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Martes » Capítulo 18

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No se dio cuenta de lo nervioso que estaba hasta que pisó la calle.

¿Cómo había tenido las narices de mentarle a X-Game...?

¡Disparando al azar, buscando cazar elefantes con perdigones! ¿O eran hormigas a cañonazos?

Miró el edificio donde se albergaban las oficinas de K-Pat. Alguien se apartó de una ventana y la cortina hurtó su imagen. Podía ser una casualidad. En cualquier caso, sintió muchas ganas de largarse de allí. Sacó las llaves depositadas en el casco, se lo puso, subió a la Vespino y enfiló por la avenida, sin ningún rumbo.

Media docena de calles más allá paró y se dio cuenta de que seguía muy, muy nervioso.

Si no hubiera escuchado aquella conversación de la recepcionista.

Si su maldito instinto no fuera a veces por delante de su cordura.

Si...

Tenía la imagen de Celso Andrade, pálido, en la retina.

«Los de X-Game compran empresas. Nadie va a esperar ni a creer que vayamos a vender K-Pat en pleno éxito.»

¿Cómo había podido escapársele algo así al director de marketing de K-Pat?

Pero y si...

Transcurrieron dos o tres minutos. El mundo se movía a su alrededor. La gente iba y venía, caminaba o corría, coches, motos, autobuses, la dinámica de la vida siempre en marcha, imparable. Lo único que la detenía era la inevitable muerte.

Como la de Hardy.

Sacó el móvil de su bolsillo, fue a la memoria y activó el número de Laura.

Quizás le sonase a excusa.

En este caso no lo era.

—¿Sí?

Lennon cerró los ojos. No quería ver todo aquel movimiento a su alrededor. Quería interiorizar su voz, su esencia, su imagen.

—Laura, soy yo.

—Sí, ya. ¿Qué hay?

Fue un suspiro de alivio, no de cansancio.

—Me dijiste que os entregaron todo lo que llevaba tu hermano.

—Sí.

—¿Tienes su móvil?

—No.

Tuvo que abrir los ojos.

—¿Cómo que no?

—No llevaba móvil.

—Laura, tu hermano no salía sin él, no dormía sin él, no se duchaba sin él.

—Jorge —el tono fue impaciente—, no me lo dieron, por lo tanto es que no lo llevaba.

—Pues en su casa no lo vimos.

—Tampoco lo buscamos.

La pausa se hizo mayor de lo esperado, mientras él recordaba sus movimientos en casa de Hardy, los detalles, cuanto vieron encima de la mesa o alrededor de sus equipos.

—¿Qué sucede? —quiso saber ella.

—¿Sabes si la policía registró a fondo la zona del accidente?

—No, no lo sé. Sinceramente no caí en esos detalles, como lo del móvil.

—Pudo habérsele caído y estar en algún agujero, no sé...

—Lo lógico es que lo registraran todo, ¿no crees? Y más si tienen sospechas de algo extraño.

—Pues para Tomás ir sin móvil hubiera sido como ir desnudo.

La pausa fue ahora de Laura.

—¿Qué quieres decir?

—No aparece su móvil, no encontramos su ordenador... Son demasiadas casualidades.

—¿Así que ya empiezas a creer en la teoría de que no fue algo accidental?

Lennon tragó saliva.

Tampoco era cosa de meter la pata.

—Jorge, ¿qué has estado haciendo? —reapareció ella con un deje de duda e inquietud en la voz.

—Preguntas.

—¿A quién?

—Aquí y allá —fue lo más impreciso que pudo.

—Jorge...

—Caray, me dejaste el cuerpo raro, ¿qué quieres que te diga? Y cuanto más pienso en ello, y capto los detalles...

—¿Dónde estás?

—En la calle. ¿No oyes el ruido del tráfico?

—¿Vas a alguna parte?

—No. He entregado el trabajo que tenía pendiente y soy libre.

