo geográfico, ni muy selecto como para ser considerado un sitio pijo, ni muy cutre como para ser considerado hortera. Podían hablar, en la terraza exterior si hacía buen tiempo, relajarse, y el ambiente era bueno. Que Laura lo hubiera escogido significaba mucho para él.

¿O era una casualidad más?

¿Y por qué se hacía tantas preguntas?

—Deja que las cosas pasen por sí mismas. Por una vez en la vida espera, sé cauto, no te precipites —apretó los puños cuando detuvo la moto en la acera.

Estaba nervioso.

¿Para qué ocultarlo? Estaba que se mordía las uñas, incapaz de hacer otra cosa que pensar en ella, como un crío enamorado. Y tal vez lo fuese. Tal vez lo continuase siendo. Un completo crío enamorado de la belleza del barrio. Algo que por un breve tiempo fue suyo y después...

Laura no había llegado. Claro, él aterrizaba en El Jardín cinco minutos antes de la hora. Buscó una mesa apartada en el exterior y se sentó en una de las sillas de cara a la calle, con el rostro circunspecto y la mente imbuida de sus pensamientos. Un alud, imparables. Todos relacionados con aquel sitio, y con ella, y con el pasado.

Los flashes mentales lo asaeteaban.

Tantas veces se había preguntado qué pasó, qué hicieron, qué salió mal, por qué no supieron retener aquella magia...

Laura quería viajar, no atarse tan pronto. Y él también tuvo miedo. Sabía que si se sumergía en el océano que ella representaba se ahogaría. Feliz, pero se ahogaría. Tanto amor también puede matar. Y el primero, en la adolescencia, cuando no se espera y se es vulnerable, es tan impactante que aplasta. Durante aquellos meses maravillosos tuvo la cabeza del revés, apenas si dibujó, suspendió la mitad de las asignaturas... Fue tremendo. Así que en el fondo no fue cosa de una o de otro. Fue de los dos. Ella dio el primer paso, y él se quedó quieto, paralizado.

Laura nunca le vio llorar.

Acababa de pedir una limonada cuando la localizó, al otro lado de la calle.

Se preguntó si sentiría las mismas cosas, si le pesarían tanto los recuerdos, si...

Venía a pie, caminando con energía, su característico paso vivo y decidido. No llevaba luto. Vestía unos vaqueros gastados y una blusa de manga larga que modelaba su pecho esbelto. Nada de bolso. Laura los odiaba. Hasta en eso era diferente. Femenina sí, mucho. Convencional no. Lo que llevase iba metido en los bolsillos de los vaqueros. Calzaba unas cómodas zapatillas deportivas no menos gastadas que los pantalones.

Su cabello era una bandera.

Atravesó la calzada por la mitad, pasando del semáforo, y obligó a un motorista a volver la cabeza para mirarla y deleitarse con su imagen. Otro hombre, en este caso un peatón, se detuvo al cruzarse con ella. Lennon levantó la mano en el momento en que ella miraba en su dirección, buscándole.

Se dirigió a su encuentro, caminando por entre las mesas de la terraza.

—Hola.

—Hola.

Un beso en la mejilla. Apenas un segundo para aspirar su aroma. Al separarse se encontró con sus ojos y una tímida sonrisa. Quizás no hubiera dormido. Tenía la mirada enrojecida por las lágrimas. Pero destilaba serenidad y calor. Su piel seguía siendo blanca.

Había tres sillas libres. Una a la derecha, otra a la izquierda y la última frente a él. Laura escogió la que estaba a la izquierda.

La más cercana, como si buscara un poco de proximidad, o protección.

—¿Cómo estás?

—No lo sé —hizo un gesto ambiguo—. Creo que aún no he reaccionado.

—Esos palos marcan —bajó la cabeza—. Yo estoy igual. ¿Y tus padres?

—Fatal —confesó—. No creo que lo superen nunca.

—Normal.

—Tomás era su niño —acentuó el tono al decir la penúltima palabra.

—Tú también eres su niña.

—No, Jorge —movió la cabeza de lado a lado con tristeza—. Ya sabes que no. Tomás era el elegido, ¡el rey de la casa! —acentuó con énfasis—. Decir otra cosa es mentir, o ignorar la realidad. Él tenía que estudiar, ser alguien, abogado o médico, ganar dinero, y si no estudiaba..., bueno, era el niño, el listo, el hombre... Y yo a lo mío, o sea, a cumplir con mi papel femenino en una sociedad siempre represiva con nosotras —se acodó en la mesa, apoyó la cabeza sobre las manos unidas y le observó de lado con cansancio—. ¿Cuántas veces lo hablamos? ¿O lo has olvidado? Lo mío, para mis padres, era casarme y tener hijos. Punto.

¿Olvidarlo? Lo sabía demasiado bien. Por eso ella se había rebelado. Tener novio a los quince equivalía a aceptar las reglas. Los padres de Laura le habían adorado desde el primer momento, sin importarles su juventud, bendiciendo su relación.

«Jorge es un buen chico», decían.

—Bueno, es lo que pasa cuando tienes unos padres tan mayores que parecen tus abuelos —se encogió de hombros Laura mientras suspiraba.

—Los míos son más jóvenes y piensan igual. Cuando me fui a vivir solo no lo entendieron, y siguen sin entenderlo.

—¿Vives solo? —arqueó las cejas poniendo cara de sorpresa.

—¿Tanto te cuesta de creer?

—No, pero...

—Te cuesta.

