Tango

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ACTO TERCERO

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ACTO TERCERO

Luz del día. La misma habitación, pero sin huella alguna del antiguo desorden. Un clásico salón burgués de la primera mitad de siglo. Han desaparecido el caos anterior, y la suciedad. Los jirones que antes estaban repartidos por el suelo o colgados, y daban la impresión de desorden, están ahora primorosamente colgados. El catafalco se encuentra todavía en el mismo sitio (la cortina está corrida), pero ha sido cubierto con servilletas y manteles, de manera que parece un aparador. En el escenario: ELEONOR, EUGENIA, STOMIL y EUGENIO EUGENIA está sentada en el sofá, que se encuentra ahora en el centro del escenario. Lleva un vestido gris oscuro o marrón, de cuello cerrado y con puños de encaje. Tiene también unos impertinentes que se lleva a menudo a los ojos. A su derecha está ELEONOR, con un peinado alto. Lleva pendientes y un vestido largo ajustado a la cintura con rayas de color azul lila, o algo así. Las dos están sentadas muy "tiesas" y con las manos sobre las rodillas. A su lado y de pie, STOMIL, ahora con peinado liso, raya al centro y brillantina, levanta la cabeza y mira al "infinito". No puede ponerse en otra postura porque le aprieta el cuello al estilo "Vatermörder". Lleva un traje claro de color tabaco, que le está muy estrecho y unos zapatos blancos. Tiene una mano colocada en una mesita redonda con flores y la otra en una cadera. Se apoya sólo en una pierna, dejando caer el pie de la otra sobre la punta del zapato. Delante de ellos, cerca del proscenio y colocado en un trípode, un gran aparato fotográfico, cubierto con terciopelo negro. Detrás del aparato está EUGENIO, que lleva su antiguo traje de etiqueta, pero que, en vez de pantalones cortos, lleva ahora unos pantalones largos negros con finas rayas. En el ojal, un clavel rojo. Delante de él, en el suelo, está su chistera, guantes blancos y un bastón con empuñadura de plata. Hace manipulaciones en el aparato fotográfico, mientras los demás persisten en sus posturas. Se oye cómo EUGENIA no pudiendo aguantar más suelta un: "Ah…, ah", y estornuda fuertemente después.

EUGENIO.— ¡Quietos!

EUGENIA.— No puedo remediado. Es la naftalina.

EUGENIO.— ¡Atención! (STOMIL quita la mano de la cadera y se rasca el pecho) Stomil, la mano.

STOMIL.— ¡Es que pica la leche!

ELEONOR.— ¿Qué te pica?

STOMIL.— Las polillas.

ELEONOR.— ¡Polillas!

(Salta y corre por el escenario palmoteando, como cazando polillas)

EUGENIO.— Así nunca conseguiremos hacer una foto. Eleonor, siéntate.

ELEONOR.— (Con reproche) Todas esas polillas salen de mamá.

EUGENIA.— No de mí, sino de estos viejos harapos.

EUGENIO.— ¡Que dejéis esa discusión! Las polillas vienen de la buhardilla.

EDEK.— (Entra vestido de criado, con chaleco a rayas negras y de color burdeos) ¿Ha llamado la señora?

ELEONOR.— (Termina de palmotear) ¿Cómo? No. O quizá sí… ¡tráigame las sales, Eduardo!

EDEK.— ¿Qué sales, señora?

ELEONOR.— Las sales…, tú ya sabes…

EDEK.— Lo que usted diga, señora…

(Sale EDEK)

STOMIL.— (Siguiéndole con la mirada) Es un placer ver a ese hombre en el lugar adecuado.

EUGENIO.— ¿Verdad que sí? Espera y verás mucho más. Todo está saliendo como lo teníamos previsto. No tendrás que arrepentirte.

STOMIL.— (Intentando aflojarse el cuello) ¡Si al menos este cuello no me estuviera tan apretado!

EUGENIO.— A cambio Edek te sirve a la mesa. Quién algo quiere, algo le cuesta.

STOMIL.— ¿Y qué va a pasar con mis experimentos?

EUGENIO.— No lo sé. Respecto a eso, Arturo no ha tomado aún ninguna decisión.

STOMIL.— ¿Me los va a permitir? ¿No ha dicho nada sobre ello?

EUGENIO.— Apenas si hemos hablado. Se marchó esta mañana muy temprano.

STOMIL.— ¿No podrías hablar en mi favor, tío?

EUGENIO.— (Condescendiente) Ya hablaré con él sobre ello, si se presenta la ocasión.

