Terror

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La segunda víctima » Capítulo XI

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Capítulo XI

Guardamos silencio durante el resto del viaje. Parvati ahora no se sentaba cerca de mí. Era un día cálido, pero la atmósfera dentro del coche era de hielo.

Cuando llegamos a la ciudad, el sargento Kroke me llevó a la tienda.

—Te veré más tarde —dijo.

Miré a Parvati.

—¿Te gustaría…? —empecé a decir, pero el sargento no me dejó terminar.

—Estoy pensando que la señorita y yo debemos ir juntos a Pinkley Hall —dijo—. Me gustaría echar una mirada en la habitación de Ghopal. Con su permiso, por supuesto.

Parvati no me miró ni tampoco al sargento. Miraba fijamente a través del parabrisas y asintió despacio.

—Adiós —dije—. Hasta luego.

Pero sólo estaba seguro del «adiós».

En vez de entrar en la tienda, caminé hacia la cafetería para almorzar. Después, no tomé más que un café; resultó que no tenía hambre.

La mujer que llevaba el negocio se me acercó para decirme cuánto sentía lo de Tracy, y eso no contribuyó a que me sintiera mejor. Empezaba a comprender que había complicado las cosas, y algo más se retorcía en el fondo de mi mente como una cobra. Era algo fantástico, pero todo lo referente al crimen es fantástico. El mero acto de matar es difícil de comprender, porque entraña los dos factores de nuestra existencia que no podemos entender: la vida y la muerte.

Caminé de regreso a la tienda pensándolo. Empezaba a darme cuenta ahora, cómo debieron sentir esos thugs en otro tiempo, por qué habían creado una diosa negra y la veneraron. El matar los acercaba a los misterios de la muerte. Y supongo que lo que Parvati hizo en el templo de Deva la acercó a los misterios de la vida. Nunca había leído nada sobre esos misterios, pero podía comprender cómo la gente podía adorar a semejantes dioses, e incluso sentir que ellos mismos eran dioses cuando daban la vida o la quitaban.

Todo lo cual no me apartó de las cavilaciones de mis propios problemas. Entré en la trastienda y me senté, y volví a sentir esa sensación de ser un tonto, cada vez con más fuerza. Todo cuanto hice esta semana estaba mal. Fui un tonto al caerme del taburete del bar en casa de Ann. Fui un tonto al no hacer a Tracy más preguntas y descubrir más cosas acerca de la estatua; fui un tonto al dejarme manejar por el Nizam; había sido un tonto al dejar marchar a Ghopal y me comporté como un tonto al enloquecer de amor a Parvati, y…

El teléfono sonó y fui a contestar la llamada, preguntándome qué nuevo error habría cometido. Entonces, al escuchar la voz, me sentí mejor.

—¡Ann!

—Jay, he venido a la ciudad. ¿Puedo ir a verte?

—Por supuesto. Aquí estaré.

—Te veré dentro de cinco minutos, entonces. Traté de localizarte esta mañana, justo antes del almuerzo, pero habías salido.

—Te hablaré de eso cuando llegues.

—Hasta ahora.

Me volví a sentar y, de repente, el mundo me pareció más brillante. Pero sólo por un momento. Ese pensamiento que se retorcía en mi mente… asomó de súbito fuera de la cabeza y se agitó frente a mí, extendiendo una lengua partida en dos. Un pensamiento que era una fantástica serpiente.

Pensé si la pequeña reunión que Ann ofreció la otra noche al Nizam significaba algo más que una simple cena. ¿Por qué me invitó, y llamó al Nizam?, ¿y si llamó a… alguien más? Seguía pensando que ella sabía que yo no llevaba armas; que el Nizam por una vez iría solo, sin un guardaespaldas. En si ella no habría preparado las cosas así para después llamar a Ghopal. La escena era perfecta. Perfecta, excepto en una cosa… que ella no tenía ningún motivo plausible para obrar de aquella manera.

¿Ningún motivo? Pensé en esto durante un minuto. Hasta hacía muy poco tiempo nadie tenía motivos aparentes y ahora parecía ser todo lo contrario. Parvati podía odiar al Nizam por los años pasados en el templo. Ghopal podía odiar al Nizam porque deseaba destronarlo. El profesor Cheyney sabía más acerca de la estatua de Kali de lo que nos había dicho, y Athelny podía sacar una buena tajada también de un cambio de Gobierno en Chandra. No paré mientes en ello hasta hacía dos días; hasta entonces Athelny había sido para mí sólo un hombre al que habían robado una estatua; el profesor Cheyney un simple amigo de mi tía; Ghopal y Parvati, una pareja de estudiantes de intercambio. Y Ann era… sólo Ann. ¿O no?

Sonó el timbre. Abrí la puerta.

Hoy llevaba un traje azul humo, con sombrero que hacían juego con sus ojos.

La llevé arriba, y un minuto después estaba sentada en el sofá, en el mismo sofá que Parvati había ocupado unas horas antes.

Me produjo una sensación agradable verla sentada allí; no pude evitar comparar su rubia madurez con la oscura belleza de Parvati, su calor con el fuego de Parvati. Hasta hoy había supuesto que Ann era una especie de símbolo para mí, la mujer alta y hermosa, mi sueño viviente. Ahora pensaba en ella comparándola con alguien más. Nunca me había imaginado una mujer como Parvati, y había pensado en ella como en una extraña hasta que estuvo en mis brazos. Entonces dejó de ser extraña para convertirse en realidad, había respondido a esa realidad de la única forma posible… Aquí en Pointville o en los jardines del templo de Deva. Sí, Ann era un símbolo, pero Parvati era una mujer.

El símbolo me sonreía.

—¿Qué sucede, Jay? ¿Es que no te alegras de verme?