—No te piques. Es que... a veces ni me doy cuenta del tiempo que ha pasado. Te juro que me alegro por ti. Abrirse de casa es lo mejor que puede hacerse para crecer de verdad. ¿De qué sirve saltar del trapecio con una red abajo?

Valiente, agresiva. La eterna Laura.

Tan diferente a cualquier otra.

Apareció el camarero con la limonada de Lennon. Ella pidió lo mismo y el muchacho, un chico de rasgos árabes, se retiró.

—Toma —se la ofreció él—. Bebe la mía.

—Gracias —lo aceptó—. La verdad es que tengo sed.

La dejó apurar la mitad del vaso antes de preguntarle:

—¿Cómo es que tu hermano no te dijo que yo vivía solo?

—No lo sé.

—Bueno, supongo que no ibais a hablar de mí.

—¡No te pongas en plan dramático! —se alteró de arriba abajo inundándose de sorna—. ¡Serás tonto!

Lennon se puso rojo.

Tanto que ella, al notarlo, recuperó la sonrisa y reaccionó con otra de sus características: la ternura.

Le puso una de sus manos sobre las suyas y se las presionó.

—Vale, perdona. No me hagas caso.

—Siempre te he hecho caso.

—Ahora es distinto —la mano hizo una última presión y se retiró.

Lennon sintió frío en aquel pedazo de su epidermis súbitamente vacío.

—Después de todo, estás aquí —dijo Laura.

«Yo siempre estaré aquí», pensó él.

—Desde que llegué no he hecho otra cosa que dar tumbos, ¿sabes? Buscarme un trabajo, aguantar el rollo de mis padres... Sólo vi a Tomás una vez, y fue en plan «Hola, he vuelto», «Ah, muy bien», «Muac» y «Muac» —fingió dar dos besos al aire—. Para mí ha sido complicado.

—¿Y por qué has vuelto? Siempre te he imaginado feliz en el paraíso. ¡Londres! Era tu sueño.

—Creo que uno siempre acaba volviendo al origen, que nunca se va del todo. Tienes preguntas, buscas respuestas, y acabas consiguiéndolas en el lugar del que partiste, aunque jamás lo habrías logrado sin hacer el viaje. Cuando estás sola por ahí ves las cosas de forma muy diferente. Yo... supongo que tres años son suficientes. De momento. Echaba de menos esto, ya ves. Y para mal vivir allí, sola, malvivo aquí, con mi gente.

Reapareció el camarero con la segunda limonada. Lennon pagó las dos consumiciones, impidiendo el gesto de Laura.

—Ya sé que nunca dejas que te inviten, y menos un chico, pero por esta vez déjame.

Asintió con la cabeza.

Y cuando se marchó el camarero comprendieron que era hora de hablar de algo más.

El silencio los envolvió por encima de su mirada serena.

Plácida.

—¿Por qué querías que te llamara? —preguntó él.

Laura llenó los pulmones de aire.

Volvió a la realidad.

—Para hablar contigo, Jorge.

La espera fue breve. El momento de la verdad. Lennon contuvo la respiración.

—¿Cómo estaba Tomás últimamente?

—¿Que cómo...? —se mostró sorprendido por la pregunta—. Pues no sé... Normal, como siempre, ¿por qué?

—¿Últimamente? —repitió la palabra precisándola con atención.

—Bueno, hacía un mes o así que no le veía, pero...

—Un mes.

—Sí.

—¿No has oído nada en este tiempo?

—¿Nada de qué?

—Acerca de que se estaba volviendo paranoico, o loco, o... no sé.

—¿Tomás?

—¡Sí, Tomás, él! —se desesperó su hermana pequeña.

—Bueno, a veces se encerraba una semana entera, o dos, probando un nuevo juego, por trabajo o por placer. Ya sabes cómo era.

—No, Jorge. Ésa es la cuestión, que no lo sé. Sólo éramos hermanos, y yo he estado en Londres casi tres años, ¿recuerdas?

Lennon alargó la mano, tomó el vaso de limonada y le endilgó dos largos sorbos. No le gustaba el cariz de la conversación. Sonaban alarmas dentro de su cabeza. Laura estaba realmente preocupada, o más bien alterada. Intentó serenar su ánimo, no dejarse alcanzar por los nervios que de pronto empezaban a asolarlo.

—¿A qué viene esto? —quiso saber.

—¿Seguíais siendo amigos?

—Por supuesto —aún entendió menos la pregunta de Laura.

—Pero ya no os veíais a diario. Ni los fines de semana por lo menos, ni siquiera... en un mes.

—Todo cambia, ¿no?

—Tomás y sus videojuegos, tú y tus dibujos...

—Todos tenemos cosas, es normal. Los días de quemar horas jugando con la Play o yendo de juerga, pasando del mundo, no son eternos. Yo me he ido a vivir solo y me han caído un montón de problemas encima, comenzando por la falta de pasta.

—Así que no sabes en qué andaba metido.

—No.

—Y nadie te había comentado nada de... esa paranoia, ningún colega.

—No.

Laura soltó un largo suspiro y se venció hacia atrás, apoyando la espalda en el respaldo de la silla metálica. Su mirada se hizo vacua. Destiló una mezcla de cansancio e inquietud.

—¿Vas a contármelo? —dijo él.

Y lo hizo.

Le miró a los ojos de nuevo y lo soltó como si fuera un disparo a bocajarro:

—La policía cree que a Tomás le sacaron de la carretera, Jorge. Le sacaron y le mataron.

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