—Dame las señas de tu casa.

Se le paró el corazón. Su casa. Su gran minipiso. Laura allí.

Extraordinario.

Y también sobrecogedor, como para que ella saliera corriendo.

—¿No prefieres que vaya a la tuya?

—¿Venir tú aquí? ¡Estás loco! Mis padres no hablan, no paran de llorar... Dios, Jorge, esto es... —contuvo un irrefrenable llanto casi al límite—. Necesito salir, ¿vale?

—Toma nota —se rindió.

—Espera.

Aguardó unos segundos, a que ella cogiera un papel y un bolígrafo.

—Ya, dime.

Le dio sus señas, buscando parecer normal.

—Tardaré una hora o una hora y media. Quiero hacerles la cena antes de irme, por si regreso tarde. No sabes lo que me ha costado que se tomaran un poco de sopa y algo de pescado hace un rato, para comer.

«Por si regreso tarde.»

—Tranquila, te espero en casa.

—Hasta luego.

Cortaron los dos al unísono y en menos de diez segundos la moto ya petardeaba por las calles a la máxima velocidad permitida, esquivando coches y colocándose en primera línea en los semáforos. Disponía de tiempo, de sobras, pero sentía la absoluta necesidad de llegar cuanto antes, para limpiarlo todo, incluido el baño, la cocina...

—¿A quién quieres impresionar? —rezongó en voz alta.

Llegó a su piso y subió a la carrera, sin hacer ruido, para evitar que Mati le asaltara una vez más. Cuando cerró la puerta se sintió a salvo. Luego no pudo evitar una sonrisa malévola. A lo mejor no le iría mal que Mati apareciese por allí estando con Laura. Su vecina se desencantaría y Laura quizás se pusiese celosa.

La sonrisa malévola desapareció de sus labios.

Laura no era así.

Vivía y dejaba vivir.

Se puso a trabajar frenéticamente. Primero la cama, cambiar las sábanas, no porque pensara que sus fantasías llegaran a cumplirse, sino más bien por estética. A continuación la mesa, su equipo de trabajo. Pasó al baño, limpiar el retrete a fondo. Finalmente la cocina. El tiempo se le echaba encima. Ya hacía casi una hora. Laura había dicho «una hora o una hora y media». Por un lado quería verla ya, por el otro necesitaba todavía unos diez minutos más.

Con los nervios se mojó los pantalones de arriba abajo.

Se los quitó, a la carrera, y los colocó en el cesto de la ropa sucia. Luego se puso otros.

Ni siquiera miró si llevaba algo en los bolsillos.

Cuando terminó, su piso estaba irreconocible. Su madre habría estado orgullosa de él.

Se sentó en una silla y se dispuso a esperar.

A los cinco minutos los nervios empezaron a devorarlo.

Laura olería su fracaso. Era independiente, sí. Vivía solo, sí. Pero allí...

Se deprimió.

Un piso de veintisiete coma nueve metros cuadrados. ¡Ni siquiera llegaba a los treinta!

¿Cómo habría vivido ella en Londres? Hardy le contó que tenía una habitación en alguna parte. Al menos al comienzo. Menos que un minipiso. Pero no era lo mismo Londres, buscarse la vida en una ciudad extraña, que hacerlo en casa, en la suya, la de toda la vida.

Probablemente la de siempre.

Diez minutos.

¿De qué se avergonzaba?

Si Laura se había vuelto idiota...

No, ella no. De eso podía estar seguro. Seguía siendo la misma, con su carácter indómito e indomable, su fuerza interior, una fuerza capaz de quebrarse en momentos dramáticos como aquél, pero nunca tan amarga como para hundirla o abocarla al abismo.

Una hora y veinte minutos.

Se sentó frente al ordenador. Imaginó que cuando estuviese navegando por Internet ella llamaría. Bueno, ojalá. Tecleó en el buscador la palabra X-Game y al final aparecieron en la pantalla todas las páginas relacionadas con el gigante asiático de los videojuegos. La primera, la web oficial. Entró en ella y refrescó lo que sabía de la empresa.