STOMIL.— Por lo menos, una vez a la semana. Después de tantos años para mí no es fácil renunciar. Debéis comprenderlo.

EUGENIO.— Dependerá de tu conducta.

STOMIL.— Yo estoy de vuestra parte. ¿Qué más queréis de mí? Hasta aguanto este cuello duro.

(Intenta aflojarlo)

EUGENIO.— No puedo prometerte nada.

(EDEK entra con una bandeja sobre la cual hay botellas de vodka)

EUGENIO.— ¿Qué es eso?

EDEK.— Las sales para la señora, señor.

EUGENIO.— (Amenazando) Eleonor, ¿qué significa esto?

ELEONOR.— Yo no sé nada (A EDEK) He pedido las sales.

EDEK.— ¿La señora ha dejado de beber?

ELEONOR.— Llévatelo enseguida.

EUGENIA.— ¿Pero por qué? Ya que lo ha traído. Yo tampoco me encuentro nada bien.

EDEK.— Como guste, señora.

(Sale. En el camino coge la botella y echa un trago. Sólo EUGENIA, que le ha seguido con la mirada decepcionada, se da cuenta de ello)

EUGENIO.— ¡Y que sea la última vez!

EUGENIA.— ¡Dios mío, qué aburrimiento!

EUGENIO.— ¡A vuestros sitios!

(ELEONOR, STOMIL y EUGENIA se colocan y se quedan tiesos para la foto. EUGENIO se mete bajo la manta de terciopelo. Se oye el tic tac del automático. EUGENIO coge rápidamente el bastón, la chistera, los guantes y se coloca en posición, al lado de EUGENIA. El tic tac termina y todos se mueven aliviados)

STOMIL.— ¿Puedo desabrocharme, aunque sólo sea un momento?

EUGENIO.— ¡Imposible! A las doce es la boda.

STOMIL.— Oh, probablemente he engordado. Hace unos cuarenta años que me puse por última vez este traje.

EUGENIO.— Has engordado por culpa de tus experimentos. El arte experimental hoy en día sale muy a cuenta.

STOMIL.— Pero de eso yo no tengo la culpa.

ELEONOR.— ¿Cuándo estará lista la foto? Yo creo que he pestañeado. Saldré otra vez horrible.

EUGENIO.— No te preocupes. La cámara no funciona. Hace tiempo que está estropeada.

ELEONOR.— ¿Cómo? Entonces, ¿para qué hemos hecho todo esto?

EUGENIO.— ¡Por principio! Esto pertenece a la tradición.

STOMIL.— Me censuráis mis inocentes experimentos, ¿pero hasta qué punto es mejor vuestra anticuada y rota cámara fotográfica? Éste es el principio del fracaso de vuestra revolución. Destruís infructuosamente mis hazañas.

EUGENIO.— Cuidado con lo que dices.

STOMIL.— Y no dejaré de repetirlo, aunque ceda ante vuestra opresión.

ELEONOR.— ¿Y qué decís a eso?

EUGENIA.— Estamos en un buen lío, y esto no es más que el comienzo.

EUGENIO.— Lo siento. Primero tenemos que preocuparnos por la forma. El fondo vendrá después.

STOMIL.— Me parece, Eugenio, que estáis cometiendo una locura. El formalismo no puede libraros del caos. Es mejor aceptar el espíritu de los tiempos.

EUGENIO.— ¡Cállate! No vamos a tolerar el derrotismo.

STOMIL.— Bien, bien. ¿Pero, he protestado? ¡Supongo que puedo tener mi propia opinión!

EUGENIO.— ¡Naturalmente! Si coincide con la nuestra, ¿por qué no?

ELEONOR.— (Se oye a lo lejos repique de campanas) ¿Lo estáis oyendo?

STOMIL.— ¡Campanas!

EUGENIO.— ¡Repiques de boda!

(Aparece ALA vestida de novia, de largo y con velo. STOMIL le besa la mano)

STOMIL.— Oh, aquí está nuestra pequeña.

ELEONOR.— ¡Qué bien te sienta el vestido!

EUGENIA.— ¡Buenos días, mi niña!

ALA.— ¿No ha vuelto Arturo?

EUGENIO.— Le estamos esperando. Ha salido para arreglar las últimas formalidades.

ALA.— ¡Siempre esas formalidades!

EUGENIO.— El genio de la vida no puede andar desnudo. Hay que vestirlo y cuidar su aspecto. ¿No te lo ha explicado Arturo? ¿No ha hablado contigo de ese tema?

ALA.— Constantemente.

EUGENIO.— Y bien. Algún día lo comprenderás y le estarás muy agradecida.

