Taxi

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Miércoles » 16. Corner soul

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Corner soul

Sofía tiene los ojos de ratón de costumbre, pero la novedad son los rasgos tanto de euforia como de preocupación, tan marcados en la cara que a Sandino le parece que alguien la ha dibujado sobre la pared del Polythene Pam. La odia, le exaspera, la quiere. También la envidia. Que en según qué cosas sea tan básica e irresponsable. Que esté ya tan bebida. Que se permita zarandearlo de aquí para allá, acabar involucrándolo siempre en sus problemas. Querría ese nivel de ebriedad ya mismo. Como cuando no tenía ni esposa ni amantes. Como cuando las tenía, esposa o amantes o ambas cosas a la vez. Como ahora, que igual ya no tenía esposa y suponía que, si levantaba alguna piedra, alguna amante le picaría la polla, pero igual ésta se sorprendería de que se quedara a dormir o de que llamara a la mañana siguiente, él que era tan de la cofradía de los que no llaman a la mañana siguiente. Qué suerte que se haya quedado la bolsa con las drogas o la pasta o todo o nada o vete a saber qué. Qué suerte tener una amiga como ella, capaz de hacerle acudir en medio de Zombiland sin preguntar siquiera.

Podía luego llamar a.

Igual aún le gustaría ir a tomar algo a.

Podía pagar un Ibis e irse a dormir, o al menos a descansar.

La historia de la anciana le ha quitado a la vez el sueño y la ansiedad por no tenerlo.

—Ni el laberinto ni el minotauro ni Ariadna. Vos sos la dichosa madeja.

Eso le dijo un día una bonita novia de Rosario que tuvo y dejó de tener hace un siglo. El amor imposible de ella era Leonard Cohen, le dijo en una ocasión. Inconscientemente, un Sandino joven soñó con ella en Hydra y luego ser un mujeriego carismático flanqueado por dos mujeres, como en el disco con Spector. Cuando ella se fue de su lado, dispuso en el plato el disco de portada crema, el del retrato del espejo en un hotel de Milán. Dejó caer la aguja sobre los surcos de «So long, Marianne» una y otra vez. Qué querencia por ser un héroe trágico, Sandino, aquellos años sin más Hydra que tu barrio, sin más mujeres que las que robaste a tus amigos.

Ni el laberinto. Siempre Dirección Horta. Risas enlatadas, taxista.

Ni el minotauro ni Ariadna. Un día llevó en el taxi a Ariadna Gil.

La madeja. Sí, eso es. Ahora ya no tienes que lidiar con la madeja, Lola. Ahora la tengo para mí solo. En mi cabeza, en mi polla, dentro del hueco donde debería estar el corazón.

Sofía saluda y pide otro de lo mismo para Sandino y repite con el suyo, liquidando de una vez el mejunje que tenía en su vaso de tubo. Sandino conoce el Polythene Pam porque es el único que pone rock’n’roll en toda esa calle peatonal de bares de salsa y reggaetón, comidas rápidas de mierda especiada y televisores inmensos emitiendo partidos de la liga inglesa, videoclips de idiotas en sacos enormes dejando que les limpien los coches un montón de culos apetitosos. Ha entrado en la calle peatonal por la parte más alejada del casino y la Torre Mapfre, la parte fallida de los locales de ocio del Port Olímpic, para no vérselas con los ingentes trozos de carne sanguinolenta de hooligans y regordetas cerditas descalzas en inminente adiós a su soltería. No tener que abrirse camino entre los turistas entregados por cruceros de lujo y de garrafa, borrachos y desenfrenados, y las pupilas sin párpados de la muchachada nacional, entre vómitos y polvos rápidos, caídas al suelo pringoso, su tratar de alcanzarse con los puños, sus ganas de seguir bebiendo, entregando euros a tipos apuntalados al otro lado de la barra. Sandino, más allá de la jeremiada que suena dentro de su cabeza, no ve necesario invocar al Yahvé del desierto para una lluvia de azufre. Pero acudir aquí para cualquier cosa que no sea odiar Europa no tiene sentido. Y mucho menos si eres taxista y estás en acto de servicio. Aquí podría pasarte cualquier cosa. Turistada ebria que se te mete en el coche aunque lleves pasaje. Que se lanza contra el taxi en cuanto te detienes en un semáforo. Que te jode los retrovisores y escupe en los cristales como parte de la diversión pagada si consumes más de diez combinados. Tipos que se tiran al asfalto cuando vas a arrancar. Gente que si la tomas como pasaje puede potar, follar, hacerse las rayas pertinentes, cambiarse de bragas, volver a vomitar, gritarte, no pagarte, insultarte y pegarte.

