Terror

Terror


La segunda víctima » Capítulo VII

Página 11 de 25

Capítulo VII

Cené en la carretera, durante el camino de regreso a Pointville. Cuando llegué a casa me quité los zapatos, preparé una bebida y traté de relajarme para pensar.

Había arriesgado un cincuenta por ciento. Me relajé, pero no llegué a ninguna parte con mis cavilaciones.

Todo lo que sabía era que el Nizam debía ser la clave. Todo lo señalaba. Cheyney le necesitaba para una cátedra permanente de orientología. Ghopal y Parvati querían echarlo del trono. Athelny le daba una recepción, y eso debía ser porque también lo necesitaba para algo. En todo esto debía haber un jefe, un jefe largo y retorcido semejante al nudo corredizo de la cuerda de un estrangulador.

¿Pero dónde encajaba Tracy? ¿Y qué hacía Ann en la cena del Nizam? ¿Estaba ella también complicada?

Tomé una segunda bebida y una tercera. Entonces me acosté y lo olvidé todo… hasta que empecé a soñar, y la gran serpiente se iba enrollando alrededor de mi cuello, cada vez con más fuerza, y mis ojos parecían a punto de saltar hasta que los abrí y vi a Kali que sonreía. Levanté las manos y traté de apartar la serpiente de mi cuello, sólo que no era una serpiente, era una cuerda. Un cordón alrededor de mi cuello, que me ahogaba. Retorcí la cabeza, y casi pude ver el rostro de la persona que se encontraba de pie detrás de mí. Casi, pero no del todo…

Entonces me desperté, bebí un vaso de agua y volví a la cama quedándome dormido. Pero hubiera deseado poder ver aquel rostro, incluso en mi sueño. Porque estaba seguro que lo habría reconocido.

Pero la única cara que vi, fue la mía la mañana siguiente en el espejo, mientras me afeitaba.

Volví a ponerme mi traje azul, porque el funeral tendría lugar en Morgan Brothers, a las once.

El abogado se había encargado de todos los trámites. Ni siquiera tuve que ir al depósito para verla. Oh, sabía que la prepararían bien, y que no tendría el aspecto que ofrecía en el suelo de la habitación. Pero no me gustan los funerales. Para mí, son… oh, no lo sé, erróneos. No me gusta la idea de la gente de tener flores y preces cuando han muerto, si en vida la mayoría sólo han soportado abusos y facturas. Tampoco me gusta la idea de un extraño echando un discurso prefabricado sobre ellas, mientras muchos de los que nunca se han preocupado de hacerles una visita simulan tener el corazón partido. Creo que la idea de gastar cientos y quizá miles de dólares en esconder a alguien bajo tierra es plena barbarie, particularmente cuando se trata del funeral de una persona pobre que nunca pudo permitirse cosas agradables mientras estuvo con vida. Creo que…

Pero no estoy dando una conferencia, y además, sé que muchísimas personas no están de acuerdo conmigo. A cada uno lo suyo.

De todos modos, no me gustan los funerales.

Asistí impaciente, tratando de aparecer triste, cuando en realidad estaba triste, muy hondo dentro de mí, pero no en la forma que la gente espera que uno lo demuestre.

Morehouse estaba allí, y el profesor Cheyney, y mucha gente del colegio, y muchos de nuestros clientes habituales, y la dueña del salón de té. Ann también estaba allí, pero se encontraba sentada atrás, y yo, naturalmente, estaba delante.

Ella no fue al cementerio sino que se marchó enseguida después de la ceremonia. Me las arreglé para acercarme a Ann un momento. Me miró y dijo:

—Ven a cenar esta noche, ¿a las seis y media?

Asentí y ella se alejó, dejándome con la señora Morehouse y otras viejas gallinas. Entonces se me acercó Imogene Stern y se vino conmigo al cementerio.

Imogene es una chica agradable; no es llamativa, pero agradable.

—He estado llamándote y llamándote —dijo—. Quería decirte cuánto lo he sentido. Debes haber pasado muy malos ratos.

—No demasiado. Pero estaba ocupado.

—¿Te gustaría venir a casa a cenar esta noche?

—Lo siento. No puedo. Con todo esto, estoy bastante ocupado. Ya sabes cómo es. Pero te llamaré a fines de Semana. ¿De acuerdo?

—Sí, Jay.

Parecía triste, pero me pregunté si estaría triste por Tracy o sólo porque me vio hablando con Ann. No es que Imogene me hubiera echado el anzuelo ni mucho menos, pero siempre estábamos juntos sin que ninguno de los dos dijera nada.

La ceremonia en el cementerio tampoco fue larga. Conduje a Imogene de vuelta a la ciudad, y después me detuve delante de la estación de policía. Pregunté por el sargento Kroke.

Éste salió.

—¿Qué hay, muchacho?

—Es que voy a comer. ¿Quiere venir conmigo?

—Eh, pues… sí. Es la hora, ¿verdad?

Nos encaminamos calle abajo hacia una cafetería.

—Sólo quería saber lo que ha sucedido.

—¿Crees que me vas a sonsacar, eh, muchacho?

—No, en absoluto.

Llenamos nuestras bandejas y nos sentamos.

—¿Va usted a visitar al Nizam? —pregunté.

—Mañana por la mañana. Athelny ha concertado la cita. Es difícil llegar a ese hombre. Inmunidad diplomática, o como quieras llamarlo.

