Terror

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Capitulo 14

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El dispositivo implantado en la ladera sumergida del Loihi era una bomba a fisión-fusión-fisión con una potencia calculada de dieciséis megatones. Era grande, aunque se habían construido otras mucho más grandes. Tenía que ser grande, porque se pretendía que arrancara un mordisco de seis kilómetros cúbicos del lado de la montaña subterránea.

Cuando el dispositivo hubiera hecho su trabajo, aquellos seis kilómetros cúbicos de sólida roca ya no serían sólidos, ni ocuparían un volumen tan compacto. Se convertirían en plasma, una especie de gas de partículas cargadas, muy caliente y en el proceso de una violenta expansión. Esto le ocurriría no sólo a la roca, sino también a toda el agua del mar que la rodeaba.

Este suceso produciría dos consecuencias.

La primera, el lado del volcán submarino sería extirpado, del mismo modo que alguien que toma su desayuno extirpa un trozo de cáscara de su huevo pasado por agua, y la pringosa y fluida masa de magma de su interior quedaría al descubierto. La segunda, el océano que lo rodeaba desaparecería. El agua del mar desde el emplazamiento del dispositivo hasta la superficie se vería, como mínimo, vaporizada; en consecuencia, el magma ya no se vería constreñido por su presión.

Así, el Loihi podría entrar en erupción.

La erupción de un volcán sumergido, como aquellos que crearon las islas hawaianas, es comparativamente suave y contenida, siempre que el volcán actúe por sus propios medios. El Loihi no actuaría por sus propios medios. Con la jaula que contenía el magma desaparecida, la erupción sería de aquel tipo explosivo y violento llamado «piroclástico», lo cual es lo mismo que decir que una gran parte de la energía tectónica sería gastada en arrojarlo, junto con el polvo, rocas y agua de mar asociados, al aire.

Los efectos inmediatos sobre la Gran Isla de Hawai serían considerables, aunque los síntomas habituales de una erupción volcánica serían casi los menos. El Loihi estaba demasiado lejos de la Gran Isla para arrojar sobre ella las suficientes rocas al rojo como para ser una amenaza. Habría evidentemente alguna caída de polvo volcánico, peor de lo habitual debido a los productos de fisión de la bomba que estarían presentes en él; pero con un poco de suerte los vientos dominantes arrastrarían la mayor parte de la lluvia radiactiva inmediata sobre el océano Pacífico. La lava que seguiría a la primera explosión no fluiría ladera arriba, así que nada de ella alcanzaría Hawai. Los temblores asociados crearían interesantes esquemas en los sismómetros de la costa de los Estados Unidos y los de la Vigilancia Geodésica, pero ningún hawaiano les dedicaría un segundo pensamiento. Incluso los tsunamis, los maremotos que podían precipitarse contra tierra firme, morirían en la orilla sur de la Gran Isla. Unos cuantos poblados sufrirían sus consecuencias, quizá uno o dos complejos de apartamentos se verían barridos, pero de todos modos la mayor parte de aquella orilla no era más que recientes flujos de lava del Kilauea. En cualquier caso, la configuración del fondo marino no propiciaría grandes tsunamis. No hay plataforma continental en torno a las islas hawaianas. En la orilla orientada al sur no hay bahías de respetable tamaño, como la que había canalizado la desastrosa ola de los años sesenta que había engullido Hilo. Y el resto de la cadena de islas apenas notaría un oleaje superior al normal.

En consecuencia, no habría efectos inmediatos que pudieran dañar seriamente la cadena de islas hawaianas. Los peores efectos llegarían más lentamente, y Hawai sería evidentemente quien más los sufriría.

El plasma en erupción, esa pluma de rocas incandescentes y lodo y agua de mar, se enfriaría formando una nube. No sería sólo una nube grande, como las que, por ejemplo, cubren el subcontinente indio durante la estación de los monzones. Sería una nube grande. No estaría formada por simple vapor de agua, como los flecosos cúmulos parecidos a algodón o las nubes de tormenta. La nube que desplegaría el Proyecto Vulcano estaría llena de partículas de materia. De polvo. Empezando en el punto de explosión del Loihi, se extendería para circundar el hemisferio norte de la Tierra…, no en los cuarenta minutos de Ariel, sino en cuarenta días o así.

Y se quedaría allí.

La longitud del tiempo que una nube permanece en el aire no depende de dónde procede, de un volcán, o de una tormenta de polvo, o de un impacto cometario. Tampoco depende de la cantidad de polvo implicado. Su tiempo de desarrollo queda determinado por el tamaño de las partículas y sus demás características, e incluso más por la altitud que alcanzan. Si permanecen en las zonas inferiores de la atmósfera, serán eliminadas con bastante rapidez por las lluvias; si alcanzan una altura superior a las regiones de formación de la lluvia, permanecerán mucho más tiempo.

En el caso del Proyecto Vulcano, se había calculado que esa longitud de tiempo sería suficiente como para cubrir dos estaciones completas de crecimiento de los productos agrícolas en el hemisferio norte.

Así pues, durante más de un año, desde el Trópico de Cáncer y hacia el norte, los rayos del sol tendrían que penetrar un velo de polvo para alcanzar la superficie. Gran parte de la luz sería reflejada, o absorbida por el proceso de calentamiento de las propias partículas de polvo. Las temperaturas en la superficie descenderían. Las estaciones agrícolas se verían acortadas. Y, debido a la curvatura de la Tierra, cuanto más al norte estuviera un punto de la superficie, peores serían los efectos.

Para eso precisamente se había creado el Proyecto Vulcano.

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