Suicidio

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9. Vacío existencial

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VACÍO EXISTENCIAL

La ideación suicida, por lo general, está en estrecha relación con el vacío existencial. Quien está considerando suicidarse ha perdido la esperanza de que algo bueno puede estar por venir, es decir que ha perdido el sentido vital y está experimentando una gran desesperanza. Y por eso quiero platicarte en este capítulo, a profundidad, lo que es y lo que representa el vacío existencial.

Quisiera saber algo de tu vida. Quisiera conocer tu género, tu historia de vida, pues seguramente así podría ayudarte mucho más. Si tan solo conociera tu edad, podría enfocarme con más detalle a tu crisis específica de desarrollo, podría ser más empático. Pero ya que no puedo hacerlo, te hablaré como si tuvieras cualquier edad, te hablaré como lo que eres: un ser humano que sufre, y nada más.

Yo tengo casi cuarenta... No soy un sabio, pero sé algo de lo que es ser niño, adolescente, adulto joven y “señor”. Sé lo que es enamorarse y sufrir después por ello, sé lo que es tener responsabilidades laborales, sé lo que es estar casado y atravesar por crisis matrimoniales, sé lo que es pagar una hipoteca a veinte años para tener un lugar pequeño donde vivir, sé lo que es haber tenido éxito, y también lo que significa haber fracasado en proyectos. Sé cómo se siente el júbilo y la depresión, el amor y la pérdida, la amistad y la traición. Sé lo que es vivir en una ciudad peligrosa, sé lo que es haber sido secuestrado, sé lo que es acompañar a alguien a morir. Todavía no experimento la vejez, no tengo ninguna enfermedad crónica, no he enviudado, no sufrí dolor crónico, no estuve nunca cerca de morir; sin embargo, me he sentido solo y sin rumbo y he sentido deseos de morir. Por todo esto que he vivido, que me marcó y que me ha enseñado, creo que puedo ponerme en tus zapatos para entender cómo se siente ese vacío en tu existencia, ese hueco en el alma que parece no llenarse con nada, que te desconecta de la vida y que te convierte en un muerto en vida.

Pero ¿qué es el vacío existencial? Heidegger (1889-1976) ya había hablado de la falta de sentido vital, definiéndola como anonadamiento, para describir cuando una persona experimenta la nada, y percibe únicamente la inhospitabilidad del mundo. La Asociación Mexicana de Alternativas en Psicología (2009) define el vacío existencial como: “La sensación de falta de sentido en la vida, de tedio, de no saber para qué se vive, lo cual lleva al aislamiento y al deterioro de la relación del individuo con la familia y con la sociedad”. El fundador de la logoterapia, Viktor Frankl (1905-1997), visualiza el vacío existencial como: “La pérdida del sentimiento de que la vida es significativa. La experiencia de una vaciedad íntima, y de un desierto que se alberga dentro de sí. Un sentimiento de vacío interior y de absurdidad de la vida, una incapacidad para sentir a las cosas y a los seres”.

La realidad es que el vacío de la existencia suele relacionarse con frustraciones continuas e incapacidad para concretar propósitos individuales. Esto se debe, en gran medida, a la realización de actividades rutinarias que dejan poco espacio a la creatividad y, sobre todo, a la falta de afecto enriquecedor en las relaciones interpersonales. La falta de sentido vital va de la mano con estados de angustia, momentos de alteración, tensión o ansiedad, sin que haya algo que los provoque. Así, la persona afectada se siente en peligro, está todo el tiempo preocupada y sola, y ha perdido la motivación y el interés por lo que ocurre a su alrededor; además, presenta períodos depresivos y una visión de la vida negativa y catastrófica.

El vacío existencial no es un fenómeno particular; es decir, no solo te ha ocurrido a ti, sino que una buena parte de la población mundial lo experimenta. Ciertamente, “consuelo de muchos es consuelo de tontos”; solo digo que, debido a la gran despersonalización que generan las grandes sociedades actuales, industrializadas y dependientes de la tecnología, el ser humano a menudo experimenta este sentimiento de pérdida del sentido en su vida, en el cual tiene la sensación de que la vida no vale la pena ser vivida. Estamos educados para pensar que lo más importante es producir y vivimos en ciudades donde hay poca identidad individual y donde las manifestaciones culturales y artísticas han perdido valor para ser sustituidas por una mercadotecnia consumista. Nos hemos convertido en autómatas del trabajo. Buscamos tener dinero para comprar artículos que nos permitan pertenecer a una sociedad vacía, donde parecería que nada es suficiente. Vivimos rodeados de gente, pero irónicamente nos sentimos solos.

