Terror

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La tercera víctima » Capítulo XIV

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Capítulo XIV

Parvati echó una mirada a la sala.

—Tengo el coche —dijo—. Creo que seria mejor no quedarnos aquí.

Su mirada se paseaba por el aposento, buscando algo que no deseaba ver. No temblaba, pero noté que respiraba demasiado deprisa.

—Vamos, entonces —dije—. Conozco un sitio.

—A tu tienda no. Puede él ir allí.

—¿Quién?

—Te lo diré cuando estemos en el coche.

Salimos de Pinkley House. Su automóvil estaba aparcado justo al otro lado de la calle.

—Déjame conducir —dije.

—¿Pero adónde vamos?

—A la finca de Ann Colton. Ya la conoces.

—Sí. Puede ser un buen sitio.

Su agitación pareció calmarse un poco, pero noté que miró hacia atrás cuando tomábamos la curva.

—Está bien, ¿a quién estás buscando? —pregunté—. ¿A Ghopal?

—No. A uno de los hombres del Nizam.

—Están detenidos en el hotel en Reed Center. Me lo dijo la policía.

—No todos, Jay. Estoy segura de haber visto a uno de ellos en la calle hace un momento. —Se agarró a mi brazo cuando enfilábamos la carretera—. Jay, yo… yo te he mentido. No salí para tomar un emparedado. Cuando vi a ese hombre, estuve a punto de huir.

—Oh. —No dije más durante un momento—. ¿Por qué cambiaste de opinión?

—Porque no tengo donde ir. Y Ghopal puede regresar. Él puede regresar.

—Amas a tu marido, ¿eh?

—¿Marido?

La miré a los ojos. Enrojeció y apartó la vista.

—Lo sé, Parvati. Sé muchas cosas. Así que será mejor que me cuentes el resto. No puedes esperar seguir ocultando la verdad mucho más tiempo.

—Está bien, te diré todo lo que sé. —Echó una mirada por la ventanilla—. ¿Nos sigue un coche?

Sacudí la cabeza.

—No, puedes estar tranquila. Y no tendrás nada que temer, una vez que lleguemos al fondo de todo esto. Por eso es tan importante que hables.

Enfilamos la carretera que se desviaba hacia la finca.

—¿Puedes confiar en la señora Colton?

—Por completo. Pero no estoy seguro de que se encuentre en casa. Voy a echar una mirada.

Aparcamos. No vi por ninguna parte el coche de Ann, y el garaje estaba abierto y vacío. Caminé hasta la puerta e hice sonar el timbre. Escuché su eco, pero nada más. Lo volví a intentar, y la puerta continuó cerrada.

—Jay, ¿dónde vas?

—Sólo a echar una mirada por las ventanas. —Hice una seña a Parvati—. Ven y no te preocupes. No voy a forzar la entrada.

Rodeamos la casa. Miré a través de todas las ventanas y las comprobé, porque tenía ya firmemente identificada una de las características del asesino: le gustaba entrar por las ventanas.

Pero las ventanas estaban todas herméticamente cerradas y, después de mirar por los cristales, no vi nada que me alarmase. La casa de Ann estaba desierta.

—¿Dónde vamos ahora?

—Ahí abajo. —Le indiqué un banco que había justo bajo el cobertizo de la canoa. Parvati se reunió allí conmigo, y el fuerte sol de la media tarde envolvía su pelo con un halo de oscuro fuego. Ella se acercó a mí, pero yo me retiré.

—No hace falta —dije—. Recuérdalo, sé que tú y Ghopal estáis casados.

Se mordió el labio.

—Jay, no lo comprendes. Ya no quiero a Ghopal. Y ahora que ha huido, sé que él tampoco me quiere.

—Empieza desde el principio —dije.

Perdió su mirada en el lago. Después suspiró.

—Está bien. Supongo que ya no importa. Ghopal se ha marchado y ya no volverá. Y el profesor ha muerto.

—¿Mató Ghopal al profesor?

Su voz se hizo muy baja.

—Sí.

—¿Y a los otros?

—Sí.

—¿Por qué?

—Quería gobernar en Chandra. Jay, la ambición es una cosa terrible. Te vuelve orgulloso e indómito. Desde que era un niño, todo lo que Ghopal hacía iba dirigido a ese fin. Deseaba susrituir a su primo en el trono. Ahora pienso que se casó conmigo sólo porque esto podría servirle para conseguir sus propósitos, ya que yo también soy de sangre real. Nuestro matrimonio fue secreto, como probablemente sabes.

