Sushi

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—No —intervino Mochizuki—. Primero busquemos a las víctimas. El australiano.

—Ángel —anunció Stephany.

Hombre

Australiano

Edad: 30-35 Problemática: psiquiátrica.

Ángel es un hombre culto, inteligente y está hecho un lío. A menudo habla de ángeles, de ahí su nombre. Es realizador de películas y se confunde con los personajes que él mismo crea.

Probablemente esté muy enfermo (¿esquizofrenia?), y necesita urgentemente asistencia profesional y/o medicación.

Hay algunos temas que aparecen de forma recurrente en sus conversaciones: látigos, James Joyce, el pelo de las mujeres norteamericanas…

Directrices para el consejero:

Intentar convencer a Angel de la conveniencia de un tratamiento psiquiátrico y darle el teléfono de la línea de visitas. No entrar en sus fantasías. Decirle que dispone de un cuarto de hora y avisarle cuando haya pasado su tiempo. Reiterarle que se tiene la impresión de que está enfermo y que necesita ayuda.

—Es él —comentó Fowell—, ¡nuestro Maxwell!

—Lea el de Goethe —pidió Mochizuki levantando la vista de sus notas.

Hombre Alemán

Edad: 30-45 Problemática: ¿soledad?

A Goethe se le ha puesto este sobrenombre por su idealismo romántico. Vino a Japón porque pensaba que aquí encontraría un «mundo más puro». A veces pasa semanas convencido de que efectivamente es así. En esos momentos se deja llevar por pensamientos calenturientos y fantásticos sobre la belleza y el «carácter sereno» de, por ejemplo, la mujer japonesa. Cuando esa idea maníaca pasa, cae en un estado de pesimismo sobre el «mundo en general». Goethe se esfuerza por integrarse socialmente. Entre otras cosas trabaja en el Instituto Goethe y hace alguna actividad relacionada con el teatro. Afirma que «no lo aceptan ni comprenden en ningún sitio». Visita con asiduidad clubes de amistad para extranjeros en Japón sin encontrar realmente ningún amigo o amiga.

Instrucciones para el consejero:

No queda claro que los problemas de Goethe sean de una naturaleza que requiera terapia. Es probable que una serie de cinco a diez visitas le hiciesen mucho bien, porque llama con frecuencia. Hablarle de ello. Dado que no está totalmente claro el motivo por el que llama, limitar su tiempo a diez minutos. Puede llamar una vez a este servicio, y si decide hacerla menos veces podrá estar un poco más de tiempo en la línea. (Para consultar las últimas decisiones a este efecto véase el acta de la reunión de los consultantes habituales que está en el cajón).

—¡Bingo! Y ahora Hercule —dijo Mochizuki.

Stephany buscó por un instante en la lista.

Hombre

Bélgica

Edad: 30-35 Problemática: pornografía.

Se le ha puesto Hercule por Hercule Poirot, ya que es belga y le gustan las historias de detectives. Es un adicto a las películas pornográficas, durante las cuales se masturba. A veces llega a ver hasta seis películas en una noche, según afirma, después de lo cual siempre se avergüenza por ello. Las películas que lo excitan son cada vez más violentas.

Es probable que también esté dentro del negocio de los vídeos.

Instrucciones para el consejero:

Hacerle ver que no se le desaprueba por su problema. No entrar en detalles pornográficos.

—¡Ah! —exclamó Bertus, asombrado.

—Ahora el hombre de Filipinas —señaló Mochizuki.

Stephany se lo quedó mirando y a continuación siguió leyendo.

Imelda

Hombre

Filipino

Edad: ?

Problemática: depresión.

Imelda habla a menudo de la «avaricia del ser humano». Suele dar ejemplos de ello, entre otros el de Imelda Marcos, la esposa del expresidente de Filipinas, que poseía más de un millar de pares de zapatos. También la evidente riqueza de Tokio le inspira profundos temores. Él mismo vive con una gran sencillez, asegura, e intenta comer lo menos posible.

Da impresión de extenuación.