Este distanciamiento afectivo de las relaciones humanas actuales genera, cada vez más, una desconfianza creciente hacia los demás. El problema mayor es que al no poder confiar en el ser humano, la persona desarrolla la creencia de que tampoco puede confiar en sí misma; y esta idea provoca que se sumerja en una espiral de soledad. En este círculo vicioso de sentimientos y creencias nocivos, a mayor soledad, mayor frustración, mayor desesperanza, mayor desconexión de la vida y, en consecuencia, mayor sensación de incapacidad para enfrentar lo que nos demanda nuestro medio ambiente. Todo esto nos lleva a sentirnos profundamente perdidos. Esto se manifiesta en que la persona ya no busca actuar y realizarse en su día a día, en que deja de anhelar metas y en que no es capaz de percibir la posibilidad de que su vida cotidiana trascenderá hacia sentimientos de gozo y plenitud.

La conformación de un sentido de vida pleno va de la mano con el valor de pertenencia que tenga el individuo con los grupos sociales con los que interactúe, con el planteamiento asertivo de un proyecto de vida y con la significación y satisfacción que experimente en las actividades que realice en su día a día. Pero en una realidad cultural cada vez más plural y competitiva no solo es cada vez más difícil definir un proyecto de vida, sino que cada vez es más complicado llevarlo a cabo. Además, las sociedades modernas, cada vez más individualistas, generan dinámicas sociales impersonales, en las que el contacto humano se desvanece, o, en ocasiones, se anula por completo. Un ejemplo de esto es el uso generalizado del internet (uso del e-mail, los chats y las redes sociales, como Facebook y Twitter). Así que hoy en día, en gran medida, el contacto social se ha convertido en un contacto virtual, que inhibe el contacto físico real entre dos seres humanos. Y es por esto comprensible que el origen del vacío existencial vaya de la mano con una desvinculación del individuo de su medio social. Tal como Durkheim comentó: “Cuando la persona se individualiza más allá de cierto punto, si se separa demasiado de los demás seres o cosas, se encuentra incomunicado de las fuentes mismas de las que normalmente debería alimentarse”. Por lo tanto, una vida sin arraigo social genera una vida sin sentido.

Cada vez es más común que escuche en mi consultorio frases como: “Me siento vacío…”, “Me siento anestesiado…”, “No sé a dónde voy…”, “Tengo muchas cosas que hacer, y a pesar de ello me siento insatisfecho…”, “Me siento profundamente solo…”.

Estas confesiones me han llevado a profundizar en lo que a menudo aflige al ser humano de hoy, y me he dado cuenta de que ese sentimiento de soledad generado por el vacío y la falta de significado en la vida es el lugar de donde surge la ideación suicida. Así es, la soledad provoca que la gente empiece a pensar que la muerte puede ser mejor que la vida; y es esta soledad devastadora la que puede convertirse en nuestra asesina.

Pero en este análisis es importante diferenciar entre sentirse solo y vivir en soledad. Vivir en soledad tiene que ver con la carencia de compañía, que no implica el sentirse solo. Por ejemplo, en este momento estoy escribiendo este capítulo en una terraza de un hotel en Tepoztlán. No hay absolutamente nadie conmigo, pero me siento tranquilo, confiado y disfruto de mi propia compañía. Por otro lado, en otros momentos he estado rodeado de gente, en comidas familiares o reuniones sociales, y me he sentido totalmente solo y sin apoyo. No debemos confundir estar solo, estar sin compañía, con el sentirse solo, sentirse aislado y desamparado.

Mucha gente con la que he trabajado no tolera estar sola, sin compañía, y confunde esto con sentir soledad. El sentimiento de soledad constituye una experiencia básicamente subjetiva, ya que hay personas que pueden sentirse solas aun estando en compañía y personas que estando solas, sin compañía, no sienten la soledad.

