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Martes » Capítulo 19

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La puerta de la calle debía de estar abierta, porque se la encontró en el rellano. Tenía buen aspecto pese a las circunstancias. Ni siquiera se había arreglado para estar guapa o impresionar. Llevaba una blusa abierta hasta el nacimiento de los senos, unos vaqueros, unas simples chanclas que dejaban ver sus hermosos pies y el pelo alborotado. Natural como la vida misma. El cansancio sin embargo se dejaba ver en el fondo de los ojos.

—Hola —suspiró Lennon.

Ella entró en el piso. Le dio dos besos, uno en cada mejilla, pero también le sujetó los dos brazos, aferrándose levemente a ellos como si quisiera sentirlos, comprobar su fuerza o su realidad. Todo eran sensaciones, así que para él éstas se sumaron a las demás. Cada gesto, cada palabra, surgía del desconcierto del momento, de la situación, del reencuentro en aquellas circunstancias.

El pasado había vuelto.

Golpeándolo con todas sus fuerzas.

En realidad nunca había dejado de amarla.

—Así que éste es tu cubículo —fue lo primero que dijo al separarse.

—Sí.

Laura lo miró. Tampoco había mucho. Bastaba un segundo para abarcarlo todo.

Ella se tomó cinco.

Un lujo.

De pronto se echó a reír.

Y Lennon se sintió irritado, frustrado, cabreado...

Era un golpe de risa nerviosa, histérica. Se dio cuenta de ello en el instante en que la chica lo abortó, se llevó las dos manos a la cara y rompió a llorar.

Ya no lo dudó ni un momento. La abrazó, con fuerza, sepultándola en su pecho y apretándola contra sí aunque no tanto como para que ella no pudiera respirar o desahogarse.

Fueron unas lágrimas liberadoras, hermosas.

—Lo... siento...

—No importa.

—Es genial, de verdad...

—Es lo que hay.

—Me hablaste de él y... te imaginaba aquí, solo, montándote la vida por tu cuenta... Así que es perfecto, Jorge... Perfecto, de verdad. Yo me siento feliz por ti. No quería...

—Tranquila, sé que estás nerviosa.

—Mis padres...

—Lo sé —continuó abrazándola, deseando que ese instante no terminara nunca.

Laura lloraba y reía a la vez.

—Tienes algo tuyo, no sabes lo importante que puede llegar a ser eso —fue relajándose ella.

—Tanto como mío...

—Ya me entiendes.

—Sí.

—Yo no sé cuánto aguantaré en mi casa. Se me caían las paredes encima antes, al volver de Londres, así que ahora... Imagínate.

—No puedes dejar a tus padres en un momento así. Te toca aguantar un poco.

—Tampoco tengo dinero. No tengo nada.

—Te ofrecería compartir esto, pero ya ves que sólo hay una cama.

Laura se apartó un poco de él, sin perder su contacto. Sus ojos, eternamente líquidos, con aquella mirada húmeda tan característica y que tanto le seducía, ahora lo estaban por las lágrimas. La distancia sin embargo fue física, no emocional.

Vibraron juntos.

—¿Tú y yo? —musitó dulcemente.

Lennon se encogió de hombros.

—Éramos unos críos, ¿verdad? —continuó ella adentrándose en un espacio relajado.

—Sí.

—Pero fue bonito.

—Mucho.

Laura le acarició la mejilla.

—Siempre has sido lo mejor de mi cutre vida.

—Tu vida no es cutre.

—No sabes nada.

—Te conozco.

—¿Ah, sí?

—Sí.

—Nadie conoce a nadie, Jorge.

—No hables como una vieja —se lo repitió—: Te conozco.

—Pues mira, hemos de hablar, porque yo no sé quién soy, ni qué hago, ni hacia dónde voy.

—Parece una canción.

Tenía un aplomo desconocido. No sentía nervios. Algo muy extraño. Quizás porque ella había llorado en su pecho. Quizás porque estaba allí, en su glorioso minipiso. Quizás porque, inesperadamente, dominaba la situación y se sentía más fuerte que su compañera.

Seguro de sí mismo.

Laura se dio cuenta.

—Estás distinto —suspiró.

—Y tú confundida, eso es todo.

