Storm

Storm


Capítulo 33

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Capítulo 33

Todavía sonreía recordando a nuestro peculiar guía entregándome un regalito a la hora de despedirse de nosotros en el aeropuerto.

—Que sean muy felices, señores Yamamura, y espero que les sea útil mi regalo y que vuelva a verlos algún día.

—Ten por seguro que así será —dijo Jon estrechándole la mano.

En la cafetería del aeropuerto, mientras esperábamos para el embarque, desenvolví el presente para encontrarme con un test de embarazo de esos que te dicen, si te descuidas, hasta el nombre del niño. Nos miramos emocionados.

Prácticamente no hicimos otra cosa en villa Kinder que no fuera comer, dormir, tomar el sol, charlar y follar, justo lo mismo que Adán y Eva en el paraíso. Incluso prescindimos de la ropa, así nos ahorrábamos tener que estar todo el día poniendo y quitando.

—¿Quieres que lo hagamos? —La dulce mirada de Jon me dijo que lo estaba deseando.

—Solo si a ti te apetece. —Lo besé con ternura—. Voy un momento al baño. Estate atento al móvil, a ver si Michael contesta al mensaje.

En la cabaña no había enchufes, así que no pudimos cargar la batería. Dejé a Jon tomando un café, con el teléfono conectado a la corriente. Necesitábamos hablar con sus padres, tener noticias de nuestra pequeña y ver si había noticias de Michael.

Entré en el baño nerviosa, con la misma sensación que la primera vez en Tokio. Esperaba que villa Kinder nos diera suerte y volviéramos con un bebé bajo el ombligo.

Me metí en el pequeño cubículo y esperé los cinco minutos de rigor, rezándole a todos los santos por un positivo. Cuando apareció el mensaje no podía creerlo.

Salí precipitadamente hasta alcanzar la mesa para dejar el cacharrito frente a los ojos de Jon, que no apartaba la vista del móvil.

En él rezaba:

«Embarazada 1-2 semanas»

Y como una semana no había pasado, eso solo podía significar que me había embarazado en Dubái, la noche del Oasis.

—Me parece que villa Kinder ha llegado tarde —suspiré con alegría—. Ya veníamos con premio.

Esperé a que levantara la barbilla para encontrarme una mirada dura y fría, eso era lo último que esperaba encontrar cuando lo mirara.

—¿Qué ocurre? —inquirí sin comprender.

—Eso dímelo tú. —Volteó la pantalla del móvil. Había un mensaje abierto de Petrov.

PETROV

Ya sé lo que quiero, krasivyy.

Te espero en casa y voy a follarte como nunca.

Tú, yo y mi cama, que nos aguarda. Tengo un montón

de juguetes listos para ti.

El fin de semana que viene no traigas ropa, no te va

a hacer falta.

Jon parecía hueco, como si le hubieran arrebatado la alegría de un plumazo.

—¿Es suyo? —preguntó empujando el test. El enfado se prendió en mí como una antorcha.

—¿Cómo osas preguntarme eso? ¡Es tuyo, capullo, de nuestra noche en Dubái! ¡Nunca me he acostado con Petrov! Ese mensaje no significa nada, él es mi jefe.

—¿Y follártelo entra en alguna cláusula del contrato? —Cuando me ponía así era incapaz de controlarme, mi palma estalló en su cara.

—Retira eso ahora mismo. —Jon se levantó.

—¿Y qué quieres que piense? Volvemos a la realidad y todo se tuerce. ¿Qué pensarías tú de un mensaje como este?

—Avanzamos una casilla y frente a cualquier adversidad retrocedemos al punto de partida. ¿Así va a ser siempre?, ¿esa es la confianza que piensas depositar en mí? —Me agarró con fuerza de las muñecas.

—Pues cuéntamelo, háblame para que mis demonios se calmen. No sabes lo que he sentido cuando he leído esas líneas. —Podía imaginarlo. Intenté respirar y relajarme.

—Está bien, vamos a tratar de relajarnos los dos. Petrov lleva tiempo intentando que me acueste con él, pero siempre me he negado. No mezclo trabajo con placer, así que siempre le he ofrecido negativas.

—Y, entonces, ¿por qué en este mensaje lo da por sentado? —soltó con la boca apretada.

—Porque para averiguar el paradero del padre de Joana le dije que podía pedirme cualquier cosa que deseara, que yo cumpliría y no me negaría. —Jon resopló.

