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Martes » Capítulo 15

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Chema tenía una tienda para iniciados en el Barrio Gótico. Un punto de reunión para adictos. En la parte de atrás se organizaban partidas, pequeños festivales de juegos, concursos, presentaciones. Todo lo que vendía era selecto, escogido. CD, DVD, juegos, parafernalia varia, merchandising, productos de importación... Estaba siempre a dos velas, pero en ocasiones le costaba desprenderse de algo que considerase «histórico». El hecho de que vendiera videojuegos pero se resistiese a dejar de vender música lo probaba. Un todoterreno que todavía tocaba la guitarra en un grupo de perdedores y al mismo tiempo era capaz de pasarse dos días enteros en un fin de semana largo pegado a la consola. Su mente era un prodigio. Lo sabía todo. Lo conocía todo. Poseía el disco duro cerebral más lleno e infinito de cuantos hubiera conocido.

En el momento de entrar Lennon, había media docena de adolescentes recién salidos del cole o pasando de él hurgando en las estanterías o probando un juego con sus cinco sentidos puestos en ello. Chema estudiaba los movimientos de ellos con una sonrisa paterna en los labios. Total, tenía veinticuatro años, pero mucho background detrás. Cualquiera que conociera aquel mundillo le respetaba y le quería.

Al verle aparecer por la puerta se dirigió hacia él con los brazos abiertos.

—¡Lennon, tío! ¡Pero bueno..., qué honor para este emporio! ¿Cómo estás?

Se sacaron el polvo de sus respectivas espaldas a base de darse manotazos, fundidos en un abrazo cordial. Los que jugaban ni volvieron la cabeza. Los que husmeaban sí.

—¿Cómo lo llevas? —preguntó el recién llegado.

—¿Yo? Como siempre, ya ves —Chema abarcó la tienda con una mano—. ¡El puto rey de Jueguilandia! ¿Y tú? ¿Ya no juegas o qué?

—Menos —reconoció.

—¡Venga, hombre, no fastidies! ¡Tú eres uno de los Elegidos!

—¡Anda ya! —se rió.

—Si te hubieras dedicado profesionalmente, estarías ganando pasta en concursos internacionales.

—Eres un visionario. ¿Qué tal el negocio?

—Mucha gente, pocas ventas —hizo un gesto de resignación—. Pero no me quejo. Les doy algo que no pueden darles la FNAC o El Corte Inglés: calor, amistad, buen rollo. Aquí la gente viene a compartir.

Ya habían intercambiado las salutaciones de rigor. Lennon decidió que no iba a irse por las ramas, y menos con él. Que se hubiera quitado de encima el peso de la entrega del trabajo no significaba que pudiera relajarse y descansar o pasar de todo. Quería ver a Laura.

—¿Estás liado ahora?

—No, ¿por qué?

—¿Sabes lo de Hardy?

—Sí, claro —Chema chasqueó la lengua.

—No te vi el domingo, en el entierro.

—Estaba fuera. No lo supe hasta esa noche.

—Fuerte, ¿no?

El propietario de la tienda inspiró con fuerza. Lo acompañó de un gesto que podía significar cualquier cosa.

—¿No te caía bien? —preguntó Lennon.

—Qué quieres que te diga... La gente cambia con los años. Hardy siempre fue un poco suyo, el cabrón.

—Ya, pero... no sé, cuando uno la palma todo se olvida.

—Depende. Iba de divo, de sabelotodo, de «yo soy el puto número uno» y todo ese rollo. Joder, macho, ¿qué pasa? Tenía los juegos antes que nadie, de primera mano, las grandes lo llamaban para que los probara, sí, ¿y qué? Yo los vendo —suspiró y arrugó toda la cara en un gesto de desaprobación—. Mira, está muerto, así que ya para qué. Tienes razón: es mejor olvidar. En unos años nadie se acordará de él, y en cien, ni de ti ni de mí.

—Así que ya no os veíais.

—Bueno, la última vez nos dimos de hostias.

—¿En serio?

—Lo que oyes.

—Pero... ¿de hostias-hostias?

—Se pasó por aquí y me pidió que le copiara un disco porque se le había estropeado su trasto. Le dije que me lo dejara, que era hora de cerrar y había quedado con Cristina, ¿la recuerdas? Bueno, da igual. Total, que se puso pesado y me insistió. Más que pesado, borde. Directamente. Que no lo soltaba, que era cosa de vida o muerte, que menudo amigo si le dejaba colgado... ¿Qué iba a hacer yo, eh? ¡Con lo que me había costado enrollarme a Cris! Le dije que tenía dos opciones: dejármelo y se lo hacía a primera hora, al abrir la tienda, o pasarse él por la mañana y esperarse a que se lo copiara. Entonces se puso como un loco.

—¿Hardy?