Zombiland.

Todo eso es más que buen motivo para odiar a Sofía, pero no la odiará. Razones hay para llegar hasta ahí y mandarla a pastar, pero tampoco lo hará. Además, hoy no tiene adónde ir. No puede volver a casa. No quiere llamar a ninguna mujer y parecer desesperado. Nunca quiso estar con ninguna mientras tuviera dolor dentro. Con la madeja empapada de pena, no. Quizá sólo dormir. Sintiendo la respiración al lado de Llámame Nat. De Vero. Con la No Muerta de Verónica. En su tumba bajo el hotel Vela podría dejarse caer rendido. Sin hablar ni preguntar dónde estuviste o si llamarás mañana: amantes que no dudan de su amor.

—Sé que te cagas en mi estampa. Lo sé. Pensé en locales y me quedé en blanco. No sé dónde se escucha la música que a ti te gusta.

—En mi coche.

—Toma. —Le alcanza una copa que Sandino huele y no puede determinar qué es—. No preguntes. ¿Tienes prisa por volver a casa?

—No. Es más, igual te pido que me dejes pasar la noche en la tuya. Ducharme y descansar, al menos.

—Ningún problema. Brindemos por nuestra loca noche de cigarrillos y alcohol.

Sofía acerca su vaso a modo de brindis al de Sandino. Ambos beben. No está mal aquello: sabe dulce. La música es otra cosa. Suenan los Guns. Menuda noche. Sandino mira a su amiga. Es guapa, atractiva, pero sabe todos sus trucos, lo que imposibilita cualquier juego de seducción, aunque fuera por hacer algo, por no estar de noche tomando una copa sin más.

—A ver, dime lo que ya sé. Que es mentira que devolviste la bolsa y ahora no sabes qué hacer.

—Devolví la bolsa, no la pasta.

—Ni la droga.

—La droga sí. Casi toda. Me quedé algo.

—¿Para qué, gilipollas? ¿Para drogarte sola en casa los días que no ponen Velvet?

—Ya no la veo. A ver, me quedé algo. Pensé que era una cosa y luego resultó ser otra. Joder, devolver la pasta es de idiotas, Sandino. ¿Es que no lo ves? La poli se la queda. Fijo que sí.

—¿Es mucho dinero? —Sandino ve como Sofía aprovecha para dar un lingotazo a su bebida. Entiende el mensaje: no lo dirá—. Da igual, me pondría enfermo saberlo.

—Eso no es problema. Es una decisión mía. Estoy harta de meterle horas al taxi para nada. Además, tengo gente de mi familia que lo está pasando mal. Mi hermana y su marido están en el paro. Yo qué sé. Lo que me agobia es el tema de la droga. Son pastillas. Se me pasó por la cabeza tratar de colocarlas. No sé, aprovechar la oportunidad. Pillarme algo bonito. Darme un capricho. Le llevé una a un amigo para que me dijera qué era.

—Eres idiota.

Sofía inviste al tono de ese insulto —amistoso, tierno— del permiso para seguir.

—¿Has oído hablar de la escopolamina, o algo así? ¿La burundanga?

—Me cago en la puta, Sofía.

—Dijo que lo pagaban bien, pero que iban a ir a por ella a saco. Que quien quisiera colocarla debería darse prisa. Había pensado en dársela a Héctor para que la pasara.

—¿Héctor?