—Lo sé.

—El año pasado, cuando vinimos al colegio, Ghopal se aplicó a sus estudios. Hablaba muy a menudo de sus esperanzas, de regresar a Chandra y ayudar a la gente, atraerse amigos para su causa. Antes o después el Nizam moriría, y él podría sucederle en el trono. Pero era joven, impaciente y solitario.

—Pronto conocimos al profesor Cheyney, y Chopal ya no volvió a aparecer solitario. Era extraño para nosotros, el colegio, y Cheyney fue un amigo bien acogido. Ghopal confiaba en él y le habló de sus ambiciones. Éste fue su error.

—¿Cheyney tomó parte en el plan? —pregunté.

—Cheyney fue el responsable de todo —declaró ella—. ¡En verdad es hazaña suya! Era un hombre endiablado y me alegro que haya muerto. Si al menos hubiera muerto antes de que todo esto empezase, antes de tentar a Ghopal con sus mentiras, de soliviantar a la gente, de reclamar su derecho al trono…

—Vas demasiado aprisa para mí —dije—. ¿Qué quieres decir con todo eso?

—¿No lo comprendes? Cuando Cbeyney descubrió que Ghopal deseaba gobernar en Chandra, le habló del ídolo robado. Athelny había confiado en él por supuesto, y él sabía que Kali descansaba en el museo de Athelny. Sabía también que el Nizam de Chandra estaba en este país. Sugirió a Ghopal que robase la estatua y que fuese directamente en avión a Chandra con ella. El profesor y yo le acompañaríamos. Juntos, durante la ausencia del Nizam, provocaríamos la revolución, destituiríamos al Nizam y nos apoderaríamos del trono. Cheyney alegaba que sería muy fácil. El pueblo odia al Nizam. Si Ghopal regresaba, llevando el ídolo como prueba de su devoción y extendía la noticia de que el Nizam renegaba de sus dioses, costaría muy poco ver realizados nuestros propósitos. El profesor Cheyney conocía la mentalidad de nuestro país, Jay. Estaba seguro del éxito, habló a Ghopal de la psicología de las masas y del impacto emocional que se produciría al instaurar el culto a Kali y los demás dioses que el Nizam había abandonado.

—Yo no estaba convencida. Pero el profesor Cheyney seguía hablando y hablando. Él también era ambicioso. No quería terminar sus días como un oscuro profesor orientalista en un pequeño colegio, soñaba con ser el poder escondido detrás del trono. Y ésta era su oportunidad, si lograba convencer a Ghopal. A pesar de todo lo que yo me opuse, lo consiguió. Planeó con todo detalle cómo robar el ídolo, dónde nos encontraríamos después. Incluso compró los billetes de avión… la policía encontrará su pasaporte más tarde o más temprano.

Todo empezaba a aclararse ahora. Pero yo sabía que había más.

—¿Quieres decir que Ghopal se dejó convencer para llevar a cabo un plan tan loco como ése? —pregunté—. Cualquiera podía ver que estaba destinado al fracaso.

Ella tornó a suspirar.

—No, necesariamente. Tú no conoces a mi pueblo, Jay. Quizá su misma desgracia habría bastado…, el joven que regresa trayendo consigo los dioses de su país, durante la ausencia del Nizam, podía resultar. Ghopal así lo pensó. No razonaba, sólo daba realidad a sus ambiciones. Y para asegurarse su cooperación, el profesor Cheyney le dio a probar el «bhang». —Hizo una pausa, expectante.

—Sé lo que es esto, Parvati —dije.

—Cheyney tomaba esa droga de vez en cuando. No sé dónde la conseguía, pero la ofreció a Ghopal, y solían sentarse allí hablando de sus sueños, y después llegó el momento de actuar. Una noche, mientras yo esperaba con el profesor, Ghopal marchó a Reed Center para robar el ídolo.

Hizo una pausa.

—Sé que hice mal —murmuró—. Debí dirigirme a la policía. Pero Ghopal era mi esposo y en realidad no estaba robando. Kali pertenece a Chandra y Athelny no tenía ningún derecho a poseerla.

—Pero Ghopal mató a un hombre… —empecé a decir.