Podría ser un religioso; sabe mucho sobre técnicas psicoterapéuticas.

Instrucciones para el consejero:

Darle entre un cuarto de hora y veinte minutos. Informarle sobre nuestra oferta de terapia y sobre los buenos servicios de asistencia de que dispone la Iglesia Católica filipina.

—¡Ah!, ése es el padre Adel —apuntó Bertus.

—Sí, por supuesto —convino Mochizuki, en inglés—. Ahora, el suizo.

La mirada de Stephany se deslizó por la lista.

Picasso

Hombre

Suizo

Edad: 35-45 Problemática: sexo.

A Picasso se le llamó así porque casi siempre empieza la conversación con un comentario sobre pintura. A continuación asegura que si pudiera pintar se acabarían todos sus problemas. Cuando se le pregunta por la naturaleza de esos problemas se vuelve evasivo y habla en términos generales. Al parecer tienen relación con su sexualidad. A menudo se refiere a la «sensibilidad y la capacidad artística de los homosexuales». También le ha preguntado a algún consejero si éste pensaba que todo el mundo era bisexual.

Trabaja en algo relacionado con la seguridad.

Instrucciones para el consejero:

Darle a Picasso diez minutos por servicio. Intentar que describa lo máximo posible sus problemas, sobre los que él probablemente se avergüenza. Hacerle saber que no se lo repudiará si confiesa sus sentimientos bisexuales u homosexuales. Hablarle de la posibilidad de una terapia. No entrar en cuestiones personales. A menudo pregunta sobre la orientación sexual del consejero. Responder que eso no viene a cuento.

—Marcus Bopp —dijeron varias voces al unísono.

—Veamos Rembrandt.

Hombre

¿Holandés?

Edad: 25-30 Problemática: soledad.

Le hemos puesto Rembrandt porque lo más probable es que sea holandés.

Los problemas de Rembrandt son vagos, pero de una índole que hace que sienta la necesidad de llamarnos casi cada tarde. Parece tener sus asuntos en orden: estudia (japonés), tiene un empleo.

Directrices para el instructor:

Darle veinte minutos. A Rembrandt le gusta hablar sobre sus experiencias con los japoneses. Siente especial atracción por las mujeres japonesas. Hacerle ver que podría hablar durante una hora si no llamara con tanta frecuencia. Intentar dejarlo hablar sobre su soledad y sobre su situación. A veces cae en generalidades.

—Ése es Mechanicus —afirmó Bertus.

—Sí —coincidió Mochizuki—, y dentro de un momento descubriremos también por qué Parker tenía una caja de calcetines en su armario.

—Calcetines —dijo Stephany.

Hombre

Estados Unidos Edad: 35-45 Problemática: ¿sexo?

Cuando Calcetines escucha a un hombre al otro lado de la línea se muestra dispuesto a hablar. Cuando le contesta una mujer, jadea. Siempre cuenta la misma historia: una fantasía pornográfica sobre muchachas demudas que sólo llevan calcetines. Se avergüenza por su obsesión y asegura que querría acabar con lo de las llamadas con jadeos. Calcetines asegura que se exhibe abiertamente delante de niñas.

Calcetines es director de una academia de inglés. Nadie sabe qué características tiene.

Directrices para el consejero:

No desaprobarlo y tantear las posibilidades de ayuda. Con él se debe ser muy concreto. No entrar en detalles con respecto a sus fantasías.

—El Cisne seductor —pidió Mochizuki, en tono apremiante.

—Cisne seductor —leyó Stephany.

Mujer Polaca

Edad: 30-35

Problemática: soledad, problemas de adaptación cultural.

Se le puso este nombre por su fuerte inclinación a intentar trabar amistad con los consejeros. Apenas tiene amigos y sus conocimientos de idiomas son deficientes. Pinta y dibuja, y de vez en cuando expone sus obras. En ocasiones llama cuando está bebida (bebe mucho, también cuando está sola), y entonces se vuelve aduladora e invitadora con el consejero, tanto si éste es hombre como si es mujer.

