Teme

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NO TAN BIEN

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NO TAN BIEN

5 de marzo de 2006, 06:13

Janie sueña el sueño de Stacey una y otra vez, y sueña que es incapaz de salir. Lo intenta, con todas sus fuerzas, pero está atascada en el violador del asiento trasero.

Una y otra vez el sueño se detiene en las manos del hombre. Entonces lo ve.

Se despierta al fin jadeando y se sienta de golpe pese al embotamiento.

— ¡Ay, Dios! —susurra. Apenas tiene voz y aún no puede ver, pero alguien le habla, le frota las manos y los brazos, la calma con la voz. Janie respira con dificultad y está llorando, porque lo único que desea es abrir los ojos aunque ya estén abiertos—. ¡Necesito mis gafas! —exclama con voz rota—. ¡No veo!

—Janie, soy yo. Cabel. Estoy contigo. Tengo tus gafas y tú podrás ver dentro de nada. Estás a salvo... —su voz se quiebra y tiene que hacer una pausa—. Estás a salvo. Échate hacia atrás y descansa. Espera a que pase. Verás sombras en un minuto, después todo volverá, ¿vale?

Janie se deja caer hacia atrás.

Tiene escalofríos pero no sabe por qué.

Intenta respirar, una vez, dos.

— ¿Qué hora es? —pregunta.

—Las seis y cuarto.

— ¿De la mañana?

—Sí, de la mañana.

Otra respiración.

— ¿De qué día?

Hay un breve silencio.

—Del domingo por la mañana, cariño, cinco de marzo.

— ¿Está Stacey O'Gradv en esta habitación?

—No, cielo. Está abajo, en el vestíbulo.

— ¿Está cerrada la puerta?

—Sí.

Janie no entiende nada, su cerebro sigue tan negado como sus ojos. Después, poco a poco, van volviendo cosas, y sabe que hay dos muy importantes que se encargó recordar a sí misma, incluso en los momentos de menos control.

— ¿Cabel?

—Dime.

—GHB, éxtasis líquido. Durbin lo hace él mismo con quitapinturas y lejía, supongo. Yo no le vi hacerlo, pero tiene los componentes y, por supuesto, la habilidad —Janie se interrumpe para respirar, exhausta—. El efecto se detecta en la orina hasta doce horas después. Análisis. A todos.

No ve que Cabel parpadea.

—Buen trabajo —murmura y habla por teléfono. A Janie le da la impresión de que el chico no dice más que sandeces.

Trata de concentrarse. Había otra cosa. ¿Qué era? No lo sabe.

Cabel cuelga el teléfono y le frota el brazo. Entonces se acuerda.

— ¡Albóndigas! —exclama—. La droga estaba en el ponche, pero yo ni lo probé, que yo sepa. Lo analicé. Los resultados están en el bolsillo de mis pantalones, el derecho —se calla y solloza un poco—. Debió de echarlo a la salsa de las albóndigas cuando yo fui al baño para analizar el ponche. Dios, qué idiota fui.

Siente de nuevo ganas de dormir y no se resiste. Cae en un sueño inquieto durante unas horas.

09:01

Se despierta parpadeando. La luz del techo la deslumbra.

— ¿Dónde narices estoy? —inquiere.

—En el hospital —responde Cabel.

Ella se incorpora despacio. Le duele la cabeza. Se lleva las manos a la cara.

— ¿Qué diablos...? —dice.

—Janie, ¿puedes ver?

—Pues claro que puedo ver, so tonto.

Cabel decide arriesgarse, mira a la chica tendida a su lado que suelta risitas, y cierra los ojos brevemente.

— ¿Tienes ganas de hablar? —pregunta con prudencia.

Janie parpadea unas cuantas veces más y se sienta.

— ¿Dónde narices estoy? —repite.

Cuando Cabel hunde la frente en las manos, la comisaria decide intervenir:

—Janie, ¿sabes quién soy?

Janie la mira con detenimiento.

—Sí, señora.

—Bien. ¿Y quién es este?

—Cabel Strumheller, señora; y usted también lo sabe, creo yo.

Komisky disimula una sonrisa.

—Pues, ya que lo dices, sí. ¿Qué recuerdas de anoche? Janie cierra los ojos. Le duele la cabeza. Piensa largo rato. Ellos esperan.

Por fin dice:

—Fui a la fiesta de Durbin.

—Sí, ¿y? —anima Komisky.

Cabel se levanta y empieza a pasear por la habitación. —Recuerdo haber preparado la comida —continúa Janie, luchando contra el aturdimiento.

—Muy bien, Janie. Piénsalo con calma. Tenemos todo el día.

Janie hace otra pausa.

—Ay, Dios —dice con voz temblorosa.

—No pasa nada, Janie. Estabas drogada.

Una lágrima resbala por su mejilla.

—No debería haber pasado —murmura.

La comisaria toma su mano.

—Lo hiciste muy bien, no te preocupes, pero piensa con calma.

Janie solloza en silencio un instante.

