Supernova

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Capítulo 36

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No planearon por mucho tiempo, aunque por la serenidad y la fuerza en los ojos de Ace, Nova creía que podría haberlos mantenidos suspendidos en el aire durante un año si lo quisiera. No estaba cansado. No estaba inseguro.

Leroy guiaba a Ace y su tiempo en la ingravidez después de abandonar la arena fue demasiado corto. Nova todavía no estaba lista para enfrentar lo que vendría luego.

Seguía impresionada por lo que había descubierto. Su cerebro no dejaba de reproducir esos últimos momentos en la arena una y otra vez. El Centinela era Adrian. Adrian era el Centinela.

Nova comprendió una serie de situaciones en una rápida sucesión. La asombrosa habilidad del Centinela de ganar nuevos poderes cada vez que se enfrentaban. Adrian pensando que podría usar tatuajes para incrementar sus propias habilidades. Cómo el Centinela siempre parecía estar cerca de ella y su equipo. Cómo nunca los había visto a los dos en el mismo lugar, al mismo tiempo. Cómo el Centinela parecía un homicida cuando la encontró sobre el cuerpo inconsciente de Max. Cómo la había rescatado mientras la Biblioteca de Cloven Cross se incendiaba a su alrededor.

Adrian. El Centinela.

El Centinela. Adrian.

Se sentía como la tonta más grande de la historia por no haberlo notado antes.

Adrian Everhart, quien había arreglado su brazalete y había llevado a la vida su sueño de la infancia. Quien hizo posible que tuviera una noche en la que pudo dormir, por primera vez se sentía segura y protegida.

Él era su enemigo. Quien había estado detrás de ella todo este tiempo. Él fue quien había capturado a Ace. Adrian. Su estómago se tensó y se revolvió cada vez más hasta que Nova estuvo segura de que podría vomitar.

El bloque cambió de trayectoria y Ace los hizo descender en el terreno que Leroy le había señalado.

Nova contuvo la bilis amarga que había llenado su boca. No pensaría en ello. En Adrian. En el Centinela. En Winston. Ni en Callum. No pensaría en los que habían muerto ni en los cientos de Renegados que ahora no tenían poderes.

Ni en el hecho de que hasta los Anarquistas le habían mentido.

Había hecho lo que se había propuesto lograr ese día y se permitiría un momento para sentirse orgullosa. Aunque había esperado que hubiera muchísima menos devastación, en ambas partes, lo hecho, hecho estaba y ya no se podía volver atrás. Intentó encontrar consuelo en saber que los Anarquistas estaban juntos otra vez. Ace tenía su casco. Los Renegados ya no podían amenazarlos con el Agente N.

Las cosas no eran como ella había esperado, pero por lo menos, no había fallado.

Este era un buen día.

Ace los había hecho descender en la calle afuera de la casa de empeño de Dave. Un hombre que fumaba un cigarrillo cerca del callejón lateral se puso de pie y miró boquiabierto al variado grupo, con enteros enlodados, prendas cubiertas de sangre, Ace y su casco. La boca del hombre estaba abierta de par en par mientras el cigarrillo se consumía, olvidado, en sus dedos.

Ace hizo un gesto y el cigarrillo cayó al suelo, se extinguió en un charquito de agua estancada debajo del farol más cercano.

El hombre soltó un alarido, tembloroso y aterrorizado, luego se volteó y corrió. Pronto, el sonido de sus pasos corriendo por el callejón era el único ruido que podían escuchar. Eso y el zumbido eléctrico del cartel de cerrado fluorescente en la ventana de la casa de empeño.

Uno de los Rechazados se aclaró la garganta y dijo en voz baja.

—Bueno, ese era Dave.

Nadie habló por un largo rato. Nadie avanzó hacia la tienda. Todos parecían estar esperando a que Ace hiciera el primer movimiento. Pero cuando Nova se atrevió a mirar a Ace, pudo ver el asco en sus ojos detrás del casco.

Finalmente, Leroy explicó.

—En el subsuelo, hay espacio para todos. No es mucho, pero…

—No nos quedaremos aquí —dijo Ace—. No nos harán escondernos como ratas otra vez. Esta vez, no.

Ace alzó su mano y la puerta enrejada de la casa de empeño voló hacia ellos, partió las bisagras, destruyó la cerradura y los tornillos. Sonó una campana, pero fue rápidamente silenciada cuando la puerta aterrizó con fuerza sobre la acera.

El sonido fue tan estremecedor e inesperado que todo el grupo se sobresaltó, con excepción de Ace, quien atravesó la apertura como si nada hubiera pasado.