Actualmente estoy trabajando con Alfredo, un hombre de 29 años que está enfrentando un proceso de divorcio. Alfredo se mudó del hogar conyugal a un departamento en el momento de la separación. Me reporta que cuando se separó de su mujer —hace unos ocho meses— no toleraba estar solo ni un minuto. Los primeros meses nunca cenaba solo en su nuevo departamento, y procuraba salir a cenar todos los días; salía a bares y buscaba todo el tiempo acostarse con diferentes mujeres, a las cuales no quería volver a ver. Todo esto le generó una sensación de vacío y soledad.

—No tolero estar solo en mi casa… —afirmó cuando le pregunté qué era lo que lo motivaba a buscar este tipo de aventuras.

—¿Tan mala compañía te consideras para ti mismo? —pregunté después de escucharlo un buen rato.

Conforme avanzamos en la terapia, hemos ido desenmascarando el hecho de que él nunca se ha considerado un hombre interesante, divertido o valioso. Siempre ha tenido un bajo concepto de sí mismo, y no se imagina que alguien quiera pasar tiempo con él si no hay sexo de por medio. Riéndose conmigo, descubrió que siente que es mejor estar acompañado por alguien, aunque solo sea por sexo, que sentirse totalmente solo. Gracias al proceso terapéutico, Alfredo se ha dado cuenta de que en verdad no disfruta de estos encuentros sexuales, y de que se han ido convirtiendo en un ciclo vicioso: después de que ocurren se siente más solo, pero como no tolera estar consigo mismo en su departamento, busca más encuentros de este tipo, y así sucesivamente. Alfredo ha sacrificado su autoestima por buscar compañía para, al final, conseguir sentirse cada vez más devaluado y sin sentido vital.

Ciertos factores que influyen de manera importante para que se manifieste en nosotros y nos haga sufrir este angustioso sentimiento de soledad, es que no estemos satisfechos con nosotros mismos, que no nos sintamos valiosos con lo que somos y con lo que hacemos y que no hayamos aprendido a mirarnos y a disfrutarnos.

Hace poco, Alfredo tuvo la tarea terapéutica de viajar solo. “¿Estás loco?” —preguntó cuando se lo sugerí—. “¡Me la voy a pasar deprimido y aburrido esos seis días en la playa!” —argumentó, ante mi insistencia de que intentara disfrutarse a sí mismo y gozara de esta oportunidad. La tarea implicaba no ligarse a nadie y buscar pasarla bien consigo mismo. Así que, finalmente, Alfredo se fue en un VTP a una playa, por seis noches. Cuando regresó estaba asombrado con lo bien que la había pasado. No solo sobrevivió a la soledad del viaje, sino que logró no sentirse solo, y pudo disfrutar de las puestas de sol, de los paseos por la playa y de las noches estrelladas.

Al paso de las sesiones, Alfredo ha ido descubriendo su valía y se ha ido dando cuenta de que es una excelente compañía. Ahora, disfruta de cenar en casa y pasar tardes escuchando música y leyendo en su balcón. Irónicamente, aunque hay varias mujeres interesadas en salir con él, quiere tomarse un tiempo para elaborar el duelo de su matrimonio y para disfrutar más tiempo consigo mismo. El punto importante del caso de Alfredo es el siguiente: el verdadero enemigo no es estar solo, sino el miedo que nos genera la soledad. Estoy convencido que gran parte de la receta para recobrar nuestro sentido vital, y para darle significación a nuestra existencia, es tomar conciencia de que podemos ser una gran compañía para nosotros mismos.

Y hablando de este asunto tan profundo de la soledad, te pido a ti que analices si sientes un vacío existencial: revisa si no le encuentras sentido a tu vida y si, al igual que Alfredo y muchos otros, te sientes profundamente solo. Si es así, necesitas aprender a mirarte y a disfrutar de estar contigo mismo. Solo cuando identifiques y aceptes que eres único e irrepetible, y que eres valioso; solo cuando contactes con tus cualidades y logres realizar actividades que te signifiquen y te hagan sentir satisfecho, descubrirás que estar solo no es tan terrible como pensabas.