La chica se separó finalmente de su proximidad. Caminó hasta la única silla del lugar y se sentó en ella, o más bien se derrumbó. Lennon no tuvo más remedio que seguirla y hacer lo mismo en la parte baja de la cama. Quedaron separados por apenas un metro.

Hasta que arrastró la silla para acercarse a él y poder cogerle las manos.

—¿Sabes por qué volví de Londres? —le cubrió con una mirada sin aristas, suave como una caricia.

—Ya hablamos de ello. Me dijiste que echabas de menos esto, que para malvivir allí lo hacías aquí, que todos necesitamos volver al origen...

—Hay algo más —sus ojos se cubrieron de cenizas.

—Entonces no quiero saberlo.

—¿Por qué?

—Porque si hay un tío de por medio...

—Cómo sois los hombres. ¿Ha de haber siempre alguien?

—Sí.

Laura movió la cabeza de lado a lado.

—¿Tienes algo de beber? —preguntó.

—Ahí está la nevera. Hay agua, leche, algún zumo...

—¿No tienes cerveza?

—Creo que no.

La mirada se hizo críptica, mitad irónica mitad divertida.

—Vaya por Dios.

—Laura...

—No, si está bien —se levantó, fue a la nevera, la abrió y cogió la botella de agua—. Sólo tengo sed, pero me encantaría pillar un pedo de aquí te espero —bebió directamente de ella, la dejó en su lugar y regresó a la silla.

Volvió a agarrarle de las manos.

—¿Qué has estado preguntando?

—Algo le sucedió a tu hermano este último mes, probando ese juego.

—¿Algo como qué?

—Rompió con Elsa...

—Elsa no era para él. Muy explosiva, muy sexy, muy...

—La pegó.

—¿De qué estás hablando?

—La pateó y le dejó una buena señal.

—¡Anda ya! —le soltó las manos para echarse hacia atrás.

—Yo vi la marca.

—¡Se la haría ella! —protestó—. ¿Tomás, pegar a alguien, y más a una mujer? No me lo trago ni que me lo juren.

—Te lo juro yo, porque no sólo fue Elsa. Se peleó con más gente. Se volvió violento.

—¿Con quién más se peleó, vamos a ver?

—Con Chema, uno que tiene una tienda especializada. También derribó una moto a puntapiés, se enfrentó a su dueño, se las tuvo con un camarero... Elsa me dijo que se trataba del juego, y Chema, que tu hermano no controlaba.

La cara de Laura lo dijo todo.

—¿Me estás diciendo que por probar ese dichoso juego se volvió majara?

—Su ex empleó una palabra que me hizo estremecer. Dijo que era... adictivo.

—Todos lo son, ¿no?

—El tabaco es adictivo, las tragaperras son adictivas, el alcohol, las drogas, y por supuesto el mundo de los videojuegos para los más jóvenes cuando pasan más horas de las debidas y se descontrolan, pero tu hermano era un profesional, ya no era un crío, y hablamos de un juego. De uno solo. Lo probó un mes. Ese mes. No puede ser casual.

—¿Y un tío de lo más pacífico de pronto se vuelve violento por un juego, así, en un plis-plas?

—Eso parece.

—¿Es lo que crees, en serio?

—Me pediste que te ayudara y es lo que trato de hacer, pero no tengo respuestas para todo. Lo que yo crea no importa demasiado.

—¿Cómo que no importa? ¡No te hagas el simple, por favor! Tendrás alguna idea.

—Una vez me dijiste que yo era muy intuitivo, que mi lado femenino debía de ser muy fuerte, que por eso era artista o tenía un plus de sensibilidad, ¿recuerdas?

—Vaya, lo que no pensaba era que lo recordaras tú.

—¿Cómo no iba a recordarlo?

Había sido la primera vez que hicieron el amor, en un momento de máxima ternura y complicidad, estremecidos, temblando ante aquella sorpresa anímica.

—Me acuerdo, sí.

—¿Sigues viendo eso en mí?

—Sí.

—Pues mi instinto me dice algo.

—¿Qué es?

—Te sonará a película.

—Prueba.

Lo meditó. Un par de segundos. Acabó moviendo la cabeza de lado a lado.

—Dame veinticuatro horas.

—¡Jorge!

No pudo discutirlo. Alguien llamó a la puerta, sobresaltándolos por lo imprevisto y lo concentrado de su conversación. Lennon se incorporó de la cama y fue a abrir.

Se encontró con Mati en el rellano.

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