Taxi

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…You…

No es momento para epifanías, taxista, pero a la vista de todo este desastre, cajones fuera de su sitio, el colchón de la cama levantado, rajado como si los hijos de puta viviesen aún en el siglo XIX y la gente guardase monedas dentro de los colchones y los presos huyesen de sus mazmorras atando sábanas a las sábanas. A la vista del destrozo sin sentido —el televisor, los platos, las estanterías, el espejo del baño dentro de la bañera, hecho añicos—, te da por pensar que en realidad sólo somos la acumulación de objetos y más objetos, sin más sentido que el mero hecho de acumular cosas, de seguir comprando y comprando, pero que nada es de tal valor que no se pueda volver a comprar. Acabas atado a las cosas que compraste, para sentirte acompañado. Seguro que Sofía tiene otra idea al respecto porque anda fuera de sí, de un lado a otro, enumerando las cosas rotas, las cosas que faltan y que luego encuentra, el valor de todo, lo que se gastará en reintegrar aquel mundo hacia un reflejo de lo que fue, la ruina de ese asalto, todo ello unido a maldiciones, alusiones a divinidades en términos no muy ortodoxos e insultos a los matones de mierda, al pobre Jesús, que anda con las manos en la cabeza todo el rato, como si se las hubieran pegado con cola a su pelo revuelto. Él no sabía. Él no quería. Ellos dijeron. Ellos parecían. No se llevaron nada. Porque ella nunca tenía dinero en casa, más allá de diez euros en la entrada, estrategia que un cliente le aconsejó para los yonquis que entran en casas y necesitan dinero rápido y ya. Sandino está convencido de que el cliente diría una cifra más alta que diez euros, porque no se puede imaginar a un drogadicto que se tome la molestia de reventar una puerta, allanar una morada, ver un billete de diez euros, darse por satisfecho y salir a comprar con ese billete uno o dos kilos de heroína. Sofía comprueba que la puerta abre y cierra con total normalidad. Hablan de llamar a los mossos por lo del seguro, pero a Sandino, sin saber muy bien por qué, no le parece una buena idea. Sofía se dirige a la puerta.

—Por el amor de Dios, ¿adónde vas ahora?

—¿Adónde voy? ¿Adónde crees que puedo ir…?

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