Taj

Taj


Nota del autor

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NOTA DEL AUTOR

Un brumoso amanecer recorrí cada centímetro cuadrado del Taj Mahal escuchando mis propias pisadas sobre el mármol. Hipnotizado por esa flauta mágica que susurra en el viejo Indostán, años después regresé a Agra para repetir la experiencia y me prometí que algún día escribiría esta novela.

Hace unos meses sentí que había llegado el momento. Estaba viviendo en Londres y podía convertirme en la rata principal de la Biblioteca Británica y bucear en la Sala de Estudios Asiáticos donde se custodian los escasos tratados sobre la construcción del mausoleo publicados por las imprentas de Delhi.

En sus páginas encontré historias fascinantes, pero también me di cuenta de que en todas ellas faltaba algo. Así como había innumerables crónicas de la familia imperial, las intrigas que inundaron la corte mogola y la conmovedora historia de amor de la que brotó el Taj, no se decía casi nada acerca de los veinte mil obreros que se dejaron la piel durante años para construirlo, encaramados a los elefantes que arrastraban las piedras o jugándose la vida sobre precarios andamios de bambú; y —lo que es aún más sorprendente— tampoco se hablaba apenas de los cientos de maestros artesanos que aunaron su arte para convertirlo en el edificio más bello nunca visto. Ni siquiera los manuscritos persas carcomidos por las hormigas blancas contenían referencias a ellos, salvo un lacónico listado con cuarenta nombres y salarios de los distintos responsables de obra.

Fue entonces cuando decidí recopilar hasta el último detalle existente (tanto en los antiguos textos como en las abundantes miniaturas pictóricas de la época) y escribir sobre uno de aquellos héroes anónimos, narrar la épica construcción de la tumba luminosa desde la inmediatez de los cimientos embarrados y no desde la distancia del resplandeciente balcón real con la que hasta ahora se había contado. Por ello, este puñado de páginas está dedicado a la memoria de todos y cada uno de los trabajadores que vivieron, sufrieron y, muchos, murieron para levantarla.

Confío saldar de forma honrosa esa deuda pendiente con aquellos —reyes y plebeyos— que mostraron a la Humanidad que, cuando actuamos juntos y guiados por el amor en cualquiera de sus formas, somos capaces de alcanzar cualquier desafío.

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