Ningún vínculo que la relacionara con K-Pat de España.

Junto a la palabra X-Game escribió el nombre de aquel tipo, Tamamura, y le dio al «enter».

Google fue rápido.

Hiro Tamamura.

Director de Operaciones Internacionales.

Operaciones Internacionales.

Pudo ver a un tipo japonés, bajito, bigote, con gafas de concha negra. Aparecía en varias imágenes, siempre embutido en trajes oscuros, siempre sonriente y feliz. Y no podía ser menos. En todas aquellas fotos ocupaba el centro geográfico de su pequeño gran universo.

Porque representaba el poder.

«Hiro Tamamura en el consorcio Adkaat Inc. de Copenhague, después de la absorción, por parte de la multinacional de los juegos X-Game, de la empresa danesa que durante años ha liderado el sector en...» «Hiro Tamamura, experto en reflotación de empresas en crisis y lince del imperio X-Game, pieza clave del crecimiento internacional de la multinacional de los videojuegos, afirma que la expansión iniciada por el gigante asiático no busca el monopolio absoluto sino una diversificación...» «Hiro Tamamura, Director de Operaciones Internacionales de X-Game, en el momento de la firma de la compra de Genimatc Corporation con Albert y Josh Levenbran. La emergente compañía de videojuegos radicada en Cleveland, Ohio...» «Según palabras del señor Tamamura, Vision Lies, pionera del sector de los videojuegos en Mumbay, conservará su propia autonomía tras la absorción de la empresa por parte de X-Games...» «X-Games está ya presente, con sedes propias o firmas filiales compradas en los últimos cinco años, en veintinueve países...».

—¿Para qué vienes aquí, amigo? —le preguntó a las múltiples imágenes de Hiro Tamamura repartidas por la pantalla de su ordenador.

Algo le vino a la mente de golpe.

El día del entierro de Hardy, en Pompas Fúnebres, Celso Andrade había dicho que Bernabé Castaño estaba de viaje.

En Japón.

Y ya había regresado, esa misma mañana. Un viaje muy rápido de ida y vuelta.

Ahora aquel tipo, el tal Tamamura, venía a España.

Y era tan popular que hasta la recepcionista se enrollaba con él.

Lennon contempló la pantalla sin saber muy bien qué pensar, qué sentir, qué relación podía tener todo aquello, si es que tenía alguna, con... ¿la muerte de Hardy?

La asociación le hizo estremecer.

¿Por qué tal vez, sólo tal vez, iba a vender Bernabé Castaño K-Pat a los japoneses, justo en pleno éxito, a las puertas de comerse el mercado con Asesinos 2? Cualquier cosa tenía sentido menos aquello. Salvo que la pasta que le pusieran encima de la mesa fuera tan exorbitante que...

¿Y si X-Game, a pesar de todo, sólo iba a distribuir Asesinos 2 en Japón?

No quiso darle más vueltas a la cabeza. Entre esto, inesperado, y la tardanza de Laura, los nervios empezaban a desarbolarle.

La chica seguía sin dar señales de vida.

Y la espera se le estaba haciendo muy larga.

Tuvo una idea. También una excusa para seguir haciendo algo. Apagó el ordenador, cogió el móvil y marcó el número de Hardy. ¿Cómo no se le había ocurrido antes?

No sabía con qué podía encontrarse, así que no le extrañó que el resultado fuera el más normal.

—Hola. Has llamado a Hardy. No te enrolles mucho y di lo que quieras.

El contestador automático.

Un buzón de voz conectado con el Más Allá.

Una hora y cuarenta minutos.

Y cuarenta y cinco.

Y cincuenta.

Y cincuenta y cinco.

El timbre de la puerta sonó una hora y cincuenta y siete minutos después de haber hablado con ella.

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