—¿Así que piensas convertirte en su pu…?

—Cuidado, Jon. —Mi tono de advertencia lo frenó, no estaba para tonterías, suficiente tenía con controlar mis hormonas guerrilleras. Él se agarró del pelo y tiró con fuerza como si tratara de arrancar las ideas que lo vapuleaban.

—No vas a ir, ¿me oyes? Si quieres que lo nuestro funcione, no puedes acostarte con otro. —Traté de tomarlo con calma, de trabajar la empatía y ponerme en su lugar. Lo cogí del rostro, pasé mi mano por la marca roja de la mejilla y la besé con cariño. Estaba herido y era lógico que se encendiera, no podía tratarle mal por lo que había leído e interpretado.

—Sé que no puedo acostarme con otro, pero no porque tú me lo prohíbas, sino porque yo lo siento así. Ya veré cómo me salgo de este entuerto. Petrov es un hombre muy poderoso y la palabra «no» no entra en su vocabulario. Tendré que darle algo lo suficientemente goloso como para que decida que el cambio vale la pena. Pero ahora no es el momento de pensar en eso —dije agitando las cejas y poniendo el pequeño artilugio de plástico en sus manos—. Enhorabuena, Jon, vas a ser papi de nuevo. —Esperaba poder recuperarlo con la noticia.

Primero leyó el mensaje y regresó su mirada a mí. Sus labios apretados comenzaron a destensarse hasta ofrecerme una pequeña sonrisa y una mirada de arrepentimiento.

—Lo siento, Jen, por sugerir…

—Shhhh. —Puse mis labios sobre los suyos—. Ahora no importa, disfrutemos del momento. Me robaron una celebración, pero no me robarán esta.

Pasamos el vuelo entre arrumacos, sonrisas y planes de futuro. No había recibido ningún mensaje de Michael y su teléfono estaba apagado, así que solo me quedaba rezar y esperar que estuviera bien.

Cuando llegamos al aeropuerto, Yamamura llevaba a mi hija sobre los hombros, ofreciendo la estampa de abuelo orgulloso, y Carmen portaba una pancarta con muchos corazones y purpurina donde se leía: «Bienvenidos a casa».

Jon me llevaba agarrada por el hombro pegándome contra su cuerpo, gesto que no pasó desapercibido a ambos progenitores, que nos miraban con deleite.

El padre de Jon bajó a nuestra hija y esta correteó como loca para estrellarse contra mí, sus pequeños bracitos volaban del uno al otro sin saber a quién agarrar.

—¡Mami, papi! O quero. —Jon la levantó lanzándola por los aires para terminar estrechándola contra nuestros cuerpos.

—Nosotros también te queremos, cariño —le respondí llenándola de besos que provocaron risas de alegría en nuestra pequeña.

—Mia, mami. —Koe agitaba algo en la mano, lo miré fijamente y me sorprendió hallar el peluche de piloto que encargué para ella en Tokio casi dos años atrás.

—¿Y esto? —dije con los ojos brillantes conteniendo la emoción y mirando a Jon.

—No pude tirarlo, así que lo guardé. Ha estado conmigo todo este tiempo, no imaginé para quién era, pensaba que era un regalo para mí, pero creo que mi padre se lo ha devuelto a su auténtica dueña. —Desvié la mirada hacia el señor Yamamura para murmurar un «gracias» contenido. Él inclinó la cabeza y agarró a mi suegra por la cintura para darle un beso en el cuello que la hizo reír como una quinceañera.

Al parecer, no éramos los únicos que habíamos aprovechado el tiempo para solucionar nuestras diferencias.

Saludamos a mis suegros y les pregunté si habían recibido noticias de alguien o alguna visita inesperada.

No estaba segura de cómo haría Michael para comunicarse con ellos sin levantar sospechas.

—Solo recibí una llamada de Xánder preguntando por mi hijo y, como me dijisteis, le comenté que no sabía nada de vosotros. Nadie ha venido a tu casa, solo un repartidor que dejó un paquete para ti, pero no lo abrimos. ¿Ocurre algo?

—No, tranquilo, es que no sabía si había surgido algo importante mientras estábamos fuera y como no teníamos cobertura… —No añadí nada más. Los cuatro salimos a comer fuera y después a casa para descansar. El paquete no era de Michael, sino un juguete que encargué para Koe. Mi gozo en un pozo, ¿dónde estaría mi hermano?

