Tango

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ACTO SEGUNDO

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STOMIL.— (Desprendiéndose de él) Te he pillado, hijo mío. Lo que tú quieres es una tragedia.

ARTURO.— (Retrocediendo) ¿De qué tragedia me hablas? ¿Qué pasa ahora?

STOMIL.— Tú no eres más que un miserable jugador, el producto de una idea obsesiva.

ARTURO.— ¿Pero de qué vas ahora…?

STOMIL.— (Tira el revólver sobre la mesa) Tengo que matarle, ¿no? Y después a ella, y por último a mí. ¿No es eso?

ARTURO.— ¿Pero qué dices? Bromeaba. Pensé que en el caso de que Edek…, como de ése se puede esperar todo…

STOMIL.— Eso es lo que te gustaría. El marido engañado lava su vergüenza con sangre. ¿De dónde lo has sacado? ¿De los culebrones? ¡Responde!

ARTURO.— Papá, me estás insinuando…

STOMIL.— He sabido desde siempre que la juventud coloca los ideales por encima de todo, pero jamás hubiese pensado que mi propio hijo estuviese dispuesto a sacrificar a su padre por esos ideales. Siéntate (ARTURO se sienta obedientemente) Ahora vamos a hablar. Quieres restaurar las normas del pasado. ¿Por qué? No quiero saberlo. Es asunto tuyo. He tenido suficiente paciencia contigo escuchando todas esas patrañas, pero ahora te has pasado de rosca y digo: ¡basta! Has ideado todo muy hábilmente. ¡La tragedia! Desde tiempos antiguos el más puro ejemplo de la expresión de profundos sentimientos humanos. ¿Es eso lo que necesitas? ¿Me querías inducir a una tragedia? En vez de una ardua reconstrucción de los hechos, tú, directamente en la diana. Y si alguien muere o meten a tu propio padre en la cárcel, no importa. Eso ya no te interesa. Lo importante es que consigas tu fin. No te vendría mal una tragedia, ¿eh? ¿Sabes lo que te digo? Que no eres más que un vulgar formalista. Ni te importo yo, ni te importa tu madre. Por ti nos podemos morir todos con tal de que se salven las formas, y lo peor es que ni siquiera tu vida tiene valor para ti: ¡eres un fanático!

ARTURO.— ¿Qué sabes tú? ¿Y si no es sólo el formalismo lo que me importa?

STOMIL.— ¿Qué tienes contra Edek?

ARTURO.— Le odio.

STOMIL.— ¿Por qué? Edek es la necesidad, simboliza la verdad absoluta, la verdad que nosotros buscábamos hace tiempo en otros medios porque nos la imaginábamos distinta. Pero es así, Edek es un hecho. Y no se puede odiar lo que es necesario. Hay que amarlo.

ARTURO.— ¿Cómo? ¿Acaso quieres que me bese con él? Soy yo exclusivamente el que crea la necesidad.

STOMIL.— Vaya, vaya, vaya. Siempre hablas como un niño testarudo. El niño que no quiere… y no quiere. Tal como están las cosas, sólo queda una explicación. ¡Claro! Escucha, a lo mejor tienes Edipo.

ARTURO.— ¿Qué Edipo?

STOMIL.— El complejo de Edipo. ¿Comprendes? ¿Has ido ya al psiquiatra?

ARTURO.— Oh, no. Desde luego, mamá no está mal, pero eso no tiene nada que ver.

STOMIL.— ¡Lástima! Entonces, por lo menos sabríamos a qué atenernos. Cualquier cosa sería preferible a tu locura. Así que eres un formalista.

ARTURO.— Yo no soy formalista.

STOMIL.— ¡Sí lo eres! ¡Un abominable y peligroso formalista!

ARTURO.— No; quizá tengas esa sensación. Lo que pasa es que no lo puedo soportar más. No puedo vivir como vosotros.

STOMIL.— ¡Supongamos que es cierto! Eso ya está mejor. Admitamos entonces que eres un egoísta.

ARTURO.— Tómalo como quieras, pero yo no puedo aguantar más.

STOMIL.— ¿Y qué conseguirías si me sacrificaras?

