Terror

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La tercera víctima » Capítulo XIII

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Capítulo XIII

Esto ocurrió el viernes por la noche. No llegué a tomar mi cena. Hablé con la policía; otra vez, con el fiscal del distrito Pell, y a tres reporteros de los periódicos de Pointville y Reed Center.

Ahora no existía ninguna duda. Los periódicos, al día siguiente, relatarían una verdadera historia sobre homicidios por estrangulamiento. Lo sabía por las preguntas que me hicieron, y por la forma en que los periodistas hablaban del caso. Me iba a sentir yo bastante mal, después que se publicase eso.

El fiscal del distrito, Pell, también creía lo mismo. Habló con Kroke y con Archerd, el jefe de policía, delante de mí.

—Tenemos que hacer algo para evitar que el pánico se apodere de las gentes —dijo—. Voy a ponerme enseguida en contacto con Reed Center. Quiero la colaboración de todo el departamento. Tienen que mandar un guardia a Athelny y otro al Nizam, también.

—¿Qué opina de la inmunidad diplomática? —preguntó Kroke.

—¡Que se vaya al diablo la inmunidad diplomática! Nadie tiene derecho a venir a este país con un grupo de criminales y soltarlos contra nuestros conciudadanos.

—¿Entonces cree usted que fue alguien de la comitiva del Nizam?

—Usted ha estado buscando a Ghopal, ¿verdad, Kroke? Bien, en veinticuatro horas no ha podido descubrir nada que pueda considerarse como prueba. Ha registrado usted sus habitaciones, interrogado a su hermana, y todavía no tiene usted prueba en qué apoyarse.

—Excepto que ha huido.

—Eso no demuestra nada, sólo que su departamento cometió un error al no tenerlo vigilado. Oh, es posible que él haya cometido esos crímenes, pero existe la misma posibilidad que sea obra de uno de los fieles cortadores de cuellos del Nizam, y Ghopal, sabiéndolo, huyese por miedo. No le culpo, yo también tendría miedo si estuviera al alcance de esos cuchillos. —Pell se paseaba de arriba abajo bombardeando a Kroke con sus palabras—. En la escolta del Nizam hay once hombres armados, y por mi vida que cualquiera de ellos es tan aceptable sospechoso como Ghopal Singh. ¡Diablos!, tampoco dejaría escapar al mismo Nizam. Va a ser un trabajo arduo vigilarlos a todos o tratar de comprobar sus movimientos durante los últimos cinco días, pero tiene que hacerse. Y voy a pedir a Reed Center que pongan manos a la obra.

Se sentó y secó sus gafas.

—Hemos estado completamente dormidos —dijo—. Oh, la culpa es tan mía como de los demás. Resulta que tenemos a dos estudiantes hindúes en el colegio; nos dedicamos a ellos porque es el camino más fácil y los tenemos a mano. Pero pasamos por alto el grupo principal, que se encuentra sólo a veinticinco millas de distancia. —Se volvió al jefe de policía—. ¿Dónde estaba la gente del Nizam hace tres semanas, cuando el vigilante fue asesinado en el museo? —preguntó—. Ni siquiera sabemos eso, ¿verdad? ¿Y dónde se encontraba cada hombre el lunes por la noche, la noche en que la señorita Edwards murió estrangulada? Sí, ¿y dónde se encontraban todos esta noche cuando murió el profesor Cheyney? Ya es hora de que obtengamos resultados satisfactorios a estas preguntas.

Se volvió para enfrentarse conmigo y en este momento no era el hombre de trato agradable, de voz suave que recordaba de hacía unos días.

—Podía encarcelarle por lo que intentó hacer esta tarde, ya lo sabe. Forzar una ventana y entrar es delictivo. Por lo único que no voy a llevar las cosas hasta el extremo es porque, a pesar de sus trucos infantiles, ha demostrado usted una iniciativa mejor que cualquiera de nosotros, ya que realmente intentó llevar a cabo una investigación.

Permanecí callado.

—Pero de ahora en adelante, no seremos tan benévolos. Por lo tanto será mejor que se marche a su casa y que aparte la nariz de todo este embrollo.

Asentí y me encaminé a la puerta.

—Y olvídese de todo lo que ha oído aquí —me dijo por último.

Me fui a casa, pero no pude seguir su consejo. Me fue imposible olvidar nada.

Aquella noche se aparecieron en mis sueños cuatro rostros: el rostro negro y ciego de Kali. La cara hinchada y amoratada de Tracy, yaciendo donde había caído. El contorsionado rostro del profesor Cheyney, colgando de un cuello retorcido y roto. Y el cuarto… el que no podía ver con claridad: el rostro del phansigar, del thug estrangulador.