El silencio se instala entre ellos. «¿Qué coño hago con gente como ésa colgada del cuello?», se pregunta Sandino. Una idea recurrente en él se le ilumina por dentro. La idea de desaparecer. Largarse de todo y de todos y no volver. Sin dejar pistas. Vivir con otro nombre, en otro país, haciendo nuevos amigos, enamorándose de una mujer, no engañándola nunca. Una especie de redención epifánica en un pueblo irlandés, besos a pelirrojas y puertas desvencijadas por la tormenta. A una sola pelirroja y todas las tormentas que sean.

Casi sueño. Cerrar los ojos. Dormir.

El coche ardía esta mañana a orillas del río Llobregat.

Él no salvaría nada, ni a sí mismo, de ese incendio.

Cree que ahora podría dormir.

Debería acabar su copa, despedirse de Sofía y largarse de Zombiland a la cama del primer hotel que encontrara.

Pero cuando uno se ha criado en determinadas calles sabe que puede hacer cualquier cosa menos dejar a un colega en la estacada.

—¿Tú sabes para qué la utilizan?

—Colocarse, supongo. ¿Acaso ésa ha sido una preocupación? Yo de chavalilla me metía, y tú también. ¿Qué más dan el dónde y el cómo?

—Mira, esa mierda que te has guardado no tiene un fin fiestero. Anula la voluntad y la utilizan para violar a tías, para robar a ancianos la miserable pensión que tienen en el banco. ¿Realmente quieres participar en eso? ¿Quieres meterlo en el mercado? ¿Quieres ser responsable de eso?

—Joder, yo…

Drive-By Truckers sonando: había algo de esperanza.

—Entonces ¿qué hacemos?

—¿Hacemos?

—Bueno, hago. ¿Qué hago? ¿Me deshago de ella?

Sandino finge no prestar atención. Su amiga deja en el aire la pregunta que Sandino se resiste a responder. Sofía quizá esté sopesando cómo disculparse, flagelarse, maldecir, pero lo único que hace es gritar a Sandino un «no bebas de ese vaso» que provoca que éste reaccione apartando bruscamente la bebida de sus labios.

—¡Hija de puta!

Las carcajadas de su amiga le indican que es una broma. Una buena, reconoce Sandino. Sus carcajadas tienen siempre algo de cojín de la risa.

—Bueno ¿qué quieres que haga? Te has metido en un lío de cojones y por algo que no mola. Lo de la pasta lo entiendo. Sus propietarios pueden pensar que la tienes tú o que la poli ha hecho como que no ha llegado. Vale. Pero la droga… En el atestado indicarán qué cantidad tienen. No creo que los mossos se metan en líos por esa puta basura. Depende de lo que te hayas quedado, vendrán a por ti sí o sí. Somos colegas, pero dime: ¿qué quieres que haga yo?

—¿Y si la devolvemos?

—¿A la poli? Sería lo mejor, supongo. Pero también supongo que te harían muchas más preguntas esta segunda vez. Y a los dueños de la bolsa no sé si les va a importar mucho que ahora finjas un descuido.

—¿Entonces…?

—No sé: voy a pedirme otra cosa.

Sandino se acerca a la barra. Hay dos camareras sirviendo. Chicas aplicadas, guapas y de pocas palabras sin llegar a ser antipáticas. Les pide un gin-tonic de Tanqueray. Bebe Tanqueray desde que Springsteen le cantó que Johnny 99 andaba borracho de mezclar vino y esa ginebra. Ahora se pregunta si hay alguna canción, a modo de libro de autoayuda, sobre qué hacer cuando la imbécil de Sofía parece tener catorce años y lleva el bolsillo lleno de pastillas robadas. Teme que no. Le sirven. Paga. Él lo intenta. Lo de la educación. Ellas, no. Hunde uno de los hielos en la superficie del cóctel con un dedo, se lo chupa y piensa en qué decir a Sofía cuando regrese. Pierde algo de tiempo en eso y se gira hacia el tipo que está poniendo música y en el otro extremo de la barra le ve. Al principio duda, pero es imposible que sea otro:

—¿Qué? ¿Cómo va el brazo?