ARTURO.— Entonces sucedería algo irrevocable, trágico. Tienes razón, te pido perdón. Sí, la tragedia es una gran forma de la cual la realidad no puede evadirse.

STOMIL.— ¡Oh, Infeliz! ¿Es eso lo que crees? ¿No te das cuenta que hoy día la tragedia ya no es posible? La realidad supera a cualquier forma, incluso ésta. Y si yo matase efectivamente a Edek, ¿qué demostraría con ello?

ARTURO.— Algo irrevocable, algo a la medida de nuestros clásicos.

STOMIL.— ¡No! ¡Una farsa y nada más! En nuestra época solamente es posible la farsa. Un cadáver en la actualidad no impresiona a nadie. ¿Por qué no quieres convencerte? Además, una farsa puede ser también algo hermoso.

ARTURO.— No para mí.

STOMIL.— ¡Qué testarudez!

ARTURO.— No lo puedo remediar. Tengo que encontrar, a pesar de todo, una salida.

STOMIL.— ¿Contra la realidad?

ARTURO.— La he de encontrar a toda costa.

STOMIL.— Lo tienes crudo. Me gustaría ayudarte, pero no sé cómo.

ARTURO.— ¿Por qué no lo intentamos?

STOMIL.— ¿Qué hay que intentar?

ARTURO.— (Señalando la puerta izquierda de fondo) Lo de ellos….

STOMIL.— ¿Te haces aún ilusiones?

ARTURO.— Incluso en el caso de que tuvieses razón con lo de la farsa… (Recuperando la agresividad de antes) Pero el origen de todo está en vuestra cobardía. Todos reís o lloriqueáis con la maldita farsa, porque nadie tiene el coraje de rebelarse. Si os va mal, ¿por qué no os liberáis con un acto de violencia? Tú tratas de justificarte, exponiéndolo todo analítica y lógicamente, con lo que para ti ya está todo arreglado. Nos separamos y todo queda como antes. Has recorrido un largo camino, pero ¿de qué manera? Sentado en el sillón, hablando y hablando. ¡Aquí hace falta acción! Ya no existen las tragedias, porque vosotros no creéis en ellas. Y todo por vuestro maldito compromiso.

STOMIL.— Y ¿por qué deberíamos creer en las tragedias? Acércate, quiero decirte algo. ¿Así que Eleonor me engaña con Edek? Y ¿qué hay realmente de malo en ello?

ARTURO.— Papá, ¿es que no lo sabes?

STOMIL.— Mi palabra de honor que cuando más lo pienso menos lo sé. ¿Me lo puedes explicar tú?

ARTURO.— Yo no he estado nunca en una situación semejante…

STOMIL.— ¡Imagínatela!

ARTURO.— Está claro que…, déjame pensar…

STOMIL.— Piensa…, piensa… A mí no me vendría nada mal que me pudieras convencer.

ARTURO.— ¿Lo dices de verdad?

STOMIL.— Porque, ¿sabes qué? Con la verdad en la boca; a mí tampoco me gusta esta situación. Estoy harto. Pero, cuando lo pienso, no sé por qué.

ARTURO.— ¿Y si yo te pudiera convencer?

STOMIL.— Te lo agradecería.

ARTURO.— Entonces, tú…

STOMIL.— Entraría y les armaría tal escándalo, que se acordarían toda la vida. Pero necesitaría para ello un imperativo lógico.

ARTURO.— ¿Entrarías? Papá, así que quieres hacerlo… ¿Sin más?

STOMIL.— Con mucho gusto. A ese tipo le tengo hace tiempo entre ceja y ceja. No te imaginas con qué ganas acabaría con él. Así, sin más. Lo que pasa es que cuando me pongo a pensar no sé porqué debería hacer tal cosa.

ARTURO.— Déjame que te abrace, papá (Se abrazan efusivamente) ¡La maldita razón!

STOMIL.— ¿Y qué haces si no te deja? De ninguna manera. Tú has hablado de compromisos, y tienes razón, todo procede de ellos.

ARTURO.— Entonces, papá, ¿qué? ¿Lo intentamos? Ningún riesgo. En el peor de los casos, lo matas.

