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Lunes » Capítulo 9

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Lo buscaron, a fondo, así que esta vez sí registraron la sala, la habitación, incluso el cuarto pequeño, por entre la ropa, por si Hardy, en plan maniático, lo hubiera escondido al salir.

Nada.

No estaba allí.

—¿Lo llevaba con él en la moto?

—No. Todas sus cosas nos las entregaron de inmediato.

—Si lo llevaba encima, alguien pudo robarlo.

—¿Era bueno?

Lennon hizo un gesto que podía significar cualquier cosa.

—¿Y si le mataron por eso?

—Laura...

—¡Coño, Jorge, la policía...!

—La policía hace su trabajo, pero mientras no lleguen a una conclusión clara, a mí me sigue pareciendo ciencia ficción. No paro de darle vueltas al tema y lo más lógico es que, si no fue un accidente, hubiera un pique. Una moto de gran potencia, un coche guapo, un adelantamiento, el del coche que le busca las cosquillas, le da una vez, lo desestabiliza, le da una segunda vez, queriendo o sin querer, y lo saca de la carretera.

—Vale, pero ahora resulta que su ordenador no está. Y eso sí es importante, ¿no?

—Como su alma.

—¿Lo ves?

—¿Y si tenía otra chica, estuvo en su casa...?

—¿Tomás dejaría su ordenador personal en casa de alguien?

De nadie. Ni en la suya.

¿Había dicho su alma? Era más que eso.

—No.

Laura volvió a acercarse a él. Ya no lloraba. Sus facciones volvían a ser duras, determinantes.

—¿Sabes en qué trabajaba últimamente?

—Probaba Asesinos 2.

—¿Eso es...?

—La continuación de Asesinos, el éxito de K-Pat.

—Ya, vale.

Asesinos 2 va a ser el gran lanzamiento de la compañía en las próximas Navidades. Llevan tres años con el proyecto. Está previsto que aparezca en diciembre. Han puesto toda la carne en el asador y esperan superar las cifras de la primera entrega. Hablan de cifras telúricas, entre siete y diez millones sólo el primer año.

—Qué barbaridad.

—Que yo sepa, tu hermano se quedaba sin vacaciones por ese trabajo. Al menos fue lo que me dijo la última vez que le vi.

—Hace un mes.

—Aproximadamente, sí.

—¿Cómo lo recuerdas?

—Como un niño con zapatos nuevos. ¿Sabes lo que es para un tester probar el videojuego que va a estar en las consolas de medio mundo en los próximos meses? Ser el primero en una cosa así...

—Dios mío.

—¿Qué?

—Tu expresión. Parece como si hablases de desflorar a una vestal.

—Tú no puedes entenderlo.

—No, no puedo —fue sincera—. Que unos tipos adultos todavía pasen horas enganchados a una maquinita...

—No son maquinitas. Ya es más, mucho más. Es un universo de posibilidades con las que tú mismo interactúas, te mueves... ¡Eres parte del juego, no un elemento externo! ¿Sabes que el segmento que más está creciendo ya es el de las mujeres? ¿Y sabes que las edades mayoritarias ya no se circunscriben sólo a niños o adolescentes?

—Eso no es la vida, es una fantasía, la nueva droga.

—¿Por qué lo odias?

Tuvo que admitirlo.

—No lo sé.

—¿Es por tu hermano, porque yo también era un adicto entonces?

—¡No lo sé! —reaccionó ante su grito y tocó fondo—. Vámonos ya de aquí, por favor.

—Claro.

La precedió hasta la puerta del piso. La abrió y la dejó pasar. Cuando se dio la vuelta le echó un último vistazo a todo. Fue como despedirse mentalmente de su camarada. Luego, cerró y Laura introdujo la llave para asegurar que todo quedara hermético. Bajaron a la calle y el calor de la primavera les anunció que el verano se hallaba a la vuelta de la esquina.

No pudieron intercambiar palabra alguna.

Sonó el móvil de Lennon.

Le bastó con ver la pantallita para reconocer a quien estaba al otro lado.

«¡Mierda!», pensó.

Su tono fue muy distinto al abrir la línea.

—¡Señor Espada!