—¿Hay más aliados aquí? —preguntó observando los estantes con aparatos electrónicos, electrodomésticos y las vitrinas con bisutería—. Infórmenles que hemos llegado, es hora de irnos.

Uno de los Rechazados comenzó a dirigirse hacia la habitación trasera, pero fue innecesario. Alertados por la conmoción, pasaron meros segundos antes de que Narcissa irrumpiera en la tienda blandiendo una pistola.

Se detuvo en seco cuando los vio y Millie se estrelló contra ella desde atrás. Narcissa apenas pudo sujetarse de un estante. Pronto, todos estaban allí, desparramados alrededor de las vitrinas mirando boquiabiertos a Ace Anarquía. Su uniforme de prisión estaba cubierto de rasgaduras y sangre. Su postura era erguida y su innegable sensación de poder parecía brillar en el aire a su alrededor como si el mundo mismo estuviera electrificado por su presencia.

Ace les permitió que lo miraran fijamente. Les permitió recuperar el aliento y asimilar su regreso. Luego, sin ningún preámbulo dijo:

—Entiendo que han elegido no unirse a la pelea esta noche. Eligieron proteger sus propios intereses en vez de unirse a mis compañeros en su intento de garantizar mi libertad. Eligieron su vida sobre la mía.

Incluso bajo la tenue luz, Nova vio a Narcissa empalidecer. Las expresiones de los Rechazados que se habían mantenido alejados de la arena esa noche brillaron por el miedo.

Nova abrió la boca, lista para salir en su defensa. Ace debería saber que habían ayudado, incluso si no habían peleado. Pero antes de que pudiera decir una palabra, Ace comenzó a reír. Un sonido grave, divertido.

—Ahora son Anarquistas. Como tales, tienen siempre permitido elegir su vida sobre la de los demás. Los felicito y… los perdono.

Nadie se movió. Nadie más se atrevió a reírse o siquiera a lucir aliviado.

—Busquen sus pertenencias y cualquier suministro útil. Tienen dos minutos —él agitó su brazo como si los estuviera ahuyentando.

Ace se volteó y gesticuló hacia un perchero con prendas en una pared lejana. Una larga chaqueta militar se deslizó de su percha y voló hacia él, la acomodó sobre sus hombros y cubrió el enterizo asqueroso. Mientras los botones dorados se abrochaban solos, Ace marchó hacia la calle, como si no pudiera soportar estar rodeado por tanta chatarra mediocre por un segundo más.

Los villanos intercambiaron miradas, sus cuerpos estaban tensos en la habitación ensombrecida. Algunas miradas expresaban regocijo y esperanza. Otras estaban cargadas de dudas y hasta pavor.

Se pusieron a trabajar.

Cuando el grupo descendió desde el cielo por segunda vez, Nova pensó que su destino no era más acogedor que la casa de empeño.

Ace los había llevado al terreno despojado en donde hacía más de diez años se irguió su catedral. En el momento en que sus pies tocaron el suelo, Narcissa, quien se aferraba a una mochila de pertenencias recolectadas precipitadamente, tembló y colapsó contra una columna derribada.

Gran parte del sector noreste de la catedral seguía de pie: la biblioteca, la sala capitular, la capilla principal. Incluso la torre de la campana estaba allí, aunque la mayor parte del techo y de la pared sur había colapsado, por lo que parte de las campanas de bronce gigantes estaba expuesta entre las ruinas de piedra. Aparte de eso, la catedral no era mucho más que una pila de escombros. La nave, el coro y una gran porción de su exquisita arquitectura fue destruida en el cataclismo entre héroes y villanos.

Nova ya podía sentir la desazón de sus compañeros. Puede que la casa de empeño no fuera mucho, pero les había provisto refugio y seguridad. Ace no podía esperar que se quedaran aquí.

De pie frente a las ruinas, el semblante de Ace era completamente distinto mientras observaba la torre del campanario en tanto la tenue luz del atardecer resplandecía en el casco. Nova comenzó a preguntarse si el tío Ace, cuando no estaba duramente golpeado y sufriendo, de hecho, tenía un gusto por lo imponente.

Ace dio un paso hacia adelante, se abrió el camino entre los escombros con un movimiento de sus dedos. Se detuvo a unos pocos pasos de distancia de donde solía estar la entrada principal, donde los creyentes hubieran entrado a la nave a través de un par de grandes puertas de madera con adornos tallados.

—Estoy orgulloso de todos ustedes —dijo enfrentándolos—. Prodigios, el mundo será inspirado por nuestra victoria esta noche.

