Terror

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La segunda víctima » Capítulo X

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Capítulo X

Existía un incontable número de cosas que podíamos haber hecho Parvati y yo. Ella pudo haber gritado pidiendo ayuda. Yo, haber intentado saltar sobre Ranji Dass, o quitarle el cuchillo en el coche mientras iba sentado entre los dos en el asiento posterior, mientras otro hindú nos conducía a Reed Center. Pude haber aprovechado la ocasión mientras cruzábamos el vestíbulo del hotel hacia el ascensor privado que se reservaba para el exclusivo uso del Nizam y su comitiva.

Pero uno no reacciona de ese modo cuando se ha sentido la hoja de un cuchillo deslizarse por la tela a un cuarto de pulgada de su piel. Yo al menos no.

Se diría que las cosas tienen siempre su sistema para rebelarse contra mí. Hacía dos noches, Ranji Dass había hecho todo lo posible, y le salió bastante bien, por mantenerme alejado de la planta novena del hotel. Ahora también estaba haciendo lo posible para llevarme allí.

Y lo consiguió. Media hora después de salir de mi casa, Parvati y yo caminábamos por el vestíbulo hacia las habitaciones del Nizam. No habíamos intercambiado una sola palabra durante el camino ni ahora.

Ranji Dass nos condujo directamente a la puerta y llamó pronunciando unas palabras que no pretendo recordar. La puerta se abrió y apareció otro hombre barbudo.

—Por aquí, por favor.

Caminamos por otro pasillo más corto. Otra llamada, más palabras, y una segunda puerta que se abre. Igual a una invitación fraternal, sólo que aquellos muchachos no estaban jugando.

Al otro lado de la puerta se encontraba el Nizam de pie. Llevaba un traje azul, y su aspecto era tan regordete y calvo como siempre, pero la cobra no había desaparecido de sus ojos.

—Entren, por favor —dijo—. Siento haberles molestado de esta forma, pero es un asunto de importancia.

Él lo sentía, pero la cobra no.

Pasamos a la gran habitación del fondo. Seis grandes ventanas ocupaban las paredes, por las que debía entrar bastante sol. En vez de eso, las persianas estaban corridas y unas cortinas recogían las luces de las lámparas. Los ángulos de la habitación quedaban en sombras, pero no tanto como para que no pudiera reconocer las figuras silenciosas que estaban sentadas. Athelny y el profesor Cheyney parecían hundidos en sus sillas. Al entrar nosotros, los dos hombres levantaron la vista, pero ninguno de ellos nos saludó.

El Nizam se volvió, cerrando la puerta tras él.

—Acomódense —dijo.

Parvati y yo escogimos el sofá. El Nizam se instaló en el centro de la habitación.

—A fin de no hacerles perder su valioso tiempo —empezó diciendo—, pasaré por alto las formalidades. Les aseguro que no ha sido mi intención molestarles al hacerles venir de una forma tan brusca. Pero era necesario que lo hiciera así, y enseguida.

Asintió, como de acuerdo consigo mismo, a pesar de que nadie se unió a sus palabras.

—En concreto, estamos aquí para discutir cierto problema en el que todos nosotros estamos envueltos: el robo de la estatua de la diosa Kali. Durante las últimas cuarenta y ocho horas he tenido tiempo de observar los métodos de las fuerzas de su policía, lo mismo en Reed Center que en Pointville. Francamente, no me ha impresionado. Tengo motivos para creer que no tendrán éxito en la búsqueda de la estatua. Y esa estatua debe aparecer, y enseguida.

El Nizam volvió a asentir. Parvati me cogió una mano.

—Debe aparecer enseguida porque ya se ha convertido en la fuerza ejecutoria, en la muerte de dos víctimas inocentes al menos. —Hizo una pausa—. Y digo «al menos dos» porque a estas horas puede que hayan muerto más.

Caminó describiendo un pequeño círculo, mientras nos miraba uno a uno.