—Sabes que sí. Sólo que…

—¿Es por lo de anoche? Creí que deseabas conocer al Nizam, y por eso lo arreglé de forma que lo consiguieras.

—Tú y él sois viejos amigos, ¿verdad?

—Vamos, Jay, ¡por favor! No estés celoso, querido. Lo admito, creo que es un hombre fascinante, y es bastante agradable para una mujer tener a su alrededor a alguien de sangre real. —Encendió un cigarrillo y frunció el ceño—. Deja de mirarme de ese modo. Recuerda lo que te dije el otro día, ¡Jay!

—Está bien. Pero puede que sea mejor que te cuente lo que ha sucedido.

Le conté que al salir de su casa encontré fuera a Ghopal. Le hablé despacio y con detalle, y observé su rostro, y sus manos y sus ojos, esperando ver qué me podían revelar.

Vi sorpresa, alarma, preocupación, pero nada más.

Entonces continué. Le hablé de esta mañana y de la visita de Parvati, omitiendo sólo la última parte de la misma, antes de que llegase Ranji Dass. Y le hablé de todo lo sucedido en la suite del Nizam.

—Está bien —dije por último—. ¿Qué sacas en claro de esto? ¿Crees que Ghopal ha huido porque es el asesino, o porque tiene miedo del Nizam?

—No lo sé, Jay. Sí; puede que él sea el asesino, pero de ser así, ¿por qué no huyó antes?

—Porque estaba esperando la oportunidad de matar al Nizam también. La oportunidad que tú le brindaste al invitarle a cenar en tu casa.

—Ahora veo que ha sido mía la culpa —dijo Ann—. Nunca debí invitarle de no ser a solas. Lo pudieron matar, y entonces yo nunca…

—¿Nunca qué?

Ann me miró con sus ojos azul claros.

—Será mejor que lo sepas, Jay. Voy a hacer el crucero por el Mediterráneo con el Nizam este invierno.

Los ojos eran ahora de un azul frío.

—Bien, ¿es que no vas a decir nada? —preguntó.

—¿Hay algo que decir? Si eso es lo que deseas, está bien.

—Naturalmente que es lo que deseo. ¿Qué mujer no aprovecharía semejante oportunidad? Oh, sé cómo piensan algunos sobre estas cosas, les he oído hablar. Y para mí no es realmente distinto. Se parece demasiado a Henry.

—Otro Henry, ¿eh?

Ann se enderezó.

—Escúchame ahora, ¡Jay Thomas! Claro que es otro Henry. ¿Has pensado por un momento que para mí puede haber otra clase de hombre? Hay que afrontarlo, yo nunca podría vivir feliz en una casa, con un frigorífico comprado a plazos. Más tarde o más temprano, tendría que encontrar una forma de evadirme de la pobreza. Y puedo manejar muy bien a los Henry. No hay necesidad de que te preocupes por mí.

La miré a los ojos.

—No me voy a preocupar, Ann.

—Bien, deja entonces de mirarme como un miembro del tribunal que censura las películas. Esta es mi gran oportunidad de llegar lejos. El hombre es multimillonario, tiene un palacio, una villa, un avión, un yate…

—Guardaespaldas, una cámara de tortura, y fobia de que le asesinen —terminé diciendo, interrumpiéndola.

—Ya te he dicho que sabré manejarle. Oh, ¿por qué me molesto tratando de justificarme ante ti?

—Conoces el motivo —le dije—. Sólo que no quieres admitirlo.

Ann sonrió.

—Tienes razón. Nunca volveré a admitirlo, ante mí ni ante nadie. Pero no te preocupes por eso, Jay. Todavía voy a obtener la mayoría de las cosas que he deseado durante los últimos diez años. Y lo que tú quieres lo encontrarás en cualquier parte, cuando seas un poco mayor.

—Seguro.

Le sonreí, no porque me sintiese muy feliz por todo aquello; sino porque al menos ahora tenía una respuesta concreta a mis pensamientos. Ella no había atraído al Nizam para que Ghopal lo matase; era probablemente una de las pocas personas interesadas en mantenerlo vivo. A pesar de eso, me pregunté interiormente si llegaría un día…

Ann apagó su cigarrillo.

—Pero para esto no vine aquí —dijo—. Quería decirte que he visto otra vez a Mary esta mañana.

—¿Mary?

—Recuerda, la mujer que nos sirvió la cena anoche. Va a mi casa cuando la necesito. Empezamos a hablar sobre el asesino porque os había visto a ti y al Nizam y se sobresaltó. Entonces se le escapó algo.

—Sigue.

—Parece ser que también hace la limpieza, de vez en cuando, en casa del profesor Cheyney. Estaba en casa de Cheyney el lunes por la tarde, y me dijo que vio a tu tía allí hablando con el profesor y con Ghopal.

Me puse en pie.

—¿Por la tarde? ¿Estás segura? Cheyney dice que Tracy fue por la noche.

—Puede que lo hiciera. Pero Mary está segura de que estaba allí por la tarde temprano, sobre las tres. Claro que ella no entró en la biblioteca y no pudo escuchar lo que hablaban. Tenía miedo de contármelo y me hizo prometer que no mencionaría su nombre si lo decía a alguien… así que le dije que haría lo posible por complacerla.

—¿A quién teme ella?

—Al profesor Cheyney. —Ann me miró fijamente—. Ya ves, según ella, tu tía no robó ninguna estatua. Simplemente se la llevó, aquella tarde, después que el profesor Cheyney y Ghopal se la entregaron.

—Gracias, Ann. —Me levanté y tomé mi sombrero.

—¿Vas a ir a la policía?

—Todavía no —dije—. Primero creo que será mejor tener una pequeña charla de corazón a corazón con el profesor Cheyney.

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