Tango

Tango


ACTO TERCERO

Página 10 de 11

(ELEONOR le da el brazo instintivamente. EUGENIA se sube al catafalco)

ELEONOR.— No seas ridícula, mamá, hoy tenemos boda.

No puedes estropearlo todo con tu muerte.

STOMIL.— ¿Qué muerte? ¿Por qué la muerte? En eso no había pensado nunca…

ARTURO.— (Para sí) ¡La muerte! Una buena idea…

EUGENIO.— Esto no tiene sentido. ¡Eugenia, sé razonable! ¿A quién se le ocurre morir…?

ALA.— Abuelita, eso sería estúpido.

EUGENIA.— ¡No os comprendo! ¡Sois tan inteligentes y cuando alguien quiere hacer algo tan sencillo como morir, entonces os extrañáis! ¡Qué gente!

(Se tumba boca arriba y cruza las manos sobre el pecho)

ELEONOR.— ¿Os dais cuenta? Hay que hacer algo… ¿Y si ella de verdad…?

EUGENIO.— ¿Qué pasa, Eugenia? ¿Cómo se te ocurren estas extravagancias? ¿Morir? Eso no se había dado todavía en nuestra familia.

STOMIL.— Esto es el colmo de la hipocresía.

ARTURO.— La muerte… Una forma estupenda.

EUGENIA.— La llave de mi habitación la he dejado en la mesa. Ya no la voy a necesitar. De todos modos podré entrar cuando quiera… La baraja está en el cajón. Todas las cartas marcadas…

ARTURO.— La muerte… Una forma estupenda.

STOMIL.— Pero poco estimulante.

ARTURO.— ¿Y por qué?, ¡…si es ajena! (Parece tener una "idea" y se da un golpe en la frente) ¡Vaya sabihonda la abuelita!

ELEONOR.— Debería darte vergüenza. ¡Os debería dar vergüenza a todos!

EUGENIO.— Genita, por lo menos ponte recta y no encorves la espalda y los codos pegados al cuerpo. O mejor, levántate enseguida. ¡Estas cosas no se hacen en público! Morir no tiene nada de científico. Es un invento de esos modernos…

STOMIL.— ¡Oh, perdón! Sin alusiones. Aunque no presto ninguna atención a las formas, desde el punto de vista del experimento la muerte no entra en juego porque se trata de un acto definitivo. El experimento tiene como condición la posibilidad de repetición. Naturalmente, mamá, si lo haces como un ensayo, es otra cosa, aunque tampoco lo considero acertado.

ALA.— ¡Basta ya! ¿No veis lo que pasa?

EUGENIA.— ¡Acercaos, hijos míos! (Todos se acercan menos EDEK) Edek, tú también (EDEK se acerca) ¿Quiénes sois vosotros realmente?

EUGENIO.— Nosotros somos nosotros (EUGENIA contiene la risa. Primero bajo, después fuerte) Nos está ofendiendo. ¿Es que he dicho alguna tontería?

STOMIL.— Yo tampoco me encuentro bien. Creo que tengo dolor de cabeza.

(Se retira a un lado, se toma el pulso, saca de un bolsillo un espejo y se mira la lengua)

ARTURO.— Muchas gracias, abuela, yo aprovecharé a esa idea.

STOMIL.— (Esconde el espejo) ¡Ah, todo son tonterías! ¡Lo más importante es no llevar ropa incómoda!

(EUGENIA muere)

ELEONOR.— ¡Mamá, inténtalo otra vez!

ARTURO.— Ha muerto. Curioso, y ella que se lo tomaba todo tan a la ligera…

ALA.— ¡Yo no quiero!

EUGENIO.— No lo entiendo.

STOMIL.— Yo no tengo nada que ver con todo esto.

ELEONOR.— Yo no lo sabía… Stomil, ¿por qué no me has advertido?

STOMIL.— Por supuesto, otra vez todos cargan contra mí. Aunque, nada ha cambiado. Mira, el cuello me aprieta lo mismo que antes.