Directrices para el consejero:

Hacerle ver que llama con demasiada frecuencia. Eso es indicativo de que las cosas no le van demasiado bien. Intentar convencerla de que es ella quien debe cambiar su situación, porque nadie puede hacerlo en su lugar. No aceptar invitaciones para ir a ver sus exposiciones d para salir a tomar algo a un bar…

—Pobre Irina —murmuró Silva.

Stephany calló. En medio de la gran mesa el magnetófono emitía una especie de zumbido rítmico. Cinco policías miraban al frente, se frotaban la cara, cerraban los ojos con expresión de incredulidad.

—Lo tenemos —sentenció Bettina Welt. Stephany deslizó lentamente el montón de expedientes hacia el centro de la mesa de tablero de formica color marrón. Watanabe se levantó y apagó el magnetófono. Mochizuki se incorporó y tiró hacia arriba de sus pantalones. Bertus Hogenelst se aclaró la garganta. Tenía los ojos empañados por las lágrimas. Jack Fowell golpeó la mesa con el puño y después se dio con la palma en la mejilla derecha. Stephany lloraba en silencio. Bettina Welt se acercó a ella para consolarla.

—Casi lo tenemos —puntualizó.

—Ésas eran nuestras víctimas —afirmó Mochizuki, tajante—. También hay una víctima desconocida con sida. ¿Cuántas personas de esa lista padecían sida, Dan-san?

Stephany contó.

—Tres dicen tener el sida: Cartón, Manojo de nervios y Hombre del tiempo. Sólo en el caso de Cartón estamos seguros de que no se trata de sidafobia; nos envió los resultados de los análisis.

—¿Dónde viven esas personas?

—No lo sabemos.

—Entonces hemos de buscar a las víctimas potenciales. Señora Dan, ¿podría leernos el resto de la lista?

—Mono —empezó Stephany con voz temblorosa.

Mono

China

Edad: 25-30 Problemática: sida.

Mono asegura que tiene el sida, a pesar de que no mantiene ni ha mantenido relaciones sexuales. Cree que puede haberse contagiado por un perro, un gato, una rata, etcétera. Le tiene especialmente pánico a los monos porque ha oído en algún lugar que el sida ha pasado al hombre a través de estos animales. Mono es una muchacha muy infantil, y a pesar de que ya le hemos contado en numerosas ocasiones lo que sabemos acerca del sida, ese miedo sigue condicionando su vida. Tiene síntomas patológicos.

Se hace la prueba del sida de forma regular, con resultados siempre negativos.

Directrices para el consejero:

Recalcar que es importante contar con la información correcta. Decirle que no tiene que creer en lo que lee en revistas sensacionalistas. Remitirla a farmacias y hospitales donde pueden transmitirle la información en chino (véase lista).

—Ahora sólo los datos más importantes, por favor —pidió Mochizuki—. A los japoneses podemos excluirlos, y también a las personas que no padecen depresión.

Stephany resumió:

Beethoven / Mujer / Alemania / ? / Soledad

Cowboy / Hombre / Inglaterra / 40-45 / Psiquiátrico

Flipper / Mujer / ? / 35-30 / Soledad

Liz Taylor / Mujer / Estados Unidos / 45-55 / Depresión suicidio

Napoleón / Hombre / ? / ? / Psiquiátrico

Yuki…

—Ésa es japonesa —señaló rápidamente Mochizuki.

—La he oído hablar —comentó Bertus.

Mochizuki asintió brevemente. Tras reflexionar por un instante, añadió:

—No podemos perder más tiempo. Una de estas personas está en peligro. No sabemos dónde viven, por lo que no podemos hacer que las sigan. Continuaremos con la reunión en el hotel. Salgan todos; llamaré a varios taxis. Dan-san, ¿se siente en condiciones de acompañarnos?

Stephany Dan asintió.