—Sí —dijo Parvati despacio—. Y a partir de aquí, todo fue mal. No habíamos contado con el vigilante. De medo que Ghopal tuvo que matarle, y cuando regresó con Kali todos nuestros planes se habían venido abajo. Incluso si conseguíamos salir del país en avión, el hecho llegaría a Chandra.

—Además el profesor estaba ahora atemorizado. El asesinato le descubrió lo único que ignoraba… que Ghopal era… un thug.

—Pero yo creía… todo el mundo dice que…

—¿Que el Thuggee ha muerto? —sacudió la cabeza—. No, Jay. El Thuggee vive. Es un culto muy antiguo, y los viejos ritos de adoración no desaparecen tan fácilmente. La policía militar estaba formada por hombres muy parecidos al sargento Kroke, supongo. Sólo vieron lo que asomaba en la superficie, y aparentemente se había desterrado el Thuggee. Pero el Thuggee siguió existiendo. Se practicaba a escondidas.

—¿Pero cómo llegó Ghopal a verse envuelto en eso? Creí que tenía sangre real, y que los thug únicamente pertenecían a la clase baja.

—Ghopal, lo mismo que yo, descendemos de una rama colateral de la familia real. Apartados del trono durante más de cien años han luchado para volverlo a ocupar. Y sus métodos son… el crimen. Por esta razón, un niño de cada generación ha sido ofrecido en secreto a Kali, entregado a los Bhortutes para que aprendiese los caminos misteriosos de la muerte. Ghopal fue elegido. Nadie lo sabía, por supuesto. Yo misma no lo supe hasta mucho después de nuestro matrimonio.

—¿Había planeado Gbopal matar al Nizam? —pregunté.

—El grupo adicto lo planeó para él. Después de terminar sus estudios aquí, regresaría a Chandra y asesinaría al Nizam. Pero ahora, los proyectos del profesor Cheyney parecían una alternativa más fácil. Si podía ir ahora a Chandra con la estatua de Kali, ganaría la ayuda del grupo de Thuggee, y se apoderaría del trono sin lucha y sin sangre.

—En vez de eso terminó asesinando al vigilante —dije—. Entonces Cbeyney se asustó.

—Así es. El profesor tenía miedo de que Kali permaneciese en su casa, o que la tuviéramos con nosotros. Entonces pensó en tu tía. Si se entrevistaba con ella, le entregaba a Kali y le hablaba de la recompensa, Tracy la devolvería. Le explicaría que un forastero se la había vendido, y que no deseaba que su nombre se viera envuelto en el caso. Después de obtener la recompensa, tu tía podría decir que se la habían robado.

—Pero no resultó, ¿por qué?

—Porque Ghopal tenía sus propios planes. Porque era un thug, y Kali era su diosa. No la abandonaría por nada. Estaba convencido que ahora ella le ayudaría a conseguir el trono.

—¿Tú sabías esto?

—Claro que no. Y tampoco lo sabía el profesor. Ghopal simuló aceptar que el ídolo fuese entregado a tu tía. Tracy vino al mediodía y después regresó por la noche para llamar a Athelny desde casa del profesor. Athelny no contestó. Ella se marchó y el profesor dijo que lo volverían a intentar por la mañana.

—¿Qué sucedió entonces?

—Ghopal y yo regresamos a Pinkley House. Yo estaba cansada. Él dijo que saldría a tomar un café, y yo entonces me acosté y me quedé dormida. Regresó sin hacer ruido sobre las dos de la madrugada. Traía el ídolo con él. Entonces me dijo que se lo había quitado a tu tía y que la había matado.

—¿Qué iba a hacer yo? Era mi marido, no podía entregarlo a la policía. Juró que era una anciana y que no había tenido intención de matarla. Pero no le creí. Aquella noche, antes de acostarse, oró ante Kali. Escuché las oraciones de un phansigar a la Madre Oscura del Crimen, y tuve miedo, porque había dejado de ser el hombre que yo conocía para convertirse en un extraño, dedicado a matar por Kali.

—A la mañana siguiente cuando me desperté, ya se había marchado. Y Kali había desaparecido. No me contó dónde había escondido la estatua; sólo que estaba a salvo. Y entonces dijo que haría las cosas a su manera, sin contar con el profesor. Ideó volver a la India, pero le quedaba una cosa que hacer: matar al Nizam. Kali le había hablado y era su deber.

