Supernova

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Capítulo 11

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Aunque habían discutido un plan de contingencia para cuando se descubrieran los secretos de Nova, la chica tenía la esperanza de que nunca tuvieran que implementarlo. Esperaba dejar a los Renegados cuando estuviera lista y no porque finalmente descubrieran quién era.

Ahora no tenía tiempo para lamentarse. Tenía que concentrarse en tomar todas las cosas que necesitaría y en salir de esta casa antes de que llegaran los Renegados.

En su habitación compartida, Honey abrió la ventana y comenzó a gritarle a las abejas: “¡Sean libres, sean libres!” Y las abejas acataron sus órdenes y se dirigieron como una gran nube hacia la ventana, en donde se les unieron las avispas y los avispones del pequeño jardín en la planta baja. Juntos, sobrevolaron la casa del vecino y desaparecieron. Nova no sabía cómo o cuándo lograrían encontrar a su reina otra vez, pero Honey no parecía preocupada mientras tomaba una caja de joyas y una pila de vestidos y los lanzaba en una maleta. No salvó los nidos y las colmenas dispersos por la habitación, pero no importaba. Nova confiaba en Leroy cuando dijo que todo quedaría destruido. Dudaba que siquiera quedaran las cenizas de estas estructuras finas como el papel.

Mientras Honey se concentraba en los cosméticos de su tocador, Nova tomó su bolso que descansaba olvidado en una esquina hacía semanas. Había conservado pocas de sus pertenencias de los túneles del metro, así que no había mucho para empacar. Guardó su traje de Pesadilla, hundió la máscara entre las telas y luego guardó sus estrellas termodirigidas y los misiles de tiniebla modificados, el bolígrafo de fuente con la cámara escondida para dardos, su pistola de ondas de choque y los guantes especialmente diseñados para trepar paredes, la bazuca lanza redes, los binoculares que había tardado meses en perfeccionar…

Pausó y escaneó la habitación, incluso mientras oía el rugido del motor del coche deportivo de Leroy en el callejón trasero.

¿Qué más había allí?

A través de la ventana, vio a Leroy bajándose del coche. Dejó la puerta del conductor abierta para un escape rápido y abrió la pequeña cajuela. Phobia también estaba allí, parado entre las colmenas abandonadas. Si tenía alguna expresión en su rostro, Nova no pudo verla debajo de las sombras de su capucha.

–¡Atrápenlo! –gritó lanzando el bolso.

En realidad, no esperaba que ninguno de los dos se moviera para atraparlo, pero se sorprendió cuando, en el último instante, Phobia agitó su guadaña y enganchó las manijas del bolso en su hoja.

–Aquí tienes, lanza la mía también –dijo Honey lanzando su maleta hacia ella–. Comenzaré a empacar las cosas de química de Leroy.

Nova intentó no pensar en el tiempo que estaba escapándose entre sus dedos. No podrían dejar pasar más de unos pocos minutos antes de reunirse detrás del coche deportivo y estrujar sus pertenencias en el maletero. Nova colocó el casco de Ace dentro del cesto de plástico que contenía los recipientes y las herramientas de medición de Leroy antes de taparlo.

–¿Eso es todo? –preguntó jadeando. Le echó un vistazo a lo que pudo haber sido su hogar.

–Tendrá que serlo –respondió Leroy y tomó un pequeño dispositivo de su bolsillo–. Aprendí este truco de Ingrid. Algunos días la extraño –ajustó un dial que debe haber pertenecido a un simple temporizador con forma de huevo–. ¿Qué dicen? ¿Dos minutos?

Incluso mientras lo decía, sintieron el sonido de sirenas a la distancia que se acercaban.

A Nova se le hundió el estómago. Tal vez los Renegados estaban respondiendo a un robo cercano o a un gatito en un árbol. Pero sabía que era mejor no tener esperanzas.

–Sugiero treinta segundos –dijo Honey deslizándose en el asiento del acompañante y se colocó sobre la consola del centro para hacerle lugar a Nova.

–Treinta segundos serán –dijo Leroy y presionó un botón en el dispositivo detonador.

A Nova se le erizó el cabello de la nuca, estiró la mano para abrir la puerta del vehículo, pero se congeló.

–Un momento, el Talismán de la Vitalidad. Honey, ¿lo tomaste?

La Abeja Reina se inclinó hacia adelante para mirar a Nova por debajo del marco del coche.

–¿Te refieres a ese collar? No, pero, Nova, no hay tiempo…

Nova maldijo y giró hacia la casa.

–¡Vayan sin mí! ¡Los alcanzaré!

–¡Nova! –gritó Leroy, pero lo ignoró mientras corría a toda velocidad hacia la casa. Atravesó la cocina, bordeó la barandilla de la escalera y subió por los escalones por última vez. El lugar entero apestaba a los químicos que Leroy había rociado sobre el suelo y las paredes solo unos minutos atrás. La pequeña bomba en la cocina sería detonada de manera remota desde el dispositivo de Leroy y la explosión causaría una cadena en reacción de químicos precisamente diseñados para incendiarse uno tras otro. Según Leroy, causaría una ola de calor que derretiría la estructura y destruiría todo lo que tocara.

Incluyéndola a ella si no se apuraba.

En la habitación, voló por arriba del fino colchón sobre el suelo y hundió su mano debajo de él. Su puño encerró la cadena y jaló de ella. Se abalanzó sobre la ventana, se asomó justo cuando el coche deportivo amarillo estaba saliendo del callejón hacia la calle.

Con ambas manos en el marco de la ventana, se subió al alféizar y evaluó el pequeño jardín. Apuntaría a los nidos y las colmenas vacías, lo que por lo menos amortiguaría su caída. Con el pendiente encerrado en su mano, evaluó el área y se preparó mentalmente para el salto cuando escuchó golpes abajo. Alguien estaba llamando a la puerta.