—Para dejarlo claro una vez más —resumió Mochizuki en cuanto estuvieron de vuelta en el hotel—, su Calcetines es nuestro Jacob Parker, su Picasso es nuestro Marcus Bopp, su Goethe es nuestro Ian Wackwitz, su Cisne seductor es nuestra Irina Skoynich, su Rembrandt es nuestro Hendrik Mechanicus, su Hercule es nuestro Hughes De Keuninck, su Imelda es nuestro padre Arturo Adel, su Angel es nuestro Larry Maxwell y, finalmente, su Marc’O Polo es nuestro Marco Polo.

»Ahora fíjense: entre los consultantes habituales restantes hay víctimas potenciales de nuestro asesino, que posiblemente sea un consejero y muy probablemente se trate de un varón cuyo sobrenombre empieza por I. Es probable que los consultantes habituales se encuentren con consejeros distintos al teléfono, pero cuando nuestro asesino responde a la llamada de un consultante habitual lo atrae hacia él de una u otra forma. Tenemos siete sospechosos:

»Radi Komas Hideo Nare Boris Norg Shikil Mohammed Vladimir Seki Frank Laing David Mayflower Sobrenombre: Inder Sobrenombre: Idi Sobrenombre: Igmar Sobrenombre: Irdin Sobrenombre: Iwan Sobrenombre: Iman Sobrenombre: Isaac India Finlandia Dinamarca Pakistán Rusia Venezuela Israel

»Hideo Nøre, Boris Norg, Vladimir Seki y David Mayflower son rubios —prosiguió—. Frank Laing se ha rapado. —Llegado a este punto Mochizuki hizo una pausa y le preguntó a Stephany—: ¿Desde cuándo?

Stephany se sobresaltó, reflexionó por unos instantes y dijo:

—Un par de semanas.

—Antes de eso, ¿era rubio?

—Canoso.

—Lo incluiremos en la lista —se apresuró a decir Mochizuki—. Suponiendo que el asesino no lleve peluca al cometer sus crímenes, el número de sospechosos queda reducido a cinco. Ninguno de ellos ha ido a Help vestido con una chaqueta negra de cuero u otras prendas de piel. Ni siquiera ha ido vestido alguna vez enteramente de negro. En las fotos no podemos distinguir si el asesino es gordo o flaco, alto o bajo. No sabemos dónde viven los consultantes habituales, de modo que no podemos protegerlos.

El sol brillaba implacablemente a través de los grandes ventanales de la sala de reuniones, pero aún así hacía frío. Las mujeres llevaban chales finos; los hombres, chaqueta. El equipo de aire acondicionado zumbaba, cada vez que alguien tomaba un sorbo de agua se oían los cubitos de hielo chocar contra el cristal. El mantel era de un blanco brillante y estaba perfectamente almidonado. Debajo había un grueso muletón en el que los bordes de los vasos, tazas y platos dejaban profundas marcas circulares. Los miembros del equipo internacional estaban echados hacia atrás en sus sillas marrones con tapizado de piel de imitación. Algunos se inclinaban de vez en cuando sobre la mesa para mirar algo en sus papeles. Parecían cansados.

—La pregunta es qué tenemos que hacer ahora —anunció Mochizuki.

—En esta etapa no debemos arrestar ni interrogar —señaló Bertus con voz ronca.

Hubo gestos de asentimiento y de negación.

—Tenemos que escuchar las charlas con sus clientes —dijo Robynne.

—Exacto, Green-san —convino Mochizuki a través de Watanabe.

—Llámame Robynne —le dijo ella con un suspiro.

Zhiqiang Li soltó una breve y sonora carcajada. Watanabe le dirigió una mirada de reprobación.

—¿Podría arreglarlo con la señora Molly Tender? —le preguntó Mochizuki a Robynne, que asintió y se puso en pie.

—¿Estáis todos de acuerdo con esta línea de trabajo? —inquirió mirando alrededor mientras apoyaba las largas manos sobre la mesa.

—Sí —respondieron siete voces.

Robynne salió de la sala. Los fumadores se fueron al pasillo. Zhiqiang Li, Yvonne Lacoste y Yukiko Inoue fueron a sentarse juntas y se enzarzaron en una agitada conversación. Fowell, que se hallaba junto a ellas, fue totalmente ignorado.