Mis suegros se habían instalado en la habitación de Michael, no dije nada al respecto, me parecía perfecto que hubieran retomado su relación. Jon y yo estábamos algo cansados del viaje, así que nos echamos una siesta, aunque antes no pudimos evitar hacer el amor muy lento para terminar dormidos encajados el uno en el otro.

Cuando desperté, Jon seguía roncando plácidamente.

Me puse ropa cómoda y bajé a la planta inferior, Carmen estaba en el jardín tomando un té. No vi a Yamamura ni a Koe, tenía una conversación pendiente con ella y había llegado el momento perfecto.

—Hola —la saludé tímidamente.

—Hola, cielo, ven conmigo. ¿Quieres una taza? —preguntó mostrándome la suya.

—Sí, gracias. —Había otro servicio en la bandeja, así que llenó la otra. Me senté en la butaca de al lado desde donde se veía el jardín.

—El abuelo está loco con su nieta, se la ha llevado a dar un paseo. Espero que no te importe.

—Para nada —aclaré agarrando el plato que me ofrecía.

—¿Lo habéis pasado bien en México? Habéis vuelto muy morenos y no he apreciado marcas. —Su mirada pícara no daba lugar a error.

—Demasiado bien, te recomiendo villa Kinder para pasar unas vacaciones con Yamamura.

—¿Villa Kinder? —inquirió levantando una ceja. Le expliqué la historia del lugar y no pudo más que echarse a reír—. Pues tendremos que comprobar si surte el efecto que todos dicen en vosotros antes de ir.

—Imposible —respondí precipitándome.

—¿Y eso por qué? —Mi respuesta le interesó, me hubiera gustado esperar para contarlo, pero es que me moría de ganas por gritarlo al mundo.

—Porque Jon y yo ya íbamos embarazados cuando llegamos. —Sus gruesos labios se ampliaron en una sonrisa franca, se acercó a mí y me abrazó. No era muy dada a las muestras de cariño, pero la verdad era que me apetecía mucho el abrazo.

—Enhorabuena, cariño, no sabes lo feliz que me haces. Ya verás cuando Ichiro se entere, con lo que le gustan a él los niños; está como loco porque ampliéis la familia.

—¿Quién es Ichiro?

—Yamamura, querida. Ichiro es su nombre de pila —aclaró.

—Pues no sabía que el señor Yamamura tuviera nombre de pila, pensé que se lo había borrado. —Carmen soltó una carcajada.

—Mujer, que un nombre no es un lunar para que pueda quitárselo alguien así como así. Además, no creo que siendo su nuera debas seguir llamándolo así, seguro que le alegra si lo tuteas. A veces Ichiro no dice las cosas por no ofender.

—Me he dado cuenta. —Mi suegro era un hombre muy prudente, nada que ver con el loco temperamento de Carmen.

—Lo estamos trabajando seriamente, no puede ser tan reservado. Aunque no solo estamos trabajando eso… —Sus dientes se clavaron en el carmín rojo.

—¿Eso quiere decir que volvéis a estar juntos?

—Eso quiere decir que estamos conociéndonos de nuevo y que esta vez no va a haber tabús ni restricciones, que fue lo que nos alejó.

—¿Puedo preguntar qué ocurrió? No pretendo ser indiscreta, si no te apetece contármelo, lo entenderé.

—Me apetece —me cortó acomodándose en la butaca—. Cuando nos conocimos yo era un espíritu libre, una artista de pies a cabeza, bohemia, con un sentido del amor y el sexo algo avanzados para la época, y muchas ganas por descubrir cosas. Pero cuando él se cruzó en mi camino, todo dejó de importar, incluso yo misma. —Suspiró removiendo la taza—. Me enamoré tan ciegamente que cambié radicalmente mi forma de ser y de concebir el mundo. Ni siquiera me planteé incorporarle mis ideas, pues él ya me había puesto al día sobre las suyas —aclaró—. La educación japonesa es muy estricta e Ichiro era un claro ejemplo viviente. Aunque vivía al límite y le gustaban las apuestas y la velocidad, era muy tradicional en ciertos aspectos.

—¿Te refieres al sexo? —Ella asintió.