—Esto fue el martes —dije—. Tú y Ghopal fuisteis a casa de Cheyney por la tarde, mientras yo estaba allí. Y tomasteis parte en la cena y recepción del Nizam. El miércoles…

—El miércoles el profesor y yo hablamos a Ghopal. Pero no sirvió de nada. Dijo que si le delatábamos conseguiría que sufriéramos con él. Prometió que se marcharía al día siguiente de todas formas. Así que guardamos silencio. Y ya sabes lo que sucedió después.

—Sí. El miércoles por la noche, fue a casa de Ann para asesinar al Nizam, y yo lo evité. Y lo dejé marchar… ¡como un tonto!

—Todos hemos sido imbéciles, Jay. Aquella noche, cuando regresó y me contó lo que había sucedido, le dije que no podía continuar. No iría con él a la India, y que había dejado de querer. Esta es la verdad, Jay. Cuando fui a verte el jueves, Ghopal se había marchado y me sentía libre.

—¿Dónde fue?

—No me lo dijo ni yo se lo pregunté. Supuse que se había marchado a Chicago, para tomar allí el avión, hasta que tú encontraste el cuerpo del profesor Cheyney.

Temblaba ligeramente, y esta vez me acerqué a ella. Se echó en mis brazos suavemente.

—¡Oh, Jay!, fue terrible. Yo debía de haber comprendido que nunca se marcharía sin asegurarse el silencio de Cheyney también. La noche pasada y hoy, todo ha sido una pesadilla para mí, no dejaba de preguntarme si estaría todavía escondido en algún sitio esperándome. Esperándome para hacerme callar a mí también.

—Debías de haberle dicho a Kroke todo esto.

—Y lo haré ahora. Pero quería que lo supieras tú primero. Porque te quiero.

Esta vez no se presentó ningún Ranji Dass para interrumpirnos. Sus labios eran cálidos y sus manos llegaron hasta mi cara para acariciar mis mejillas. Peto estaban frías porque sentía miedo.

—Otra cosa —dije—. Esa historia de que viste a uno de los hombres del Nizam ¿es cierta?

Noté el largo temblor que la estremeció.

—No. No era ningún hombre del Nizam, Jay. Ya te figuras quién creo que era; estaba de pie cerca de la cafetería. Era Ghopal.

—Vayamos a ver a Kroke. Ahora mismo.

—Sí, Jay. Estoy preparada.

—Se ocupará de que te protejan —le aseguré mientras entrábamos en el coche y nos dirigíamos a la ciudad—. Y si Ghopal está por aquí, lo cogerán. No tendrá oportunidad de matarte.

Ella sacudió la cabeza.

—Él no me mataría, Jay. De eso estoy segura. No. Si se halla aquí, es por otro motivo.

—¿Cuál?

—Kali. —Me miró y sus palabras surgieron rápidas—. Ahora lo comprendo. Te dije que se la había llevado después de la muerte de tu tía y que la había escondido en alguna parte. Algún sitio, seguramente, donde podía recuperarla fácilmente. Y tiene que conseguir esa estatua antes de huir. Puede que la escondiera en nuestras habitaciones, o en casa del profesor…

La interrumpí.

—La casa del profesor ha sido registrada, y también vuestras habitaciones.

—Entonces tiene que estar en otra parte. ¿Pero dónde?

Me chocó algo. Me chocó lo suficiente como para detenerme a un lado de la carretera.

—Tienes razón —le dije—. Y creo que tengo la respuesta. Parvati, ¿tienes tus llaves encima?

Ella abrió el bolso y sacó un llavero. La llave del coche, la llave de la casa, una pequeña del joyero, y otra. Sujeté firmemente ésta última.

—¿Qué llave es ésta? —pregunté.

—Es de nuestra despensa, la de la cámara frigorífica. Jay, ¿no creerás…? —Sus ojos se agrandaron.

—Vamos —dije—. ¿Dónde cae?

—En la calle Harvey. Un poco más allá de tu establecimiento. ¿Sabes dónde está la tienda de flores?

Nos pusimos en marcha.

—Eso es —dije—. Tiene que ser. La escondió en la cámara, y ahora no puede sacarla porque tú tienes la llave.

—El martes por la mañana —murmuró ella—, ahora lo recuerdo. Tomó la llave y fue a buscar unos camarones en adobo. Eso me dijo. Y después volví a coger las llaves para el coche. —Aspiró hondo.

—Jay, creo que no debemos ir. Deberíamos llamar primero a la policía.

—Esto es algo que voy a hacer yo solo —repuse—. Se lo debo a Tracy.

