Teme

Teme


Los manejos de Durbin

Página 11 de 19

LOS MANEJOS DE DURBIN

15 de febrero de 2006, 20:04

Janie aparca en el camino de acceso del señor Durbin. Cabel ha estacionado su coche media manzana más lejos, para vigilar con unos prismáticos la ventana lateral del salón.

Baker y Cobb están también en sus puestos.

Janie no lleva micrófono, porque en realidad nadie espera que pase nada, todavía no; el señor Durbin es demasiado listo.

Janie recoge sus libros, se dirige a la puerta principal y llama al timbre.

Él tarda un poco en abrir, no demasiado, y la invita a entrar.

Janie se quita el chaquetón y se lo da. Lleva vaqueros y una camisa transparente y escotada sobre una camiseta de tirantes: un conjunto que no podría llevar al instituto.

Él viste pantalones de chándal y una camiseta de manga corta.

Suda copiosamente.

—Estoy machacándome un poco —explica echándose una toalla por los hombros. Luego conduce a Janie hasta la mesa de la cocina.

—Qué casa más bonita —dice ella—, y estupenda para dar fiestas.

—Por eso la compré. Me gusta tener un sitio para que los alumnos ser relajen de vez en cuando —responde. Luego saca del frigorífico dos botellas de agua, ofrece una a Janie y añade—: Ve preparando tus cosas. Yo voy a tomar una ducha de tres minutos. Enseguida vuelvo.

Janie pone los ojos en blanco cuando él se aleja y de pronto cae en la cuenta: la ha dejado sola.

Aprovecha para recorrer a hurtadillas la planta baja, mirándolo todo. Oye el agua de la ducha.

Junto la cocina hay un despacho con todo tipo de gráficos, libros e instrumentos de laboratorio; al otro lado del vestíbulo, dos dormitorios y un baño; tras cruzar el salón, un dormitorio principal con el baño donde él se está duchando. Janie le echa también un vistazo. Es una estancia grande, con cama de matrimonio y unas cuantas prendas de vestir por en medio. En la mesilla de noche hay una revista porno.

Cuando deja de oír la ducha, regresa volando a la cocina y se sienta a la mesa. Al ver que Durbin se acerca, finge estar concentrada en sus apuntes. El profesor se ha puesto vaqueros y una camiseta blanca, a lo James Dean. Solo le falta el cigarrillo.

El hombre recorre el salón cerrando las cortinas. Janie se estremece, consciente de que Cabel se estará poniendo frenético. Pero Cabel había prometido a la comisaria mantener la calma, y Janie espera que cumpla su promesa.

—Muy bien, pequeña, ¿qué dudas tienes? —pregunta Durbin al volver a la cocina. Se sienta en la silla que está al lado de Janie y se pasa los dedos por el húmedo cabello. ¿Pequeña? —Janie se ríe—. Tengo dieciocho años. Le ruego me perdone. ¿En qué estaría yo pensando? Aaah —dice inclinándose para mirar sus apuntes—. Gases tóxicos —añade frotándose las manos—. Qué emocionante, ¿no?

Janie se vuelve para echarle una miradita.

—Bueno, interesante sí es, pero no entiendo que esto —señala con el lápiz— conduzca a esto otro. No tiene sentido.

—Hummm —contesta él, y le quita el lápiz con suavidad—. Vamos a empezar por el principio.

Da la vuelta a la hoja y escribe ecuaciones por el reverso al tiempo que silba por lo bajo. Janie se inclina muy poco a poco, como para ver bien lo que hace, hasta que él deja de escribir. Ha cometido un error. Lo borra. Rebulle en su asiento.

Janie se queda quieta y asiente, concentrada en el movimiento del lápiz.

Toma un traguito de agua de la botella que él le ha dado y el ruido que hace al tragar es el único de la habitación.

Observa el vaivén reflexivo de su nuez de Adán.

—Bien —dice él por último, y le explica la media página de ecuaciones de principio a fin. Janie atiende, con el codo sobre la mesa y los dedos entre el cabello, asintiendo, pensando, esperando.

—Creo que ya lo pillo —dice cuando él acaba.

—Inténtalo tú —sugiere él mirándola. Luego toma el papel y, al deslizado bajo el cuaderno de Janie, le roza el pecho con el brazo. Ambos fingen que no se enteran.

Janie saca una hoja en blanco y empieza por la ecuación inicial. Se inclina sobre el papel, de manera que sus cabellos caigan por delante de su hombro, y sigue escribiendo. Tras un instante, él le coloca esos cabellos sobre los hombros y sus dedos se entretienen un segundo de más en su nuca.

—Es que no veo lo que escribes —dice.

—Lo siento.

Janie se echa el pelo sobre el hombro contrario. Siente la mirada de Durbin fija en ella. A mitad del problema duda un poco y masculla:

—Un momento, no me lo diga.

—Vas bien —dice él en voz baja, inclinándose. Janie siente su aliento en el hombro—. Tómate tu tiempo.

—No voy a entender esto en la vida.

El le toca con suavidad la espalda.