ARTURO.— (Corre la cortina por delante del catafalco. A EDEK) ¡Edek, ven aquí! (EDEK se acerca y le saluda militarmente. ARTURO toca sus bíceps) ¿Tienes una buena pegada?

EDEK.— No me puedo quejar, señor.

ARTURO.— Y podrías tú… si llegase el caso…

(Se pasa el dedo por la garganta)

EDEK.— (Después de una pequeña pausa, flemático)¿Ha preguntado algo el señor Arturo? No he entendido bien…

(Pausa. ARTURO se ríe inseguro, como si estuviera ensayando y espera. EDEK contesta con un parecido "ja, ja". ARTURO se ríe de nuevo, más seguro y más alto, a lo que EDEK contesta con una carcajada. ARTURO le da unas palmaditas en el hombro)

ARTURO.— Edek, me caes bien. Siempre he sentido simpatía por ti.

EDEK.— Sí, yo también pensé que con usted se podría llegar a hablar.

ARTURO.— Entonces, ¿me comprendes?.

EDEK.— Sí, Edi conoce la vida.

STOMIL.— Me voy a retirar un momento. Los últimos acontecimientos me han debilitado. Tengo que acostarme.

ARTURO.— No, papá, te quedas aquí.

STOMIL.— ¡Basta ya de mandar, mozalbete! Estoy cansado (Se va a su habitación)

ARTURO.— ¡Edek!

(EDEK corta el camino a STOMIL)

STOMIL.— ¿Qué significa esto? (A ELEONOR, enfadado, señalando a EDEK) ¿Y con este lacayo te has liado tú?

ELEONOR.— ¡Oh, por Dios, no ahora, estando mamá presente!

(EDEK empuja a STOMIL a un sillón)

ARTURO.— ¡Todavía un poco de paciencia! ¡Ya está todo claro! ¡Ahora es cuando os voy a conducir a un futuro feliz!

EUGENIO.— (Sentándose, resignado) ¡A mí se me han quitado ya las ganas de todo…, tal vez sea la edad! Stomil, ya no somos tan jóvenes, ¿verdad?

STOMIL.— Habla sólo por ti. Eugenia tenía casi tu edad. Viejo hipócrita. Yo me siento fantástico. En general, fantástico (Zalamero) Eleonor, ¿dónde estás?

ELEONOR.— Aquí, Stomil, a tu lado.

STOMIL.— ¡Ven aquí!

ELEONOR.— (Le pone la mano en la frente) ¿Cómo te encuentras?

STOMIL.— Un poco debilucho…

ARTURO.— Se acabaron todas las confusiones. El camino es claro y luminoso. Desde ahora sólo habrá un código y un rebaño.

STOMIL.— ¿Qué tonterías dice éste otra vez…? Menudo dolor de cabeza tengo…

EUGENIO.— Está mezclando y confundiendo el código con la cría de ganado.

ARTURO.— Y qué, ¿no comprendéis aún cuál es la última consecuencia? ¡Ah!, no comprendéis nada vosotros, criaturas voluptuosas, que sólo estáis preocupadas por vuestras secreciones internas y que tembláis por vuestra inmortalidad. Pero yo lo comprendo. ¡Yo soy vuestro salvador, estúpido rebaño! Estoy por encima de la vida terrena. Yo os acojo a todos, porque tengo un cerebro, que se ha liberado de las entrañas. Ja, ja, ja!

EUGENIO.— Harías mejor en explicarte mejor en vez de insultarnos, querido sobrinonieto.

ARTURO.— ¿Por qué no habéis llegado a comprender nada en vuestra vida vegetativa?, porque sois como unos cachorros ciegos que dan vueltas y vueltas alrededor sin parar. Vosotros os hundiríais en el caos sin ideas ni formas, si yo no os salvase. ¿Sabéis lo que voy a hacer con vosotros? Voy a crear un sistema en el que se funda la revolución con el orden y la nada con la existencia. ¡Iré más allá de las contradicciones!