ALA.— ¿No puedes dejar de hacer el imbécil, tío?

ELEONOR.— ¡No te pases, pequeña! Es tu día de bodas. En este día debemos abstenernos de peleas familiares. Ya tendremos tiempo suficiente después.

EUGENIO.— No importa, no importa, no estoy enojado. Soy muy comprensivo.

ALA.— Tan viejo y tan idiota. En el caso de Arturo no me extraña, ¿pero el tío?

ELEONOR.— ¡Ala!

STOMIL.— (A EUGENIO) Ahí duele, ¿eh?

ELEONOR.— ¡Perdónala, Eugenio, está tan excitada, que no sabe lo que dice! ¡Esto para ella es una experiencia traumática! Yo misma recuerdo que cuando iba a casarme con Stomil…

EUGENIO.— Tengo la impresión de que será mejor que desaparezca. Pero no os hagáis ilusiones. Sé lo que os divierte. Esos infantiles insultos no pueden hacer cambiar los hechos. Stomil, ¿vienes conmigo? Tengo que hablarte. Quiero proponerte una cosa.

STOMIL.— Bien, pero sin adoctrinamientos. Señalo que yo también tengo mis opiniones.

(Salen)

ELEONOR.— Mamá, ¿no podrías ir a darte un paseíto?

EUGENIA.— ¡Como queráis! ¡Todo esto me importa un comino! ¡De todos modos, aquí me muero de aburrimiento!

(Sale)

ELEONOR.— Bien, y ahora hablemos. Dime, ¿qué ha pasado?

ALA.— No ha pasado nada.

ELEONOR.— Pues te noto algo rara.

ALA.— No me pasa nada. Este velo no me gusta. Quiero arreglarlo. ¿Me podrías ayudar?

ELEONOR.— Claro que si, aunque no me engañes. No se trata del velo. Con ellos puedes hablar así, pero no conmigo. Ellos son idiotas.

ALA.— (Se sienta ante el espejo. Las campanas siguen sonando) ¿Por qué os despreciáis tanto los unos a los otros?

ELEONOR.— Ni yo misma lo sé. Quizá porque no exista motivo alguno para respetarnos.

ALA.— ¿A vosotros mismos o a los demás?

ELEONOR.— ¡Qué más da! ¿Puedo arreglarte el pelo?

ALA.— ¡Tengo que peinarme de nuevo! (Se quita el velo. ELEONOR la peina) ¿Eres feliz, mamá?

ELEONOR.— ¿Cómo?

ALA.— Te he preguntado si eres feliz. ¿Qué tiene de extraño esa pregunta?

ELEONOR.— ¿De extraño?, no nada; es indiscreta.

ALA.— ¿Por qué? ¿Es una vergüenza ser feliz?

ELEONOR.— No, supongo que no…

ALA.— Demuestras que no eres feliz porque te avergüenzas. Todo el mundo se avergüenza, si no es feliz. Es como tener granos. Todos los infelices se sienten como culpables de algún delito.

ELEONOR.— Verás, ser feliz constituye el derecho y la obligación de todos aquellos a los que nuestra nueva época liberó. Eso es lo que me enseñó Stomil.

ALA.— ¡Ah, y por eso estáis todos tan avergonzados! ¿Y tú qué opinas de esto?

ELEONOR.— Yo he hecho lo que he podido.

ALA.— ¿Por él?

ELEONOR.— Por mí misma. Él me lo ordenó.

ALA.— Eso quiere decir que más bien por él.

ELEONOR.— Naturalmente que por él. Si le hubieses conocido cuando era joven…

ALA.— Arréglame de este lado. ¿Y lo sabe él?

ELEONOR.— ¿El qué?

ALA.— No disimules, que soy mayorcita. Me refiero a lo de Edek.

ELEONOR.— Naturalmente que lo sabe.

ALA.— ¿Y qué dice?

ELEONOR.— Desgraciadamente, nada. Hace como si no lo notase.

ALA.— ¡Fatal!

(EDEK entra con un mantel blanco de mesa)

EDEK.— ¿Puedo poner la mesa?

ELEONOR.— Como quieras, Edi (Corrigiéndose) Ponga la mesa, Eduardo.

EDEK.— Como usted guste, señora.

(Coloca el mantel en la mesa y se lleva la cámara de fotos)

ALA.— ¿Qué es lo que realmente ves en él, mamá?

