Terror
La tercera víctima
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La tercera víctima
Me acerqué a él en la oscuridad y tuvo miedo.
No es que me temiese, sino sólo a la muerte, y no se daba cuenta de que la muerte y yo éramos una misma cosa.
Habló con el pobre lenguaje de los hombres débiles, sobre planes que habían salido mal, y temores y peligros que únicamente existen en la mente de los cobardes.
Incluso al final le di la oportunidad de redimirse, pero no comprendió que era una oportunidad, y la única para él.
En vez de aprovecharla, sus palabras fueron sobre sí mismo y los peligros, y le escuché hasta el final, como quien escucha para juzgar a su prisionero que pide misericordia.
Pero cuando empezó a interrogarme y a hablar de dónde había estado, y lo que había hecho, supe que seguir hablando era inútil. Se había condenado a sí mismo como un cobarde, capaz de ponerme en peligro y a él también. Entonces en mi mente le sentencié a muerte y esperé.
Esperé hasta que habló de Kali, queriendo conocer dónde estaba oculta.
Rápidamente mi lengua formó palabras y con las palabras llegó el plan, mudo. Le dije que le mostraría a Kali y que podía reclamarla. Y le dibujé el lugar de su escondite sobre un trozo de papel.
Estábamos en su estudio, completamente solos, y las persianas estaban corridas. No había nadie que escuchase ni nadie que pudiera ver.
Cuando terminé el plano y lo dejé sobre su mesa, se mostró agradecido. Lo tomó en sus manos, lo levantó para estudiarlo, y yo me incliné sobre sus hombros, como para verlo también.
Lo miró y frunció el ceño. Dijo:
—Pero no lo entiendo —pues yo había dibujado solamente sobre el papel una serie de trazos sin significado—. No lo entiendo —repitió—. ¿Dónde está Kali?
—Kali está aquí —contesté.
Y Kali estaba allí. Salió de las sombras, el collar de cráneos brillando en su cuello, las serpientes silbando en su cintura. Vino para prestar su fuerza a mi brazo cuando me incliné y le cogí por el cuello.
Trató de levantarse de la silla, trató de apartar mis manos, trató de respirar y gritar… y entonces, en el último momento, sólo trató de respirar.
Mis dedos presionaron y su cuello crujió. Tomé el trozo de papel y me marché abriendo una ventana que daba al porche y al césped en sombras.
Y él quedó en la oscuridad detrás de mí, esperando hasta que Kali llegase para reclamar su alma para el infierno.