EUGENIO.— Harías mejor si te fueras de verdad, pero de esta habitación. Me has decepcionado. Entre nosotros se acabó todo (Para sí) Probablemente volveré a trabajar en mis memorias.

ARTURO.— Os pregunto: si ya no existe nada, ni siquiera la rebelión resulta posible ¿qué es lo que se puede extraer de la nada para que exista?

EUGENIO.— (Saca del bolsillo un reloj con cadena) Se ha hecho tarde. Ahora vendría bien un aperitivo.

ARTURO.— ¿Nadie quiere darme una contestación?

STOMIL.— Eleonor, ¿qué hay hoy para comer? Comería algo ligero, Tengo algunos problemas con el estómago. Ya va siendo hora de ir pensando en estas cosas.

ELEONOR.— Sí, Stomil, pensaremos. Tenemos que cambiar esta forma de vida. Hay que empezar a cuidar tu salud. Por las mañanas a tus experimentos, por las tardes siestecitas y paseos.

STOMIL.— Y los fritos con mantequilla, o mejor pasados por agua, ¿no?

ELEONOR.— Por supuesto. Así se duerme mejor.

ARTURO.— ¿Qué? ¿Calláis? ¡Entonces, os lo diré yo!

(Coloca la silla sobre la mesa. Sube torpemente y se sienta en la silla)

ELEONOR.— Arturo, ten cuidado con los platos.

ARTURO.— ¡Sólo el poder es posible!

EUGENIO.— ¿Qué poder? ¿Qué poder? Pero si aquí sólo somos cuatro gatos?

STOMIL.— Está desvariando. No le hagáis caso.

ARTURO.— Sólo el poder se puede crear de la nada. Existe siempre, aunque no haya nada más. ¡Yo ahora estoy arriba, encima de vosotros, y vosotros estáis debajo de mí!

EUGENIO.— Lo has pensado mucho.

ELEONOR.— ¡Arturo, bájate, que estás manchando el mantel!

ARTURO.— Vosotros os arrastráis entre polvo y ceniza.

EUGENIO.— ¿Es que vamos a consentírselo…?

STOMIL.— Déjale, que diga lo que quiera. Nos ocuparemos de él después de comer. Aunque no comprendo una cosa: ¿de quién ha heredado esas inclinaciones? Vaya educación.

ARTURO.— Sólo importa ser fuerte y decidido. Yo soy fuerte. Miradme, yo soy la coronación de vuestros sueños. Tío, ahora reinará el orden. Padre, tú has protestado siempre, pero tu protesta te conducía al caos y acababa por destruirse a sí misma. Pero fíjate en mí. El poder es también revolución, revolución en forma de orden, revolución del de arriba contra el de abajo, de lo elevado contra lo mezquino. Porque la cima necesita de la hondonada, lo mismo que la hondonada de la cima, pues si no dejarían de ser lo que son. En el poder desaparece la antítesis entre los antagonismos contradictorios. Yo no soy ni la síntesis ni el análisis, soy el hecho, la voluntad y la energía. ¡Yo soy la fuerza! Me encuentro por encima, en el interior, y fuera del todo. Dadme las gracias, por ser quien ha cumplido vuestra juventud. Para vosotros. Claro que también me guardo algo para mí; una forma a mi antojo. Puedo crearla y destruirla a voluntad, y no una sola, sino las mil posibles. ¡Yo puedo personificarme y despersonificarme! ¡Todo lo llevo en mí, aquí!

(Empieza a golpearse el pecho. Todos quedan absortos)

EUGENIO.— ¡ A lo que hemos llegado ya!

STOMIL.— ¡Bah! No hay que darle importancia. Son sólo juegos de un niñato. Palabras, palabras y nada más que palabras. No tiene ningún poder sobre nosotros.

EUGENIO.— ¡Exacto! ¿En qué se basa él para hablarnos así? Sólo nos une la sangre y ninguna abstracción. No puede hacernos nada.

ARTURO.— ¿Cómo que no? Es muy sencillo. Puedo mataros.