Leroy alzó una mano en dirección a Nova.

—Nuestra pequeña Pesadilla se merece casi todo el crédito. Planeó todo —le guiñó un ojo—. Todo cambiará ahora. Ya lo verás, Nova. Nada será en vano.

Nova frunció el ceño, recuerdos de la pelea atravesaron sus pensamientos. Callum. Winston. Adrian.

No quería crédito por todo lo que había sucedido y ciertamente no había planeado todo. Al utilizar el Agente N, Leroy y Honey la habían traicionado. Tal vez, su decisión llevó a cierto tipo de victoria, pero Nova no podía evitar sentir que había perdido tanto como lo que había ganado.

Phobia se separó del grupo con su guadaña aferrada a su mano mientras les echaba un vistazo a los edificios de la ciudad más allá del terreno.

—Habrá una deliciosa y exorbitante cantidad de miedo hoy —dijo, su voz se dejó llevar por la brisa nocturna—. Pánico. Desesperación —su capa se agitó cuando estiró su cabeza hacia Ace—. Venganza. No tardarán mucho en venir por nosotros.

—Que vengan —Ace sonaba casi entusiasmado por la idea—. Estaremos listos para enfrentarlos cuando lo hagan. No volveré a caer ante los Renegados —agitó sus dedos en el aire y los escombros temblaron a sus pies. Riachuelos de polvo se deslizaron por los costados de los arcos caídos. Coloridos fragmentos de vitrales resplandecieron bajo la luz del sol poniente.

—Oh, Ace —dijo Honey embelesada.

Nova se sorprendió al percatarse de que Honey estaba llorando. Su máscara de pestañas oscura ya había dejado un rastro sobre sus mejillas. Cayó de rodillas al lado de Ace, tomó su mano y acarició su rostro con ella.

—Es realmente tan bueno tenerte de vuelta. Volver a verte como eras.

Intentó besar los dedos de Ace, pero él alejó su mano de su agarre.

—Ponte de pie —replicó casi bruscamente.

Honey se sorprendió y alzó la mirada, pero Ace ya estaba caminando hacia la base donde solía erguirse la nave. Piedras y bancos desmoronados se dividieron a su paso.

—Eres una reina, Honey Harper —dijo alzando sus manos. La piedra voló hacia arriba y se quedó suspendida en el aire. Un millón de fragmentos de escombros aguardaban.

Narcissa jadeó y se desprendió de la columna cuando esta también comenzó a elevarse. Cuando todo comenzó a elevarse.

Se sentía como si hubiera una amenaza de terremoto debajo de sus pies.

—Nunca debes arrodillarte —continuó Ace—. Ni ante mí. Ni ante nadie. Ninguno de nosotros deberá volver a arrodillarse.

Ace giró en un círculo lentamente, estudiando los pedacitos de ruinas que ahora estaban suspendidos en el aire. Nova recordaba esta mirada de su niñez. Ace siempre había visto el mundo de manera diferente, como una serie de edificios cuyos secretos podía aprender si tan solo se molestara por inspeccionarlos un poco más de cerca.

Su confianza era desarmadora.

Finalmente, volvía a estar completo.

—Amigos míos —dijo, su voz cargada de afecto—. Mi sueño nunca fue ser un rey que actúe como un señor con sus súbditos. Nunca deseé gobernar. Pero la historia me ha mostrado mis errores. Si la arrogancia es el defecto de nuestros enemigos, entonces la apatía fue el mío. No hice suficiente para guiar a la humanidad por el camino hacia la verdadera libertad. Fui demasiado pasivo. Me conformé con dejar que el libre albedrío corriera su curso, permanecí en las sombras mientras otros reclamaban el control. Pero ahora mi destino es claro. Hoy no es el día en el que me convierto en rey —alzó sus manos hacia el cielo despejado—. Hoy es el día en que nos convertimos en dioses.

El sol atravesó la pared de la catedral, sus rayos reposaron sobre Ace haciendo brillar su figura. Era deslumbrante. Dorado e imparable.

Mientras lo observaban, inmóviles, Ace hizo lo que Nova lo había visto hacer antes.

Por una vez, no destruyó.

Creó.

Reconstruyó.

Era como observar un cataclismo a la inversa. Las grandes grietas en los cimientos de la catedral se fusionaron. Las paredes de piedra se volvieron a unir, pieza por pieza. Las columnas de las torres se irguieron como soldados mientras las vigas abovedadas del cielorraso se posicionaron en lo alto. Los fragmentos de vidrio se fundieron entre sí, formaron una galería de ventanas a lo largo de cada pared imponente. Astillas de madera se entretejieron en los bancos de iglesia, en los asientos del coro y en los pasamanos pulidos. No faltaba ni una pieza de la fachada oeste; cada aguja, gárgola, arco gótico y santo observador.