STOMIL.— ¿Crees tú? Me falta la fe.

ARTURO.— La fe viene después. Lo principal es tomar una decisión.

STOMIL.— Quizá tengas razón. ¡Quién sabe!

ARTURO.— Seguro. ¡Lo comprobarás tú mismo! ¡Habrá una tragedia!

STOMIL.— ¡Ah, me devuelves las fuerzas! No es lo mismo el entusiasmo juvenil, que el escepticismo de la época. Ah, ¡juventud, juventud!

ARTURO.— ¿Entramos?

STOMIL.— Entramos. ¡Contigo me siento más animado!

(Se levantan)

ARTURO.— Una cosa más. Deja, por favor, en el futuro esos experimentos. Provocan una mayor desintegración.

STOMIL.— Pero, ¿y qué quieres que haga? Cuando la tragedia es ya imposible, la farsa, a la larga, aburre, queda tan sólo el experimento.

ARTURO.—. ..Que empeora la situación, ¿renunciarás?

STOMIL.— No sé, realmente…

ARTURO.— ¡Dame tu palabra!

STOMIL.— Después, después, ahora entremos.

(ARTURO de nuevo pone el revólver en manos de STOMIL)

ARTURO.— Te espero a la puerta. Si necesitas ayuda, me llamas.

STOMIL.— ¡Oh, no! Será él el que grite, no yo.

ARTURO.— Padre, siempre he creído en ti.

STOMIL.— ¡Y con razón, hijo mío! Fui el mejor tirador del regimiento. ¡Adiós!

(Se dirige a la puerta derecha del fondo)

ARTURO.— Por ahí no, ahí está la cocina.

STOMIL.— (Indeciso) Tengo sed…

ARTURO.— Después, cuando hayas terminado. Ahora no hay tiempo.

STOMIL.— Que sea así. Le mataré con la garganta seca (Va a la puerta de la izquierda y agarra el picaporte) El granuja pagará por todo.

(Entra con cuidado en la habitación y cierra la puerta tras de sí. ARTURO espera en tensión. Silencio absoluto. ARTURO va y viene nervioso. Espera cada vez más intranquilo. Mira el reloj. Al final toma una decisión y abre violentamente la puerta de dos hojas de forma que se vea toda la habitación. A la luz de una lámpara están sentados, alrededor de una mesa redonda jugando a las cartas, ELEONOR, EDEK, EUGENIA y STOMIL. STOMIL echa justo en ese momento una carta)

ARTURO.— ¿Qué hace aquí, Edek? ¿Por qué no está?…

STOMIL.— ¡Psss! ¡Domínate, chaval!

ELEONOR.— ¿Ah, eres tú, Arturo? ¿No duermes todavía?

EUGENIA.— Ya os dije que nos encontraría. Mete las narices en todo.

ARTURO.— ¿Papá…, con ellos?

STOMIL.— Ha salido así… No tengo la culpa.

ELEONOR.— Stomil ha llegado en el momento preciso. Necesitábamos a alguien para completar la partida.

ARTURO.— Padre, ¡cómo has podido!…

STOMIL.— ¿Ves? Te advertí que resultaría una farsa de todo esto.

EDEK.— Señor Stomil, le toca a usted. Juegue una carta.

STOMIL.— Sí, sí, Ya salgo y cargo (A ARTURO) No es más que un pasatiempo inocente. Tú mismo ves la situación. No he podido hacer nada.

ARTURO.— Pero, padre, me has dado tu palabra.

STOMIL.— No he prometido nada. Hay que esperar.

ELEONOR.— Stomil, concéntrate en vez de andar hablando por ahí.

ARTURO.— ¡Esto es infame!

EUGENIA.— (Tirando las cartas sobre la mesa) En estas condiciones yo no puedo jugar. ¿No hay quién eche fuera de una vez a este mocoso?

EDEK.— No te alteres, abuelita.

ELEONOR.— ¡Deberías avergonzarte, Arturito, asustar así a la abuela!

EUGENIA.— Ya dije que había que cerrar la puerta con llave. No anda más que buscando la manera de meterse conmigo. Seguro que querrá volver a enviarme al catafalco.