Robynne entró seguida de los fumadores. Se dirigió a Yvonne Lacoste, que interrumpió su charla y rebuscó entre sus papeles. Repartió un formulario de color azul.

—Son declaraciones de confidencialidad de Help —explicó—. ¿Podéis firmar una cada uno?

—Aquí están los horarios de los seis consejeros —anunció Robynne—: Inder, la próxima semana, el martes, de seis a doce de la noche; Iman, la próxima semana, el lunes, de doce a seis de la mañana; Irdin, mañana de diez a dos de la tarde; Isaac, mañana, de seis a diez de la mañana; Idi, pasado mañana, de diez a dos de la tarde; Igmar, el martes, dentro de dos semanas, de seis a doce de la noche; Iwan, pasado mañana, de doce a seis de la mañana.

—¿Quiere usted repartir las tareas, señor Mochizuki?

—Sí —repuso Mochizuki, que hasta ese momento había estado escribiendo—. Inder: Valenti-san. Iman: Green-san. Isaac: Silva-san. Igmar: Welt-san. Iwan: Fowell-san. —Se levantó y se encaminó hacia la puerta.

—Bueno, era de suponer —se quejó Bettina. Mochizuki se volvió y le dirigió una mirada inexpresiva. A continuación salió de la habitación.

Arschloch —masculló Bettina. Watanabe la miró alarmado. Zhiqiang Li se echó a reír.

—La reunión se interrumpe hasta mañana por la mañana —anunció Silva—. Yo no estaré, tengo que ir a escuchar a Isaac. Esperemos que intente persuadir a Napoleón de ir a desayunar juntos a un café.

—Mochizuki quiere pillarlo con las manos en la masa, y en eso estoy de acuerdo con él —señaló Robynne Green—. De ese modo se reducen las posibilidades de que un abogado astuto pueda conseguir que lo dejen en libertad.

8 DE SEPTIEMBRE

Tengo que ir a acostarme o de lo contrario me volveré loca de tanto cavilar. La tensión es terrible. Creo que todos los miembros del equipo se van a pasar la noche triturando, mezclando y amasando como si fuesen máquinas para hacer pan. Estamos muy cerca del desenlace. Esta noche nos hemos quedado trabajando hasta las doce. Me duele todo y tengo una sensación de resaca, como si hubiese bebido. El asesino está cada vez más cerca, pero sigue envuelto en la bruma, sin contorno. Resulta fantasmagórico. Mi cabeza está llena de imágenes inútiles: la estufa de Croo, el chal de Irina, la cabeza seductora de Robynne, multitudes cruzando los pasos cebra, piedrecitas brillantes en las escaleras del metro… ¡Qué calamidad!

Para colmo de desgracias, acaba de producirse un temblor de tierra. El teléfono se ha caído del escritorio. Me he llevado un susto de muerte; tengo los nervios de punta.

Esta tarde he salido a pasear un rato. He comprado unas libretas preciosas de Atom Boy y otros artículos de Animal Backstyle. En la misma calle hay una tienda con cosas para niños: bolsas, vasos, camisetas…, todo de color rosa y con el ridículo dibujo de un gato: My Kitty.

En la tele no dan más que programas sobre Lady Di. En la emisora de radio de Far East Network había unos señores discutiendo sobre la utilidad de las tarjetas de visita en forma de pegatinas que pueden hacerse en las máquinas automáticas. Se llaman Nana Club, y fueron creadas por el mismo grupo de empresas que lanzaron el Print Club. He visto una entrevista con el fundador de esa empresa, un hombre que rebosaba sentimentalismo. Conmovido por su propia bondad, contaba que tanto el Print Club como el Nana Club habían sido ideados por los trabajadores. No me dio la impresión de que los trabajadores en cuestión hubiesen mejorado su situación económica a raíz de ello; se trataba más bien de una cuestión de honor.

¡Vaya! Otra serie de pequeñas sacudidas sísmicas. Parece como si la tierra compartiera nuestra agitación.

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