Terror

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La última víctima » Capítulo XVII

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Capítulo XVII

Cuando recuperé el conocimiento, me encontraba en una ambulancia de la policía, de camino hacia el hospital Lakeview. No podía hablar y tampoco lo intenté. Era lo único que podía hacer para continuar respirando, y por el momento eso era suficiente.

En el hospital me pusieron una inyección que me hizo dormir toda la noche. A la mañana siguiente me sentía todavía débil, y no estaba en condiciones de tragar alimento. El médico me examinó, y un interno vino a darme un masaje. Esto alivió un poco mi cuello, y al mediodía ya me podía sentar.

Entonces se presentó el sargento Kroke y me contó lo ocurrido.

—Ya terminó todo —dijo—, pero has estado bastante cerca de la muerte, muchacho.

—¿Cómo está Parvati? —pregunté.

Sacudió la cabeza.

—No lo sé. No se le ha podido sacar nada. Ahora está un médico con ella; él quiere llamar a un psiquiatra, pues está alelada por completo. No quiere hablar, o no puede. Es lo que ellos llaman un estado de paranoia. La vista de esa estatua rota se lo debió producir.

—¿Entonces no se la va a juzgar?

—Oh, Pell está preparando el caso. Pero lo más probable es que termine en un manicomio, y no en la cárcel.

—¿Sabe una cosa? Lo siento por ella, aunque es una criminal que asesinó a Tracy y trató de matarme a mí. Pero así es como la educaron. Ella no podía evitarlo, igual que yo no puedo evitar ser como soy.

Kroke no dijo nada. Supongo que los policías están aleccionados para no sentir piedad por la clase de gente que tienen que tratar.

—¿Te sientes suficientemente bien para prestar declaración? —me preguntó—. Pell quiere venir esta noche a tomártela.

—Puede decirle que venga.

Pero vino el domingo por la tarde y le referí todo cuanto sabía.

Mientras tanto, Ann me llamó.

—¿Cuándo puedo verte?

—Saldré de aquí mañana. Pero me reclaman en la ciudad para asistir a la encuesta. ¿Qué te parece si almorzamos juntos el martes?

—Bien.

Quedamos citados para ese día.

El lunes por la mañana recibí otra llamada, era de Athelny.

—Ya me he enterado —dijo—. Sólo quería decirle que me alegro de que esté bien.

—Gracias, señor Athelny. —Yo no sabía exactamente qué decirle—. He oído que su estatua estaba rota. Lo siento.

—Yo no. Quisiera no haber puesto los ojos nunca en ese maldito objeto. En cierto modo me siento personalmente responsable de todos estos luctuosos sucesos. Y si hay algo que pueda hacer para ayudar…

—Por supuesto. Se lo haré saber.

Y el lunes, eso fue todo. Excepto el ramo de flores que recibí de Imogene Stern.

El martes por la mañana me llevaron a la ciudad y asistí a la encuesta. No recuerdo muy bien lo que sucedió, salvo el aspecto de Parvati. Estaba sentada en una silla, mientras una matrona la sujetaba, sin hacer ningún movimiento. Su pelo no estaba bien peinado, y había algo extraño en su boca. No cesaba de moverla, pero cuando le preguntaron, no contestó. Parecía como si no oyera, como si no pudiera hablar. Sus grandes ojos miraban al espacio, y lo que fuere que se que viese en él, no lo decía. Ni creo que se percatase de mi presencia.

Kroke tenía razón. Cuando Kali se rompió, ella se rompió también. Había creído en Kali y Kali le había fallado, por lo tanto nunca más podría enfrentarse con la realidad.

En cuanto a mí…

Ann y yo almorzamos juntos aquel día, después de terminada la encuesta.

Tenía un aspecto fantástico, con su traje verde y la piel, y recién salida de la peluquería.

—Salgo para Nueva York el jueves —me dijo.

—¿Con el Nizam?