—Esta mañana tuve una entrevista con el sargento Kroke de Pointville. Creo que todos ustedes le conocen. Él lleva este caso. Le di toda la información que pude, y después le pregunté qué luz podía arrojar sobre el asunto. Siento que no tuviera nada que decirme. Le sugerí que los mandase llamar a todos para una encuesta inmediata, pero rehusó.

—Por lo tanto no me quedó otra cosa que hacer que traerles aquí. Porque creo que entre nosotros está la clave de la desaparición de Kali… y la identidad del hombre que mató por poseerla.

Athelny gruñó y se pasó una mano por el pelo blanco.

—De modo que usted va a convertirse en detective ¿eh? —dijo—. Va usted a obrar por cuenta propia, ¿no? Bien, me creo con derecho a recordarle que está en Estados Unidos, y no en Chandra, y que…

El Nizam sacudió la cabeza.

—Permítame corregirle. Esto no es Estados Unidos. Esto es Chandra.

—¿Qué quiere usted decir? —la voz del profesor Cheyney sonó un poco aguda al hacer la pregunta.

—Quizá no ha sido usted informado, pero uno de los miembros de mi comitiva es el Privadar Harthi Murdee, cuyo título oficial como embajador de Chandra ha sido reconocido por su gobierno. Bajo el protocolo diplomático, según lo entiendo yo, donde radica una Embajada se reconoce como terreno extranjero, y cuando el embajador viaja, la residencia que ocupa es también tierra extranjera. Por lo tanto estamos en Chandra y no en Estados Unidos. Y debo también recordarles que yo soy aquí el que dirige.

—¿Me está usted amenazando? —Fue Athelny el que habló.

—Por favor no tergiversen mis palabras. Les prevengo solamente. No hay necesidad de amenazas… por el momento.

—En concreto, ¿qué es lo que quiere? Tengo una cita para dentro de media hora y…

—Si cooperan podrán salir de aquí antes de ese tiempo. Todo lo que necesito son varias declaraciones sinceras.

—Pero ya hemos dicho a la policía todo lo que sabemos —le recordó el profesor Cheyney—. Estoy seguro que el sargento Kroke le puso en conocimiento de los hechos.

Athelny se levantó.

—Ya tengo suficiente. Le doy diez segundos para abrir esa puerta.

El Nizam se encogió de hombros.

—Como usted quiera —dijo. Echó a andar hacia la puerta y Athelny le siguió.

La puerta se abrió de golpe al tocarla el Nizam con una mano. Athelny empezó a avanzar y después retrocedió. Ranji Dass y dos más se encontraban allí, inmóviles como estatuas, cada hombre portando un cuchillo desnudo en la mano.

—Lo siento —murmuró el Nizam—, estos hombres tienen órdenes de no dejar salir a nadie de esta habitación hasta que yo lo diga. Y no lo diré antes de haber escuchado la verdad de cada uno de ustedes.

Athelny dudó un momento. Después se volvió.

—Está bien, si es así como usted lo quiere. Pero yo no tengo nada que decirle.

—¿Está usted seguro? —El Nizam lo miró fijamente, casi con ansiedad—. Esperaba que llegase usted a revelar cómo se las arregló para robar a Kali de mi palacio, en primer lugar.

—¡Es mentira! La compré a un comerciante en Calcuta, todo el mundo lo sabe.

—Dígame entonces el nombre del comerciante.

Athelny eludió la respuesta.

—No lo recuerdo.

—Con toda seguridad que una compra tan importante fue debidamente registrada. La estatua de Kali es de una gran importancia histórica, y usted es un hombre metódico.

—Le digo que no lo recuerdo.

—Entonces verá usted que a mi modo yo también soy un hombre metódico. —El Nizam se volvió—. Pero antes de que adoptemos una actitud más desagradable, quizás el resto de ustedes será más razonable. Profesor Cheyney —y se detuvo delante del orientalista—, me pregunto si contestará usted a lo que voy a decirle.

El profesor Cheyney sacudió la cabeza.

—Lo siento, pero ya le he dicho todo lo que sé.

