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Miércoles » Capítulo 26

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Laura le llamaba.

—¡Jorge! ¡Jorge!

¡Hum...! Era perfecto. Todo era perfecto. Y su biquini precioso. Estaban en el mar, en una playa cuanto menos caribeña, con arenas blancas, palmeras, un agua transparente...

Una isla de ensueño.

Sí, la había visto unos días antes, en un folleto de propaganda. Múcura. Hotel Punta Faro de Múcura, en el archipiélago de San Bernardo, a dos horas en bote de Cartagena de Indias. Unas pocas cabañas, apenas un kilómetro de largo por trescientos metros de ancho, deshabitada. Un lugar perdido en medio del mar. Había deseado estar allí.

—¡Laura!

¿Por qué su voz no se escuchaba y la de ella sí?

—¡Jorge! ¡Despierta!

¿Despertar?

Hacía calor. Era perfecto. O estaba en el mar o acababa de salir de él, porque se sentía empapado.

No, no era agua. Era sudor.

Necesitaba una cerveza fría.

—¡Por favor, por favor...!

¿Por qué lloraba Laura?

Nadie llora en el paraíso.

De acuerdo, abrió los ojos.

Y la vio, inclinada sobre él, acariciándole la cara, con el rostro demudado por la angustia y el miedo.

No estaban en una playa, ni en el maldito Caribe. Estaban en un lugar oscuro, húmedo, cerrado, con tan sólo una bombillita que colgaba huérfana del techo.

—¡Jorge! —suspiró la chica.

Intentó moverse. Se equivocó. La punzada que emitió su mente le atravesó el cuerpo de arriba abajo. Por instinto se llevó una mano a la zona emisora. Se encontró con una pelota de golf incrustada en su cabeza. Le dolía horrores.

Pero más le dolió despertar de su sueño.

Aunque Laura en ese momento le abrazó, liberada de toda su tensión nerviosa ante su estado.

—¿Dónde... estamos?

—No lo sé —se separó un poco de él para hablarle.

—¿Y qué ha pasado?

—Apareció un hombre, de traje oscuro y gafas. Me agarró del brazo y me dijo que le siguiera o me mataría, y a ti también. Me metió en una camioneta y me durmió con cloroformo o algo así. Es todo lo que recuerdo. Acabo de despertar y estabas a mi lado. ¡Oh, Jorge, pensé que...!

Volvió a abrazarle.

Le hubiera gustado de no ser por su cabeza.

—¿Nuestros móviles...?

—Nos los han quitado, claro.

Lennon cerró los ojos.

En la serie Expediente X se decía «la verdad está ahí fuera». En su caso la verdad se encontraba allí mismo.

—Maldita sea... —musitó.

—¿Qué pasa?

—Que dimos con la clave, eso pasa.

—Jorge, ya vale..., ya vale... —pareció a punto de deshacerse Laura.

—Dame un minuto —le pidió—. Me va a estallar la... cabeza.

—¿Qué quieres que haga?

—Ayúdame a incorporarme...

Lo intentó.

Bastó un simple gesto antes de comprender que lo mejor que podía hacer era seguir allí, boca arriba, tal cual, con Laura arrodillada a su lado, pendiente de su estado y acariciándole la frente con manos de seda.

Le bizquearon los ojos y la punzada fue tan agresiva que casi se mareó.

—Espera, espera... ¡Oooh...!

Laura le quitó el sudor con un pañuelo.

Le pasó la mano por las mejillas, los labios...

—Sigue —susurró él.

—Vamos, Jorge... —exhaló con pesar.

—A ti te han dormido, pero a mí me han dado una buena.

—Vale.

Continuó con sus caricias.

—¿Mejor?

—Sí, aunque...

—¿Qué?

—Me iría mejor un beso.

—¡Jorge! —se enfadó ella.

—Anoche me lo diste.

—Sí, y lo siento.

—¿Cómo que lo sientes? —la enfocó con su mirada poco a poco más centrada.

—Me comporté como una idiota.

—Pues por mí sigue comportándote así.

—Sentí... —se detuvo sin encontrar las palabras adecuadas.

—¿Ansiedad? ¿Necesidad? ¿Un deseo irrefrenable? —trató de ayudarla él.

—Pensé que te lo debía.

Quizás no era el momento, ni el lugar adecuado, pero fuere como fuere estaban hablando de ello.

Y no quiso retroceder. Ya no.

—No me debes nada —concedió Lennon—, aunque yo siga enamorado de ti.

Laura le miró en silencio.

Todo un mundo flotó entre los dos, atrapado en aquella breve distancia.

—¿De verdad sigues enamorado de mí? —quiso saber ella.

—Sí.

—¿No es una fantasía, por haberte removido los recuerdos con mi vuelta...?

—No —fue sincero—. Creía que lo tenía superado. Olvidado no, pero superado sí. El primer amor y todo ese rollo. Pero lo cierto es que no he dejado de pensar en ti todos estos años, y desde luego tu vuelta ha sido determinante. Estas... sensaciones, ¿sabes?

—Siempre fuiste un maldito romántico.

—Ya.

—Y yo, una loca.

El que levantó ahora una mano fue Lennon. Le acarició la mejilla, la bajó hasta los labios, se los rozó con el pulgar y luego descendió rumbo al cuello y la nuca.

—No es el mejor lugar ni el mejor momento para montar una escena íntima, ¿no crees?

—¿Y si es la última?

—¡Cállate!, ¿quieres? —se estremeció y casi estuvo a punto de apartarse de su contacto.

Lennon mantuvo la mano en la nuca, reteniéndola.

—Podríamos hacer el amor, por si acaso —sonrió.

—¡Qué más quisieras! —le secundó ella venciendo por primera vez su miedo y su ansiedad.

—Podrías ayudarme a superar el dolor.

—¿Cómo?

—Ven.

—Por favor...

—Hablo en serio.

Ya no logró resistirse. La mano de Lennon la atraía hacia sí, y ella misma se venció sobre él, entreabriendo los labios y cerrando los ojos.

Cuando se encontraron, Lennon volvió a la isla.

La playa.

El paraíso.

Se degustaron varios segundos, tal vez más. Cuando ella quiso apartarse él continuó reteniéndola y Laura se rindió de nuevo. Ya no lo intentó por segunda vez. El beso se prolongó, compartido, intenso.

Dulce.

Hasta que Laura se estremeció y los dos se miraron de nuevo después de haberse dado la vuelta a sí mismos, marcando una frontera entre el pasado y el futuro, aunque su presente fuera más bien amargo.

Por entre aquella ternura, la chica se asomó de nuevo al miedo.

—¿Vas a contarme de una vez de qué va todo esto? —preguntó rendida.

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