Cuando el rugido de la tierra calló, ya no podían ver a Ace, se había encerrado dentro del opulento edificio. Todos los demás estaban parados fuera de las puertas de la nave, sus decoraciones talladas eran exactamente iguales a lo que Nova recordaba de su niñez: campos de trigo, corderos y serenidad.

Nadie se movió. Los ojos de Nova ardían por el polvo que se había levantado en la reconstrucción, pero apenas se atrevía a parpadear por miedo de que todo fuera una ilusión.

Había escuchado con frecuencia las historias de las desgracias que Ace Anarquía le había ocasionado a la ciudad. En los primeros días de su revolución, hizo colapsar puentes y destruyó vecindarios enteros. Su tío había estado repleto de furia y pasión. Había querido ver a este mundo cruel completamente en llamas.

Pero el casco de Ace también podía ser utilizaron para otros propósitos.

Qué maravilla.

Qué don.

Mientras su corazón galopaba, Nova se dio cuenta de que estaba cubriendo la estrella en su muñeca con una mano. Estaba hecha del mismo material, fue creada por las manos de su padre, al igual que el casco. Sabía que era poderosa, pero ¿podía ser capaz de algo tan milagroso?

Phobia se movió primero. Con la hoja de su guadaña en el aire flotó hacia la gran entrada. Las puertas se abrieron de par en par cuando se acercó, Nova no pudo distinguir si Phobia las había controlado o si había sido Ace.

Nova se puso en movimiento y lo siguió, todavía con la boca medio abierta. Los demás avanzaron a su lado.

No pudo contener la sorpresa cuando entró en la nave. Era precisamente como la recordaba. Se sintió como si fuera la misma niña, angustiada y asustada, que había entrado en este espacio hacía tantos años atrás, justo después de que su vida se desmoronara. A pesar de su dolor, también se había quedado sin aliento en ese entonces. No había sido inmune a la magnificencia que la rodeaba. Cada pequeño detalle de la catedral la asombraba y todavía lo hacía cuando alzaba la vista hacia el cielorraso abovedado.

Solo faltaba una cosa.

Ace.

—¿A dónde fue? —susurró Honey y el temblor en su voz le sugirió a Nova que ninguno de los Anarquistas había visto a Ace hacer una cosa como esta antes.

De repente, el sonido de las campanas hizo eco a su alrededor.

Intercambiaron miradas. Narcissa y muchos de los Rechazados parecían más que un poco indecisos. Un grupo de los reclusos rescatados de Cragmoor permanecían juntos en la puerta, cautelosos y precavidos.

Narcissa estaba tan pálida como las paredes de piedra blanca.

Nova tuvo que recordarse a sí misma que no tenía nada que temer. Al igual que ninguno de ellos. Por lo menos, no de Ace. Y entonces comenzó a caminar hacia la torre de la campana, atravesó un camino que se sentía como caminar sobre un recuerdo olvidado hace tiempo.

Sin saber qué más hacer, los demás la siguieron.

Un número de sus aliados estaban jadeando para cuando llegaron a la cima de las escaleras que subían en espiral por la torre de la campana. Ace estaba de pie sobre una de las ventanas abiertas, estudiaba la ciudad más allá del páramo. Podían ver el Cuartel General de los Renegados asomarse sobre la línea de los edificios.

Las campanas dejaron de sonar.

Era casi como si Ace quisiera que los Renegados subieran a buscarlo. ¿Tenía tantas ganas de otra pelea? Los nervios de Nova estaban agotados. Tenían tantas cosas que discutir y debían hacerlo pronto, antes de que esto avanzara mucho más.

Hoy es el día en el que nos convertimos en dioses.

No.

Nova no quería ser una diosa. Tenía un plan muy diferente en mente, uno que había nacido en su tiempo en la prisión de Cragmoor y uno que ahora se sentía mucho más necesario que antes.

—Ace —comenzó a decir—, sabrán exactamente a dónde fuimos —gesticuló hacia los demás, esperando su apoyo—. ¿Deberíamos hablar sobre qué hacer a partir de ahora? ¿Hacer un plan? —se aclaró la garganta antes de añadir—. Tengo… algunas ideas.