Sonreí.

—¿Qué pasa?

—Nada. Así que usted tampoco pudo entrar en la fiesta.

Kroke encendió un cigarrillo y me miró.

—¿Qué te hace pensar que lo intenté?

—Es natural. Sabiendo que todo el mundo se encontraba allí, usted quiso olfatear, ¿no?

—Está bien, lo intenté. Me despidieron con insignia y todo. Pude conseguir hablar con Athelny por teléfono y lo arregló para mañana. Pero tú has dicho… tampoco.

Le conté mi propia tentativa. Creí que le había impresionado, pero sacudió la cabeza.

—Por favor, muchacho. Creí que tenías un poco de sentido común, al menos lo suficiente para no mezclarte en esto. No quiero que te dediques a investigar por tu cuenta. Nosotros nos encargamos de eso.

Lo miré cara a cara.

—Eso espero. Porque quienquiera que fuese el que mató a Tracy va a pagarlo. Si ustedes no lo encuentran, lo hallaré yo.

—Seguro, muchacho. Comprendo lo que sientes, pero ten un poco de paciencia. A propósito, hemos investigado los pasos de Ghopal y Parvati el lunes por la noche. Regresaron a su casa directamente. Cheyney es un poco más difícil de localizar. Los policías que hacían la ronda dicen que sus luces estaban encendidas después de la una, pero eso no demuestra nada. De todos modos, estamos siguiendo todas las posibles pistas. Incluyendo a tu amiga, la señora Colton.

—¿Ann? ¿Qué tiene ella que ver?

—Por una parte, es tu coartada. Por otra, ella era una de las ocho personas que cenaban con el Nizam la pasada noche, antes de la gran recepción. El gobernador, la esposa del gobernador, Athelny y su esposa, los Singh, Cheyney y la señora Colton. ¿Cómo había conseguido la invitación?

—No lo sé —dije—, pero lo descubriré.

—Ya que me encontraba en Reed Center hice algunas averiguaciones —dijo Kroke entre dos bocados de pastel de chocolate—. El vigilante que mataron en el museo de Athelny estaba fichado.

—¿Quiere usted decir que era un criminal?

—Bueno, estuvo durante algún tiempo en la prisión del Estado de Ohio, por asalto a mano armada. Claro, que eso fue hace tiempo, en 1927, y no hubo nada más desde entonces. Hablé con su esposa y ella no sabía nada que lo comprometiese. Pero me contó muchas cosas sobre nuestro amigo el señor Athelny.

—¿Como por ejemplo…?

—No voy a decirte nada todavía. Puede que no tenga significado. La única razón por lo que te cuento todo esto, es para que veas que estamos trabajando. Los cinco estamos en el asunto, y Pell pide acción casi tanto como el jefe. Hemos dado parte de toda la información y si encuentran a alguien en posesión de Kali, una tienda de empeño, o algo parecido, se le detendrá enseguida. —Kroke se puso en pie—. Tengo que regresar —dijo—. Pero ya sabrás de mí. Mientras tanto, ¿por qué no lo tomas con calma?

Asentí y él se marchó.

Era un buen consejo y traté de seguirlo. Pero otra vez de regreso en la tienda, sentí realmente escalofríos. Puede que fuese una reacción tardía por el funeral, pero el caso es que sentí que Tracy se había marchado para siempre, y que me encontraba solo. Completamente solo en la tienda vacía, en la casa vacía. No cumpliría veintiún años hasta dentro de tres meses, y tenía un negocio que aprender y dirigir. En cierto modo me asustaba.

Lo más gracioso es que el mismo lunes por la tarde me había estado preguntando qué significaba tener dinero y libertad. Y ahora lo tenía. Por lo que dijo el abogado, posiblemente irían a parar a manos del Estado unos veinte mil dólares en impuestos, seguros y todo lo demás. Y el negocio era bueno y merecía la pena poseerlo. Tenía la tienda y la casa y también el coche, y era libre.

Pero lo odiaba porque estaba solo.

¿Solo?

Empecé a pensar en Ann. Después que todo esto hubiese terminado, es posible que pudiera hablarle. Puede que esta noche, durante la cena, fuese una buena ocasión para empezar. Me pregunté qué habría estado haciendo la última noche en el hotel. Teníamos que aclarar las cosas. Ella no me hubiera invitado a cenar si no sintiera lo mismo que yo.

Y lo maravilloso es que se junten dos soledades y se encuentre algo más. Algunas veces, se une la felicidad.

Me sentí mejor después de verlo bajo este aspecto. Me encontré suficientemente bien para ducharme y afeitarme, ponerme el traje gris y subir al Caddy.

El coche y yo nos dirigimos al lago. Eran justo las seis y media cuando me detuve ante el sendero.

Ann estaba de pie en el césped, esperándome.

—Date prisa —dijo—. Llegas justo a tiempo para beber algo.

Me apresuré. Ella tomó mi mano y la apretó.

—Entra —me invitó—. Estábamos preparando un combinado.

—¿Estábamos?

Entonces vi al hombre de pie junto a la puerta que conducía al bar. Me sonrió y agitó una mano.

—Jay, no creo que conozcas a este caballero. —Me llevó hacia él—. Jay Thomas. Su Excelencia, el Nizam de Chandra.

Ir a la siguiente página

Report Page