—Al principio tenía suficiente, no me importaba renunciar a mis gustos en la cama si eso implicaba tenerlo a mi lado, pero con el tiempo comenzó a pesar. En alguna ocasión traté de sacar el tema, nunca directamente, pero sí a través de la literatura. Le dejaba pistas, libros abiertos, pasajes subrayados sobre la mesa del despacho; pero él nunca decía nada, era como si los obviara. Una noche me arriesgué y me presenté vestida de látex con un látigo, tendrías que haberle visto la cara, justo como la tuya ahora mismo.

—Perdona, no me hago a la idea.

—Pues eso le ocurrió a él. Me gusta el BDSM, siento la necesidad de que me dominen en la cama. Ichiro ya lo hacía, pero no del modo en que yo necesitaba. —Su sinceridad y su manera de relatar los hechos me habían dejado absorta.

—¿Y qué ocurrió? —Se encogió dolida.

—Me preguntó si era carnaval, si iba de Catwoman y él no se había enterado. Intenté mostrarme sugerente, tentarlo con alguna de las escenas de los libros y me miró horrorizado; dijo que eso era de trastornados, de personas traumatizadas que necesitaban el dolor para sentir placer, que nosotros no éramos así. Se comportó de un modo tan radical que me dio miedo seguir adelante y proponerle todo lo que necesitaba y tenía en mente. Me gustaba jugar en pareja o en grupo, para mí el sexo no va implícito en el amor. El sexo es placer y mi placer lo concibo de ese modo. —Sabía que había personas así, aunque yo no lo compartiera. No iba a juzgarla por ello, cada una tiene unas necesidades diferentes y si a ella le iban las fustas, pues que disfrutara.

—Entonces, ¿desististe?

—Sí, pero eso solo lo empeoró todo. La sumisa que había en mí necesitaba un amo al que aferrarse, alguien que me ayudara a sentirme viva a través del BDSM. Traté de controlarme, incluso empecé a medicarme con antidepresivos. Pero una noche, en una fiesta de inauguración de una sala de juego, lo conocí. —Contuve la respiración. ¿A quién conoció? ¿A Tomás? Imposible, él sería un crío en aquel entonces. Seguí escuchando—. Luka era oscuro, sexy y un amo consumado. Nada más verlo supe que era un bedesemero[13] y él detectó en mí la sumisa que llevaba dentro. Con un simple cruce de miradas, ambos conectamos. Solo hizo falta una charla para que descubriéramos que compartíamos gustos y aficiones. Empecé a asistir sola a actos que tenían que ver con el sector del arte, eventos benéficos, donde ambos coincidíamos; había mucha tensión sexual no resuelta entre nosotros. Pero trataba de controlarme. —Apretó los puños, como si le costara lo que fuera a contarme—. La noche que todo se desató fue porque Luka se quedó a solas conmigo en un jardín, me dijo que conocía mis necesidades, que veía cómo mi alma de sumisa sufría al no saciar mis apetitos y que él se ofrecía a ayudarme. Me dio su tarjeta y yo la guardé, nos besamos y sentí esa acuciante exigencia prendiéndose en mi interior. Salí corriendo, llegué a casa e intenté convencer de nuevo a Ichiro, le pedí que me pegara en el trasero, algo simple para calmar a mi bestia interior, y a cambio me hizo el amor con suma delicadeza diciéndome que jamás me pondría una mano encima. —La escuchaba con el corazón encogido, podía percibir su angustia, amaba a un hombre que no podía llenarla porque no compartía sus gustos sexuales. Debió ser muy duro para ella—. Ichiro se marchó de viaje, Jon era pequeño, así que yo me quedé en Tokio, tenía un compromiso para acudir a una inauguración de una nueva galería a la que acudió Luka. Bebimos, tonteamos, me sugirió ir a un lugar que seguro me encantaría y terminamos en una mazmorra. Te juro que traté de reprimirme, pero ya no podía más. Luka conectó con mi interior haciéndome vibrar de nuevo. Ambos teníamos muy claro que solo era sexo, que yo amaba a mi marido y que él simplemente cubría una falta. Pero yo me sentía una mierda por mentirle a Ichiro, así que tampoco era plenamente feliz. Hubiera dado lo que fuera porque tan solo se hubiera interesado y lo hubiera probado, pero no quería y yo no lo podía forzar.

—No quiero ni imaginar cómo te debías sentir. —Intenté ponerme en su piel.