ELEONOR.— Hasta que no hayamos terminado la partida, ni hablar.

ARTURO.— (Dando un puñetazo sobre la mesa) ¡Basta!

ELEONOR.— Pero si acabamos de empezar.

EDEK.— Será mejor que haga caso a su mamá. Ella tiene razón, acabo de dar las cartas.

ARTURO.— (Quitándoles las cartas de las manos) Tenéis que escucharme ahora mismo. Tengo algo que comunicarlos. ¡Ya! ¡Ahora mismo!

STOMIL.— Pero, Arturo, eso tiene que quedar entre nosotros. ¿Por qué lo quieres hacer público?

ARTURO.— No habéis querido hacerme caso por las buenas, así que ahora os obligaré. ¡Se acabó la partida!

ELEONOR.— ¿Cómo te atreves?

EDEK.— ¡Qué modales! Si yo fuera su papá, le bajaría los pantalones y le daría unos azotes.

ARTURO.— ¿Cómo te atreves a abrir tu bocaza? (Tranquilo y decidido) Papá, dame tu revólver.

EDEK.— ¿Qué pasa? ¿Es que ya no se puede gastar ni una broma?

ELEONOR.— ¿Un revólver? Por Dios, Stomil, no le des ningún revolver. Y dile algo. Al fin y al cabo, eres su padre.

STOMIL.— (Esforzándose por hablar en un tono duro) Escucha, Arturito, ya no eres un niño y siento tener que hablarte de esta manera, pero en consideración a tu madre, …

(ARTURO le quita el revólver a su padre, que lo tiene en el bolsillo del pijama. Todos se levantan asustados)

EUGENIA.— ¡Está completamente loco! Stomil, ¿por qué has engendrado eso? ¡Qué irresponsabilidad!

STOMIL.— Como si no lo supieras, mamá.

EDEK.— Pero señor Arturo…

ARTURO.— ¡Silencio! En marcha, al salón.

(Van uno tras otro hasta el centro del escenario. ARTURO les hace pasar, cuando pasa su padre se dirige a él)

ARTURO.— Ya hablaremos tú y yo.

STOMIL.— ¿Qué quieres? He hecho lo que podía.

ARTURO.— ¡Ahora ya sé lo que puedes!

(EUGENIA se sienta en el sofá; ELEONOR, en el sillón. EDEK se coloca en un rincón, se saca un peine del bolsillo trasero del pantalón y se peina nervioso)

STOMIL.— (Delante de ELEONOR levanta los brazos) Lo he intentado todo para calmarle. ¿Te das cuenta?

ELEONOR.— ¡Eres un desgraciado! ¡Vaya padre! ¡Ah, si yo fuera hombre!

STOMIL.— ¡Hablas por hablar! Sabes bien que eso es imposible.

(Entra EUGENIO y va hacia ARTURO)

EUGENIO.— ¿Qué? ¿Ya?

ARTURO.— ¡Todavía no! ¡Estoy aún esperando la respuesta!

EUGENIO.— Creía que ya. He oído unos gritos y he venido enseguida.

ARTURO.— No pasa nada. Has hecho bien (Le da el revólver) Hazte cargo de éstos. Vuelvo enseguida.

EUGENIO.— ¡A la orden!

ELEONOR.— ¿Estoy soñando?

ARTURO.— (A EUGENIO) Y que nadie se mueva de su sitio.

EUGENIO.— ¡A la orden!

ELEONOR.— ¿Os habéis vuelto locos los dos?

ARTURO.— Y si crean problemas un tiro en la cabeza, ¿entendido?

EUGENIO.— ¡A la orden!

ELEONOR.— ¡Esto es un auténtico complot! Mamá, ahora resulta que tu hermano es un "gángster"

EUGENIA.— ¡Deja eso, Eugenio! A tu edad no se juega a los indios.

(Intenta levantarse)

EUGENIO.— ¡Ey, tú, quédate quieta!

EUGENIA.— (Sorprendida) Eugenio, soy yo, Eugenia, tu hermana.

EUGENIO.— No tengo ninguna hermana cuando estoy de servicio.

