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Martes » Capítulo 17

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No fueron diez minutos, ni quince.

Fueron veinte.

Por la puerta de la salita apareció otra monada, más bajita, morena, pero igualmente preciosa, como recién salida de un salón de belleza. Maquillaje perfecto, uñas perfectas, ropa perfecta. El mundo de los videojuegos se estaba poniendo por las nubes. La sonrisa que le dirigió le llenó media cara. Una media luna armónica poblada de dientes blancos.

A veces las cosas le parecían irreales.

Mundos distantes.

Y por alguna razón, la que fuese, se quedaba con Laura.

—¿Señor Lennon, puede acompañarme?

Le siguió los pasos. Había estado allí tres veces, dos con Hardy, jugando, en plan ayudante suyo, y otra solo, así que sabía el camino. El despacho de Celso Andrade se encontraba al final del pasillo, la primera puerta a la izquierda. El de Bernabé Castaño era el frontal al suyo. Repartidas por las paredes vio portadas de revistas especializadas y artículos enmarcados, siempre ensalzando el éxito de K-Pat o de Asesinos, la joya de la corona. La secretaria le abrió la puerta y le hizo entrar.

—El señor Andrade viene en un minuto.

En el mundo de los videojuegos todo era gente joven, camisas, vaqueros, blusas o camisetas, zapatillas y desparpajo. Que Bernabé Castaño fuese un clásico no justificaba aquel despliegue de recepcionistas o secretarias de bandera, ni el tratamiento, ni tampoco la sensación de estar en una empresa de cualquier cosa menos de algo tan joven como los juegos.

Quizás fuese el dinero. El éxito.

O que allí estaba la planta de dirección, la nobleza, mientras que en el piso de abajo, donde se curraban los juegos, la cosa se pareciese más al patio de un colegio lleno de trabajo pero también de sana locura.

Se sentó en una silla, frente al despacho.

Celso Andrade apareció ciertamente al minuto.

—¡Jorge, qué sorpresa!

Llevaba el mismo traje que el domingo, en el entierro de Hardy, aunque allí, en su despacho, daba la impresión de estar más animado, menos serio y circunspecto. Claro que entre uno y otro marco mediaba un abismo.

—¿Todo bien? —Lennon le estrechó la mano.

—Sí, muy bien, aunque después del palo de lo de Tomás... —el aparecido ocupó su lugar tras la mesa, arrellanándose en su butaca.

—Muy fuerte, sí.

—Yo aún creo que voy a verlo entrar por la puerta —cruzó las dos manos sobre el abdomen.

—Ya me dijiste que os dejaba fastidiados.

—Hombre, tú dirás. Nadie dudaba de que era el mejor, capaz de encontrar un bug en el lugar más insospechado. Una mierda así puede arruinarte un gran lanzamiento, ya lo sabes.

—¿Ahora estaréis colgados?

—¿Colgados?

—Estaba probando Asesinos 2, ¿no? Su novia me dijo que no iba a hacer vacaciones para trabajar a fondo en él.

—Asesinos 2 ya estaba testeado —movió su mano derecha para dar más énfasis a sus palabras—. Por suerte. Lo dejó listo y aprobado un par o tres de días antes de su muerte. Mal iríamos si a estas alturas, a menos de unos meses del lanzamiento y con todo preparado, aún estuviéramos probándolo. Va a ser el lanzamiento más espectacular de la historia de los videojuegos en España, y creo que en medio mundo. ¡Ríete de japos y yanquis!

—¿Tomás lo testeó así de rápido? ¿En un mes?

—¿Qué te crees, que trabajamos con el culo? —se rió de su gracia pero lo hizo revestido de sarcasmo—. Hemos invertido en esto más que dinero: hemos invertido nuestra sangre. Por supuesto que siempre puede haber un fallo, un agujero, un maldito imprevisto, pero lo teníamos bastante seguro. Ni una brecha, ni una fisura. Y Tomás se puso a fondo. Noche y día. ¿No te comentó nada?

—Prácticamente no le vi este último mes. Se encerró con el juego.

—Le pilló el gusto, sí. Y tú también lo harás cuando aparezca. A su lado, Asesinos es una minucia. Será un asombro.

—¿Puedo probarlo?

—Tienes prisa, ¿eh?

—Quería echarle un vistazo, nada más. Se habla tanto de él.

—Pues ahora ya está bajo siete llaves. Máximo secreto. Vamos a crear una campaña hype de primera. Ya sabes: motivar, incentivar al personal, decirle que, si no juega de buenas a primeras, nada más se ponga a la venta, será un marciano. Esa ansiedad es la que mueve el mercado global, Jorge. Pensamos colocar tres millones sólo en Navidad, y otros cinco en la primera mitad del próximo año. Eso en España. De Asesinos vendimos cinco aquí y nueve en el resto del mundo. Número uno en quince países. Con Asesinos 2 confiamos en rebasar el número uno en al menos veinte, y por supuesto superar los diez millones en el mercado internacional antes de un año.

