Taxi

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Martes » In space

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In space…

Le llaman Sandino, pero ése no es su nombre. Es un mote. Fue una broma y hoy es quizá una capa de mago. Sandino es el recuerdo de una lealtad. De una banda, de un disco triple, de tener diecisiete años. Sandino es una torpeza porque él ya sabía que el tiempo no iba a demostrar que ese disco era mejor que su predecesor.

A medida que uno envejece necesita más su verdadero nombre, el que le dicen después de amarle o maldecirle, el que uno heredó porque sus padres lo eligieron para él y sólo para él.

A veces has de recordar que te llamas Jose y no Sandino.

Jose y no José.

Jose. Jose. Jose.

Sandino.

A Sandino no le gusta conducir, pero es taxista.

El taxista triste, el taxista mujeriego, el taxista bueno.

Desde la terraza elevada de la Casa Usher, la vieja torre de sus padres, quince metros encaramados sobre el pasaje Arco Iris, en lo alto del Guinardó, Barcelona es una ciudad perfectamente posible sin Gaudí ni Plan Cerdà. Enfrente quedan las tres chimeneas de Sant Adrià, a un lado Santa Coloma, el Heron City, un edificio con una pintada pidiendo PAU para todas las guerras, y al otro lado Barcelona acaba en la torre Agbar, tapado el resto de la ciudad por la montaña sobre la que queda la iglesia de los Monjes Camilos, quienes tanto te inyectaban una vacuna como te programaban a doble sesión Bruce Lee y Hermano sol, hermana luna. Y enfrente, el mar como horizonte. Sandino, más que recordarla, tiene esa línea tatuada por dentro de los párpados. Violeta, añil, azul, negro, rojo, pero siempre tenso el horizonte como un sudario que alguien estirara de uno y otro extremo sin nunca conseguir desgarrarlo.

El taxista melancólico, el niño triste, el taxista solitario.

Mirando desde esa terraza, de crío, la ciudad contenía todo lo que le iba a pasar en la vida. Allí, en esos edificios, vivían y dormían la mujer que le amaría, amigos y enemigos. En esas calles pasaría todo lo que aún no había sucedido. Su vida encerrada en una cápsula con todos los tiempos sucediéndose al unísono. Sandino veía sin poder tocar. Debería bajar a por ello. A por los regalos, los besos, a beberse el veneno y el licor.

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