—Nadie puede saberlo, amar a alguien y no sentirte completa es lo peor que le puede ocurrir a alguien. Por un lado, sabía que estaba traicionando a mi marido, pero por el otro, no podía dejar de hacerlo, necesitaba lo que Luka me ofrecía aun a costa de mi matrimonio. Perdí el norte y, tras otro viaje de mi marido, mi amo vino a casa. En principio solo venía a recoger un cuadro que había pintado, quería llevarse una de mis pinturas para su casa, pero nos desatamos en el estudio y terminamos liándonos. Mi marido regresó del viaje antes de tiempo, pillándonos en plena sesión. —Leí la desesperación en las profundas arrugas que envolvían de angustia su mirada—. Ver la traición en su rostro, sentir cómo le había partido el alma fue indescriptible; aunque para mí lo peor de todo fue verlo cerrar la puerta y dejarnos ahí, solos y en silencio.

—¿No hizo nada? —Carmen negó—. Yo grité desesperada su nombre contra la mordaza, me removí inquieta suplicando con mis gestos a Luka que me desatara. Finalmente lo hizo y él mismo se ofreció a hablar con Ichiro, pero no quería empeorar las cosas. Le pedí que se fuera y cuando salí para enfrentar la situación encontré a mi marido en el salón, jugando con Jon. Recuerdo todo como una película antigua llena de polvo y rascaduras. Le pregunté si podíamos hablar y él se limitó a decir que no era el momento, que me diera un baño y me vistiera para cenar. ¿Cenar? ¿Puedes creerlo? Me había visto follando con Luka, el cuerpo atado con cuerdas de esparto y unas pinzas en los pezones y me decía que me arreglara para cenar.

—Debió ser un shock tan grande para él que intentó revestirlo de normalidad.

—No quiso hablar del tema, Jen, aguanté quince días en aquella situación. Ichiro hacía como que no había pasado nada, pero no me tocaba. Siempre dormíamos abrazados y dejó de hacerlo. La frialdad con la que me trataba me estaba matando y no podía culparlo por ello. Así que decidí por los dos y me marché. En todos estos años no he dejado de amarlo ni un instante, él siempre fue el amor de mi vida, el padre de mi hijo, pero yo no podía ser la mujer que él quería.

—¿Y ahora sí? —Carmen se sonrojó.

—Ahora Ichiro ha cambiado y yo hay cosas que no necesito, como ser compartida. Creo que es algo que él no llegaría a tolerar, aunque no se lo he planteado. Pero durante este tiempo que hemos estado separados ha abierto la mente y ahora maneja el látigo como nadie —soltó con una risita provocando que yo abriera los ojos.

—¿Y eso en qué punto os deja? —Miró hacia la piscina.

—Vamos a tomarlo con calma, nos iremos viendo a ver dónde nos lleva todo esto. Él tiene su vida en Tokio y yo en Barcelona, es complicado dejar aparcada tu vida. Sé que le gustaría que me mudara a Japón, pero yo no puedo dejar la galería, tendría que traspasarla o encontrar a alguien que la quisiera llevar para mí. A no ser que… —Carmen enmudeció mirándome como si tuviera la solución frente a los ojos—. ¿Te mudarías con Jon a Barcelona? Te encanta el arte, podríais vivir en mi piso de la Pedrera, sé que te chifla ese piso. Igual no es como vivir en Beverly Hills, pero no creo que te importara el cambio. Serías una directora maravillosa y yo podría abrir una galería en Tokio. —La idea me maravillaba y asustaba a partes iguales, aceptar lo que me pedía Carmen suponía un cambio de vida radical. Pero ¿no era eso en el fondo lo que quería?—. Sé que te gusta pilotar, pero ahora con lo de tu embarazo no sé si sería demasiado prudente, no querrás correr riesgos innecesarios. Podríamos probar por un año y si sale bien y a ambas nos convence, prorrogarlo. —Estaba convencida de que a Jon le encantaría la idea y a mi hermano más todavía. Pero yo no podía aceptar algo así sin sincerarme antes con Carmen.

—Carmen, yo… —Mi móvil vibró, abrí el mensaje sin pensar.

PETROV

Mañana es el gran día, krasivyy.

Espero que estés lista, voy a dejarte

las piernas temblando.

—Mierda —protesté por lo bajo. ¿Cómo iba a resolver eso?

—¿Ocurre algo? —Los inmensos ojos oscuros de Carmen me contemplaban con preocupación. Para ser justas debía sincerarme con ella, al fin y al cabo, era a lo que había salido.