EUGENIA.— ¿Qué servicio? ¡Pórtate!

EUGENIO.— ¡Estoy al servicio de la idea!

ARTURO.— ¡Bravo! Ahora veo que puedo contar contigo. Os dejo por un momento.

STOMIL.— Arturo, ¿no me vas a decir nada a mí? Pero si hemos quedado como amigos…

ARTURO.— ¡Lo sabréis a su debido tiempo!

(Se va, mientras EUGENIO se coloca junto a la pared apuntando a los otros con el revólver. Les va apuntando uno a uno, de manera quizá no muy segura pero amenazante)

ELEONOR.— (Después de una pausa) Así que ¿nos has… traicionado, Eugenio?

EUGENIO.— ¡Silencio! (Disculpándose) No es verdad, no he traicionado a nadie.

ARTURO.— (Llama desde detrás del escenario) ¡Ala!, ¡Ala!

ELEONOR.— Has traicionado a tu generación.

EUGENIO.— Vosotros sois los traidores. Habéis traicionado nuestra maravillosa vieja época. Sólo yo le he sido fiel.

ARTURO.— (Desde detrás del escenario) ¡Ala, Ala…!

ELEONOR.— Te has convertido en lacayo de una juventud fanática. ¿Crees que merece la pena? Se aprovecharán de ti y después te abandonarán como a un perro.

EUGENIO.— Veremos quién sirve a quién. ¡Arturo me viene como caído del cielo!

ELEONOR.— Ahora vemos por fin lo que eres. ¡Un hipócrita! Andabas camuflado entre nosotros.

EUGENIO.— Sí, me había camuflado. He sufrido durante muchos años . Os he odiado en vuestra decadencia, en vuestro "destartalamiento" y me lo he callado porque vosotros erais los más fuertes. Pero ahora, por fin, ha llegado el momento en que os lo puedo decir en la cara. ¡Qué delicia!

ELEONOR.— ¿Y qué pensáis hacer ahora con nosotros?

EUGENIO.— Os devolveremos la dignidad. Sí, a vosotros, que formáis una sociedad destartalada; os convertiremos otra vez en seres humanos con principios.

ELEONOR.— ¿A la fuerza?

EUGENIO.— Si no hay otro remedio, a la fuerza.

STOMIL.— ¿Qué quiere decir eso?

EUGENIO.— La salvación.

STOMIL.— ¿La salvación…, de qué?

EUGENIO.— ¡De vuestra maldita libertad!

ARTURO.— (Entra) ¡Tío Eugenio!

EUGENIO.— ¡A la orden, señor!

ARTURO.— No está en ningún lado.

EUGENIO.— Pues tiene que estar en alguna parte.

ARTURO.— Eso espero. Necesito su contestación.

EUGENIO.— ¿Cómo? ¿Es que todavía no te ha dicho que está de acuerdo?

ARTURO.— Oh, tiene que estar de acuerdo. No puede dejarme plantado en este decisivo momento. Todo está preparado.

EUGENIO.— No es que te llame la atención, Arturo, pero, quizá te hayas precipitado. Tendrías que haber tenido una cierta seguridad antes de enfrentarte a éstos.

(Señalando a los otros con el revólver)

ARTURO.— Era el momento justo. No podía prorrogarlo más.

EUGENIO.— Lo mismo suele ocurrir en un golpe de Estado, que surgen muchos imprevistos. ¡Pero ahora ya no es posible retroceder!

ARTURO.— ¿Quién iba a sospecharlo? ¡Estaba tan seguro de haberla convencido! (Grita) ¡Ala…! (Enfadado) ¿Tiene que fracasar todo a causa de una prima estúpida? Imposible (Llamando) ¡Ala, Ala… !

EUGENIO.— Muchos Imperios han caído por culpa de las mujeres.

ALA.— (Entra) ¡Oh, estáis todos despiertos todavía!

ARTURO.— ¡Por fin! Te he buscado por toda la casa.

ALA.— ¿Qué pasa aquí? ¿El tío con un arma? ¿Es de verdad? ¿Y el tío también es de verdad?