STOMIL.— (Se levanta del sillón, pero vuelve a caer) ¡Te prohíbo… todo tiene un límite!

ARTURO.— Sí, pero los límites se pueden sobrepasar. Me lo habéis enseñado vosotros. El poder sobre la vida y la muerte. ¿Qué más se puede pedir? Qué sencillo y genial descubrimiento.

EUGENIO.— ¡Tonterías! Yo viviré cuanto me convenga. Bueno, quiero decir cuanto le convenga a… ¿a quién? Stomil. ¿Lo sabes tú?, ¿a quién?

STOMIL.— ¡Digamos… a la naturaleza!

EUGENIO.— ¡Exacto! A la naturaleza o al destino.

ARTURO.— ¡A mí!

EUGENIO.— (Levantándose de un salto) ¡Estúpidos chistes!

ARTURO.— ¿Chistes? ¿Y si yo fuese tu destino, tío?

EUGENIO.— ¡Eleonor, Stomil! ¿Qué quiere decir todo esto? ¡Eso no se lo voy a consentir! ¡Es vuestro hijo!

ELEONOR.— Arturo, ¿por qué asustas así al tío? ¿No ves lo pálido que está? ¡Quédate quieto, Stomil, te traeré unos cojines!

ARTURO.— ¿Creéis que empezaría algo si no tuviese la convicción de concluirlo? La muerte está en vosotros como un ruiseñor en una jaula, y depende de mí el soltarlo o no. ¿Y qué? ¿Seguís pensando que soy simplemente un soñador y que todo son solamente palabras?

EUGENIO.— Ja, ja, ja, Arturito, hay que reconocer que tienes cabecilla. ¡Qué ocurrencias, que fantasía! Como que no hay cosa mejor que una formación universitaria. Buen adiestramiento. Es difícil superarte. Pero basta de cháchara y hagamos algo concreto. No digo que no me guste echar una charla filosófica y científica, sobre todo con la juventud, pero ahora hay que hacer algo más concreto, dejemos las teorías, vamos a almorzar algo. ¿Verdad, Eleonor?

ELEONOR.— Hace rato que quería proponéroslo, pero no me dejáis decir ni una palabra. ¡Se acabó, Arturo! ¡Baja ahora mismo de la mesa, y quítate los zapatos!

ARTURO.— Exacto, tiíto, exacto, es el momento justo de hacer algo concreto. Edek, mi ángel siniestro, ¿estás preparado?

EDEK.— ¡Estoy dispuesto, mi jefecito!

ARTURO.— ¡Cógele!

EUGENIO.— (Queriendo escapar) ¿Qué quieres hacer?

ARTURO.— Primero, nos cargaremos al tío.

ELEONOR.— ¡"Cargaremos"! ¡Arturito, qué expresiones tan vulgares!

STOMIL.— Precisamente ahora que tengo la tensión alta.

EUGENIO.— (Que intenta alcanzar la salida) ¿Por qué precisamente a mí?

(EDEK le corta el paso)

ARTURO.— ¡Conque teorías! ¡Edek, demuéstrale que estaba equivocado! ¿Por quién me toma esta gentuza?

(EDEK intenta atrapar a EUGENIO)

EUGENIO.— Esto no es ningún sistema, esto es la barbarie.

ARTURO.— ¡Edek, a lo tuyo!

EUGENIO.— (Huyendo de EDEK, que le persigue con movimientos seguros, de gato) ¿Qué quiere este sujeto de mí? ¡Fuera las manos!

ARTURO.— No es ningún sujeto, sino el brazo de mi espíritu, la carne de mi verbo.

STOMIL.— (Quitándose el cuello) Eleonor, me encuentro mal, muy mal.

ELEONOR.— ¡Tu padre se ha desmayado!

EUGENIO.— (Siempre huyendo) ¡Un demente! ¡Un criminal!

ARTURO.— No, un ser humano que no se vuelve atrás ante lo que es posible. ¡Ah, me siento tan puro como la Naturaleza! Me siento libre, totalmente libre.