—Tengo que hablar contigo de algo, solo prométeme que no me vas a interrumpir hasta que termine. Tú te has sincerado conmigo y es mi turno. Después de lo que te voy a contar serás libre de decidir si quieres volver a verme o no.

—Me estás asustando —musitó contenida.

—Solo te pido que no me pares, ¿vale? Creo que va a ser una de las cosas más difíciles que vaya a hacer nunca.

—Adelante —me animó apretándome el muslo.

Le confesé todo, desde mi época en la universidad, Matt, mi expulsión, mi boda, los motivos que me llevaron a Barcelona; Tomás, el robo de su cuadro, la falsa muerte de mi hermano, por qué nos separamos Jon y yo; el secuestro de Joana, los motivos del viaje a México y cómo conseguí la ubicación del padre de mi amiga.

Apenas respiró y cuando lo hizo, no vi reproche alguno, incluso me vi obligada a decir:

—He terminado, ¿cómo puedes seguir aquí sentada después de todo lo que te he soltado? ¡Te robé! ¡Te usé! Me largué con tu hijo sin amarlo para hacerle creer que lo quería y así salvar mi culo. ¿Por qué no estás gritándome e insultándome? —No entendía su falta de reacción.

—Porque yo tampoco te lo he contado todo, Jen, y ha llegado el momento de poner todas las cartas sobre la mesa.

—¿Qué cartas? —Volvía a no entender nada.

—Ahora soy yo la que voy a pedirte que me escuches con atención y que no me interrumpas. ¿Aceptas? —Asentí.

—Cuando volví a España, estaba destrozada. Necesitaba ocupar el tiempo con algo y Luka implantó en mi cerebro una idea que estábamos fraguando en Tokio.

—¿Luka vino contigo a España? —Esa parte no la había contado—. Perdón por la interrupción.

—Luka no vivía en Tokio, estaba allí por negocios, él es ruso y se apellida Petrov. ¿Te suena? —Eso fue un directo en todo el estómago.

—¿Tu Luka es mi jefe?

—No es mi Luka, él nunca fue mío.

—Disculpa. —La revelación había sido demasiado.

—Tranquila, déjame seguir, por favor. Igual eres tú la que decides no mirarme más a la cara después de esto. —Su afirmación me dejó desubicada, así que me recliné en el asiento dejándola continuar—. Sabes sobradamente que soy una amante del arte, hay personas que creen que el mejor lugar que tiene un cuadro es un museo, a la vista de todo el mundo, para que esa obra se comparta y permanezca en la retina de todos. Luka y yo no pensábamos igual que el resto. Hay muchos intereses creados en el sector del arte, el mundo de los museos no es tan bonito como parece y se cometen auténticas barbaries que muchas veces ni se conocen, pero eso es lo de menos. A nuestro parecer, cada cuadro tiene un lugar y ese lugar es el de la persona que pueda brindarle el mayor confort a la obra para disfrutarla como merece. Así surgió «El Jardín de las Delicias», un grupo de hombres y mujeres poderosos, amantes del arte y dispuestos a pagar por él. Lo envolvimos todo en misterio, a la gente poderosa le encanta todo este tipo de cosas. Luka y yo seleccionamos cuidadosamente a las personas que formarían parte del grupo, asegurándonos de que fueran anónimos entre ellos. Tú conoces a uno muy bien, ¿te suena el nombre de Antoine Lafayette?

—¿Mi profesor de arte de la universidad?

—Exacto. La misma idea que tuviste tú, de ser facilitadora duplicando obras, ya la tuvimos nosotros muchos años antes, solo que no dábamos con la persona que pudiera llevarla a cabo. Nadie era capaz de falsificar un Renoir o un Van Gogh con exactitud, siempre había algo que se escapaba. Hasta que llegaste tú. Antoine decía que tenías un talento innato, un don, por eso te hacía trabajar tanto, te estaba preparando para nosotros. Hasta que un día el imbécil de Matt se interpuso y, aunque Antoine intercedió a tu favor para que no te expulsaran de la universidad, no pudo impedirlo.

—¿Vosotros me estabais entrenando sin que yo lo supiera? —Parecía uno de esos thriller que tanto me gustaba ver en la tele, aunque enterarme de que había sido su objetivo y que me habían manipulado no me hacía ni pizca de gracia.

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