Teme

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SOLA

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SOLA

5 de febrero de 2006, 05:15

Janie, tumbada en el sofá de Cabel, encuentra por fin a la verdadera señora Stubin.

Está en el banco, la anciana está allí, a su lado, rodeada del anochecer perpetuo y de la lluvia eterna.

—Voy de viaje con el profesor que puede ser el depredador sexual y con algunas de sus antiguas alumnos... que además pudieron ser víctimas suyas.

— ¿En qué época del año? —pregunta la señora Stubin.

Janie la mira con expresión de perplejidad.

— En invierno. Estamos en febrero.

—Lleva un abrigo amplio que disimule los temblores, por si te absorbe alguna pesadilla. Envuélvete en él. ¿Vais en una camioneta escolar?

—Sí.

—Vete en el asiento trasero. Si te atrapa un sueño que no sea importante para el caso, sal de inmediato. No malgastes tus fuerzas. Ya sabes salir con facilidad, ¿no?

—Casi siempre, de los normales sí. De las pesadillas, no siempre.

—Sigue practicando en eso, es muy importante.

—Me gustaría pausar mis sueños y ver una panorámica de la escena. ¿Cómo lo hace usted?

—Todo depende de la concentración, de esa misma concentración que utilizas para salir de los sueños, Janie, o para ayudar al soñador a cambiarlos. Mira fijamente al sujeto y háblale con la mente. Dile que se detenga. Concéntrate primero en la panorámica (es más sencillo) y después detén la escena. Quién sabe, quizá algún día seas capaz de utilizar el zum y de rebobinar; viene de maravilla para resolver delitos. Sigue estudiando también el significado de los sueños. Has leído libros sobre el tema,¿verdad?

—Sí.

—Cuanto mejor sepas interpretar los extraños sucesos oníricos, más fácil fe será hacer tu trabajo. Estudia además mis notas para que veas cómo los he interpretado yo durante estos años.

Janie asiente, aunque después se sonroja al recordar que la señora Stubin no puede verla.

—Así lo haré. Señora Stubin...

— ¿Qué, Janie?

—Respecto al cuaderno verde...

—Ah, ¿ya lo has encontrado?

—Sí.

—Pues sigue con él.

— ¿La comisaria Komisky lo ha leído?

—No, el cuaderno no.

—Pero sí sabe algo de cómo funciona lo de cazar sueños, ¿no?

—Algo —responde con cautela la anciana—; lo hemos comentado. No dudes en hablar con ella cuando lo necesites.

—Aparte de usted y de mí, ¿hay alguien más que entienda del tema?

La señora Stubin parece indecisa.

—Que yo sepa, no.

Janie se inquieta.

— ¿Debo leer el cuaderno? ¿Quiere usted que lo lea? ¿Es horrible?

La señora Stubin guarda silencio durante largo rato.

—Eres tú quien debe responder a esas preguntas — contesta por fin —. En conciencia, ni siquiera puedo animarte ni desanimarte. Debes decidirlo tú.

Janie suspira y busca la mano de la anciana para acariciar la piel helada y fina como el papel.

— Supuse que me diría eso.

La señora Stubin le da palmaditas en la mano, sonríe con nostalgia y desaparece lentamente en la neblinosa tarde.

07:54

Es domingo por la mañana y ya va siendo hora. Hace diez días que Janie abrió por primera vez el cuaderno verde.

Vuelve a la cama con Cabel unos minutos (el chico solo dormita, no sueña) y lo abraza, para llevarse con ella todo lo que pueda de él cuando se vaya.

—Te quiero, Cabe —susurra.

Y se marcha.

Vuelve a su habitación, dos calles más allá.

08:15

Cuando ve el cuaderno yaciendo ominosamente sobre su cama, decide dejarlo para más tarde.

Antes hará sus deberes.

Y se tomará un bol de cereales. Al fin y al cabo, el desayuno es la comida más importante del día, ¿no? No es cuestión de saltársela.

10:01

No puede retrasarlo eternamente.

Mira otra vez el cuaderno.

Lo abre.

Vuelve a leer la primera página.

Respira hondo.

10:02

Respira hondo por segunda vez.

10:06

Coge el móvil y marca el segundo teléfono guardado en la memoria.

—Komisky —oye decir.

A Janie le falla la voz; se aclara la garganta.

—Hola, comisaria. Siento llamarla en...

—No te preocupes. ¿Pasa algo?

—Er, sí. Los sueños... ¿Le enseñó alguna vez la señora Stubin lo que había en los archivos?

—Leí los informes policiales que redactó, sí.

— ¿Y sus otras notas sobre el manejo de los sueños y demás?

—Eché un vistazo a las primeras hojas sueltas del archivo, pero me pareció que estaba violando su intimidad, así que lo dejé.

— ¿Habló con ella alguna vez de su... habilidad?

Silencio.

Mucho silencio.

— ¿Qué quieres decir?

Janie se encoge.

—No sé. Nada.

Tras un momento de duda, la comisaria dice:

—De acuerdo.

—Vale.

Se oye un suspiro nervioso.

— ¿Señora?

—Janie. ¿va todo bien?

Janie hace una pausa.

—Sí.

La comisaria no insiste.

—Bien —remacha Janie.

— ¿Janie?

—Sí, señora -—un susurro.

— ¿Estás preocupada por Durbin? ¿Quieres dejar esto?

—No, señor, no quiero.

—Pues si se trata de otra cosa, deberías decírmela, ¿sabes?

—Ya, ya sé. Pero... estoy bien, gracias.

— ¿Me dejas darte un consejo, Janie?

—Claro.

—Este es tu último año de instituto, y te lo tomas todo demasiado en serio. Intenta divertirte un poco, ¿de acuerdo? Vete a la bolera o al cine o a algo así de vez en cuando, ¿entendido?

Janie sonríe.

—Sí, señora.

—Y llámame siempre que quieras.

Janie siente un nudo en la garganta.

—Lo haré. Adiós —dice por fin, y cuelga.

10:59

Janie toma aire.

Vuelve la hoja.

La siguiente está en blanco.

11:01

Vuelve la hoja en blanco.

Ve la conocida escritura.

Alisa la hoja.

Y entonces siente un retortijón en el estómago y cierra el cuaderno de golpe.

Lo devuelve a la caja.

Y guarda esta en el armario.

11:59

Llama a Carrie.

— ¿Te apetece jugar a los bolos?

Se imagina a Carrie meneando la cabeza y riéndose, diciéndoselo a Stu, volviendo al teléfono:

—Mira que eres capulla, Hannagan. En fin, por qué no. Vamos a jugar a los bolos.

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