—Pero puede ser que Ghopal esté allí esperando. Es sábado y no habrá nadie por los alrededores, y puede que… —Otra vez estaba temblando.

—Está bien —dije—. Esto es lo que vamos a hacer. Te voy a dejar en la tienda cuando pasemos. Quiero que desde allí llames al sargento Kroke y le digas que venga enseguida. Y mientras tú le llamas, yo recogeré a Kali.

Asintió.

Nos detuvimos delante de la tienda, y yo eché a andar por el sendero. Las sombras se iban acumulando y no pude evitar acordarme del día anterior… cuando aproximadamente a la misma hora encontramos al profesor Cheyney.

—Espera aquí un minuto —dije.

Avancé solo y abrí la puerta. Entré y encendí todas las luces; pasé a la tienda y también subí muy despacio al piso de arriba. El lugar estaba vacío.

Entonces volví a bajar y asomé la cabeza por la puerta.

—Está bien. Puedes entrar y hacer la llamada. Deja la puerta cerrada basta que yo vuelva ¿comprendes? No tardaré más de diez minutos.

Ella asintió, entré y cerró la puerta tras de sí. Pude percibir el ruido de sus tacones cuando se dirigía al teléfono.

Entonces eché a andar y di la vuelta a la esquina. No necesitaba el coche. Kali estaba a unos minutos de distancia… había estado a unos minutos, ¡todo aquel tiempo!

Esto era lo que yo había estado esperando durante toda la semana. Deseaba poner esa maldita estatua bajo la nariz de Kroke y ver la expresión de su cara. Ya había sido niño durante bastante tiempo; ya era hora de que creciera.

Era una sensación agradable. El establecimiento no era más que una especie de mercado de alimentación; un mostrador delante, donde se colocaba el dependiente durante la semana. Ahora, sábado por la tarde, no había nadie allí pero ya conocía el sitio por haber estado antes. Las cámaras privadas estaban en la habitación interior.

Me dirigí directamente a ellas. La llave que me dio Parvati tenía el número 1958. Eché una mirada a las filas y después de encontrar la que buscaba, abrí la puerta.

Manipulé entre las cajas de cartón congeladas y paquetes recubiertos de hielo. Entonces mi mano tropezó con el paquete más grueso, detrás de todo. Podía muy bien tratarse de un pavo, pero no lo era. Por una vez estaba en lo cierto.

El paquete salió de la caja. Tiré de la envoltura rompiendo los papeles y me quedé mirando el rostro ciego y helado de Kali.

Miré la estatua durante largo tiempo, incluso a pesar de que el frío cortaba mis manos mientras la sostenía. Pues Kali estaba fría, fría como la muerte.

Kali era la muerte. Tres vidas habían sido sacrificadas por ella; pero ¿quién sabía cuántos miles habían tenido el mismo destino antiguamente?

Miré los cuerpos que colgaban de sus orejas, las gesticulantes calaveras de su collar, las serpientes que protegían su talle. Vi la espada que blandía y la cabeza que sujetaba, y los otros dos brazos que señalaban el cielo y el infierno. Kali, la Diosa del Crimen. La diosa de Ghopal.

Me pregunté qué se sentía de ser un thug, lo que pasaría por su mente cuando estrangulaba para ofrecer un sacrificio. ¿Qué pensaba, qué sentía cuando mató al vigilante, cuando quitó la vida a Tracy y a Cheyney?

Y me pregunté dónde estaría ahora.

Y la respuesta llegó enseguida.

Llegó de repente, desde el otro lado de la oscura cámara de congelación.

Algo silbó y pasó junto a mi cabeza en las sombras, cortando el aire por encima de mi frente.

Era un cuchillo de carnicero.

Me encogí, oyéndolo aterrizar en el suelo del corredor, repercutiendo en la oscuridad el sonido de su cortante filo.

Inmediatamente después una figura surgió de las borrosas sombras. Antes de que tuviera tiempo de volverme se echó sobre mí con las manos como garras para arrebatarme a Kali.

Me tambaleé hacia la entrada perdiendo el equilibrio cuando la sombra se apartó. Alargué la mano y encontré un brazo, una manga que se desgarró, y entonces la puerta se movió apretándose contra mí.

La puerta era pesada y retrocedí, obligado por su fuerza. Empezó a cerrarse, a cerrarse y no me pude mover.

Me encontré encerrado en las tinieblas.

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