Su corazón subió hasta su garganta. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que Leroy había activado el dispositivo? ¿Diez segundos? ¿Doce?

La puerta principal se astilló cuando alguien la abrió con una patada. Podía escuchar pasos pesados en la sala de estar.

–¡Nova! –alguien gritó.

Se quedó si aire.

Adrian.

–¡Nova, soy yo! ¡Tenemos que hablar!

La bomba. Los químicos.

No quedará nada cuando termine.

Le llamó la atención un humo negro en el callejón. Phobia apareció en dónde el vehículo había estado segundos atrás.

Todavía asomada por la ventana, Nova estiró su brazo y le lanzó el Talismán de la Vitalidad. Lo atrapó con sencillez con una de sus manos esqueléticas. Su capucha onduló antes de desaparecer en la nada.

Nova salió a toda velocidad y bajó las escaleras corriendo. Saltó casi todo un tramo y aterrizó en el pasillo de la planta baja con un solo salto.

Adrian se congeló al lado del armario de abrigos, sorprendido.

–Nova…

–Tenemos que irnos –prácticamente gritó, tomó su codo y lo arrastró hacia la puerta. El chico comenzó a resistirse, pero Nova gritó–. ¡Ahora, Adrian! ¡Tenemos que salir de aquí ahora!

Tal vez fue el tono de su voz, o quizás solo había ido allí por ella y no por otro motivo, pero le permitió que lo empujara por la puerta hasta la calle antes de plantar sus pies y envolver una mano en su muñeca.

–¡Nova, detente! Danna volvió y ella… Estoy aquí para…

¡Vamos! –gruñó Nova, jalando de su brazo. Adrian se movió, pero solo le permitió moverlo al otro lado de la calle antes de volver a detenerse.

–¡Nova, detente! –gritó–. ¡Escúchame! Estás…

La explosión los golpeó por detrás y los tumbó sobre el suelo. El cuerpo de Nova rebotó un par de veces contra el concreto y luego terminó de espaldas. Sentía un silbido en sus oídos y todo su cuerpo se sentía como si hubiera sido golpeado por una máquina excavadora. Lo único que podía ver eran borrosos puntitos blancos bloqueando el cielo, mientras una estática ensordecedora rugía entre sus oídos.

No tenía idea de cuánto tiempo yació allí. Cuánto tiempo estuvo incapacitada, sin poder moverse ni pensar, hasta que la realidad de su entorno volvió a cobrar forma lentamente.

La estática disminuyó lo suficiente para darle la bienvenida al estruendo de sirenas y voces gritando. Sus pulmones comenzaron a inhalar aire gradualmente y tenía sabor a sulfuro y cenizas. Cuando su visión se aclaró, solo vio una nube de humo negro cubriendo el vecindario.

Logró posicionar una mano debajo de ella y la utilizó como palanca para despegar su cuerpo del asfalto. Adrian estaba a solo unos metros, ya estaba sentándose y miraba atónico hacia la casa.

O lo que quedaba de la casa, que parecía ser un poco más que el ladrillo exterior y hasta una buena cantidad de eso estaba desparramado en bloques de escombros por la calle. El fuego provenía mayormente de las casas adyacentes. Nova apenas tenía los medios suficientes para estar agradecida de que las dos estuvieran abandonadas.

Volteó su cabeza al mismo tiempo que Adrian quitó su atención de la casa destruida y la miró a ella, seguía boquiabierto, la espalda de su uniforme de Renegado estaba manchada con hollín.

–¿Estás bien? –le preguntó. Sabía que de seguro estaba gritando y, sin embargo, apenas podía escuchar su propia voz.

Él no respondió. Solo la seguía mirando, como si le hubiera hablado en otro idioma.

Luego, para su sorpresa, Adrian se acercó a ella y extendió una mano. Nova exhaló y deslizó su palma en la de él y juntos se pusieron de pie.

–Adrian… Yo…

Sus palabras se interrumpieron cuando los dedos de Adrian se ajustaron alrededor de los de ella. Su otra mano se ocupó del broche de su brazalete. Nova intentó alejarse, incluso mientras el brazalete caía de su muñeca. Adrian lo atrapó y la miró a los ojos, su expresión era de determinación y perturbación.

–¿Qué estás haciendo? Devuélvemelo.

Intentó abalanzarse sobre él, pero su cuerpo no cooperaba completamente y sus movimientos eran demasiado torpes y lentos. Adrian retrocedió y Nova volvió a estirarse hacia el brazalete cuando sintió el frío metal encerrándose sobre su ahora desnuda muñeca.

Una esposa. Del tipo que cubría toda la mano. Una esposa para prodigios.

Para villanos.

Su otra mano estaba doblada detrás de su espalda y en segundos esa mano también quedó aprisionada. Miró sobre su hombro, un veneno subía por su pecho dolorido, pero el enojo se disipó cuando vio a Ruby allí parada y a Oscar no muy lejos. Ambos la miraban con la misma angustia y determinación. Nova estaba esposada y Ruby no podía alejarse de ella lo suficientemente rápido.

–Confisco este brazalete como posible evidencia –dijo Adrian volviendo a llamar su atención hacia él.

–¿Evidencia? –dijo, sorprendida de que su voz siquiera funcionara–. Pero eso es… Lo hizo mi papá. Es lo único que tengo. No puedes… ¡Adrian! ¿Evidencia de qué?

–Evidencia de tus crímenes contra la sociedad y los Renegados –hizo una mueca como si sintiera dolor físico cuando dijo–. Estás arrestada… Pesadilla.

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