ELEONOR.— Oh, ¿sabes? Edek es tan sencillo…, como la vida misma. Y tan distinto… Es brutal, pero en eso precisamente está su encanto. Carece de complejos, ¡y eso es tan alentador!, tiene el maravilloso don de querer las cosas sencillamente. Si le ves sentado, no esperes nada más, que la esencia de un hombre sentado. Cuando come o bebe su estómago llega a ser como una sinfonía de la naturaleza. Es tan maravilloso verle haciendo la digestión. Todo en él es sencillo y sincero. Entonces me doy cuenta del placer que produce el tratar con los elementos naturales. ¿Te has dado cuenta alguna vez en lo maravillosamente que se arregla los pantalones? En eso es sencillamente divino. Además, Stomil también valora lo auténtico.

ALA.— Claro, aunque no encuentro en eso nada fascinante.

ELEONOR.— Eres demasiado joven. Aún no has descubierto cuánta riqueza esconde la auténtica sencillez. Apréndelo, es cuestión de experimentarlo.

ALA.— Lo intentaré. ¿Crees, mamá, que hago bien casándome con Arturo?

ELEONOR.— Oh, Arturo, es otra cosa. Él tiene principios.

ALA.— Stomil también tenía principios. Tú misma me lo has dicho. Ese derecho y deber de ser feliz.

ELEONOR.— No, eran simplemente teorías. Stomil ha luchado siempre contra los principios. Sin embargo Arturo tiene unos principios férreos.

ALA.— Sí, es lo único que tiene.

ELEONOR.— ¿Qué estás diciendo, Ala? Es el primer hombre con principios desde hace cincuenta años. ¿No te gusta? ¡Eso lo hace tan original y tan atractivo!

ALA.— ¿Quieres insinuar que me debo conformar sólo con principios?

ELEONOR.— Reconozco que son un poco anticuados, pero inusuales en nuestros tiempos…

ALA.— Mamá, si no hay otro remedio, quiero tener a Arturo aunque sea con principios. Pero, no quiero principios sin Arturo.

ELEONOR.— ¿Pero no te ha propuesto casarse contigo?

ALA.— ¡No era él!

ELEONOR.— Entonces, ¿quién?, si me lo puedes explicar…

ALA.— ¡Sus férreos principios!

ELEONOR.— ¿Y por qué has aceptado?

ALA.— Aún tengo esperanzas.

ELEONOR.— ¡Fatal!

(Entra EDEK con un montón de platos)

EDEK.— ¿Puedo continuar?

ALA.— No te cortes, Edi. (Se corrige) Eduardo, haz lo que te dé la gana. Quiero decir que puede continuar.

ELEONOR.— Edek, ¿no te cansa esto? ¡Me refiero a este nuevo cambio! No te enfades, es idea de esos dementes.

EDEK.— ¿Y qué es lo que debería cansarme?

ELEONOR.— ¿No te lo he dicho? ¡Es en todo tan libre y natural como una mariposa! ¡Edek, qué maravillosamente pones la mesa!

EDEK.— Hay que joderse, pero lo hago.

ALA.— ¡Edek, ven aquí!

EDEK.— ¡A sus órdenes señorita!

(Se acerca. Las campanas se callan poco a poco)

ALA.— Dime, ¿tienes principios?

EDEK.— Naturalmente que puedo tener algunos.

ALA.— ¿Cuáles?

EDEK.— De la mejor calidad.

ALA.— ¿Puedes decirme al menos uno?

EDEK.— ¿Y qué sacaré con eso?

ALA.— ¿Puedes o no puedes?

EDEK.— ¡Qué más da! Un momento (Coloca los platos en el suelo y saca una agenda del bolsillo del pantalón) Lo tengo escrito (Hojea la agenda) ¡Aquí está! (Lee) "Yo te amo, y tú duermes."

ALA.— ¿Y qué más?

EDEK.— "Depende como se prende"

ALA.— No andes con rodeos y lee.

EDEK.— Ya lo he leído. Éste es un principio.

ALA.— Pero sigue, sigue (EDEK, conteniendo la risa) ¿De qué te ríes?

EDEK.— Porque aquí hay algo que…

ALA.— ¡Léelo!

EDEK.— No puedo delante de las señoras. Es demasiado gracioso.

ALA.— ¿Y esos son tus principios?

EDEK.— Míos, no, los he copiado de un amigo que trabaja en el cine.

ALA.— ¿Y tú no has ideado nada?

EDEK.— (Orgulloso) Nada.

ALA.— ¿Y por qué?

EDEK.— Porque yo sé lo mío.

ELEONOR.— Ja, ja. Y que lo digas, Edi; te las sabes todas.

(Entran precipitadamente STOMIL perseguido por EUGENIO, el cual lleva un corsé en la mano. EDEK continúa poniendo la mesa)

STOMIL.— ¡No, no! ¡Esto es demasiado!