ARTURO.— Eso no te importa. ¿Dónde estabas?

ALA.— ¡Paseando! ¿No puedo?

EUGENIO.— ¡No! ¡Es cuestión de vida o muerte!

ARTURO.— Tío, sosiégate. ¡A formar filas! (A ALA) ¿Y qué?

ALA.— ¡Nada! Una noche maravillosa.

ARTURO.— No te he preguntado por el tiempo. ¿Estás de acuerdo?

ALA.— Quisiera pensarlo aún más.

ARTURO.— ¡Responde ya! Has tenido bastante tiempo.

(Pausa)

ALA.— Sí.

EUGENIO.— ¡Bravo!

ARTURO.— ¡Gracias a Dios! Y ahora vayamos a los hechos (Ofrece el brazo a ALA y la conduce al sofá, donde está sentada la ABUELA) Abuelita, te pedimos la bendición.

EUGENIA.— (Asustada, se sube al sofá) Dejadme tranquila. Yo a vosotros no os molesto.

ARTURO.— Pero abuela, todo ha cambiado. Me caso con Ala y te pedimos tu bendición para nuestra futura vida.

EUGENIO.— (A los otros) ¡Todos de pie! ¡De pie! ¿No os dais cuenta de la importancia de este momento?

ELEONOR.— ¡Dios mío! ¿Arturo se casa?

STOMIL.— ¿Y para eso tanto jaleo?

EUGENIA.— ¡Lleváoslo de aquí! ¡ Me seguirá torturando!

ARTURO.— (Amenazante) ¡Tu bendición, abuela!

STOMIL.— Es una broma muy desagradable, acabemos con esto.

EUGENIO.— (Triunfante) Se acabaron las bromas en esta casa. Eso es lo que habéis hecho vosotros durante cincuenta años, bromear. Vamos, Stomil, abróchate los botones enseguida. Tu hijo acaba de comprometerse en matrimonio. Se acabaron los botones desabrochados. ¡Bendíceles, Eugenia!

EUGENIA.— Eleonor, ¿qué debo hacer?

ELEONOR.— Ah, bendícelos, mamá, si es eso lo que quieren.

EUGENIA.— ¿Es necesario hacer estas cosas? Me siento de repente vieja…

EUGENIO.— ¡Un compromiso matrimonial como en los viejos, buenos tiempos! ¡Bendícelos o disparo! Cuento hasta tres. Uno…

STOMIL.— ¡Esto es inaudito! Que uno no pueda ir por su propia casa como a uno le gusta…

(Trata de arreglarse el pijama)

EUGENIO.— Dos…

EUGENIA.— (Coloca la mano derecha sobre las cabezas de ARTURO y ALA) Yo os bendigo, pues hijos míos, y ahora, iros al demonio…

EUGENIO.— (Conmovido) Tal como hace años, como hace años…

ARTURO.— (Se levanta y besa la mano a EUGENIA) Gracias, abuelita.

EUGENIO.— ¡Stomil se ha abrochado el pantalón, la nueva vida ha comenzado!

STOMIL.— Eleonor, ¿estás llorando?

ELEONOR.— (Conmovida y sollozando) ¡Perdona! … Pero… el compromiso de boda de Arturo… al fin y al cabo, es nuestro hijo! Ya sé que te pareceré anticuada, pero, ¡qué quieres!, una cosa así me conmueve. Perdóname, por favor.

STOMIL.— ¡Haced lo que os dé la gana!

(Enfadado se va a su habitación)

EDEK.— Si los señores me permiten, yo quisiera felicitarles, con ocasión de este feliz acontecimiento, y todas esas cosas…

(Tiende la mano a ARTURO)

ARTURO.— (No aceptando la mano) A la cocina inmediatamente. Y espera allí hasta que se te llame.

EUGENIO.— (Imitando a Arturo) ¡A la cocina!

(Señalando patético la puerta de la cocina. EDEK, flemático, se retira)

ELEONOR.— (Llorando) ¿Y cuándo será la boda?

ARTURO.— ¡Mañana!

EUGENIO.— ¡Hurra! ¡Hemos ganado!

Fin del Acto Segundo

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