ALA.— Arturo…

ARTURO.— Espera un momento. Primero salvemos al mundo.

ALA.— Te he engañado con Edek.

(EDEK y EUGENIO se paran de repente y miran a ARTURO y ALA. ELEONOR da golpecitos en la mejilla de STOMIL para despertarle del desmayo)

ARTURO.— (Deja caer lentamente el brazo, después de un momento de silencio) ¿Qué quiere decir eso?

ALA.— Yo pensé que te era igual. Tú solo querías casarte conmigo por principios.

ARTURO.— (Se sienta, aturdido) ¿Cuándo?

ALA.— Esta mañana.

ARTURO.— (Para sí solo) Ya, ya.

ALA.— Estaba segura de que no tendría importancia para ti. Yo sólo quería… Mira, estoy lista para la boda (Se pone el velo) ¿Te gusto?

ARTURO.— (Se retira de la mesa, apoyándose torpemente) Espera un poco…, espera, ¿por qué? ¿Tú? ¿A mí?

ALA.— (Esforzándose por ser natural) Había olvidado por completo decírtelo, estabas tan ocupado… Ya podemos irnos. ¿Crees que me debo poner guantes? Me están un poco pequeños. ¿Cómo me sienta el peinado?

ARTURO.— (Gritando) ¿A mí?

ALA.— (Fingiendo sorpresa) ¡Ah, ¿te refieres todavía a eso? ¡No me hubiese imaginado que te pudiera importar tanto! ¡Mejor hablemos de otra cosa!

ARTURO.— (Está otra vez decaído y camina alrededor de la mesa, apoyándose en ella. Da la impresión de que ha perdido el control mental y corporal, actúa de manera mecánica, no domina sus movimientos, se lamenta monótonamente, como quejándose) ¿Cómo has podido…? ¿Cómo has podido, tú…?

ALA.— Me dijiste que me necesitabas como colaboradora. ¿No te acuerdas? Yo lo había comprendido bien, ¿no es así? Anoche, cuando hablamos de varios asuntos y tú me dijiste tantas cosas y tan inteligentes me dejaste impresionada. Edek no lo hubiera hecho nunca.

ARTURO.— (Gritando) ¡Edek!

ALA.— Edek es otra cosa.

ARTURO.— (Lloriqueando) ¿Por qué me lo has hecho?

ALA.— ¿Qué es lo que te pasa, tesoro? Ya te he dicho que estaba convencida de que a ti todo esto te era igual. ¿De verdad, no te entiendo? Pero si no tiene ninguna importancia. Siento habértelo dicho.

ARTURO.— Pero, ¿por qué?

ALA.— ¡Mi pequeño testarudito! ¿Sabes?, yo tenía mis motivos.

ARTURO.— (Gritando) ¿Qué motivos?

ALA.— Será mejor que lo dejemos. Esto te agota.

ARTURO.— ¡Habla!

ALA.— Pero si yo sólo… un poco…

ARTURO.— ¡Sigue! ¿Qué motivos?

ALA.— (Asustada) Unos sin importancia, muy pequeñitos.

ARTURO.— ¡Sigue!

ALA.— Ya no te digo nada más. Te enfadas enseguida.

ARTURO.— ¡Oh, Dios!

ALA.— Podemos no hablar, si lo prefieres, ¿o es que tengo yo la culpa de todo?

ARTURO.— (Yendo hasta STOMIL y ELEONOR) ¿Por qué todos vosotros me hacéis tanto daño? ¿Qué os he hecho yo? Mamá, ¿has oído?

ELEONOR.— Ala, te lo advertí.

ARTURO.— (Agarrándose a ELEONOR) Mamá, dile que así no se puede. Haz algo, ayúdame, yo no lo puedo soportar. Dile… que,.. ¿Por qué me trata así? ¿Por qué?

(Llora)

ELEONOR.— (Soltándose de él) Apártate de mí, idiota.