La voz del hombre del que dependían sus pagos más inmediatos le taladró el cerebro.

—Jorge, no me dices nada.

—Mañana se lo entrego. Es como quedamos, ¿no?

—¿Puedes avanzarme la hora? Tendría aquí al resto de mi gente. Quiero que ellos también lo vean, y opinen.

—Le dije mañana, pero no si sería por la mañana o por la tarde.

—Dime que todo va bien.

—Todo va bien.

—Pero...

—Le estoy dando los últimos toques. Probablemente pasaré la noche trabajando.

—¿Y si te llamo a la hora de cenar?

—Como quiera, pero cuando estoy metido en harina suelo desconectar el móvil, para que no me corte nadie el buen rollo.

Pasó una ambulancia cerca. Su sirena debió de oírse de punta a punta de la ciudad.

—¿Dónde estás?

—He salido a comprar una cosa que necesitaba para lo suyo. Venga, tranquilo.

—Jorge, es que esto es una cadena y si falla uno... Como no nos guste lo que has hecho va a ser un palo, se nos retrasará el lanzamiento. Y yo confié en ti.

—Usted aprobó el boceto.

—Pero de un boceto al original... ¡Si yo te contara! Venga, ponte las pilas, por favor.

—Estaré ahí, descuide. Y le gustará.

—Bueno, vale.

—Chao, señor-importante-preocupado.

Cortó la línea y entonces su falsa sonrisa desapareció de su rostro.

Laura le puso una mano en el brazo.

—Te estoy haciendo perder el tiempo.

—No, tranquila. Es un histérico.

Quizás sí debiera pasar la noche en vela, para terminar el maldito encargo, pero eso no se lo dijo.

—He de irme —suspiró ella.

—Claro.

—Siento...

—No seas tonta.

—Si alguien le hizo algo a Tomás...

—La policía lo averiguará. Saben de su trabajo.

—No era el mejor hermano, pero yo tampoco he sido la mejor hermana —su mirada se tiñó de una profunda tristeza—. Siempre le envidié, le odié, le vi tan por delante de mí... Para mis padres él era el primero, el único. Y eso pesa, ¿sabes? Pesa y duele, a partes iguales. Tuve que irme para cortar con todo. Me fui para ser libre, porque lo necesitaba. Nunca hubiera crecido si no lo hubiera hecho, ni habría cortado mis cadenas, ni me habría liberado de tantos traumas.

—Antes te he preguntado por qué has vuelto, y me has dicho que echabas de menos esto. Por lo que me estás diciendo no lo parece tanto. Ha de haber algo más.

—No se pueden dejar puertas abiertas detrás de ti. Hay corrientes de aire. A veces incluso huracanes. Todos somos de alguna parte, nos guste o no. Londres fue una pasada, un grito de libertad. Me lancé a fondo. ¡Oh, Dios, sí lo hice! Pero esto... —abarcó la ciudad con los dos brazos extendidos y las manos abiertas.

—Te entiendo.

—¿Sabes qué me gustaría? —le brillaron los ojos de pronto.

—¿Qué? —sonrió él.

—Quedarme el piso de Tomás.

—Es de alquiler. Hazlo.

—¿Estás loco? ¡No tengo un euro! Esta mañana me habrán despedido por no presentarme. ¡A la puta calle con la nueva! Tendré que buscar algo esta misma tarde. Por lo menos mierdas como ésa las hay a patadas. Todas las tiendas tienen colgados letreros de «se busca dependienta». Ya lo hice en Londres. Hablo inglés, tengo buena pinta...

—¿Dependienta?

—Sí, ¿por qué?

Pensó en Elsa. También trabajaba en una boutique.

—Por nada.

—Jorge...

—¿Hacia dónde vas? —dio por terminada la conversación antes de que girara por otros derroteros.

Era una pregunta estúpida.

Si ella iba a casa, sus direcciones se separaban.

—Me pasaré por la tienda, por si todavía cuela una buena excusa.

No las necesitaba. Se le había muerto su hermano.

Pero eso no se lo dijo.

Lo último que hicieron antes de despedirse fue darse dos besos, fuertes, intensos, pero en las mejillas.

Como dos amigos.

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