—Cabel se va a volver loco —le susurra a la comisaria

—No, Janie. Cabel está bien. ¿Verdad, Cabe?

El las mira con cara cenicienta.

—Estoy bien, Janie —logra decir.

Komisky la mira a los ojos.

—Ya lo sabes, Hannagan, maldita sea, todo lo que sucede cuando te han drogado en contra de tu voluntad no es culpa tuya, ¿entendido? Y cualquiera que te haya hecho algo irá a la cárcel, ¿vale? Tú no tienes la culpa de nada. No seas blandita conmigo, Janie, eres una mujer fuerte. El mundo necesita más como tú.

Janie traga saliva y vuelve la cabeza hacia el otro lado. Lo único que quiere es meterse debajo de las sábanas y desaparecer.

—Sí, señora.

—Si te dijera algunos nombres, ¿te ayudaría a recordar?

—Puede. No me acuerdo de casi nada.

—Bien. Empecemos por Durbin. ¿Qué pasó con él?

Janie suspira y después abre unos ojos corno platos.

—GHB —exclama incorporándose—. GHB.

Cabel dirige una mirada de angustia a la comisaria.

—Tranquilo —le dice ella en voz baja—. No se había acordado de mencionarlo, es normal —y agrega dirigiéndose a Janie—. ¿Que pasa con el GHB?

Janie piensa.

—Analicé el primer ponche pensando que tendría rohipnoles, pero estaba limpio. Solo vodka, como dijo Durbin.

—Buen trabajo. Eres una profesional.

-—Pero la gente empezó a ponerse rara v Durbin trajo más ponche...

Komisky guarda silencio para dejarla pensar.

—Hizo que todos los chicos subieran del sótano, donde veían la tele. Les dijo que comieran, que las chicas no comían nada.

La comisaria frunce el ceño, pero disimula la indignación.

—Y luego... Wang me echó un vaso del ponche recién hecho y me dio la vara con lo de las caravanas de pobres. Qué tipejo —dice con lágrimas en los ojos. Llora durante un minuto y después recobra la calma—. Al ver que Wang ya estaba colocado, pensé que había algo en marcha, así que analicé el nuevo ponche y no bebí ni una gota. El papel se volvió azul y yo tiré la bebida por el váter. Luego bajé al sótano para mirar los productos químicos del laboratorio, pero no había GBL ni NaOH, cuya combinación da GHB, una droga utilizada para cometer violaciones. Las estudié, como usted me dijo.

Komisky asiente.

—Sin embargo, cuando subí —continúa Janie—, recordé haber visto unos envases encima del frigorífico; eran de quitapinturas y de lejía, los productos con los que se fabrica GHB. A esas alturas ya estaba paranoica. Había dos botellas grandes de agua mineral, pero abiertas, y no me atrevía a beber agua corriente, porque los grifos tenían filtros, y les podía haber puesto droga. Por eso cogí otra cerveza (lo siento, comisaria); me la bebí deprisa pero con bastante comida, y una cerveza, la verdad, no es mucho para mí. ¡No sé qué me pasó! —exclama de pronto, cubriéndose la cara con las manos y sollozando de nuevo-—. ¡Lo hice todo mal!

La comisaria cierra los ojos.

—No, Janie, lo hiciste muy bien. Debimos mandarte con algunas botellas pequeñas de agua o algo así.

Cabel deja de andar, apoya la frente en la ventana y la golpea unas cuantas veces .contra el cristal, farfullando algo.

La comisaria añade:

—Hace unas horas hablaste de unas albóndigas, ¿recuerdas algo de eso?

Janie guarda silencio, perpleja.

—No recuerdo nada de albóndigas.

Komisky asiente en dirección a Cabel. El la mira con expresión inquisitiva y ella asiente. El chico marca un teléfono y habla con alguien, por último cuelga.

—Confirmado. Hay GHB en las albóndigas y en la salsa para los palitos de verdura. Jesús —dice quitándose la sudadera y empezando a pasear de nuevo—, yo ignoraba que pudiera echarse a la comida.

—Por lo visto, Durbin quería tenerlo todo controlado —dice la comisaria mirándolo atentamente. Luego se vuelve hacia Janie—. ¿Recuerdas algo más? Si no es así, no te preocupes.

Janie guarda silencio largo rato. Por fin agrega:

—Es raro, pero sé que Cráter, el profesor de Educación física, violó a Stacey. No en esta ocasión, sino el pasado semestre.

El silencio cae sobre la habitación.

— ¿Cómo lo sabes, Janie? —pregunta Komisky.

Janie duda.

—No puedo probarlo.

—No pasa nada. Dame alguna pista. Nuestro trabajo consiste en encontrar pruebas.

Janie asiente y le cuenta la pesadilla que tiene Stacey desde el otoño pasado. Después le habla de sus esfuerzos para pausarla y de su incapacidad para verle la cara al violador.

—Pero le veo las manos. Lleva un anillo con el sello de una fraternidad: el mismo que llevaba esta noche Cráter en la mano derecha.

Silencio.