Otro factor importante que contribuye a generar un vacío existencial es vivir a través de los demás. Es común, por ejemplo, que a las mamás de tiempo completo les suceda que, después de dedicarse a cuidar de su hogar y a vivir únicamente para sus hijos y su marido, un día abran los ojos y se enfrenten a una gran sensación de vacío y de falta de sentido en su vida. Y esto les sucede cuando descubren que sus hijos ya no las necesitan y que tienen un marido que comparte muy poco tiempo con ellas.

El estudio más profundo en este tema del vacío existencial, o pérdida de ese maravilloso sentimiento de que nuestra vida tiene un significado, fue realizado por el doctor Viktor Frankl, quien en 1963 definió estos síntomas como neurosis noógena o neurosis causada por problemas de tipo espiritual: “conflictos de conciencia, colisión de valores y sensación de carencia de sentido”. De estos problemas se ocupa la logoterapia (escuela vienesa de psicoterapia), que fue creada por este médico eminente a partir de sus experiencias en campos de concentración nazis.

Y nos dice Frankl que la persona llega a manifestar este vacío interior con un aburrimiento de la cotidianidad y con un hastío y pesadumbre de la propia rutina, o bien con sentimientos de angustia o ansiedad ante la necesidad de tapar la soledad con múltiples ocupaciones laborales, familiares y sociales. “Considero el ritmo acelerado de la vida actual como un intento de automedicación, aunque inútil, de la frustración existencial. Cuanto más desconoce el hombre el objetivo de su vida, más trepidante ritmo da a su existencia”, asegura Frankl. Para él, una de las principales razones que generan estos sentimientos es la necesidad actual de la persona de cumplir con las expectativas de la sociedad, sacrificando sus necesidades y deseos.

Y continúa Frankl diciéndonos que el sentido no se puede fabricar: “El sentido de la vida no se da, sino que cada quien debe descubrirlo desde su individualidad irrepetible; por lo tanto, la búsqueda del sentido es la esencia de la existencia”. Y este descubrimiento implica percibir una posibilidad desde el trasfondo de la realidad; es decir, no podemos cambiar la realidad, pero podemos cambiar la percepción que tenemos de ella. Y al percibir nuestra existencia de una manera diferente, en la gran mayoría de los casos, podemos darle un propósito a la misma, o sea que logramos descubrir el sentido de cada situación y captar el aprendizaje que esta nos brinda. No hay situación alguna, por dura que sea, en que la vida no ofrezca una posibilidad de sentido, así como no existe persona a la que la vida no le haya impuesto algún tipo de dolor emocional.

Según Frankl, aunque el hombre está condicionado por factores biológicos, psicológicos y sociales, tiene la posibilidad de ser libre para determinar y elegir qué postura y qué actitud tomará ante estos elementos condicionantes. Es decir que somos libres y responsables para decidir qué hacemos con lo que nos pasa, cómo actuamos ante nuestra realidad de vida, ya que no podemos controlar las circunstancias que nos rodean.

Así es, tenemos que aceptar que a menudo no podemos controlar las circunstancias externas. Es muy común que los pacientes lleguen enojados a terapia porque algo no ha salido como ellos quieren (una relación de pareja, un trabajo, un hijo, el reconocimiento laboral). La realidad es que la vida no siempre sale como uno la planea… Por más esfuerzos que hagamos para controlar las variables de la vida, rara vez el resultado se parece a lo que habíamos esperado. Cada semana, sin exagerar, me llama por lo menos un padre de familia quejándose de su hijo adolescente: “Es que yo quiero que se corte el pelo, porque parece hippie”, “No me parece el novio que escogió, y quisiera que la ayudaras a terminar con él”, “No nos parece que sea músico, quisiéramos para él una carrera más formal”, “Después de tantos años de llevarla al ballet, quiere dejarlo; y queremos una terapia para que se dé cuenta de que está en un error”, “Mi hija se quiere hacer un tatuaje, y quiero que la convenzas de lo contrario”, “Acabamos de descubrir que nuestro hijo es homosexual, y te pedimos que lo ayudes a darse cuenta de que eso está mal”. Cada semana, les explico que no puedo transformar a su hijo y manipularlo para que cumpla con sus expectativas. El que un hijo no sea exactamente como lo imaginamos y como lo deseamos no significa que tenga un problema emocional; al contrario, significa que es único, irrepetible y que necesita encontrar su lugar en el mundo con su propia naturaleza. El arte está en aprender a conciliar la educación de los padres con la total aceptación de la esencia y decisiones de vida de los hijos. No podemos controlarlo todo y a todos para cumplir nuestras propias expectativas, pues depender de que los demás satisfagan nuestras necesidades es limitar la libertad de ellos y la nuestra.