EUGENIO.— Te aseguro, que esto te hará feliz.

ELEONOR.— ¿Qué os pasa otra vez?

STOMIL.— (Huyendo de EUGENIO) Me exige que me ponga eso.

ELEONOR.— ¿Y qué es eso?

EUGENIO.— El corsé del bisabuelo. ¡Es muy útil! Se ata a la cintura y se consigue con él un buen tipo, en cualquier situación.

STOMIL.— ¡Nunca! He accedido a ponerme estos zapatos y este maldito cuello duro. ¿Pero eso?… ¿O es que queréis matarme?

EUGENIO.— Si se ha dicho "A", hay que decir "B".

STOMIL.— Pero que yo no quiero decir nada, ¡quiero vivir!

EUGENIO.— Viejas costumbres. Déjate de tonterías y ven. Tú mismo has reconocido que has engordado…

STOMIL.— ¡Quiero ser gordo! ¡Vivir de acuerdo con la naturaleza!

EUGENIO.— ¡Vivir con comodidad! No te servirá de nada. Es preferible que te sometas voluntariamente.

STOMIL.— ¡Leo, defiéndeme!

ELEONOR.— ¿Y si fuera verdad y tuvieras mejor tipo?

STOMIL.— ¿Para qué? ¡Yo soy un artista libre y gordo!

(Huye a su habitación, seguido por EUGENIO. La puerta se cierra tras ellos)

ELEONOR.— ¡Siempre este jaleo! … Así que ¿tienes todavía esperanzas?

ALA.— ¡Sí!

ELEONOR.— ¿Y si fueran tan sólo tus ilusiones?

ALA.— ¿Y qué?

ELEONOR.— (Intenta abrazarla) ¡Mi pobre Ala!

ALA.— (Deshaciéndose) No necesitas compadecerme. Sé valerme por mí misma.

ELEONOR.— ¿Y qué harás si te decepciona?

ALA.— No lo voy a decir.

ELEONOR.— ¿Ni siquiera a mí?

ALA.— Será mejor darte una sorpresa.

VOZ DE STOMIL.— ¡Socorro!

ELEONOR.— ¡Otra vez Stomil!

ALA.— Tío Eugenio se permite ya demasiado. ¿Crees que tiene alguna influencia sobre Arturo?

VOZ DE STOMIL.— ¡Déjame!

ELEONOR.— No creo, más bien es lo contrario.

ALA.— ¡Lástima! Pensaba que todo esto era por culpa del tío.

VOZ DE STOMIL.— ¡Fuera!

ELEONOR.— Mejor es que mire lo que están haciendo. Presiento que va a pasar algo.

ALA.— Yo también.

VOZ DE STOMIL.— ¡Déjame, verdugo!

ELEONOR.— Dios mío, ¿cómo acabará esto?

VOZ DE STOMIL.— No y no. ¡Que reviento! ¡Socorro!

ELEONOR.— Eugenio está exagerando. Y tú, ten cuidado, Ala.

ALA.— ¿Por qué?

ELEONOR.— Para que no tenses más la cuerda. Es fácil pasarse, como el tío Eugenio.

(Entra en la habitación de STOMIL)

ALA.— Edek, mi velo.

(EDEK le entrega el velo y se queda detrás. Desde la habitación de STOMIL se oye un enorme ruido y gritos. Entra ARTURO. Tiene la gabardina desabrochada y sus movimientos son lentos y no naturales. EDEK y ALA no se dan cuenta de su entrada, no le ven reflejado en el espejo. A ARTURO, que está muy pálido, le cuesta mucho trabajo mantener el equilibrio. Se quita la gabardina con cuidado y después la tira en cualquier sitio, sin mirar. Se sienta en una butaca y estira las piernas)

VOZ DE STOMIL.— ¡Os maldigo!

ARTURO.— (Despacio, con una voz cansada) ¿Qué pasa ahí?

(ALA se vuelve. EDEK, servilmente coge la gabardina de ARTURO y desaparece)

ALA.— (Con voz de reproche) Te has retrasado.

ARTURO.— (Se levanta y va a la puerta de la habitación de STOMIL) ¡Dejadle!

(STOMIL, EUGENIO y, después, ELEONOR, salen de la habitación)

EUGENIO.— ¿Por qué? Si era el último retoque…

ARTURO.— ¡Dejadle, he dicho!

STOMIL.— Muchas gracias, Arturo. Ahora veo que no careces de sentimientos humanos.

EUGENIO.— ¡Protesto!

