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CONDENA

AGENTE JUDICIAL

Se ruega a los participantes en el juicio que vuelvan a la sala.

 

El abogado defensor, la fiscal y la secretaria ocupan sus puestos. El agente judicial acompaña al acusado, que toma asiento junto al abogado defensor. El juez entra en la sala. Todos se levantan y permanecen en pie.

 

JUEZ

El jurado ha decidido el siguiente veredicto: el acusado, Lars Koch, es culpable de ciento sesenta y cuatro delitos de asesinato.

Por favor, tomen asiento. A la vista del veredicto, debo comunicar la siguiente resolución:

Se mantiene la orden de prisión preventiva tomada por el juzgado de primera instancia, toda vez que el acusado ha sido declarado culpable.

 

El juez firma la resolución y se la entrega a la secretaria.

 

JUEZ

Como justificación del veredicto declaro lo que sigue: ha habido miembros del jurado que se han inclinado por condenar al acusado y otros que han sido partidarios de absolverlo.

En resumen:

El acusado creció en el seno de una familia acomodada, fue escolarizado conforme a la edad y tras el bachillerato cursó los estudios de piloto de caza. Por último, asumió el cargo de comandante de la Fuerza Aérea. Su vida ha transcurrido de forma intachable. Está casado y tiene un hijo fruto de su matrimonio.

El 26 de mayo de 2013, a las 20.21 horas, el acusado abatió con un misil aire-aire un avión de pasajeros de la compañía alemana Lufthansa y mató de esta manera a las ciento sesenta y cuatro personas que se encontraban en el aparato. Me ahorraré los detalles del hecho, ya que todos lo tenemos presente con total claridad. Tal como apuntó con acierto el abogado defensor, el Tribunal Constitucional Federal no determina la culpabilidad en este caso. Como argumentación legal, debe exponerse lo que sigue:

Nuestra ley absuelve al autor de un hecho que evita un peligro para sí, su familia o sus allegados. Así pues, no se castiga a un padre que esquiva con el coche a su hija y por esta razón atropella a un ciclista. Sin embargo, no existía este tipo de relación entre Lars Koch y los espectadores del estadio. Así que sólo se le podría absolver mediante una causa no prevista en la ley. En este caso entra en consideración la llamada «emergencia supralegal». De hecho, el anterior ministro de Defensa Jung se refirió a ella.

Esta emergencia supralegal no se ajusta ni a la Ley Fundamental ni al Código Penal o a otras leyes. En la literatura jurídica se duda incluso de que exista.

En cualquier caso, este tribunal considera equivocado compensar una vida con otra, sin importar en qué cantidad. Atenta contra nuestra Constitución, contra las normas básicas de nuestra convivencia. La Constitución debe perdurar también en situaciones extremas. Aunque su principio supremo, la dignidad del ser humano, sea una invención, no por ello merece menos protección. Al contrario: es y sigue siendo la única garantía para una convivencia civilizada.

Lo explicaremos con un ejemplo: el 5 de julio de 1884, un yate inglés, el Mignonette, fue víctima de una tempestad que llevó la embarcación a alta mar. Zozobró y se hundió a unas mil seiscientas millas del cabo de Buena Esperanza. La tripulación estaba compuesta por cuatro personas: el capitán, dos robustos marineros y un grumete enclenque de diecisiete años. Se salvaron en un bote salvavidas. A bordo sólo había dos latas de nabos. Con ellas sobrevivieron tres días. El cuarto, pescaron una pequeña tortuga gracias a la cual consiguieron comer hasta el duodécimo día. No tenían agua, sólo de vez en cuando podían recoger con las chaquetas unas pocas gotas de lluvia. El decimoctavo día después de la tempestad (a esas alturas llevaban siete días sin comer nada y cinco sin beber), el capitán propuso matar a uno de ellos para salvar al resto. Tres días más tarde al capitán se le ocurrió la idea de hacer un sorteo: matarían a quien perdiese. Pero luego pensaron que tenían familia y que el chico era huérfano. Abandonaron entonces la idea del sorteo. El capitán era de la opinión de que lo mejor era matar al joven. A la mañana siguiente, sin ninguna perspectiva de que alguien acudiera a rescatarlos, el capitán se acercó al muchacho. Estaba en un rincón del bote, delirando a causa de la sed, pues había bebido agua de mar y estaba deshidratado. Era evidente que pronto moriría. El capitán le dijo que había llegado su hora y le clavó un cuchillo en el cuello.

En los días que siguieron, los tres marineros comieron partes del cuerpo del muchacho y bebieron su sangre. El cuarto día después de cometido el crimen, unos pasajeros de un barco que pasaba por allí descubrieron el bote de los náufragos. Salvaron a los tres supervivientes y los llevaron de vuelta a Londres.

El fiscal mandó encarcelar a los marineros. El capitán se ofreció como testigo. El caso ingresó en la historia del derecho con el nombre de «La reina contra Dudley y Stephens», los nombres de los dos marineros. La única cuestión del proceso, similar al de nuestro caso, era: ¿debían los marineros matar al grumete para salvar su vida? ¿Tres vidas por una? El juez dio en el clavo. En su argumentación dijo: «Qué horrible fue la tentación, qué horrible el sufrimiento [de los marineros] […]. Pero ¿cómo se calcula cuánto vale una vida?»

Luego añadió:

«¿Debe ser por la fuerza, el intelecto o algo distinto? […] En el caso [del Mignonette] se eligió la vida más débil, más joven y que oponía menor resistencia. ¿Fue más justo matarlo a él que a uno de los adultos? La respuesta debe ser: no.» El juez inglés condenó a muerte a los marineros por el asesinato, si bien recomendó su absolución. Seis meses más tarde fueron puestos en libertad. En la argumentación se encuentran algunas frases magníficas a las que todavía hoy en día, ciento treinta años más tarde, se remite este tribunal:

«Con frecuencia nos vemos forzados a establecer patrones que nosotros mismos no podemos alcanzar y a fijar reglas que nosotros mismos no podemos cumplir. No es necesario señalar el enorme peligro que significa sentar tales principios.»

El tribunal no tiene la menor duda de que el acusado puso todo su empeño en tomar la decisión correcta. Es lamentable que fallara. Pero no podemos permitir que ese fallo cree escuela.

Los pasajeros del avión de Lufthansa no sólo fueron entregados indefensos y desamparados al terrorista, sino también a Lars Koch. Fueron asesinados, se menospreciaron su dignidad, sus derechos inalienables, toda su esencia humana. Las personas no son objetos, su vida no se mide por cantidades. El veredicto de hoy de este tribunal debe ser también entendido como una advertencia renovada frente a los enormes peligros que representa contravenir los valores fundamentales de la Constitución.

Por ello el acusado debe ser condenado.

El juicio ha concluido, damos las gracias a todos los miembros del jurado y quedan liberados de sus servicios desde este momento.

 

El juez se pone en pie, y todos los demás, salvo el acusado, se levantan al mismo tiempo. El juez sale del escenario por la puerta que hay detrás del estrado. Telón.

 

Fin

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