—Dudo que le intimide, profesor, pero esto es realmente importante para mí. Me limitaré a recordarle que para todos los efectos se encuentra usted ahora en Chandra. Y en Chandra, empleamos nuestros propios métodos para interrogar. Como profesor, quizás esté usted familiarizado con un artefacto conocido con el nombre «Acariciador».

Cheyney empezó a levantarse.

—Usted no puede… —Entonces volvió a sentarse—. Sí —dijo—; creo que sí puede. —Se mordió el labio inferior hasta que dejó de temblar—. ¿Qué desea usted de mí?

—La verdad, nada más. Únicamente el nombre de la persona de quien la señorita Edwards obtuvo la estatua de Kali.

Cheyney continuó en silencio durante un largo momento.

—Dispone de poco tiempo —dijo el Nizam despacio—. Dos de mis criados están calentando el «Acariciador» en la habitación contigua. Tienen instrucciones de traerlo cuando se lo ordene.

—Está bien. —El profesor Cheyney me miró y después a Parvati—. De todos modos más tarde o más temprano se habría de saber. La señorita Edwards obtuvo la estatua de Ghopal.

El Nizam dejó escapar un largo suspiro.

—Gracias —dijo. Cruzó la habitación hacia donde estaba Parvati—. Y ahora, querida, ha llegado tu turno.

Ella hizo un ruidito y puso su cabeza contra mi pecho. El Nizam se inclinó y sus ojos quedaron muy cerca, y pude ver la cobra retorciéndose en ellos.

—Sólo tengo una pregunta muy simple para ti —murmuró—. ¿Dónde está ahora Ghopal? Le mandé buscar, pero no se encontraba en casa. ¿Dónde está?

—No lo sé.

—Vamos, ¡la verdad!

—Te digo que no lo sé. Se marchó esta mañana sin despertarme. —Se agarró a mi cuello—. Díselo, Jay, dile que es verdad… que fui a tu casa y te conté que se había marchado.

—Es cierto —asentí—. Me lo estaba diciendo cuando su amigo de la barba vino a buscarnos.

El Nizam retiró la cabeza.

—Prefiero creerles. —Una vez más volvió al centro de la habitación—. ¿Ven ustedes? Mis métodos puede que no sean de su agrado, pero están resultando efectivos. Ya nos hemos enterado de varias cosas. Y sabremos más. La verdadera relación que existe entre el profesor Cheyney y Ghopal Singh en este asunto, por ejemplo. Pero primero… Señor Athelny, ¿está usted ya dispuesto a revelar el nombre del traidor que le procuró a Kali?

Athelny gruñó.

—Puede que logre usted asustar a los demás, pero no a mí. De dónde obtuve a Kali, es sólo asunto mío.

—Los asuntos privados no son en Chandra sagrados como parece que son en los Estados Unidos —replicó el Nizam—. Sintiéndolo mucho, temo que tendré que emplear ahora… ayuda mecánica.

La cabeza de Parvati se movió sobre mi pecho y sus labios quedaron cerca de mi oído.

—Debes hacer algo —susurró—. Le torturará; no está fingiendo.

Ella esperaba mucho de mí. Tres hombres enormes con tres descomunales cuchillos aguardaban del otro lado de la puerta, y ella me elegía a mí.

Era el momento de respirar hondo. Lo hice y me dispuse a levantarme justo en el momento en que el Nizam corría hacia la puerta más alejada.

Entonces se oyó un golpe sobre la gran puerta, que daba entrada a la suite. El Nizam volvióse sobre sus pasos y salió al corredor dejando la puerta entreabierta tras él. Pude ver cómo escuchaba a Ranji Dass, que estaba hablando y gesticulando.

Athelny, Cheyney, Parvati y yo, todos nos levantamos y nos agrupamos instintivamente en el centro de la habitación. Seguíamos allí de pie cuando el Nizam regresó con la sonrisa en los labios, pero sus ojos seguían retorciéndose.