(ARTURO le agarra de la corbata y le empuja hacia adelante)

ELEONOR.— Arturo, ¿qué ha ocurrido? Estás totalmente pálido.

ARTURO.— ¡Ven aquí, desvencijado esqueleto!

EUGENIO.— ¡Pero Arturo, que soy yo, tu tío Eugenio! ¿Es que no me reconoces? Juntos por la nueva vida para salvar el mundo, tú y yo; ¿no te acuerdas ya? Me asfixias. ¡Tú y yo queríamos…, que no puedo respirar!

ARTURO.— (Empujándole paso a paso) Tú, nulidad inflada; tú, organismo artificial; tú, podrida prótesis…

ELEONOR.— ¡Hay que hacer algo, le va a estrangular!

ARTURO.— ¡Embustero!

(Empieza a oírse con toda intensidad la marcha nupcial de Mendelssohn. ARTURO suelta a EUGENIO, coge una jarra de la mesa y la tira hacia el lugar de donde proviene el sonido. Se oye un gran estruendo y cesa la música en medio de la frase musical. ARTURO agotado se deja caer en la butaca)

EDEK.— (Entrando) ¿Pongo otro disco?

ELEONOR.— ¿Quién te ha ordenado poner eso?

EDEK.— El señor Eugenio, me dijo que debía poner ese disco tan pronto como el señor Arturo entrase en esta habitación.

EUGENIO.— (Respirando con dificultad) Cierto, le di esa orden.

ELEONOR.— De momento sin música.

EDEK.— Como usted guste, señora.

(Sale)

ARTURO.— ¡Un engaño, todo esto es un engaño! (Se desploma)

STOMIL.— (Se inclina sobre él) Está completamente borracho.

EUGENIO.— Eso es una calumnia. Este joven sabe ser moderado. Conoce su deber.

ELEONOR.— Yo tampoco lo creo. Arturo no bebe nunca.

STOMIL.— Sé lo que digo.

ELEONOR.— Pero, ¿por qué precisamente hoy?

STOMIL.— ¡La despedida de soltero!

(ALA echa agua en un vaso y da de beber a ARTURO)

EUGENIO.— Esto debe de ser un malentendido. No hay que sacar conclusiones precipitadas. Todo se va a aclarar.

STOMIL.— Sí. Espera que Arturo seguro que te lo explica todo. En parte ya ha empezado.

ELEONOR.— Silencio. ¡Vuelve en sí!

ARTURO.— (Levanta la cabeza y señala a STOMIL) ¿Qué es eso?

ELEONOR.— No reconoce ni a su propio padre, ¡qué desgracia!

(Llora)

ARTURO.— ¡Callad! ¡Mujeres!. ¿Pregunto acaso por mi ascendencia? ¿Qué significa este carnaval?

STOMIL.— (Mirándose a los pies) ¿Esto? Esto son mis zapatos.

ARTURO.— ¡Ah, ya… claro, zapatos!

(Queda pensativo)

EUGENIO.— Arturo está un poco cansado, pero todo va a volver a la normalidad. ¡A sus sitios, firmes! ¡No hay cambio de programa! (A ARTURO, muy simpático) Eh…, eh… Arturito, nos estás gastando una broma, ¿verdad? ¿Querías ponernos a prueba, eh?, ¡Pequeño travieso! ¡Pero puedes estar seguro de que estamos firmes! Todos abrochados con todos los botones, desde arriba hasta abajo, para siempre! ¡Hasta Stomil estaba dispuesto a ponerse el corsé! ¡Ánimo, Arturito! ¡Tranquilízate y… a la boda!

STOMIL.— ¡Qué cotorra! ¿No ves, que está más borracho que una cuba? ¡Mi sangre, mi sangre!

EUGENIO.— ¡Eso es una calumnia! ¡Calla! ¡A los hechos, Arturo, a los hechos! Todo está preparado, sólo nos falta el último paso.

ARTURO.— (Se arrodilla delante del padre) ¡Padre perdóname!

STOMIL.— ¿Qué es esto, un nuevo truco?

(Se retira. ARTURO, de rodillas, le sigue)

ARTURO.— ¡Estaba loco! No, no podemos volver a implantar el pasado y tampoco existe el presente, ni el futuro. ¡No existe nada!

STOMIL.— (Rehuyéndole) ¿Un nihilista o qué?

ALA.— (Agarrándose el velo) ¿Y yo? ¿Yo tampoco existo?

ARTURO.— (Cambiando de dirección, hacia ALA) ¡Tú también tienes que perdonarme!

ALA.— ¡Eres un crío y un cobarde! ¡Impotente!

