Terror

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Capitulo 10

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En 1913, H. G. Wells escribió un libro, El mundo liberado, en el que hablaba acerca de la posibilidad de las bombas atómicas. Veinte años más tarde, Leo Szilard, recordando la historia y pensando en los recientes descubrimientos en física nuclear, decidió que una bomba así podía construirse realmente. Veinte años después de eso, Szilard y otros miembros del Proyecto Manhattan habían terminado el diseño y empezado la fabricación de las primeras armas atómicas…, y el 6 de agosto de 1945 el bombardero estadounidense Enola Gay tomaba el fruto de sus inspiraciones y trabajos y lo dejaba caer sobre la ciudad japonesa de Hiroshima. El lapso entre ficción y realidad había sido de cuarenta y dos años.

¿Por qué tomó tanto tiempo?

Tendría más sentido preguntar cómo pudo hacerse tan rápidamente, porque entre la inspiración de un escritor de ciencia ficción y el desarrollo del arma en sí había inmensos problemas, tanto de ingeniería como de ciencia teórica.

Los hechos científicos detrás de la bomba-A eran inmensamente difíciles de descubrir, pero bastante fáciles de comprender una vez descubiertos. Descansan sobre la gran revelación de Einstein de que materia y energía sólo son formas distintas del mismo elemento esencial.

Si se suman todos los pesos individuales de cada protón y neutrón del núcleo de un átomo de uranio (no importa qué isótopo de uranio se elija), y luego se equilibra su peso total contra el de un núcleo intacto, se descubrirá algo sorprendente. El total pesa menos que la suma de sus partes. Alguna masa ha «desaparecido». Cuando se unen las partículas nucleares, pierden algo de la masa que poseían aisladas. Esta masa no desaparece: la ley de la conservación de Einstein dice claramente que eso es imposible. Lo que hace la masa es convertirse en energía… la «energía de cohesión» que mantiene unido el núcleo, pese al hecho de que sus protones se repelen tan violentamente entre sí que de otro modo los componentes del núcleo saldrían disparados en todas direcciones.

El núcleo de un elemento más ligero que el uranio —digamos, el hierro— posee más energía de cohesión por partícula nuclear de la que tiene el uranio. Por eso el átomo de uranio resulta bastante fácil de escindir, mientras que el de hierro es imposible. Estando más fuertemente unidos, cada núcleo de los elementos más ligeros posee menos energía de movimiento, energía cinética; así que cuando un átomo de uranio se «fisiona» (o se escinde en dos o más átomos más ligeros), cada partícula nuclear ha perdido algo de energía. La cantidad que ha perdido es de aproximadamente un millón de electronvoltios (escrito 1 MeV) por nucleón. Para un elemento tan pesado como el uranio, eso representa aproximadamente 240 MeV por átomo.

No es mucho. El petardo más pequeño libera mil billones de veces esa energía. Pero hay una gran cantidad de átomos incluso en la masa más pequeña de uranio…, digamos la misma masa que un petardo pequeño. Si esos átomos se fisionan todos a la vez, liberarán la energía de veinte mil millones de petardos.

Eso es lo que ocurre en una bomba atómica.

No todos los elementos —ni siquiera todos los átomos del elemento uranio— se fisionarán fácilmente, o simplemente lo harán. Pero algunas formas de algunos elementos se fisionan más fácilmente que otros. El uranio-235 y el plutonio-239, de hecho, se fisionarán espontáneamente, con sólo unir el suficiente número de ellos en un mismo lugar y conseguir así lo que se llama la «masa crítica».

Los dos problemas básicos de ingeniería de la bomba-A eran, en primer lugar, el laborioso proceso de producir grandes cantidades de uranio-235 y plutonio-239; y, en segundo lugar, diseñar un mecanismo que mantuviera masas pequeñas (subcríticas) de ellos lo suficientemente alejadas unas de otras, de modo que no se afectaran, hasta el momento en que la bomba tuviera que estallar, y luego unir de una forma instantánea las masas separadas para formar una sola masa de tamaño crítico.

Para conseguir eso existen varios diseños de ingeniería. Se puede colocar una pequeña masa de plutonio en el cañón de una «pistola», y luego dispararla contra una masa más grande (ésa fue la bomba de Nagasaki). O se puede rodear un grupo de pequeñas masas con una envoltura de explosivo químico, de modo que cuando el producto químico sea detonado todas las masas se vean lanzadas unas contra otras (en una u otra configuración, ése es el diseño básico de la mayoría de las bombas-A).

Es muy simple, realmente. Lo que lo hace difícil es diseñarlo de tal modo que la bomba nunca pueda estallar por accidente, y nunca falle en el momento de hacerla estallar a propósito…, y hacer encajar todos los detonadores y precauciones de seguridad necesarios en algo que pueda ser dejado caer desde un avión.

Pero todo eso fue conseguido en el verano de 1945. Luego los científicos y técnicos y soldados del Proyecto Manhattan tuvieron la satisfacción de desencadenar la mayor y más maldita explosión de origen humano que jamás hubiera visto el mundo, el equivalente a cuarenta mil toneladas de TNT hechas estallar a la vez sobre la desprotegida ciudad de Hiroshima.

Ésa fue una bomba pequeña según los estándares modernos…, bien, no lanzó más fuerza explosiva que la que hubiera arrojado un grupo de treinta bombarderos B-24 sobre un mismo blanco si hubiera estado vaciando sus bodegas sobre él cada día durante ocho o diez meses. Sin embargo, esa energía no fue librada en un período de meses, sino en una fracción de segundo. Derrumbó edificios, derribó puentes, hizo hervir los globos oculares en los rostros de la gente que miró directamente hacia ella, y mató a decenas de miles de personas.

Fue una sola bomba.

Ahora hay cincuenta mil bombas nucleares o más en el mundo, y casi todas ellas son más grandes que aquélla. Algunas son mil veces más potentes; porque ahora tenemos la bomba-H.

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