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Miércoles » Capítulo 30

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El sicario de Bernabé Castaño se tomó su tiempo.

Peldaño a peldaño.

Despacio.

Las defensas de Lennon y de Laura se activaron cuando estaba por la mitad de la escalera. Justo al ver la pistola que de nuevo, como antes, empuñaba con mano firme por delante de su cuerpo.

Intercambiaron una rápida mirada mientras él le mostraba las bolas de petanca.

—¡Hazlo rápido, maldita sea! —gritó Bernabé Castaño desde arriba.

Roc no le hizo caso.

O disfrutaba o era muy profesional.

Laura asintió con la cabeza. Se apartó de la escalera pero no se escondió. Quedó situada al frente, bajo el halo de la triste bombilla que convertía las imágenes en un funeral anticipado. Temblaba, pero se mantuvo en pie. Intentó no mirar el cadáver de Celso Andrade, con la mancha de sangre roja que iba extendiéndose por su espalda. Lennon por su parte sí se escondió en el lado izquierdo de la barandilla.

La idea era que Roc la mirase a ella.

Laura se quitó la camiseta rojo chillón que llevaba.

Hasta Lennon perdió un instante la concentración.

Roc se detuvo en el penúltimo escalón.

Una pequeña parte de su cuerpo se movió.

La ceja derecha.

—No está mal —desgranó con sarcasmo.

Movió la mano armada hacia adelante y ése fue el momento elegido por Lennon para tirarle la primera bola a la cara.

El disparo fue tan seco como el anterior.

Se incrustó en alguna parte del sótano, lejos de la figura de Laura.

Cuando el tipo se dio cuenta de que la segunda bola era tan inofensiva como la primera ya era demasiado tarde. Tenía a Lennon encima pugnando por quitarle la pistola o, cuando menos, hacerla caer. Posiblemente en circunstancias normales la pelea hubiera sido rápida. Un hombre avezado contra un chico joven. La experiencia contra la inocencia. Pero no eran circunstancias normales. Una posesa enloquecida le cayó encima, cabalgándolo, tirándole de los pelos e incrustándole los dedos en los ojos.

Roc gimió de dolor.

—¡Ya basta! —gritó Bernabé Castaño—. ¿Quieres hacerlo rápido, sádico? ¿Para qué necesitas hacerles sufrir?

Los tres cayeron sobre el cuerpo de Celso Andrade.

Entonces sí, la pistola resbaló por entre los dedos del sicario.

Lennon le golpeó. Una caricia. Laura fue más contundente. Tomándolo de los pelos abatió su cabeza contra el suelo una, dos, tres veces.

Se escuchó un crujido.

Cuatro, cinco, seis...

Hubiera seguido más y más veces, aterrorizada, atenazada por su propio miedo, de no ser porque Lennon, que tenía a Roc de lado y comprendía que estaba fuera de combate, se lo impidió.

La sujetó por las manos.

Luego los dos recularon hacia atrás.

No disponían de mucho tiempo para solazarse con su victoria. Lennon se llevó el dedo índice a los labios para pedirle que no hablara. Señaló hacia arriba. Si Bernabé Castaño se daba cuenta de lo sucedido abajo y cerraba la trampilla, se quedarían allí sin remisión. Y cuando Roc despertase..., ¿qué? ¿Le mataban de un tiro?

Había que correr.

El dueño de K-Pat todavía esperaba el segundo disparo.

Laura atrapó su blusa roja. Lennon no pudo hacer lo mismo con la pistola. Intuyó que había quedado bajo el cuerpo de Roc. Subieron a la carrera, él delante y ella detrás vistiéndose a toda prisa, pero sin hacer ruido gracias a sus zapatillas deportivas. Cuando asomaron la cabeza por la parte superior se encontraron a Bernabé Castaño de espaldas, a unos tres metros.

El hombre se volvió entonces.

Sus ojos se dilataron por la sorpresa.

—¡Pero qué...!

Fue más ágil que ellos. Echó a correr y de entrada los dejó sin luz al pasar junto al interruptor de la estancia en la que se hallaban.

—¡Hay que salir de aquí y pedir ayuda! —cuchicheó Laura.

Se acercaron a un ventanal. Tenía rejas. Comprendieron que tal vez todos tuvieran rejas, así que la única posibilidad era hacerlo por la puerta, la principal o una de servicio si, como imaginaban, estaban en una casa de las afueras, una zona residencial. Ya había anochecido.

Desde alguna parte les llegó la voz de Bernabé Castaño.

—¡Lennon, no seas estúpido, hay mucho en juego!

No le contestaron.

Corrieron agazapados, desorientados y a oscuras. No se atrevieron a conectar ninguna luz por precaución. El dueño de la casa les llevaba todas las ventajas, y lo más probable era que tuviera alguna otra arma.