ARTURO.— ¡No, no, no debes hablar así! No debes… No es que tenga miedo, es que no puedo creer. Soy capaz de todo, hasta de dar mi vida si es necesario…, pero el retroceso no existe, no existe. Con la vieja forma no se puede crear nuestra realidad. ¡Me he equivocado!

ALA.— ¿De qué estás hablando?

ARTURO.— ¡De la creación de un mundo!

ALA.— ¿Y yo? ¿Y yo qué?

EUGENIO.— ¡Traición!

ARTURO.— (Acercándose a EUGENIO, de rodillas) Tú también deberías perdonarme. Te he decepcionado, pero créeme: no se puede hacer nada.

EUGENIO.— ¡No quiero saber ni oír nada! ¡Domínate, ponte en pie y cásate! ¡Crea una familia, límpiate los dientes, come con tenedor y cuchillo! Que el mundo se siente recto y deje de encorvarse. Ya verás como todo saldrá bien. ¿Quieres perder esta última oportunidad?

ARTURO.— No existe oportunidad alguna. Nos hemos equivocado. Es inútil…

EUGENIO.— ¡Stomil tiene razón! Estás borracho y no sabes lo que dices.

ARTURO.— Sí, estoy borracho, porque estando sereno me he equivocado. Me he emborrachado para romper con mi error. Y, lo mejor, tío, es que te tomes un trago también.

EUGENIO.— ¡Yo, jamás! … Si acaso una copita…

(Se sirve una copa de vodka y se la bebe)

ARTURO.— Me he emborrachado a conciencia y con toda lucidez.

STOMIL.— No digas tonterías. Has bebido por desesperación.

ARTURO.— ¡Si, también por desesperación! Por desesperación, porque el mundo no puede solucionarse por medio de la forma.

EUGENIO.— ¿Cómo, entonces?

ARTURO.— (Se levanta solemnemente) Por medio de la idea.

EUGENIO.— ¿De cuál?

ARTURO.— ¡Si yo lo supiese! Las convenciones son siempre resultado de una idea. Papá tiene razón: soy simplemente un lamentable formalista.

STOMIL.— No te preocupes, hijo mío. Ya sabes que siempre he sido tolerante, pero, a veces, me has hecho sufrir con tus caprichos. Gracias a Dios, todo ha terminado (Empieza a quitarse la levita) ¿Dónde está mi pijama?

ARTURO.— (Se precipita sobre él y le impide quitarse la levita) ¡Alto! ¡Tampoco hay vuelta al pijama!

STOMIL.— ¿Por qué no? ¿Sigues queriendo salvarnos? Creía que se te había pasado.

ARTURO.— (Agresivo. Como los borrachos que cambian con facilidad de un estado de ánimo a otro) ¿Qué? ¿Creías que iba a rendirme tan fácilmente?

STOMIL.— Por un instante has sido un ser normal y ahora ¿quieres volver a ser un apóstol? Eres un demonio.

ARTURO.— (Dejando a STOMIL, con énfasis) Todas las falsas condecoraciones del glorioso pasado que os impuse os las quito ahora. ¡Esta mano es la misma! ¡Y si deseáis mi humillación, me he puesto de rodillas ante vosotros! La razón y la abstracción, hija impúdica de la razón, han sido la causa de mi pecado. Pero ahora he vencido a mi raciocinio por medio de la ofuscación. No me he emborrachado de manera vulgar, lo he hecho con toda lucidez; aunque buscaba lo místico. El alcohol ha realizado en mí su efecto purificador y tendréis que perdonarme porque me presento ante vosotros impoluto. Os he envuelto en un ropaje, que luego os he quitado porque no era más que una mortaja. Pero no os dejaré desnudos al viento de la Historia, aunque me maldigáis eternamente. ¡Edek!

(Entra EDEK)

ARTURO.— ¡Cierra las puertas!

ELEONOR.— Sí, Edi, cierra que hay corriente.

ARTURO.— ¡Y cuida que nadie abandone la habitación!

EDEK.— Hecho, señor Arturo.

STOMIL.— ¡Esto es una violación de los derechos cívicos!

ARTURO.— Queríais libertades, ¿eh? No se puede librar uno de la vida, y la vida es la síntesis. Os gustaría practicar el autoanálisis hasta caer muertos. ¡Pero afortunadamente me tenéis a mí!

EUGENIO.— Arturo, sabes que yo no apoyo a Stomil, pero creo que vas demasiado lejos. Me siento en la obligación de advertirte. Yo estoy por la libertad del individuo, a pesar de todo.

ARTURO.— Bien, ahora busquemos una idea.