Esas cuatro faces me hicieron compañía hasta el amanecer que se marcharon y me sumergí en un sueño más profundo: Dormí la mayor parte de la mañana, y era casi mediodía cuando terminé de bañarme, vestirme y tomarme el desayuno.

Entonces llamé a Kroke por teléfono. Me dijeron que había salido, pero hablé con Summers, su ayudante.

—No, señor Thomas, no tengo nada que decirle —dijo.

—¿Es eso verdad, o simplemente informe oficial?

—Es verdad. Pero algo está a punto de suceder, y pronto. Están realmente entregados a este caso. Acabamos de enviar un hombre a Baldwin para comprobar una información recibida de que Gkopal Singh fue visto allí esta mañana. El sargento se encuentra en estos momentos en Reed Center, trabajando con el jefe de ese centro.

—¿Están cooperando los del Reed Center?

—Sí, por lo que yo sé. Tienen el hotel cercado. Nadie de la escolta del Nizam puede entrar o salir. Éste no permitirá que se interrogue a su gente, pero al menos por el momento viven sobre ascuas. Suponemos que tarde o temprano se cansará de la situación y nos dejará hacer algunas preguntas.

—¿Y eso es todo?

—Eso es todo. Tengo que irme ahora, pues me reclaman.

—Gracias, señor Summers. ¿Me llamará usted si se entera de algo?

—Por supuesto.

Colgó. Estuve solo durante un rato, y entonces volvieron los cuatro rostros. No estaba dormido esta vez; pero siguieron bailando en mi mente, provocando pensamientos llenos de miedo.

No me gustaba estar solo. La tienda y la puerta lateral estaban cerradas, pero el viento de octubre soplaba y en la casa se producían ruidos. De vez en cuando se oía algo en la planta baja, como por ejemplo el crujido de una tabla. La luz del día entraba a raudales, pero no me ayudaba mucho. El phansigar había entrado por las ventanas con su cordón. ¿Y quién sabía si todos los hombres del Nizam se encontraban en el hotel cuando éste fue sitiado? Además, Ghopal todavía seguía sin aparecer.

Entonces se me ocurrió la idea. Tomé el teléfono y llamé a Pinkley Hall.

—Parvati Singh, por favor.

Se produjo una larga pausa y después oí su voz.

—¿Diga?

—Soy Jay Thomas.

—Oh, me alegro mucho. Te busqué anoche, pero dijeron que ya te habías marchado.

—¿Anoche?

—En el puesto de policía… vinieron a buscarme y me llevaron allí, para preguntarme sobre el profesor Cbeyney.

—Entonces ya sabes lo sucedido.

—Sí, me lo dijeron ellos.

—¿Qué crees? ¿Fue Ghopal?

—Jay… tengo miedo. ¿Cuándo podré verte?

—Ahora mismo si quieres. Iré a tu casa.

—Bien. Te esperaré abajo en la sala. ¿Tardarás mucho?

—Iré enseguida.

Colgué, dudé un momento, y después marqué el número de Ann Colton. El timbre sonó una vez, dos, tres… conté hasta trece antes de volver a colgar.

Trece. No soy supersticioso, pero seguí imaginándome la casa desierta. Desierta, pero no vacía. Había una ventana abierta en alguna parte, y caída en el suelo junto a ella estaba Ann. El aire agitaba su pelo, lo apartaba de su rostro para que pudiera yo ver el color amoratado, la hinchazón de su rostro, la lengua ennegrecida, el cuello contorsionado…

No. Me estaba dejando dominar por la imaginación. Nada le había ocurrido a Ann. Pero, a pesar de todo, quizás no sería mala idea darme una vuelta por allí después de ver a Parvati. Cualquier cosa era mejor que estar solo, hoy.

Salí rápidamente de la casa, y ya había caminado un buen trecho cuando me di cuenta de que había olvidado tomar el coche.

En vez de volverme atrás, caminé más aprisa. Todavía faltaban unos nueve bloques y los recorrí en menos de diez minutos.

Pinkley House era una casa particular transformada en residencia señorial. La sala de la planta baja era tan grande como la tienda y el piso alto juntos. Contenía al menos una media docena de sofás y más de una docena de sillas, y como era sábado por la tarde había muchos estudiantes allí. Pero no vi a Parvati.

Regresé al vestíbulo y toqué el timbre que había sobre la mesa. Entonces vino la dueña de la casa.

—¿Qué se le ofrece?

—¿Puede hacerme el favor de llamar a Parvati Singh?

—Sí. Pero estoy casi segura de que la he visto bajar hace unos minutos. Creo que ha salido.

Asentí pero sin moverme. Ella se dirigió a la centralita de teléfonos. Al cabo de un minuto se quitó los auriculares.

—Lo siento, pero no contesta. ¿Quiere usted dejar algún recado para la señorita Singh?