—Sí, Hardy —lo reafirmó con un seco gesto de cabeza—. Se puso como una moto. Menos «guapo», me llamó de todo. Yo le contesté que el problema era suyo, y que de hecho me estaba insultando él a mí. A ver, ¿por qué no podía dejarme el disco? ¿No se fiaba? Total, que subimos el tono, sobre todo él, y me harté. Le dije que se largara, que yo cerraba y punto. ¿Sabes qué hizo? Pues largarse, pero arreó un portazo que no sé ni cómo no se cargó el cristal —señaló la puerta de su tienda—. Yo entonces ya no pude más. Fui tras él y le grité que si estaba loco o qué. Lo que menos me esperaba es que se diera media vuelta y se me echara encima. Tenías que haberle visto la cara. No era él. Estaba demudado, los ojos salidos. Me empujó contra la pared. Me pillo de improviso y..., bueno, yo no soy un tío cuadrado, ni tengo media pegada, así que lo tuvo fácil. Reaccioné, le empujé a él y no sé ni cómo acabé en el suelo. Hardy estaba de pie. Pudo patearme, pero lo que hizo fue levantar un puño como una maza y entonces yo me protegí la cara. Esperé el golpe y al ver que no me atizaba separé un poco las manos. Él parecía paralizado. Se mordió el labio inferior, cerró los ojos un par de segundos, musitó algo así como «joder, joder, joder» y «no, controla, controla...», y luego echó a correr.

Lennon estaba pálido.

—¿Dijo eso de... controlarse?

—Sí.

—¿No te pareció raro?

—Ya te digo que iba muy subido.

—¿Drogado?

—No, eso no. Yo a ésos los pillo. Cuando me aparece uno por aquí, le doy puerta. No me interesa ese tipo de clientela. Son chungos. Me refiero a lo que te he dicho antes. El trato era: «Yo soy el puto número uno y tú eres un mierda que tiene una tienda cutre».

—¿Qué quería que le copiaras?

—Ni idea.

—Has dicho un disco.

—Bueno, un CD, no sé. Un disco es un disco. No sé lo que había dentro.

—Su novia también me dijo que se había vuelto violento.

—¿Ah, sí?

—Cosa del último mes, desde que empezó a probar el nuevo lanzamiento de K-Pat.

—¿Asesinos 2?

—Sí.

—Otra cosa no sé, pero Hardy era un profesional.

—Le dijo a ella que era adictivo.

La cara de Chema lo dijo todo: se revistió de una expresión de escepticismo.

—Oye, que hablamos de Hardy —dijo—. Ha mamado todos los juegos desde que se inventó el come-cocos.

—Se dice que Asesinos 2 va a superar todo lo conocido.

—Eso se dice siempre de cualquier lanzamiento espectacular o una segunda parte de un éxito, para crear expectación. Puro marketing. Aunque desde luego funciona. ¿Sabes cuántos pedidos anticipados tengo ya? Una bomba así me arregla las Navidades, y a lo mejor hasta parte del año.

—¿Sabes cómo murió Hardy?

—Se salió de la carretera.

—Alguien le sacó de ella. Dejó una frenada en el asfalto y su moto tenía dos golpes, restos de pintura negra. La policía habla de un monovolumen.

—Tal y como iba de energía negativa ya me lo veo: un pique, un mal rollo que te cagas, uno más borde que él y con un tanque... —hizo un gesto separando las manos.

Una era el coche, la otra la moto.

La moto acabó con los dedos de la mano hacia arriba.

—¡Puf! —fue gráfico Chema.

—Tú no crees en eso de la adicción, ¿verdad?

—¡Claro que creo! ¡La gente es adicta, a muchas cosas, lo quieran o no! He visto muchos colgados aquí, chicos enganchados. Es normal. Cuantos más problemas tienen en el mundo real, más buscan evadirse en el virtual. ¿No se enganchan unos a la tele, a un serial, a fumar, a las drogas, a las tragaperras, a su equipo de fútbol? Muchos tienen esto flojo —se tocó la cabeza con un dedo—. Pero los videojuegos no están en el número uno de eso por mucho que los padres bienpensantes se empeñen en ello. Lo que pasa es que están cagados de miedo: han perdido el control sobre sus hijos y eso les asusta. Pero no estamos hablando de adolescentes pirados, hablamos de un profesional con horas de vuelo, y enganchado sí, lo estaba, siempre lo estuvo, pero la palabra «adicción» en su caso es muy fuerte.

—¿Y lo de «controlarse»?

—¡Coño, macho, que iba a darme con un puño como una maza! Se dio cuenta de lo que estaba haciendo y eso le frenó. ¡Y menos mal, o me deja tan guapo que mi Cris hubiera echado a correr!

—¿Y te la enrollaste?

—Estoy en ello —ladeó la cabeza con un deje de ternura—. Fue un primer paso.

Uno de los que hurgaba en las estanterías ya había hecho su elección. Esperaba al lado de la caja para pagar su compra y marcharse.

—¿Te quedas un rato y te enseño cosas guapas que me han llegado de Estados Unidos? —le propuso Chema tras darle un golpe en el brazo antes de separarse de su lado.

—No puedo, lo siento.

—Entonces pásate cuando quieras, pero ya, no dentro de tres meses.

—Cuídate.

—¡Lo mismo digo, Lennon! ¡Joder, ni siquiera me has dicho en qué andas!

—Dibujo.

Chema ya estaba en la caja, pasando el código de barras por el lector.

—¡Cualquier día nos vemos casados y con hijos, y prohibiéndoles jugar! —soltó una carcajada feliz.

Tan libre como él.

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