Terror

Terror


Capitulo 8

Página 10 de 31

8

El satélite orbital soviético Kosmos 993 era un RORSAT, un Satélite de Reconocimiento Oceánico por Radar. Había sido lanzado desde el espaciódromo de Tyuratam, en medio de densa nieve, por un impulsor F-l-m; ahora se deslizaba por encima del océano Pacífico, más arriba de las Fiji, cartografiando a través del radar una franja de superficie del mar de cuatrocientos kilómetros de ancho.

El Kosmos 993 era un mecanismo sutil y complicado. Su corazón era su reactor nuclear Topaz, donde el uranio-235 enriquecido calentaba una envoltura de molibdeno hasta un poco más de mil quinientos grados Celsius. El reactor no necesitaba crear un flujo que pasara a través de unas turbinas. Tenía un sistema mejor. A esa temperatura, el molibdeno desprendía electrones. Éstos pasaban a través de una delgada capa de cesio gaseoso a otra envoltura externa; ésta era de niobio. Mientras el niobio se mantuviera más frío que el molibdeno del interior (lo cual se conseguía mediante flujos de sodio y potasio líquidos), el niobio recogería los electrones, así se formaba una corriente eléctrica. La corriente era de cerca de diez kilowatios, lo suficiente para mantener en funcionamiento los controles e instrumentos del RORSAT.

El reactor Topaz era el corazón del RORSAT. El radar que llevaba era la razón de su existencia. Nada mayor de veinticinco metros en la superficie del océano podía escapar a su detección. No estaba interesado en delfines o barcos pequeños. Sin embargo, entre las cosas en las que sí estaba interesado se contaban los submarinos, y lo cierto era que un submarino parcialmente sumergido, incluso uno grande, nuclear, podía ser invisible a la más bien escasa definición de su radar.

Sin embargo, el Kosmos 993 tenía otro truco en su repertorio. Podía medir las olas del mar. Podía determinar sus esquemas, y podía reconocer cuándo esos esquemas eran alterados por algún objeto moviéndose rápidamente bajo la superficie…, incluso a centenares de metros bajo la superficie. Si un objeto así se movía a una considerable profundidad a un ritmo constante en línea recta, el RORSAT no necesitaba verlo con su radar para saber que había un submarino ahí abajo.

El día dos de enero, el Kosmos 993 pasó por encima de las islas hawaianas, como lo hacía cada día. Su rumbo lo llevaba casi directamente sobre el Mauna Loa, en la Gran Isla. El Proyecto Vulcano estaba casi en el límite del alcance de su radar. Sin embargo, sus radares registraron un significativo aumento en el movimiento de las olas cerca del conjunto de barcos del proyecto. Tal como estaba diseñado para hacer, informó de su observación.

Esto condujo a otro acontecimiento.

Los RORSAT cazaban en parejas. El Kosmos 992, su compañero, iba veintidós minutos detrás de él en la misma órbita, y fue al Kosmos 992 al que el RORSAT notificó de su interesante observación.

El segundo RORSAT, el Kosmos 992, emprendió entonces dos acciones significativas.

En primer lugar, activó sus microimpulsores iónicos para acercarse más a Vulcano a su paso. En segundo lugar, hizo que el reflector de berilio en torno al núcleo del reactor del Topaz rotara ligeramente. Los obturadores de boro que absorbían los neutrones se retiraron; los de berilio que reflejaba los neutrones se alargaron. El resultado de todo ello fue que el reactor se calentó ligeramente. Más electrones fluyeron a través del gas de cesio. A los radares llegó más potencia eléctrica.

La imagen que produjo el segundo RORSAT de Vulcano y el mar que le rodeaba fue admirablemente clara. Las cámaras internas del RORSAT tomaron una foto de la escena, y el satélite se preparó para enviar sus mensajes a sus dueños.

Aunque los RORSAT eran capaces de transmitir fotos grabadas por radio, para unas imágenes más claras era mejor la película fotográfica física. Para este propósito se hallaban en una órbita inconveniente…, o mejor dicho, los objetos que estaban mirando se hallaban en un lugar inconveniente, debido a las restricciones de la geografía terrestre y la balística orbital.

En una proyección Mercator de la Tierra sus órbitas parecían ondas sinusoidales, flotando por encima y por debajo del ecuador, alcanzando las masas de tierra soviéticas sólo en sus bordes meridionales. Estratégicamente, esto era ideal, ¿para qué necesitaba la URSS espiar su propio territorio? Tácticamente, significaba que la recuperación se veía limitada a tan sólo unos pocos momentos en cada órbita de noventa minutos.

Así, cuando el RORSAT llegó encima del mar Egeo, abrió una escotilla en su costado; y casi en su punto más septentrional eyectó su pequeño regalo para sus propietarios. El paquete cayó a través del espacio aéreo de Crimea, sobreviviendo fácilmente al azote de la reentrada, hasta que alcanzó una altitud de treinta kilómetros. Entonces desplegó dos paracaídas, un pequeño paracaídas de frenado no mayor que una toalla de baño, luego otro mayor del que colgó oscilando para equilibrar su caída. Los radares soviéticos, que habían estado buscándolo ansiosamente, captaron su blip de inmediato. La cápsula cayó en un nevado bosque de abedules y pinos en la ladera de una montaña, y los helicópteros rusos, guiándose por la señal de radio que emitía, lo recuperaron de un ventisquero en menos de una hora.

Seis horas más tarde el film que contenía había sido entregado en un edificio bajo y gris de Moscú, revelado y proyectado en una pantalla para una audiencia de cuatro serios hombres.

Podía verse fácilmente la pequeña avioneta de David, congelada en el tiempo mientras daba un giro, y el helicóptero que se alzaba para desafiarla. Pero eso sólo eran meras curiosidades. Lo que más les interesaba era el rastro del submarino que se encaminaba hacia la flotilla. Se murmuraron entre sí mientras señalaban por turno cada rasgo con un puntero o un grueso dedo, el rastro del submarino, el buque perforador, las barcazas, los demás barcos.

Luego volvieron a sentarse y se miraron entre sí.

—¿Quizá se trate de la OTEC? —preguntó uno. Lo pronunció «Autetch».

El segundo agitó la cabeza.

—Energía geotérmica —dijo—. O quizá perforaciones petrolíferas, o los nódulos de manganeso.

El que llevaba el uniforme del Ejército Interior dijo burlonamente:

—¿Aprovisionados por un submarino?

—No sabemos si el submarino le está aprovisionando de algo —objetó el segundo hombre—. Quizá sólo se trate de una patrulla de rutina.

—O —dijo secamente el oficial del Ejército Interior— quizá se trate de… algo más serio.

—Necesitamos más información —sugirió el primer hombre.

—Tendremos más información —dijo hoscamente el oficial—. Ahora veamos la siguiente fotografía.

Ir a la siguiente página

Report Page