—Hay noticias —dijo—. Buenas para algunos y malas para otros. —Su mirada se detuvo en Parvati—. Ranji Dass acaba de hablar con el sargento Kroke. El sargento ha venido hasta aquí para informarme que las pruebas de laboratorio han revelado la identidad del asesino de la señorita Edwards. Ya se ha iniciado la búsqueda de mi primo, Ghopal Singh.

Parvati se estremeció contra mí. Oí gruñir a Athelny, oí al profesor contener el aliento, oí mi propio sobresalto mezclarse con los demás ruidos.

—No hay necesidad, por supuesto, de continuar esta investigación. —El Nizam inclinó la cabeza—. Pueden marcharse. A menos que alguno de ustedes quiera ser mi invitado…

Nadie deseaba una comida gratis. Todos querían salir. Llevé a Parvati al vestíbulo y al pasillo principal de la planta novena, antes que ella se derrumbara. Athelny y el profesor Cheyney nos habían tomado ya la delantera, y la puerta del ascensor se cerró tras ellos cuando volvíamos la esquina. Escuché a Athelny murmurar algo como «veré a mi abogado» cuando la puerta de corredera ahogaba sus palabras. Pulsé el timbre.

—No es verdad —murmuró Parvati—. ¡No puede ser verdad!

—Tómalo con calma —dije—. Yo tampoco lo puedo creer. ¿Qué clase de pruebas de laboratorio pueden haber conseguido después de tanto tiempo, y cómo pueden probar la personalidad del asesino? Kroke debe haber perdido la cabeza…

—Eso crees tú, ¿verdad? —Kroke se había acercado a nosotros por la espalda, tan silenciosamente que no le oí llegar, y su voz al hablar ahora fue sólo un susurro—. Bien, es posible que no exista ninguna prueba, que no hayan logrado demostrar nada, pero con este cuento han podido ustedes salir de aquí, ¿no?

—¿Pero cómo supo usted…?

—No fue difícil. —El ascensor llegó en ese momento y entramos—. Su Excelencia me explicó la idea que tenía de reunirlos a todos ustedes para someterlos a un interrogatorio de tercer grado, cuando hablé con él por la mañana temprano. No se lo aprobé, pero no pareció hacerme caso. Así que después que regresé a Pointville y traté de verte, Jay, me puse a preguntarme cosas. Luego fui a casa del profesor Cheyney, y su asistenta me dijo que se había marchado repentinamente con un hombre que llevaba puesto un turbante. Comprobé si Athelny estaba en su casa y su criada me contó la misma historia. Eso era todo lo que quería saber. Inventé el cuento que me permitía entrar en la suite novena y a ustedes salir de allí.

Y en efecto habíamos salido; cruzamos el vestíbulo y nos encontramos en la calle. Cheyney y Athelny habían desaparecido. Kroke nos llevó hasta el Plymouth.

—¿Quieren que los lleve? —propuso.

—Gracias.

Subimos al coche. Parvati se sentó muy cerca de mí. Kroke le echó una mirada mientras arrancaba.

—A propósito —dijo—. ¿Dónde está su hermano? ¿Lo sabe?

—Salió temprano esta mañana antes de que me despertase.

Kroke asintió.

—Bien, cuando vuelva, dígale que se ponga en contacto conmigo.

Parvati se envaró.

—¿Va usted a creer su propia invención? —dijo—. Ghopal no puede…

Me volví hacia ella y puse mi mano en su hombro.

—No sirve de nada ocultarlo, Parvati. Tendrás que decírselo antes o después. Sargento, Parvati cree que Ghopal ha huido.

—¿Por qué se lo has dicho? Me prometiste…

Sacudí la cabeza.

—No te prometí nada, Parvati. La policía debe saberlo. Si tu hermano es inocente, ellos pueden ayudarle.

Parvati miró al frente.

—Se ha marchado —murmuró—. Ha desaparecido, y Kali ha desaparecido también.

Kroke asintió.

—Gracias —dijo—. Ya ven, después de todo puede que la historia que he inventado para el Nizam no sea tan descabellada.

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