Y más silencio. Cabel hace otra llamada.

Komisky formula otra pregunta con cara casi sonriente:

— ¿Recuerdas cuándo activaste el mechero del pánico?

Janie la mira y niega con la cabeza.

— ¿Entonces no recuerdas haberles dado lo suyo a Cráter y a Wang?

Janie la mira de hito en hito.

— ¿Cómo dice?

La comisaria sonríe sin reservas.

—Eres asombrosa, Janie. Espero que lo recuerdes algún día, porque entonces estarás tan orgullosa de ti misma como lo estoy yo.

Janie cierra los ojos.

Por fin dice:

—Cabe, ¿puedes esperar fuera un minuto?

El le echa una miradita y sale.

—Comisaria, ¿ocurrió algo? Ya sabe, conmigo.

La mujer le aprieta la mano.

—Por debajo de la cintura, nada de nada, pequeña. Cuando Baker y Cobb te encontraron, sólo tenías quitado el jersey. Y los médicos te han hecho un reconocimiento. Les paraste los pies, Janie.

Esta suspira aliviada.

—Gracias, señora.

18:23

Cabel la lleva a casa.

—Veintiún positivos en GHB, Janie —informa con aspereza—. Todos los asistentes estaban drogados, incluso Durbin. Se dice que esa droga aumenta el aguante. Puf —hace una pausa y ambos sienten un escalofrío—. Baker, Cobb y los refuerzos encontraron a Durbin en la cama con tres alumnas.

Janie no hace ningún comentario.

—Lo meterán en la cárcel una buena temporada, Janie.

— ¿Y a Wang?

—Lo mismo. Por desgracia, también violó a Stacey en esta ocasión. Ella no recordaba nada de lo sucedido, pero le encontraron su ADN. Al saberlo, pidió la píldora del día después.

Cabel aprieta el volante con tanta fuerza que tiene los nudillos blancos.

—Dios —dice Janie.

Tendría que haberlo hecho mejor, tendría que haberlo hecho mejor por Stacey.

Al anochecer, su dolor de cabeza disminuye. Tras acabarse todo lo que Cabel le ha puesto en el plato, declara que se siente de maravilla y le ruega, con una sonrisa cauta, que deje de malcriarla. Sabe que él no ha dormido.

Cabel le devuelve una mirada exhausta y perdida, respira hondo y arruga la cara.

—Estoy hecho polvo, perdona —reconoce y se marcha a su habitación.

Janie le oye gritar, pese a que ahoga sus gritos con la almohada.

Se encoge en silencio.

En ese instante se da cuenta de que, en ciertos aspectos, no se comprende a sí misma. Quizá a Cabel le ocurra igual.

Al poco tiempo, él se calma. Janie asoma la cabeza por la puerta de su habitación. Se ha dormido bocabajo, totalmente vestido, con un brazo y una pierna colgando por un lado de la cama, con lágrimas en las pestañas y las mejillas enrojecidas. No sueña.

Janie se arrodilla junto a él, le retira el pelo de la cara y se queda mirándolo largo rato.

9 de marzo de 2006, 15:40

El escándalo del Fieldridge empieza a remitir, y los tres profesores nuevos son de lo más vulgar, lo que a Janie le viene de perlas: ya tiene bastantes dificultades para concentrarse, y no a causa de la fiesta en sí, sino de lo sucedido después con Cabel.

Al volver a casa se echa en el sofá, mirando al techo. Así sigue cuando Carrie asoma la cabeza por la puerta principal.

Janie se sienta y se obliga a sonreír.

—Hola. Felicidades. ¿Hiciste algo emocionante por tu cumple? —dice dándole una bolsita de regalo que lleva días en la mesa del salón.

—Lo normal. Nada del otro mundo. Stu piensa que lo primero que debo hacer es apuntarme para votar. Espero que esté de guasa.

Janie se ríe pese a sentirse entumecida y responde:

—Deberías hacerlo. Es tu derecho como estadounidense.

— ¿Lo has hecho tú?

—Sí.

— ¡Ay, Dios mío! —exclama Carrie, tapándose la boca de una palmada—. ¿Se me ha pasado tu cumpleaños?

Janie se encoge de hombros.

— ¿Te has acordado alguna vez?

— ¡Eh, eso no es justo! —protesta Carrie, pero sonríe avergonzada porque sabe que es verdad.

A Janie no le importa. Las cosas con Carrie funcionaban así.

Esta suelta exclamaciones al ver su regalo: un cedés. Se caen bien, pero Janie sabe que todo cambia muy deprisa. Su amiga se queda poco tiempo.

Y ella no tiene planes para la tarde.

Ni para el resto de su vida, ya puestos.

Llama a Cabel.

—Te echo de menos —le dice al contestador—. Solo... tenía que decírtelo, Eh... sí. Perdona. Adiós.

Él no le devuelve la llamada.

Janie lo suponía.

«Necesito que nos demos un tiempo»: eso fue lo que dijo aquel lunes después de salir del hospital, cuando trató de tocarla y no pudo.

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