STOMIL.— (Al mismo tiempo que EUGENIO y ELEONOR) ¿Cómo tratas a tu padre?

EUGENIO.— Yo me lavo las manos.

ELEONOR.— Arturo, túmbate un poco. Te haré unas compresas.

ARTURO.— Que nadie abandone esta habitación hasta que hayamos encontrado una idea. Edek, no deje salir a nadie.

EDEK.— ¡A la orden!

(Pausa)

ELEONOR.— Hay que encontrar algo que le tranquilice. Yo tengo que ir a la cocina o se me quema el pastel.

EUGENIO.— Es mejor no llevarle la contraria. Son dos…

ARTURO.— ¿Qué propones, tío?

EUGENIO.— ¡Y qué sé yo! ¿Quizá Dios?

ARTURO.— No cuela. Ya hemos pasado por ahí.

EUGENIO.— Tienes razón. En mis tiempos ya no funcionaba. Yo mismo me eduqué en el siglo de la ilustración y las ciencias exactas. Propuse a Dios solamente por cuestión de forma.

ARTURO.— Ya no necesitamos las formas, sino una idea viva.

EUGENIO.— ¿Quizás el deporte? Yo antes practicaba mucho la equitación.

ARTURO.— Todos hacen deporte y no consiguen nada con ello.

EUGENIO.— Pues no se me ocurre otra cosa. ¿Stomil y a ti?

STOMIL.— Yo estoy siempre por el experimento.

ARTURO.— Estoy hablando en serio.

STOMIL.— Yo también hablo en serio . Aquí se trata de encontrar un camino, ¿no? El ser humano consigue cada vez nuevos resultados. Y los consigue a través de la experimentación. Abandonar y experimentar. Acceder constantemente a una vida nueva.

ARTURO.— ¡Una vida nueva! No sé qué hacer con la vieja y tú me hablas de una vida nueva. Creo que te estás pasando.

STOMIL.— Como quieras, pero hasta ahora todo se encuentra en fase de experimentación.

EUGENIO.— Eleonor, quizá tú sepas algo.

ARTURO.— A las mujeres no hace falta preguntarles.

ELEONOR.— Pues sí sabía algo, pero se me ha olvidado. Siempre tengo yo que cargar con todo. Preguntadle a Edek, él es una persona muy cabal. Uno se puede fiar de lo que dice.

STOMIL.— Sí, Edek es la representación de la inteligencia colectiva.

ARTURO.— ¿Y tú qué, Edek?

EDEK.— El progreso, señor.

ARTURO.— ¿Cómo hay que entenderlo?

EDEK.— En general. El progreso.

ARTURO.— ¿Pero qué progreso?

EDEK.— El progresista. Hacia adelante.

ARTURO.— Es decir, el que avanza.

EDEK.— ¡Así es! Con la parte delantera hacia delante.

ARTURO.— ¿Y la parte trasera?

EDEK.— Con la parte trasera también hacia adelante.

ARTURO.— Pero entonces la delantera se convierte en trasera.

EDEK.— Eso depende de cómo se mire. Si se mira de atrás hacia delante, la parte delantera estará delante, aunque por detrás.

ARTURO.— Lo veo poco claro.

EDEK.— Pero progresista, señor.

(Entra EUGENIA, apoyándose en un bastón)

EUGENIA.— (Con timidez) Quería decirles algo.

ELEONOR.— ¡No interrumpas ahora, mamá! ¿No ves que los hombres están haciendo política?

EUGENIA.— Sólo quería decir una palabra…

ARTURO.— No, eso no me gusta. Necesito una idea que me dé una forma. Esta cuestión del progreso me dispersa. Es algo amorfo.

EUGENIA.— Queridos, dejadme decir una cosa, no os voy a robar mucho tiempo.

STOMIL.— ¿Qué quiere ahora?

ELEONOR.— No sé, a mamá le pasa algo.

STOMIL.— Después. Ahora estamos ocupados (A ARTURO) Y yo te repito: lo mejor, es que volvamos a los experimentos. Entonces, aparecerá la idea por sí misma.

(EUGENIA quita todo cuanto hay sobre el catafalco)

ELEONOR.— ¿Qué haces, mamá?

EUGENIA.— (Serenamente) Me muero.

ELEONOR.— No gastes bromas (EUGENIA, callada, limpia el polvo del catafalco con la manga) ¡Escuchad, mamá dice que se muere!

EUGENIO.— ¿Cómo que se muere? Tenemos cosas importantes que discutir aquí.

ELEONOR.— ¿Has oído, mamá?

EUGENIA.— Ayúdame un poco.

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