Y respecto a este control que queremos ejercer sobre las personas y circunstancias que nos rodean, quiero resaltar lo que nos sucede a menudo: como las cosas no salen como esperamos, terminamos frustrados, con enojo, con insatisfacción, y a veces hasta con miedo, pues nos sentimos inseguros por no poder llevar el mando; entonces, vivimos preguntándonos el porqué de lo que estamos viviendo. Esta pregunta que brota naturalmente en circunstancias adversas, al final no nos da ninguna respuesta ni nos conduce a ningún lugar, y solo nos lleva a experimentar sentimientos que nos dañan. Entonces, es necesario que la transformemos en otra pregunta profunda y trascendente: ¿para qué?, ¿para qué me está pasando esto...?; pregunta esencial que nos permitirá y ayudará a aceptar que no estamos en control de muchas de las variables a nuestro alrededor, pero que sí podemos elegir libremente una actitud positiva frente a lo que nos sucede, así como aprender de la realidad que no podemos cambiar.

Hace dos años trabajé con Karla, una mamá primeriza cuyo bebé nació ciego. El impacto de la noticia hizo que su vida se volviera por completo disfuncional.

—Yo quería un bebé normal, no un discapacitado —afirmó cuando le pregunté cómo se sentía con respecto a su hijo—. Yo me imaginaba algo totalmente diferente ¿Qué hice mal para merecer esto?

Karla vivía como un castigo el hecho de que su hijo hubiera nacido sin el nervio óptico propiamente desarrollado.

—¿Por qué a mí me tocó vivir esta tragedia? —preguntaba a menudo.

—¿Y por qué no? —le respondí una vez, con firmeza. Karla me miró con recelo—. ¿Por qué tú tenías que ser totalmente invulnerable a que tu hijo tuviera un problema congénito?¿Que tu hijo sea ciego te impide amarlo y aceptarlo?

Durante un proceso terapéutico breve, Karla descubrió que ella, hasta ese punto, había deseado un hijo para que este cumpliera con sus expectativas, y no para amarlo incondicionalmente.

El que Karla buscara la respuesta al ¿por qué? de que hubiera tenido un hijo ciego, solo le había generado resentimientos y sentimientos de vergüenza y desamparo, que no le permitían disfrutar de su maternidad. Cuando empezó a aceptar la realidad y la esencia de su bebé, cuando pudo desviar su mirada hacia el ¿para qué había tenido un hijo ciego?, pudo encontrarle un sentido a lo que estaba viviendo y logró disfrutar plenamente de la experiencia de ser madre.

—Tuve un hijo maravilloso con una discapacidad visual para amarlo profundamente, para aceptarlo tal y como es y para acompañarlo a ver con el corazón lo que no puede ver con los ojos…

Cuando escuché a Karla decir eso, me sentí tan conmovido que lloré con ella. Enfrente de mí estaba una mujer que estaba dispuesta a gozar de su maternidad, aunque esta no fuera como ella la había planeado.

La libertad, entonces, se manifiesta en nuestra lectura de la vida y en nuestra elección de cómo enfrentarla. La felicidad no reside en la perfección o en que la vida nos ofrezca exactamente lo que le hemos pedido, sino en nuestra capacidad de encontrar un sentido, un ¿para qué? constructivo y positivo. Es necesario que tengamos claro que cada situación, por difícil que parezca, nos ofrece algo nuevo y significativo que aprender. Recapitulando, la búsqueda de sentido vital implica tanto la aceptación de nuestra realidad, como el cambio radical de la actitud que hasta ese momento hemos tomado ante ella. Necesitamos aprender a encontrarle un sentido a nuestro dolor, a nuestras pérdidas, al hecho de que la vida no sale siempre como lo esperamos. El gran filósofo Nietzsche tenía razón al decir: “Aquel que tiene un porqué para vivir, pese a la adversidad resistirá, porque se puede enfrentar a todos los cómos”.