—Siempre has estado llena de ideas, mi pequeña Pesadilla —dijo Ace volteándose hacia ella y sonriéndole—. Te debo tanto. Me has devuelto mi fuerza, mi poder. Has sentado las bases para nuestra victoria final. Nos has procurado la propia arma de los Renegados, garantizando no solo nuestra supervivencia, sino su destrucción.

Ace comenzó a caminar sobre el perímetro de la torre de la campana. Aunque había sido reconstruida hace instantes, las tablas de madera crujieron debajo de sus pies de la misma manera en que lo habían hecho cuando Nova era una niña. La mirada de Ace se detuvo sobre la vista de la ciudad mientras pasaba por cada ventana; ocho en total, cada una con una campana, aunque no tan enorme como las dos campanas gigantes que colgaban en el centro de la torre. El campanario sobre sus cabezas era un laberinto de vigas estructurales, poleas y cuerdas. Nova apenas podía creer que estaba parada en este lugar otra vez, después de tantos años y que pudiera estar tan igual.

—He recibido un gran regalo estos últimos diez años —dijo Ace—. Raramente nos otorgan la oportunidad de reflexionar sobre nuestras derrotas y prepararnos para un nuevo camino. Por eso, siempre estaré agradecido por lo que los Renegados me hicieron. A mí. A nosotros —arrastró sus dedos por el alféizar de piedra de la ventana—. Ahora tengo la claridad de un propósito que antes ignoraba. No estaba preparado para guiar a nuestro mundo hacia la sociedad que imaginaba. Pero eso ha cambiado. Creo en la libertad del hombre para crear su propia vida, tomar sus propias decisiones sin la intervención de un poder superior. Sin la interferencia de leyes arbitrarias. Sin la imposición forzada de los principios de otra persona, todo bajo el pretexto del bien común.

Resopló. Desde que Nova tenía memoria, esa había sido una de las frases más odiadas de Ace. La noción vaga y subjetiva del llamado bien común. Qué significa siquiera, solía preguntarse Ace. ¿Quién podía decidir qué constituía ese bien común y lo que era válido sacrificar en su favor?

—¿Qué es la anarquía sino nuestro derecho de tener nuestros propios pensamientos y manifestarlos? ¿Tener deseos propios y utilizar nuestros recursos para obtenerlos? ¿No tener que vivir con miedo de que todo lo que logramos con trabajo duro nos sea arrebatado en contra de nuestra voluntad? Y sin embargo… —suspiró y su voz se tranquilizó—. Debo reconocer que no está en la naturaleza humana permitir que prevalezca la anarquía. Siempre surge un nuevo orden y reclama poder. En el pasado, permití que otras bandas y sus líderes se convirtieran en ese nuevo orden.

Ace evaluó a los prodigios a su alrededor, muchos de ellos habían peleado a su lado en la arena. Nova se preguntó a cuántos su tío reconoció como miembros de bandas de años atrás.

—Como ya no enfrentábamos persecuciones y aquellos que quería estaban a salvo —su mirada se detuvo brevemente en Nova—, no me molesté en preocuparme por cómo se gobernaba la ciudad o quiénes ganaban y quiénes sufrían como resultado. No deseaba convertirme en parte de la elite gobernante que siempre detesté. No creía que fuera mi lugar elegir a los ganadores y a los perdedores de este mundo, como los tiranos previos habían hecho. Pero debemos tener una visión hacia adelante. Mis amigos. Mis compañeros. Esta vez, tengo una visión.

Ace alzó los brazos.

—Cuando una sociedad colapsa, un nuevo amo se alza para reemplazar al viejo. Esta vez, seremos ese amo. Seremos ese nuevo orden. Si la humanidad está tan determinada a seguir a un rey y a adorar a un dios, entonces seremos esos reyes. Seremos esos dioses —su voz resonó en la torre—. Pero primero, debemos destruir a los Renegados y a todo lo que han construido.

Nova sintió un cosquilleo en la piel. Sabía que debería estar feliz de verlo con tanto espíritu. Esto era lo que ella quería también, se recordó. Un mundo sin Renegados, sin Consejo, sin bandas de villanos. Solo Anarquistas, invencibles ante todo el mundo.

Sin superhéroes que salven el día, la sociedad se corregiría a sí misma. Nadie esperaría caridad ni ser rescatados. La gente aceptaría sus propias responsabilidades. Defendería a sus propias familias. Y cuando alguien maltratara a otro ser humano, su castigo provendría de la misma sociedad y no de un gobierno despistado.

Eso era por lo que ella había luchado.

Pero ya no más. Tenía una visión propia y, por primera vez, no se alineaba con Ace y sus ideales. No completamente.

Y entonces, alzó su voz y simplemente declaró:

No.

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