ARTURO.— (Retrocediendo y tambaleándose por el escenario) Y yo que quería salvarlos y ya me faltaba tan poco. Lo destrozáis todo. El mundo es canalla, canalla, canalla.

ALA.— ¡Ven aquí, Arturito! (Va hacia él) ¡Ah, pobrecito mío! Lo siento. Me das lástima.

ARTURO.— (Rechazándola) ¿Yo, lástima? ¿Tú te atreves a compadecerme? ¡No necesito ninguna compasión! ¡Vosotros no me conocéis todavía, pero os voy a enseñar! No habéis querido saber nada de mi idea, me habéis pisoteado (A ALÁ) Has cubierto de inmundicia el más noble pensamiento que se haya podido tener nunca. ¡Zorra! ¡Oh, qué ceguera! ¡No te puedes imaginar a quién has perdido! ¿Y con quién me has engañado? Con ese imbécil, ese vasallo, ese desecho de nuestra época. Me voy, pero no os voy a dejar sobre la tierra. De todas formas no sabéis para qué vivir. ¿Dónde está ese príncipe azul? ¿Dónde está esa basura de barrigón? Le voy a sacar las tripas (Corre desesperado por la habitación, buscando por la mesa, la mesita y el sofá) ¡El revólver! ¿Dónde está el revólver? Con este maldito orden no hay quien encuentre aquí nada. Mamá, ¿has visto por casualidad el revólver?

(EDEK se acerca a él con cuidado por detrás. Saca el revólver del bolsillo interior de la americana y le pega con la culata en la nuca. ARTURO cae de rodillas , EDEK tira el arma, empuja hábilmente la cabeza de ARTURO hacia adelante y cuando ya está en el suelo le golpea en la nuca con la mano en forma de hacha. ARTURO se dobla y da con la frente en el suelo. ¡Atención! Esta escena debe ser muy realista. Los dos golpes tienen que parecer verdaderos. El revólver puede ser de goma o de otro material blando, o ARTURO puede llevar un refuerzo bajo el cuello. Cualquier cosa, menos que quede "teatral")

ALA.— (Se arrodilla junto a ARTURO) ¡Arturo!

ELEONOR.— (Se arrodilla en otro lugar del escenario) ¡Arturo, hijo mío!

EDEK.— (Se retira unos pasos y mira sus manos, asombrado) ¡Qué duro estaba!

ARTURO.— (Despacio y bajo y muy asombrado) Es curioso, ahora ha desaparecido todo…

ALA.— Yo no quería… Todo esto no puede ser verdad…

EDEK.— ¡No me digas!

ARTURO.— (Sigue con la frente en el suelo) A ti te amaba, Ala…

ALA.— ¿Por qué no me lo habías dicho hasta ahora?

EDEK.— Yo te amo y tú duermes.

ELEONOR.— (Corre hacia STOMIL y le sacude) ¡Despierta, tu hijo se está muriendo!

STOMIL.— (Abriendo los ojos) ¡Encima eso! ¡No os priváis de nada!

(Se levanta con mucho esfuerzo, apoyado en ELEONOR y se acerca a ARTURO, que está en el centro del escenario. ELEONOR, STOMIL y EUGENIO están alrededor de ARTURO; ALA está arrodillada; EDEK apartado se acomoda en el sillón)

ARTURO.— (Estirándose en el suelo) ¡Yo quería, yo quería…! (Pausa)

ALA.— (Se levanta tranquilamente) Está muerto.

EUGENIO.— Quizá sea mejor para él. Por poco se convierte en asesino de tíos.

STOMIL.— Le tenéis que perdonar, era muy desgraciado.

EUGENIO.— (Generoso) ¡Yo no le guardo rencor, ya no me puede hacer nada!

STOMIL.— Él quería vencer la indiferencia y la chapuza. Vivió con sentido pero demasiado apasionadamente. Le ha matado el sentimiento, ha sido traicionado por la abstracción.

EDEK.— Pensaba bien, pero era demasiado nervioso. Así no se puede llegar a viejo.