Y volviendo a mi plática contigo, todo esto va encaminado a enfocarnos en tu situación actual. Sé que estás viviendo una experiencia de mucho dolor y sufrimiento, al grado de estar considerando el suicidio. Por eso estoy seguro de que, además de sentirte solo, estás experimentando un gran vacío existencial.

¿Y cómo hallamos el sentido en nuestra existencia? Frankl pone un énfasis especial en el tema de los valores, ya que según su teoría: “Son estos los que impulsan al hombre a encontrar el sentido en las diversas situaciones a las que se enfrenta. Los valores llaman la atención y orientan la intención de la persona que los percibe”. Son de tres tipos:

1. Valores de experiencia. Son los que permiten a la persona recibir regalos gratuitos de los otros seres humanos, del mundo, del cosmos y, si es creyente, del Todopoderoso. En su libro El hombre en busca del sentido (1963), Frankl relata que, en ocasiones, el único motor para seguir adelante en los campos de concentración era esperar un bello atardecer. Así, es totalmente válido encontrar un sentido al gozar de ciertas experiencias estéticas, como disfrutar de una obra de arte, de una buena película o de las maravillas naturales. De igual manera, podemos encontrar un sentido en un abrazo de alguien que amamos, o al gozar de la compañía de un buen amigo.

2. Valores de creación. Son aquellos con los que el hombre le responde a la vida, gracias a su propia conducta y actuación, dándose al mundo en forma de trabajo, servicio y ofreciendo a los demás sus actos de amor, de creación o transformación; o sea, es darnos creando. Esto se lleva a cabo mediante los propios proyectos, o mejor dicho, comprometiéndonos de manera responsable con nuestro proyecto de vida. Incluye también brindarle apoyo a un ser querido, hacer algo para mejorar nuestro medio ambiente o sublimar nuestras necesidades y ser generosos con los demás. Dentro de los campos de concentración, Frankl encontraba un sentido vital al apoyar a quienes estaban deprimidos o desesperados, y lo hacía brindándole una escucha activa a quien sufría. Este valor de creación le permitía seguir adelante a pesar de la adversidad.

3. Valores de actitud. Se refieren a la actitud que la persona necesita tomar ante situaciones de tragedia para dar sentido al dolor inevitable que se le presenta, al enfrentar dignamente su sufrimiento. Implican la aceptación de la realidad, para ser capaz de darle un sentido positivo al sufrimiento. Dentro de los valores actitudinales se encuentran la compasión, la valentía y el sentido del humor. Frankl explica que “cuando el hombre se enfrenta a una situación dolorosa que es incapaz de alterar, a través de sus actitudes de valor, autoestima y dignidad se le puede revelar el sentido más profundo”. En su libro, brinda un bello ejemplo de este tipo de búsqueda de sentido vital: un paciente, cuya esposa había muerto en los campos, se sentía triste y desolado. Frankl le preguntó: “¿Si usted hubiera muerto antes que ella, cómo cree que ella se sentiría?”. El paciente contestó que lo más seguro es que hubiera sido muy difícil para ella; entonces, Frankl puntualizó que, al haber muerto ella primero, él la había liberado del gran sufrimiento que ahora él experimentaba. Esta perspectiva diferente de la realidad les dio sentido a la pena y al dolor de este paciente, al darse cuenta de que le había ahorrado a su esposa el gran sufrimiento de su propia muerte.

¿Cuándo, en qué ocasiones y con qué elementos te sentiste interiormente lleno, interesado y fascinado en algún momento de tu vida? Creo que si trabajas para descubrir las cosas y situaciones que te han sido significativas y valiosas, podrás empezar a caminar hacia otros horizontes de salud. Recuerda que el doctor Frankl explicó que “la motivación fundamental del hombre en su existir es la búsqueda y el descubrimiento de un sentido para la propia vida, y son los valores los que lo guiarán hacia la realización apropiada de su ser”.

Por último, los valores experienciales, creativos y actitudinales son necesarios en la búsqueda de una vida con significado; sin embargo, Frankl señala que la manera más poderosa de encontrarle sentido a la existencia es mediante el suprasentido, que es aquel que te impulsa a creer, por medio de la fe, que existe un sentido último en la vida; es decir, que existe un ser supremo que nos dio la vida y nos guía en el camino. El suprasentido implica agradecer al ser supremo todo lo que experimentamos, lo agradable y lo doloroso, ya que todo es parte de un plan divino y perfecto que está diseñado específicamente para cada uno de nosotros. Por lo tanto, Viktor Frankl repudia el suicidio, ya que pone fin a este plan perfecto.

