Terror

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Capitulo 28

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En una de las pequeñas islas de la costa norte de Hokkaido, Japón, un policía llamado Totsi Kameguchi fue interrumpido en su sushi del mediodía.

—Hey, silencio —gruñó a la quinceañera muchacha que acababa de entrar bruscamente en su casa—. ¿Qué puede ser tan importante que no sea capaz de esperar diez minutos?

—Es importante, sensei —suplicó ella—. ¡Por favor! ¡Venga al muelle de los cangrejos! ¡Creo que son rusos!

¡Rusos! ¡Qué fastidio! Pero un fastidio que, sin embargo, debía ser atendido de inmediato.

—Ve a la escuela y tráete a la maestra de ruso —ordenó—. ¡Dile que venga ahora mismo!

No aguardó a ver si la muchacha obedecía sus órdenes, sino que se ajustó la gorra, tomó su porra, miró con pena la más espléndida loncha de atún que había probado en semanas, y montó en su bicicleta para cruzar la ciudad. El muelle estaba lleno de pescadores y tenderos y curiosos. Kameguchi ordenó que se apartaran del paso, sujetándose fuertemente la gorra contra el viento que olía a mar y pescado podrido, y se enfrentó a los dos hombres empapados, sucios, sin afeitar, que permanecían incómodamente sentados en el suelo al extremo del muelle. Incluso antes de que llegara la maestra consiguió comprender que sí, tal como había supuesto, eran de nuevo desertores. No era difícil encontrar algún pescador que comprendiera lo suficiente su idioma. Kameguchi ordenó a los desertores que salieran del muelle, alejándolos de las cajas de agitados y cliqueteantes cangrejos. Hizo que los hombres se sentaran en uno de los pocos bancos de estilo occidental que poseía el pequeño puerto para esperar la llegada de la maestra.

—Bien —preguntó, cuando ésta llegó al fin—, ¿qué es lo que queréis?

—Hemos venido a pedir asilo político —dijo uno de ellos, a través de la maestra.

—Oh, sí. Eso ya lo había supuesto —dijo sarcásticamente el policía—. Creéis que ahora os halláis en el Mundo Libre y que ya no tendréis más problemas. Bien, tenéis que comprender que aquí vais a tener que trabajar para ganaros la vida. ¿Qué es lo que sabéis hacer?

Los hombres se miraron entre sí.

—Somos expertos en perforaciones —dijo uno.

Kameguchi frunció el ceño. El viento había vuelto, y con él una brumosa y helada llovizna.

—Tenemos todos los expertos en perforaciones que necesitamos —dijo.

Los hombres se sentaron envarados. Un pescador tiró de la manga del policía.

—Creo que debería hablarles usted más amablemente, sensei —murmuró—. Tienen algo importante que decir.

El policía le lanzó una furiosa mirada. Era uno de los pescadores que hablaba algo de ruso, el tipo de hombre que pasaba información a los rusos a cambio del derecho de entrar en el límite de las doce millas de las Kuriles sin ser molestado…, como hacían muchos, porque las islas que los japoneses habían perdido en beneficio de los rusos después de la Segunda Guerra Mundial incluían algunos de los mejores bancos de pesca de la zona. A Kameguchi no le gustó el hombre; pero no podía negar que tal vez supiera de lo que estaba hablando.

—Entonces que me lo cuenten —dijo, intentando ahogar el sarcasmo.

El ruso dijo:

—Somos de Kamchatka. Hemos estado trabajando en un terrible plan, que implica una bomba nuclear y un volcán. Por favor, llévennos inmediatamente a un periódico o a la emisora de televisión más próxima.

—¿Para qué? —preguntó Kameguchi.

—¡Para que podamos contárselo todo al mundo! Para que todos puedan juzgar las cosas horribles que se están haciendo en nuestro país. ¡Para que ustedes, la gente del libre y democrático Occidente, puedan saber al fin dónde reside la auténtica maldad! Hay que detener esto inmediatamente. Porque —dijo el hombre, empezando a sollozar—, un arma que helará la mitad del mundo y condenará a miles de millones de personas al hambre y a la muerte…, ¡no! ¡Se lo suplico, díganle al mundo que nosotros no queremos tomar parte en esta villanía!

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