—Eso es mucha pasta.

—¿Y la que llevamos gastada? Estamos a cero. Justito para el lanzamiento. Lo hemos puesto todo ahí. Si esto fuera un fracaso, no te digo. La pura ruina —pareció como si se diera cuenta de que estaba hablando demasiado, llevado por su buen ánimo después de haber tomado un par de copas de vino de más en la comida o impulsado por la visión de los buenos tiempos y el orgullo. Se arrellanó un poco más en su butaca y volvió al origen—: Y por cierto, no me has dicho el motivo de tu visita. Nos hemos puesto a hablar de Tomás...

—Me dijiste que tal vez tuvieras trabajo.

—¿De probador?

—Sí.

—Vamos a necesitar uno, sí, aunque no ahora. Después de verano, cuando empecemos con otras cosas...

—¿De verdad crees que serviría?

—Sí.

—Tomás era Tomás.

—Vale, pero es cuestión de ponerse. A mí me impresionaste aquella vez, ¿te acuerdas?

—Tuve un poco de suerte.

—¡Eres el primer jugador modesto que conozco! —no pudo creerlo—. ¿A qué te dedicas?

—Dibujo. Hay quien lo llama creador gráfico, pero yo soy más simple. Acabo de diseñar todo el lanzamiento del nuevo grupo de Discos Raya-Dos, Los Monos del Kola-Kaos.

—¿Se llaman así? —contuvo la risa.

—Yo he hecho la portada, los pósteres, el material de apoyo... —pasó de su comentario.

—Quizás podamos encargarte algo de eso.

—Bueno.

Celso Andrade se puso en pie dando por terminada la charla.

—Tengo una reunión con Bernabé. Ha llegado esta misma mañana de su viaje. Déjame un teléfono.

Llevaba siempre un par de tarjetas encima. Se metió la mano en el bolsillo y sin querer extrajo la del policía de la mañana. Volvió a guardársela y buscó las suyas. Odiaba esas cosas, la gente se relacionaba ya con el e-mail, pero los había de la vieja escuela, como el director de marketing de K-Pat. Se la entregó y su anfitrión la dejó sobre la mesa.

Quizás acabase en la papelera nada más irse él.

—Te acompaño —llegó al máximo de su amabilidad.

La tarjeta del policía. Hardy. Elsa. Chema. Adicción. Control. La cabeza le mandó un mensaje a las terminaciones nerviosas. Su instinto, siempre él. No podía hablarle a Celso Andrade de lo que le habían contado Elsa y Chema. Asesinos 2 era algo más que su ojito derecho. Era su futuro.

—¿Qué tal lo de X-Game? —preguntó de pronto.

Notó el nerviosismo de su compañero, la explosión interior, sorda, demoledora. Iban por el pasillo y fue igual que el estallido silencioso de una supernova en mitad del espacio. Celso Andrade le hurtó su propia palidez, aunque no supo mantener el tono de su voz, ni la calma.

—¿Qué sabes tú de...? —pareció a punto de detenerse en seco.

—Bueno, lo que se dice —fingió ir de despistado.

—No se dice nada, Jorge.

—Pues yo he oído rumores.

—¿Dónde?

—Ni idea. Estás en una reunión, alguien habla...

—¿Y qué es lo que se dice?

—Que vais a hacer negocios con ellos.

—Joder —fue un suspiro, pero también una maldición—. Te juro que no hay nada. Pero nada de nada. Desde luego la gente suelta cada cosa, cada bulo... Y si cuela... —estaban ya en la recepción, cerca de los ascensores—. De todas formas, que una empresa española crezca hasta el punto de hacer negocios o interesar a un gigante como ése sería una buena señal, ¿no?

—Hombre, claro.

—Si oyes algo más, me llamas.

—¿En serio?

—Hay rumores que pueden hacer daño. La competencia es muy cabrona. Saben que con Asesinos 2 vamos a arrasar, a comernos el mercado navideño, y el del próximo año también. Me imagino que cualquiera haría lo que fuese para jorobarnos. Además, los de X-Game compran empresas. Nadie va a esperar ni a creer que vayamos a vender K-Pat en pleno éxito...

Calló de pronto al darse cuenta de lo que acababa de decir, impulsado por su nerviosismo.

Y casi le dio una apoplejía.

La palidez se hizo mayor.

Las puertas del ascensor se abrieron ante ellos.

Al fondo, la recepcionista examinaba sus perfectas uñas mientras sonreía y le hablaba a alguien por teléfono.

—Gracias por todo —la sonrisa desenfadada de Lennon intentó serenarle.

—Hasta pronto, Jorge —le estrechó la mano Celso Andrade.

—Nos vemos.

Las puertas del ascensor se cerraron.

Mientras descendía al nivel de la calle, Lennon supo que Celso Andrade estaba en ese mismo momento corriendo directo al despacho de Bernabé Castaño.

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