Ahora que estás sufriendo y que te encuentras solo y deprimido, quizá sea un buen momento para buscar lo que puedes aprender de esta situación difícil; para ello debes dejar de culpar a los demás o a ti mismo de lo que estás viviendo, analizar las cosas valiosas que rodean tu vida y preguntarte el ¿para qué? de lo que estás experimentando. De esta manera, estarás eligiendo vivir tu dolor con fortaleza y dignidad, y estarás caminando hacia el descubrimiento de momentos significativos que te impulsen hacia la salud.

Al final, recuerda que no podemos cambiar la realidad, y solo podemos cambiar lo que hacemos con ella.

Y así lo hizo Viktor Frankl: a pesar de haber estado a punto del exterminio, cuando fue liberado y pudo continuar con su camino empezando desde cero, aceptó lo que le había sucedido y afirmó que, después de todo, “la vida es digna de ser vivida”. El ¿para qué? fundamental que realizó con los valores de actitud consistió en lograr transformar todo ese dolor en la creación de una psicoterapia más humanizada, llena de amor y de sentido: la logoterapia. La frase principal que explica y representa toda su teoría logoterapéutica es: “Sí a la vida, a pesar de todo”.

La tesis fundamental de esta terapia de la bondad es: “En cualquier situación en que se encuentre el individuo, lo mismo cuando se está sano, enfermo o cerca de la muerte, la vida ofrece posibilidades de sentido. Y tener un sentido para la vida es un requisito para la salud mental. El sentido es algo personal e intransferible que debe de ser descubierto por cada uno de nosotros, y lo más maravilloso es que nunca es tarde para descubrirlo. El sentido está, existe, y tu tarea es solamente encontrarlo” (Frankl).

No importa cuánto evitemos a la muerte, esta llegará; y llegará como necesite llegar. Sin la existencia de la muerte, la vida no tendría sentido.

La muerte es una realidad que provee de sentido a la vida. Si la vida fuera eterna, si no tuviera un final, las experiencias y las acciones podrían posponerse continuamente; y no habría ninguna consecuencia al dejar los proyectos para después, ya que siempre existiría la oportunidad de realizarlos. De esta forma, si la muerte no existiera, el hombre no sentiría la necesidad de responsabilizarse por sus acciones y por su vida. Por lo tanto, la limitación temporal de la vida humana no es solo una característica esencial de la misma, sino un factor real que le da significado. Vas a morir, es un hecho, pero no es necesario que lo hagas en este momento.

Entonces, la responsabilidad de la vida solo puede entenderse en términos de temporalidad y de unicidad. Cuando una persona comprende y acepta que el día que está viviendo en ese momento es único en la historia del universo, y que además es finito, entonces puede aceptar su responsabilidad al existir ese día. Cuando la persona comprende y acepta que su vida es única y finita, puede responsabilizarse de su conducta.

“La vida no pierde su significado con la muerte, ya que el valor de la existencia no se mide por el tiempo que ha madurado, sino por los frutos que ha conseguido” (Frankl, 1963).

La vida no encuentra su sentido en la aparente perpetuidad de la raza humana, sino en cada momento de la existencia de cada individuo. Cada momento es infinito en el momento en que se convierte en pasado, pues en ese instante es pasado eternamente. Ahí reside su importancia, en que cada momento es eterno, sin importar si es o no recordado... Es eterno, es inmutable. Por eso Frankl insiste en valorar cada momento de vida, sea agradable o doloroso. Cada momento de tu vida, incluso este dolor tan grande que estás viviendo, será eterno, será eternamente perfecto.

Si Frankl pudo encontrar un sentido vital, tú y yo lo podemos conseguir. Si él pudo sobreponerse a una etapa tan crítica y dolorosa, tú y yo lo podemos hacer.

El suicidio es rechazar el plan perfecto, el plan maestro que la vida tiene para ti. ¿Y si mejor intentas encontrar ese ¿para qué? del que habla Frankl? No pierdes nada, y puedes ganar mucho.

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