—Sí. A propósito, me dio recuerdos para ti. Quiso expresar que espera que tú no estés resentido por lo sucedido el otro día en el hotel.

—No tiene que preocuparse por eso.

—No es tan malo como la gente cree, ¿sabes? Tengo la impresión de que se encuentra verdaderamente solo, en su interior. A igual que Parvati, no pertenece ni al Este ni al Oeste. Le es difícil situarse.

Encendió un cigarrillo y noté que llevaba puesto un anillo nuevo, con una gran esmeralda.

—Bien; ya no volverá a estar solo —dije—. Y espero que tú tampoco.

—¿No estás enfadado conmigo, Jay?

—Por supuesto que no.

Nos marchamos. Yo la acompañé al coche… al coche del Nizam, con el chófer del Nizam. Iba a pasar la tarde en Reed Center.

—Adiós, Jay. Probablemente no tendré ocasión de verte otra vez antes de marcharme.

—Adiós, Ann. Mándame una postal desde el Mediterráneo este invierno.

—Jay, yo…

—No tienes que decir nada. Lo comprendo.

Me besó en la mejilla con mucha suavidad.

—Eres un buen chico, Jay.

—No lo soy. Estoy creciendo aprisa.

Eché a andar calle abajo, alejándome de ella, y no volví la cabeza. Si lo hubiera hecho no habría distinguido nada, porque mis ojos estaban nublados.

Pero fue sólo un momento. Después recuperé la visión. Era un atardecer muy agradable y el sol brillaba. No tenía sentido mirar hacia atrás. Habla muchas cosas que ver hacia delante.

Fui a la tienda y abrí la puerta frontal. Ya era hora de pensar en volver a ocuparme del negocio. Había cartas que contestar, facturas que pagar, envíos que repasar. Tendría que emplear a alguien que me ayudase, ver al abogado de Tracy, ponerme a trabajar. Dentro unos pocos meses cumpliría veintiún años.

Veintiuno, y con un negocio propio. Era mucho trabajo… pero ya no tenía miedo. Porque empezaba a conocerme a mí mismo, y es lo que realmente deseaba.

No era el ser dueño de un Caddy ni poseer un montón de objetos de fantasía. Tampoco era actuar o vivir como un potentado. En la última semana había aprendido mucho sobre estas cosas. Había aprendido lo que el dinero había hecho de un hombre como Athelny, y lo que la ambición de dinero había hecho a un hombre como el profesor Cheyney. Había aprendido lo que el poder había causado al Nizam, y en lo que el ansia de dominio había convertido a Ghopal y a Parvati.

Ann también lo había visto todo. Pero ella no había sacado provecho de la lección, o no había querido aprenderlo como yo. Iba a seguir su destino ahora y le deseé suerte. Una parte de mi ser se había ido probablemente con ella, siempre estaría con ella. Pero yo no podía seguir por ese camino sabiendo a dónde conducía.

Venerar el dinero y el poder sería para mí tan malo como venerar a Kali. Exactamente tan malo y mortal.

Sentado en la trastienda, traté de recordarlo todo. Lo que me había sucedido, lo que me podría ocurrir, lo que realmente deseaba de ahora en adelante.

Entonces subí al piso, tomé el teléfono y llamé al abogado de Tracy.

—Me gustaría verle por la mañana, si puede ser —dije—. Ya estoy dispuesto a ponerme a trabajar.

—Bien. —Su voz sonó muy complacida—. ¿Qué le parece en mi despacho a las diez?

—De acuerdo.

Colgué el teléfono.

Después volví a tomarlo y marqué un número al que no había llamado desde hacía largo tiempo.

—Hola —dije—. Soy Jay.

—¡Oh! —Silencio durante un momento y después—. ¿Estás bien, Jay?

—Sí —contesté—. Estoy bien. Todo ha vuelto a la normalidad.

—Me alegro.

—Yo también —dije, sintiéndolo de verdad—. ¿Qué vas a hacer esta noche, Imogene?

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