A Jesús se le ilumina la cara al verle. Se abre paso entre su concurrencia, dos chicas, una morena de pelo rizado y nariz grande, la otra rapada, de ojos bonitos y rasgos casi insinuados entre una pléyade de piercings. La primera debe de haber acabado de superar la treintena. La segunda es mucho más joven. Jesús se le abraza tratando de no estrujar el brazo que exhibe en cabestrillo. Luego se vuelve hacia al grupo.

—Os quiero presentar a mi salvador. ¿Cómo te llamas?

—Me llamo Nadie.

—El mejor nombre. Así pues —grita—. Nadie me salvo la vida. Nadie salvó a Jesús.

Ingenioso.

—Hola, Nadie.

En el grupo, volviendo del baño, también anda Santi, un viejo conocido del taxista de cuando frecuentaba salas de conciertos y amistades tóxicas, que es quien ha saludado. Está igual a como lo recordaba. Una bicoca para los retratos robot de la policía. Su cara alargada, su nariz de boxeador anticuada, sus dientes perfectos pero falsos. Su simpatía. Sus camisas por encima del pantalón y una sonrisa a medias entre Lucifer y el vendedor del colmado de esquina de toda la vida. Sandino se alegra de habérselo encontrado y se muere de ganas de que le explique cómo y cuándo ha conocido a Jesús.

—Estoy con una amiga.

Sandino hace gestos a Sofía para que se reúna con ellos. Ésta lleva el móvil pegado a la oreja y está saliendo fuera del Polythene Pam. Sandino espera que no esté haciendo ninguna gilipollez.

—Estábamos por cambiar de local. ¿Te vienes?

Al taxista le parece buena idea, con independencia de su consumición apenas estrenada o de lo que piense o decida Sofía, aunque ahora que parece haber entrado en razón desearía gestionar un poco el tema de dormir en su casa, ducharse y tratar de empezar el día de mañana mejor que el de hoy.

Un lingotazo largo para dejar la consumición sobre la barra. En ese momento repara en que hace minutos que no piensa en Lola. Que no piensa en qué va a hacer con ella. No piensa en la madre idiota de las niñas. Ni en su abuela, de la que aún lleva las dichosas cenizas en el coche, ni piensa en la niña muerta. Ni en qué necesita, si es que necesita alguna cosa. Han sido sólo unos minutos, pero es buena señal.

Al salir, el espectáculo es el que Sandino podía esperar. Cada local escupe decibelios y clientes detrás de cigarrillos y vasos de plástico. Las chicas siguen a Jesús. Santi está con Sandino, quien toca la espalda a Sofía, que está colgando la llamada del móvil. Ella también irá con ellos.

—¿Adónde vamos?

—Dicen de ir a la Leo.

—La Leo no abre por la noche.

—Pues vamos a cualquier otro por la zona.

La Leo es un diminuto bar de la Barceloneta dedicado a mayor gloria de Bambino, un cantante de copla desgarrada y arrastrada, regentado por una exbailarina flamenca y sus hijos, insertado en ese barrio antes de cualquiera de las cien reformas posteriores, cuando era territorio de los gitanos del Somorrostro.

—¿Cómo vamos?

—Yo puedo llevar mi coche —dice Sandino—. Sofía, ¿cómo has venido tú?

—Yo, de civil.

—¿En metro?

—¡Nooo! He venido con el otro.

—Vas muy borracha para conducir.

—Voy bien.

—Ésa es la frase. Ésa es siempre la frase —apuntala Santi.

Suben juntos las escaleras, andan un centenar de metros. Santi y Sandino van en primer lugar. Detrás, las chicas y Jesús. Y, más rezagada, Sofía está gritando que ella ya ha llegado a su coche. Todos se detienen y vuelven sobre sus pasos.

—Yo ya me quedo aquí. ¿Quién se viene conmigo?

—Las chicas y yo —dice Jesús.

—¿Éste es tu coche? —pregunta Sandino.

—Sí.

—No sabía que tuvieras un SAAB.

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