(Todos miran a EDEK)

STOMIL.— Calla, tú, canalla, y sal de esta casa enseguida. Puedes alegrarte de que no te ajustemos las cuentas.

EDEK.— ¿Por qué tengo que irme? Lo digo y lo repito: él pensaba bien. Y ahora yo me quedo aquí.

STOMIL.— ¿Y eso?

EDEK.— Ahora me toca a mí. Ahora tenéis que escucharme a mí.

STOMIL.— Nosotros, ¿a ti?

EDEK.— Sí, ¿por qué no? ¡Ya sabéis cómo las reparto! Pero no tengáis miedo. Basta con estar quietecitos. Nada de ponerse chulitos y hacer caso a lo que diga. Veréis entonces lo bien que estaréis conmigo. Yo soy un tipo estupendo. Tengo sentido del humor y me gusta la juerga, pero el orden tiene que existir, os lo advierto!

EUGENIO.— Ahora sí que lo tenemos crudo.

EDEK.— Señor Eugenio, no sea usted mal educado y…, mejor que me quite los zapatos…

EUGENIO.— Yo cedo ante la violencia, pero por dentro le seguiré despreciando.

EDEK.— Desprécieme como le dé la gana, pero ahora quíteme los zapatos. ¡Rapidito! ¡Muévase!

(EUGENIO se arrodilla delante de él y le quita los zapatos)

STOMIL.— Yo había pensado que lo interhumano nos dominaba y que por eso lo humano se vengaba, matándonos. Pero ahora veo que simplemente es Edek.

ELEONOR.— Quizá no nos vaya tan mal con él. Verás como no tendrá nada en contra de tu dieta.

EUGENIO.— (Con los zapatos en la mano) ¿Tengo que limpiarlos?

EDEK.— Quédese con ellos. Yo ahora me cambio y ya. (Se pone de pie, le quita la chaqueta a Arturo, se la pone y se coloca ante el espejo) Me está un poco estrecha, pero se puede aguantar.

STOMIL.— ¡Vámonos, Eleonor! ¡Ya no somos más que una pobre y vieja pareja de padres!

EDEK.— No os vayáis lejos y esperad hasta que os llame.

ELEONOR.— ¿Vienes con nosotros, Ala?

ALA.— ¡Voy! Él me quiso y eso no me lo puede quitar nadie.

STOMIL.— (Para sí) Vamos a suponer que eso era amor.

ALA.— ¿Has dicho algo, papá?

STOMIL.— ¿Yo? En absoluto.

(ELEONOR y STOMIL salen cogidos de la mano. ALA les sigue. EDEK se acicala delante del espejo, hace varios gestos, y toma diferentes posturas, sacando la mandíbula, haciendo muecas y poniéndose en jarras. EUGENIO va de un lado para otro llevando los zapatos de EDEK y se para delante de ARTURO)

EUGENIO.— Tengo la impresión, Arturo, de que ya nadie te necesita.

(Se queda pensativo. EDEK sale y vuelve enseguida con un magnetófono. Coloca el Aparato en la mesa. Empieza a sonar fuerte y agudo el tango "La Cumparsita". Tiene que tratarse de ese tango y de ningún otro)

EDEK.— Qué, señor Eugenio, ¿echamos un bailecito?

EUGENIO.— ¿Yo, con usted? Ah, ¿sabe qué?, ¿Por qué no?

(EUGENIO coloca los zapatos al lado de ARTURO, EDEK le coge del brazo. Se preparan para bailar, esperando el compás. EDEK conduce. Bailan. EUGENIO tiene todavía el clavel rojo en el ojal. EDEK tiene puesta la chaqueta de ARTURO, que le está muy estrecha y sus manos grandes sobresalen de las mangas. Ha cogido a EUGENIO por la cintura. Bailan las posturas clásicas del tango, con todas las figuras, como una exhibición, hasta que cae el telón. Se sigue oyendo "La Cumparsita". Cuando se enciende la luz de la sala del público se oye la melodía en los altavoces de la sala y continúa en todo el teatro)

Ir a la siguiente página

Report Page