Janie finge que no se da cuenta y reflexiona sobre sus propias reacciones, tratando de ponerse en el lugar de una chica que aprobara tales avances. Decide que una chica así no haría nada, por lo que resopla con disimulo, y mueve el lápiz de nuevo. Tras un momento, lanza a Durbin una miradita para aclararle todo lo que quiere saber.

—¿Está bien? —pregunta señalando el resultado.

—Muy bien, Janie. Perfecto —contesta él sin retirar la mano del centro de su espalda.

Janie sonríe, mira el papel un momento y se yergue poco a poco.

—Bueno, pues muchas gracias, señor Durbin, por, eh, ya sabe, dejar que me cuele así en su casa.

El la acompaña a la puerta y apoya la mano en el pomo.

—Ha sido un placer —responde—, y espero que se repita. Basta con que me envíes antes un correo, ¿de acuerdo?

Janie se acerca para abrir la puerta, pero Durbin no suelta el pomo.

—Janie —dice.

Ella se gira.

—¿Sí?

—Creo que los dos sabemos por qué querías venir esta tarde.

Janie traga saliva.

—¿Ah, sí?

—Sí, y yo no me siento mal por eso, porque tú también me gustas.

Janie parpadea y se sonroja.

—Pero —continúa él— no puedo tener una relación contigo mientras seas mi alumna, no estaría bien, aunque tengas ya dieciocho años.

Janie guarda silencio, mirando al suelo.

Durbin le pone un dedo debajo de la barbilla para subirle la cabeza.

—Sin embargo, una vez que te gradúes —dice con una mirada significativa— será otra historia.

Janie no se lo puede creer.

Pero, pensándolo bien, sí se lo cree.

Así es como calla la boca a sus alumnas.

Culpándolas.

Ya sabe qué decirle.

Solo que al decirlo va a tener que aguantarse las ganas de vomitarle en los zapatos.

—Lo siento —dice—, estoy muy avergonzada.

—No lo estés —contesta Durbin, pero Janie sabe que el tipo desea que sí lo esté.

Y espera, espera el próximo comentario de aquel cerdo egocéntrico, resistiendo el impulso de decirlo antes que él.

—Son cosas que pasan.

Janie se las arregla para transformar su grima en una sonrisa triste y se marcha sin decir palabra, aunque se sienta tentada de acabar la película gritando: «¡Cuán insensata he sido!».

Unos cuatro segundos después de arrancar su coche le suena el móvil. Espera a no estar a la vista de Durbin para descolgarlo.

—Estoy bien, Cabe.

—Vale. Te quiero.

Janie se ríe.

—¿Forma eso parte de la investigación?

—Solo trato de comportarme como un buen poli.

—Durbin es un liante. Me voy a casa. ¿Quieres pasar y te cuento los detalles?

—Claro.

—Voy a llamar a Baker y a Komisky. Te veo en casa.

Janie hace las llamadas y narra los hechos. La comisaria le asegura que se trata del típico «síndrome del capullo ególatra con autoridad».

Y añade:

—La feria de Química no me preocupa, porque os acompaña la señorita Pancake, pero ten mucho cuidado en esa fiesta, Janie. Me da en la nariz que, en tales ocasiones, emborracha a las chicas y se aprovecha de ellas. Ándate con ojo.

—Eso haré, comisaria.

—Ven a recoger unos panfletos sobre drogas para violaciones, quiero que estés informada.

—Sí, señora.

21:36

Janie llega a casa dominada por un odio renovado hacia Durbin. ¡Vaya manipulador! Le encantaría colarse en alguno de sus sueños y convertírselo en una buena pesadilla.

Diez minutos después Cabel entra, la mira y la abraza.

—Te huele la blusa a su loción para después del afeitado —dice entrecerrando los ojos—. ¿Qué pasó?

—He hecho mi trabajo.

—¿Y él qué ha hecho?

—Aquí, siéntate aquí y haz que resuelves ecuaciones —dice Janie. Una vez que él se sienta, ella reproduce el comportamiento y las palabras de Durbin.

—¡Hijo de…!

—Y después va y me dice que soy una chica mala por atreverme a pensar que él quería tocarme, cuando acababa de hacerlo.

Cabel cierra los ojos.

—Claro —dice asintiendo—, por eso las chicas no se chivan. Se sienten culpables.

—Eso es exactamente lo que pensaba yo mientras me echaba la charla agarrado al pomo de la puerta para que no me escapara.

Cabel se pasea.

Janie sonríe.

—Me voy a la cama. Ya te marcharás cuando acabes de pasear.

17 de febrero de 2006, 19:05

Está sentada en el suelo del salón de Desiree Jackson, donde tiene lugar la velada de estudio. La rodea un grupo de compañeras de Química 2, resolviendo ecuaciones.

Cada vez que alguna menciona a Durbin, las demás se deshacen en elogios. Janie finge estar de acuerdo y formula como de pasada preguntas sobre él, pero ninguna comenta nada malo.

22:12

Recoge sus libros y sus apuntes, suspira y vuelve a casa sin nada nuevo sobre el profesor a quien los alumnos, y sobre todo las alumnas, parecen adorar.

Una velada de investigación desperdiciada: aquel rollo ya se lo sabía de memoria.

Ir a la siguiente página

Report Page