—No, gracias. Esperaré un poco. Ella prometió reunirse conmigo.

—Entre usted y póngase cómodo.

Entré pero no me sentí cómodo. ¿Por qué había salido y a dónde había ido?

Ésta fue una de las ocasiones en que deseé que me gustase fumar. Siempre me he preguntado qué sucedería si me casase y mi mujer estuviese a punto de tener un hijo. ¿Cómo podría esperar el acontecimiento en la sala de espera del hospital si no fumaba?

Bueno, ahora no tenía que preocuparme de eso. No estaba casado, y no tenía ningún problema de nacimiento. Tenía un problema de muerte.

Miré a mi alrededor. Estaba lleno de estudiantes. Jóvenes agradables, unos más, otros menos, pero la mayoría eran de mi edad. Hablaban, reían, se movían de un lado para otro. No tenían quebraderos de cabeza.

¿Por qué tenía que sucederme eso a mí? ¿Por qué tenía que ser yo el escogido para sufrir por aquellos asesinatos? Crímenes cometidos y crímenes que habrían de suceder. Incluso ahora, en este mismo momento, quizás se estuviese cometiendo uno y la víctima era Ann. Y Parvati, ¿dónde estaba?

—Hola, Jay.

Volví la cabeza. Herb Phelps me sonreía.

—¿Qué hay de nuevo? —preguntó.

No me gustaba mucho Herb Phelps, y creo que el «¿Qué hay de nuevo?» y «¿Qué se sabe?» son las dos expresiones más tontas que existen, pero en este momento me alegré tanto de ver un rostro conocido que le hubiera besado.

—¿Te has enterado de lo del profesor Cheyney? —preguntó.

Asentí.

—Chico, ha causado verdadera sensación por toda la ciudad. Debe ser algo serio ese estrangulador andando suelto por ahí. Dos asesinatos sólo en una… —Dudó y me miró—. Bueno —dijo—. Lo siento, había olvidado que fue tu tía la que asesinaron el lunes por la noche, cuando te vi en Newton.

—Está bien —le animé—. Puedes hablar de ello.

—¿Te has enterado de algo por la policía? ¿Saben ya quién es el asesino?

Sacudí la cabeza.

—No. Y quisiera saberlo.

Los periódicos todavía no habían salido en su edición matinal, así que Herb no podía estar enterado de que yo me encontraba allí cuando descubrieron a Cheyney muerto. Empezó a contarme la historia, o mejor los rumores que había oído. Le interrumpí de pronto.

—Herbs, ¿has visto por casualidad a Parvati Singh por aquí?

—¿Te refieres a esa bella hindú? No; he llegado hace un minuto y no la he visto. Su hermano ha desaparecido y ella está preocupada por estos asesinatos, según creo.

Me pregunté si yo habría hablado demasiado.

—Jay, ¿te interesaría saber una cosa?

—¿De qué se trata?

—Deja a esa india, chico. Tengo que hacerte una confidencia, pero no lo digas a nadie.

—Continúa. Te escucho.

Inclinó la cabeza.

—Ghopal es compañero mío, Jay. Solía verlo muy a menudo hasta hace cosa de unos meses. Entonces me sentí interesado por esa hermana suya. Ella está bastante bien, pero Ghopal me echó.

—¿Por qué?

—Parvati no es su hermana, Es su mujer.

—¡Oh!

—No estoy bromeando. Es por completo cierto que está casada con él. ¿Por qué diablos crees que iban a estar viviendo juntos si no? Sólo que si en el colegio lo descubren alguna vez, pondrán a Ghopal de patitas en la calle.

—Cuéntame más.

—Eso es todo, chico. Se casaron poco antes de venir a nuestro país, según tengo entendido. Son primos segundos. Bonita manera de venir a estudiar. No me importaría cargar con alguien como Parvati para que me ayudase a hacer los ejercidos escolares.

Empezó a masticar un trozo de chicle, pero esto no le impidió seguir hablando.

—Están forrados de dinero. Tendrías que ver sus habitaciones. Disponen de toda la parte posterior del segundo piso. Incluso tienen una cocina para prepararse su comida. Una vez comí con ellos. Platos fuertes y cosas así. Creo que Ghopal hace sus compras en Reed Center, y guardan faisanes, champaña y caviar en una despensa. Y creo que él fuma marihuana o cosa por el estilo. ¿Supones que podría ser él…?

Dejé a Herb con la frase a medio terminar.

Entonces la vi que entraba en aquel momento.

—Perdóname —dije.

Ella me vio y sonrió.

—Oh, no suponía que llegases tan pronto. Salí a tomar un emparedado. ¿Quieres que vayamos a algún sitio para hablar?

—Buena idea —aprobé—. Supongo que tú y yo tenemos muchas cosas de que hablar. Una charla buena y larga… sobre crímenes.

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