Lennon agarró una pequeña estatua de bronce.

—¡Vamos, chico! —reapareció la voz de Bernabé Castaño desde algún lugar de la mansión—. ¿Te imaginas cumplir todos tus sueños? ¡Ni siquiera has de esperar! ¡Tengo mucho dinero aquí mismo, en mi caja fuerte! ¡Dinero negro! ¡Lo coges y te largas!

—¡Hardy era mi amigo, y ella es su hermana! —le respondió.

No tenía que haberlo hecho.

Su enemigo sí iba armado.

El disparo pasó cerca de su cabeza. Rompió un jarrón que se hizo añicos.

—No se acercará mientras crea que tengo la pistola de su energúmeno —le susurró a Laura.

El disparo había llegado de frente, así que se arrastraron hacia la parte izquierda. Cruzaron algo parecido a una gran sala y se encontraron con unas cristaleras que daban al jardín. La forma plácida de una piscina quedaba cerca.

Lennon levantó una mano para correr una de las hojas de la cristalera.

—Está cerrada, maldita sea...

No tenían otra forma de escapar. No con Bernabé Castaño armado. Se la jugó y se incorporó para tomar impulso. La mano que sujetaba la estatua de bronce fue hacia atrás y luego se proyectó hacia adelante con todas sus fuerzas. La estatua cumplió su objetivo.

En medio de un formidable estruendo, el cristal se vino abajo.

—¡Cuidado, no te cortes! —previno a Laura.

Pasó el primero. Quitó algunas aristas peligrosas con los pies y la ayudó a llegar al otro lado. Con la idea de sentirse a salvo y libres echaron a correr.

A correr por un jardín que no conocían, a oscuras, sin otro rumbo que alejarse de la casa.

Cuando Laura cayó, a los pocos metros, su gemido detuvo a Lennon.

Y cuando él se volvió ya era demasiado tarde.

Bernabé Castaño los apuntaba con su pistola mientras caminaba hacia ellos.

—Idiotas... Malditos idiotas...

Se detuvo junto a Laura. Apoyó el cañón del arma en su cabeza. Lennon se encontraba a unos dos metros. Cuando el dueño de K-Pat se dio cuenta de que su adversario tenía las manos vacías, que no sujetaba la pistola de Roc, acentuó su sonrisa de victoria y desprecio.

—Adiós, chico.

Bernabé Castaño dirigió su mano armada hacia él.

Se escuchó un disparo.

Lo primero que hizo Lennon fue preguntarse por qué no le dolía.

Lo segundo, extrañarse por la cara de incredulidad de su agresor.

Y lo tercero, sorprenderse de que fuera él quien se cayera al suelo.

—¡Quietos! —dijo una voz.

Surgieron de casi todas partes. Sombras y más sombras que se concretaron en uniformes de la policía. Laura lo aprovechó para incorporarse y salir disparada para guarecerse entre los brazos de su compañero. Alguien conectó las luces del jardín, y de la piscina, y de la casa. Se hizo de día en plena noche. Los dos hombres que caminaron hacia ellos pronto acabaron siendo familiares.

Lennon apenas si podía creerlo.

Los dos inspectores que habían ido a verle a su casa se detuvieron ante él. Un tercer hombre examinó el cuerpo de Bernabé Castaño. Su mueca, dirigida a ellos, fue explícita.

—Mierda... —lo lamentó el de la cazadora de cuero.

—¿Estáis bien? —se interesó por su estado el otro.

Laura tenía su rostro escondido en el pecho de Lennon. Estaba muy quieta.

—¿Cómo es que...? —vaciló él, todavía impresionado por el disparo que creía que iba a por su vida.

—La autopsia de Tomás Castro demostró que el cuello no se le rompió con la caída —continuó hablando el policía de la chaqueta—. A partir de ahí todo ha sido bastante sencillo.

—Cuando alguien muere basta con buscar un buen motivo —agregó el de la cazadora—. El universo de tu amigo era bastante limitado: los videojuegos, la empresa para la que trabajaba, la revista para la que escribía, una ex novia...

Tan simple.

Y ellos metidos en la boca del lobo.

Les había ido de un pelo.

—En el sótano hay otras dos personas, Celso Andrade, de K-Pat, y el hombre que mató a Tomás por encargo de ése —señaló a Bernabé Castaño—. Cuidado con el sicario, porque sólo está inconsciente.

—Vas a tener que explicarnos muchas cosas —dijo el primer policía.

—Tenemos algunos cabos sueltos que esperamos nos aclares —asintió el segundo.

—¿No será esta noche?

—¿Tienes algo que hacer?

Laura se apartó de Lennon. Se enfrentó a los dos hombres con una mirada fatigada, cargada de luces y sombras.

—Queremos irnos a casa —les dijo.

Y lo pronunció de una forma que parecía no admitir ninguna duda.

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